lunes, 20 de octubre de 2008

La amoralidad como fin

No deseo adentrarme en explicaciones acerca del futuro previsible para Venezuela. Me voy a referir, en cambio, a la naturaleza ética de este gobierno. Por eso, poco interesa a los fines de estas palabras la popularidad del gobierno y de su comandante (y no es casual que use un calificativo tan repugnante). No se trata de si es o no popular. Se trata de si es moralmente aceptable o no. Tamaña diferencia ¿no?
Necesito robarme unas palabras de Manuel Caballero (por lo que le pido excusas al ilustre historiador, quien obviamente es mucho más culto que yo). Él dice que la dictadura nazi no fue mala porque haya cometido atrocidades durante la guerra (porque en todas se cometen). Lo fue porque asesinó sistemáticamente a más de seis millones de judíos. Es decir, porque perpetró el delito de genocidio (término acuñado después de la Segunda Guerra Mundial).
Con el régimen nazi cayó también el fascista. 46 años después cayó el comunismo. Sus regímenes, sobre todo los dos primeros, no admiten discusión acerca de su inmoralidad y falta de ética. Del último, aún existen ingenuos que le ven bondades. Por ello, he de limitarme sólo a los dos regímenes totalitarios depuestos en 1945. Hecha la aclaración he de referirme pues a las razones morales que a mi juicio fundamentan su inmoralidad o ¿amoralidad?
Volviendo al tema del genocidio, podemos decir que los regímenes nazi y fascista no sólo torturaron y asesinaron a sus detractores, como no pocas dictaduras de éste y aquél lado del Atlántico. Su afán totalizador asesinó además la disidencia. No se tome esta frase a la ligera. No es una metáfora o mera retórica. Es la esencia de su inmoralidad porque uno y otro perseguían extirpar toda forma disidente y crear un pensamiento único. Debería citar en este momento el razonamiento que O’Brian le ofrece a Philip Smith durante su tortura (por esas cosas de los ignorantes, me refiero desde luego a la obra “1984” de George Orwell). Es muy extenso. Sin embargo, expone magistralmente lo que significa aniquilar toda forma de disidencia en función de algo más allá de las personas que en un momento puedan ostentar la jefatura del Estado, aun si ésta vitalicia.
Se anula al ser humano y se exalta al Estado. La infelicidad de todos importa muy poco comparado con el bienestar del Estado, entendido como algo ajeno o ¿superior? a las personas. Y me pregunto, ¿qué carrizos es el Estado si no su gente (además de un territorio y sí, un poder político)? De hecho, ¿de qué sirven estas dos últimas si la gente no es feliz? El territorio sería una cárcel y el poder político, una forma brutal de policía (sin que pretenda hacer comparaciones odiosas con el régimen cubano). Entonces, ¿no es esto una forma de genocidio? Uno que incluso no distingue siquiera entre disidentes y convencidos.
Esta anulación del ser humano, de sus ambiciones, de sus sueños, sus gustos, ¿no es un asesinato sistemático de todo el mundo? ¿Y ésta no es, asimismo, una forma brutal de violencia? ¿O el abuso en las acusaciones infundadas sobre magnicidios y golpes de Estado que, al parecer, sólo existen en la mente del caudillo y que pueden costarles la libertad a ciudadanos inocentes (al menos de ese crimen)? Yo creo que sí. Y creo que su violencia además es sistemática… Más bien un fin.
Volvamos a Venezuela. Regresemos además a este momento. Se dice que aquí hay una oposición. Pero al parecer sólo sirve de marioneta para ofrecerle una burda apariencia de democracia a este proyecto. Cada vez que puede, Chávez arremete con violencia contra todo aquél que pueda hacerle sombra. Sea Miguel Henrique Otero, con su movimiento 2-D (acaso porque le recuerda insistentemente que el pueblo le dijo que no a su reforma constitucional y, sobre todo, a su reelección vitalicia), a todos los candidatos, opositores y revolucionarios críticos (que para Chávez son la misma ralea de vendepatrias), a los gobernadores de su propia secta que, creyendo poseer un liderazgo propio, se le han vuelto díscolos… Esto se parece tanto a la aniquilación de toda disidencia pretendida por los regímenes nazi y fascista que mal puedo evitar compararlo. Significa entonces que el actual gobierno ejerce el genocidio como fin político. Eso lo hace, pues, amoral. Y es por ello que interesa poco, muy poco, si es popular o no. Dudo que seamos minoría. Pero de serlo, de todos modos ¡tenemos la razón!

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281
Abogado

miércoles, 15 de octubre de 2008

Una mirada a nosotros mismos

Hablar de la salida de Chávez sirve lo mismo que una calabaza si no aceptamos las causas que hicieron posible tal desatino. Se dice mucho que el caudillo barinés es una consecuencia. Y lo es, claro. Pero resulta inaceptable la banalización de ese argumento. Sobre todo porque se afirma como si fuese ajeno a nosotros, a todos.
Chávez puede ser la encarnación de nuestros defectos exacerbados. En lo personal creo que lo es. El liderazgo no es ajeno a su pueblo. Siempre resulta ser una consecuencia de lo que se es colectivamente. Los alemanes no son ajenos al asesinato sistemático de más de 6 millones de judíos. De hecho, ellos alimentaron al nazismo y permitieron que se extendiera como una epidemia aun más allá de las fronteras impuestas por el Tratado de Versalles. El chavismo se impuso, en primer lugar, y se extendió luego como una peste en el territorio nacional porque nosotros lo permitimos.
Siendo muy débil la oposición entonces, un grupo de amas de casa y de profesores de colegio, lograron contener uno de los pasos necesarios para imponer este modelo, que como las democracias populares de Europa del este, tiene – o tenía – mucho de popular y muy poco de democracia. Me refiero al decreto 1.011. Quizás haya simplificado el movimiento que impidió la ideologización de nuestros muchachos, por lo cual pido excusas a sus dirigentes. Sin embargo, la oposición sí era entonces débil y, sobre todo, minoritaria (lo cual no justifica desde luego su aniquilación). Aun así ese grupo reducido de opositores contuvo al gobierno.
El decreto 1.011 entró por ello en suspenso. Meses después, también lo hizo el cuerpo de normas aprobadas en septiembre de 2001. De esa exasperación surgió el movimiento masivo, la oposición creciente que el 11 de abril de 2001 obtuvo dos grandes éxitos. Se hizo sentir, como una fuerza capaz de reunir a casi un millón de personas en una protesta en una misma ciudad (que de paso posee una población aproximada de 4 millones de personas). Y también logró el pronunciamiento militar que, al menos por unas cuantas horas, separó a Chávez y al resto de sus secuaces del poder. Maniobras oscuras ocurrieron después y dieron al traste no sólo con el esfuerzo de una masa pacífica que sólo exigía la renuncia del presidente, sino que banalizaron la muerte de 19 personas y las lesiones a más de un centenar. De eso, somos culpables todos, tiros y troyanos por igual.
Quizás sea éste el pivote de lo que sucede y la banalización de todo cuanto nos ocurre nos haya llevado a este sendero incierto, donde las autoridades se hacen de la vista gorda con la voluntad del pueblo, expresada el 2 de diciembre pasado, sin que la gente se haga respetar. Antes que el ministro Izarra salga al ruedo y me acuse de sedición y de querer hacer apología del delito, no me refiero desde luego a un alzamiento miliar, sino a la fórmula sagrada de la democracia: el pueblo decide. Cuando el pueblo votó por Chávez, la oposición aceptó sus derrotas. Ahora le corresponde a él aceptar la voluntad soberana. Pero, de vuelta al tema, la discusión superficial de los temas nacionales han hecho de la contemporaneidad un carnaval grotesco.
De lado y lado surgen voces sonsas que no ven la profundidad y gravedad de lo que ocurre y, peor, de lo que va a ocurrir, porque a pesar de que al ministro Izarra (y quién sabe si a Vanessa Davies) les parezca una invitación a delinquir, decir que va a llover no trae la lluvia… mutatis mutandi, latinazo que tanto agrada a Carlos Escarrá, decir que los militares puedan dar un golpe de Estado no invita a que lo den. Conspirar, y de eso sabe bastante el caudillo, es algo mucho más complejo.
He aquí entonces el dilema. La banalización de los acontecimientos nacionales por parte de opositores y seguidores distrae la atención y, por ende, las medidas saludables para corregir eventuales fallas. Por ejemplo, desconocer la voluntad popular (que no es concha de ajo) puede conducir a unos pocos por derroteros indeseables. Pero, insisto, el echo de que yo – y conmigo la mayoría – no deseemos salidas de este tipo no supone que no sucedan. Los europeos en 1939 no deseaban la guerra pero negar la inevitabilidad de ésta era una idiotez. Algo parecido sucede hoy en Venezuela. Si el gobierno insiste, como muchachito malcriado, con su afán socialista (de Estado), rechazado por la mayoría (80% al decir de las encuestas), las consecuencias serán trágicas. No sólo para ellos, sino para todos.
En ese delirio continental (siguiendo acaso la postura trotskista), Chávez – y, de paso, sus acólitos más allegados, socialistas (de Estado) o no - están corroyendo gravemente la economía nacional. El dinero se agota y sin dinero, los chulos, las meretrices y otras formas mercenarias del afecto desaparecen. Aun el de su mentor, que ha hecho de Cuba una mendiga y por ende, dependiente de quien le dé (sé que suena – o se lee – duro, pero no por ello es menos cierto). Ni hablar de quienes fronteras adentro han afanado empeño y lealtades no para impulsar un modelo socialista (de Estado), sino para usurpar – como resulta manido en las revoluciones de aquí y allá – a quienes desde 1958 ejercen la titularidad como los Amos del Valle.
Mientras discutimos si Raúl Baduel es una quinta columna o no, si Chávez es demócrata o no, si se es delincuente porque se anuncien posibilidades que en muchos casos, al menos el mío, escapan de nuestra capacidad para provocarlos o evitarlos; los hechos van perfilando desenlaces, aun indeseables. Dudo que Hitler aceptara la realidad en los primeros días de marzo de 1945, pero era innegable que Alemania perdía la guerra y que el régimen nazi encaraba el juicio del mundo por sus crímenes. Seis años antes, Arthur N. Chamberlain no aceptaba la inminencia de la guerra y tuvo que declararla.
No traigo el ejemplo nazi por casualidad. En primer lugar, porque este gobierno, al igual que el nazi, está al tanto de sus violaciones a valores fundamentales, aunque se excusen en una legalidad cascorva. En segundo lugar, porque nuestro führer criollo se parece mucho al caudillo nazi. Sobre todo en su prepotencia. Ignora que su delirio le está conduciendo al degolladero (figurativo, desde luego, para que el ministro Izarra no se asuste). Pero también nos atañe a nosotros el ejemplo, porque inmersos en discusiones tontas, no nos detenemos un instante para idear un después, porque con o sin Chávez al frente de la primera magistratura, este desaguisado va a terminar pronto. El puño del mercado (nótese que escribo mercado, en virtud de que poco tiene que ver con la intervención estadounidense), que sí existe y es poderoso, va a imponerse.
Dicho de un modo vulgar, nos van a pillar con los pantalones abajo. La crisis, que puede ser muy grave (así parece, a pesar de las medidas acogidas por los gobiernos del mundo desarrollado), nos va a vapulear. No lo dice este opinador amateur, lo dicen expertos economistas, que de eso saben y yo, en cambio, no. Cuando eso ocurra ¿en los meses por venir?, este tinglado se desplomará inevitablemente, tal como los ranchos cuando las lluvias arrecian. Chávez o quien le sustituya en Miraflores deberá encarar medidas repugnantes que bien pueden asemejarse (si no igualarse) a las acogidas por Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato… y bien sabemos como acabó (de nuevo, insisto, no estoy invocando un golpe de Estado, sólo expreso lo que podría ser).
En lo personal, quisiera que Chávez terminase su mandato en enero del 2013, como le corresponde. Que entonces entregue el poder a su sucesor, electo democráticamente. Sin embargo, también quisiera que los mecanismos e instituciones democráticas ejerzan sus fuerzas para contener este proyecto, que lejos de perseguir un porvenir próspero, parece un río desbordado, destruyéndolo todo a su paso. ¿Será posible?

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
C.I. 9.120.281

sábado, 20 de septiembre de 2008

El discurso de los necios

Un necio arengó. Voceó simplezas, majaderías carentes de fundamento académico, propias de la vieja ralea comunistoide, indigestada con frases manidas y sofismas. Cual verdulero, iracundo, echó chocarreramente al embajador de quien a pesar de todo, aún compra alrededor del 80% de nuestro petróleo, mandándolo a un lugar que sólo conocemos los hispanoparlantes, acusándolo de yanqui sin mayores atributos que sus semejanzas con el excremento humano.
El país escuchó de ese necio, que hoy ejerce un cargo para el cual carece de las habilidades requeridas, palabrotas, tacos, maldiciones y, sobre todo, amenazas que seguramente no podrá concretar, aun si quisiera. El país quedo atónito, ante la vulgaridad de quien ejerce la primera magistratura nacional. Algunos podrán creer que simplemente enloqueció, aunque nadie le vio comer de aquello que según las doñas de antaño, sólo los locos comen.
Puede que esté enardecido, en parte porque de verdad se creyó esa fábula imbécil de la izquierda revolucionaria (que loa a Cuba pero vive en París) acerca de los Estados Unidos, pero lo está en mayor parte porque el futuro, como lo refiere Argelia Ríos, le apuró al paso. Cual Pedro, gritando que viene el lobo, descubre que sus necedades son desoídas por las masas que en vez de creerle sus clamores de auxilio, claman soluciones efectivas.
Como todo aquél que miente oficiosamente, se encuentra enmarañado en un embrollo de embustes, discursos maniqueos, perspectivas distorsionadas o convenientes de la realidad. Y como todo aquél que miente oficiosamente, termina por encontrarse desnudo, incapacitado para ocultar las partes pudendas de su proyecto político. Y lo que el pueblo ve resulta en verdad grotesco.
Ahora se desespera. Como los necios, aprendió sólo a medias y hoy, cuando su discurso ya resulta tedioso, se desespera ante la imposibilidad para convencer a sus congéneres, porque hace rato que muchos ya no le creen y ni hablar de quienes jamás le creímos. Mira con horror el porvenir inmediato: la derrota plebiscitaria de noviembre próximo y especialmente, la consecuencia irremediable de su desdén hacia los temas económicos.
Su proyecto se va por el desaguadero como las aguas puercas.
El entorno radical perderá más de lo que parece. Una corriente creciente de críticos del gobierno, procedentes de la revolución, puede ganar espacios junto con los candidatos opositores, reduciendo formidablemente la radicalidad. Una vez ocurra esto, la revolución y los extremistas, seguidores de esa idiotez de “patria, socialismo o muerte”, sufrirán derrotas semejantes a la que ya ellos mismos padecieron en 1962, 1963, 1967 y, mundialmente, en 1991.
Cuando estalle el caos económico, inevitable a estas alturas, la radicalidad enfrentará la realidad cruda. Ese populacho, timado (como lo ha sido el pueblo de Cuba durante medio siglo), se echará al medio de la calle, frenético, anárquico, tal como lo hizo en febrero de 1989. No sabemos si el ejército se atreva a echarse al hombro, otra vez, ese bacalao podrido.
La radicalidad ya suma dos períodos constitucionales de los anteriores, desgobernando, destruyendo… A estas alturas, ya se le acabaron las excusas y los chivos expiatorios. ¿Qué hará entonces?
A los radicales ya se le hizo tarde.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

Juegos riesgosos

Ignoro si un panfleto cuartelario citaso por Noticiero Digital existe o no, pero podría ser cierto. Por lo menos, cabría la posibilidad de que en efecto, un número desconocido de nuestros soldados estén descontentos. Siempre he creído que las Fuerzas Armadas no difieren gran cosa del resto del país y, al igual que muchos, rechazan la idea de Estado que esta “revolución” pretende crear, aun a espaldas de la voluntad popular.
Infiero que antes los oficiales, suboficiales y tropa profesional mantuvieron una postura neutra mientras el gobierno no hizo alardes tan burdos de saltarse a la torera la constitución y las leyes, como viene haciéndolo desde su derrota el 2 de diciembre pasado. Tal vez en el pasado creyeron que en el peor de los casos, se trataba tan sólo de un gobierno malo más. Probablemente ahora temen que eso sea mucho más grave, si el panfleto es verdadero, claro.
El líder de esta revolución perdió el norte después del fracaso de su “proyecto de reforma constitucional”, instrumento perfecto para conferirle poder absoluto sobre todos nosotros. Desconozco las causas del jefe de este tinglado deplorable para comportarse tan torpemente. Pero, sea cual fuere la razón de su error, Chávez luce desesperado. No dudo, desde luego, que integrantes de las Fuerzas Armadas se opongan a la idea de ser fantoches de un hombre, cuya conducta emula peligrosamente al führer, sobre todo en sus aspiraciones totalitarias.
A pocos días del triunfo opositor frente al proyecto de reforma constitucional el 2 de diciembre, Chávez lo llamó “victoria de mierda” y amenazó con una ofensiva para adelantar el proyecto, como lo dijo Miguel Henrique Otero durante la presentación del Movimiento 2D. Veamos un instante de qué se trata todo esto.
En 1793, los jacobinos franceses encontraron un escollo enorme para el triunfo de la revolución. Cinco ejércitos extranjeros ocupaban Francia y confluían hacia París. 60 de los 84 departamentos se encontraban en rebelión contra el poder central. Al oeste se desarrollaba una cruenta guerra civil campesina. Por último, aparece la presencia poderosa de los contrarrevolucionarios. El barón de Montesquieu había previsto este peligro medio siglo antes. Los jacobinos enfrentaban el reto de crear al “nuevo hombre” y el terror parecía ser la única manera de instituir “la virtud”. A partir de entonces, los soviéticos rusos, los fascistas italianos y los nacionalsocialistas alemanes, así como las otras formas totalitarias (en su mayoría comunistas), repitieron la misma fórmula. Ésta redunda en ese modelo que no sólo acabó con los jefes jacobinos – en su mayoría guillotinados -, sino con los otros regímenes que han empeñado el odio y la inquina para imponerse.
El afán de Chávez por reformar el currículo educativo desde el inicio de su mandato en 1999 persigue “crear al nuevo ciudadano” y, de haber logrado la imposición del decreto 1.011 entonces, otro hubiese sido el resultado del referéndum del pasado 2 de diciembre. Su inefable maestro lo hizo en Cuba. El apoyo soviético, traicionando así los “ideales” revolucionarios, apuntaló al régimen castro-comunista. Y ése es el escollo que su pupilo no ha logrado superar. El jefecito de este tinglado carece de una potencia desarrollada que le ayude a apuntalar su proyecto.
¿Qué le queda? ¿Cómo actuar? Sus alianzas suramericanas no lucen fiables. Los gobiernos de Chile, Uruguay, Brasil y Argentina responden a sus conveniencias más que a un compromiso con el credo de Chávez. Ecuador, Nicaragua y sobre todo Bolivia carecen de la fuerza suficiente. Bolivia se encuentra al borde del caos por el referéndum del próximo 4 de mayo. El país andino ha experimentado en el curso de su historia republicana alrededor de 200 golpes de Estado. Dudo que Daniel Ortega o Rafael Correa puedan ayudar mucho. Su gran aliado chino tampoco parece muy interesado en seguir su discurso ideológico, menos después que aprobara la propiedad privada de los bienes a fines del año pasado.
Casi todos los gobernantes suramericanos proceden de la izquierda. Pero la gran mayoría responden a esa visión inteligente, incompatible con la borbónica que propone Chávez. Y, para colmo de males, Castro, enfermo, ve como su propio hermano echa la revolución al desaguadero. Entonces, ¿qué puede hacer? Acaso, ¿suceder a Fidel Castro como adalid antiimperialista? Seguramente.
En el ámbito doméstico, Chávez enfrente crisis harto peligrosas. Una de ellas, la corrupción galopante, descompone la idea que sus seguidores tienen de él y desde luego, de su proyecto. Quizás no tanto por la corrupción de los funcionarios, sino por la ostentación de personajes muy cercanos a él e incluso, la suya propia. Otra de las amenazas que este tinglado enfrenta es el deterioro económico y la incapacidad de los jefes revolucionarios para ofrecer soluciones reales al decaimiento de la calidad de vida de la clase media. Por último, la fragmentación del PSUV, engendro neonato del MVR tratando de sobrevivir, puede extinguir la hegemonía presidencial sobre los gobiernos regionales y su “geometría del poder”. Sobre todo, si la oposición respeta su acuerdo de ofrecer candidaturas unitarias.
El caudillo, que no ha tenido pudor para mostrarnos sus miedos paranoicos, debe estar aterrado frente al escenario por venir. Seguramente cree a pie juntillas que Estados Unidos orquesta su defenestración. En especial porque en sus delirios escucha a gente que aprovecha sus miedos irracionales para venderle teorías conspirativas absurdas. Por eso, su jugada en los próximos meses puede ser peligrosísima.

Ensillando al burro

No soy experto comunicacional. Sin embargo, descubro o, ¿intuyo?, una diferencia formidable en el lenguaje cotidiano de los medios. No me refiero al verbo inteligente y siempre corajudo de Milagros Socorro o de otros, que como ella, se resisten a doblegar su voz. Me refiero al cronista medio, ése que desde el 2004 hasta hoy, se limitaba a un discurso políticamente correcto. Leo la prensa caraqueña y provincial y encuentro un discurso mucho más contundente. Más pugnaz.
Los desvaríos del presidente son enunciados sin tapujos ni reservas por los cronistas políticos. Cada vez con mayor desparpajo se expresan no sólo las quejas, sino además la necesidad de contener esto e incluso, de la inminencia del fin. Como ocurre en esas películas trilladas, donde uno intuye el momento de inflexión hacia el desenlace.
Chávez se apuesta todo. Apura un modelo rechazado por un 80% de los venezolanos, que, de ser ciertas las encuestas, arroparía a los que aún creen las pendejadas del dueño de este circo. Quizás por eso, las voces opositoras hayan entendido cuál es el juego verdadero del comandante. Aunque lo hayan hecho tardíamente.
El lenguaje de los medios dejó de ser taimado. Las críticas surgen sin pudor ni piedad. Se le ataca sin misericordia… me recuerda mucho la víspera del 11 de abril de 2002.
No creo que se reedite del mismo modo. Sin embargo, de aquel momento, ceo que dos cosas pueden repetirse: la actuación reactiva de la oposición y la salida de Chávez… Si vuelve o no, no lo sé.
Creo que Chávez desea un golpe de Estado. Infiero varias razones para jugarse esa carta tan riesgosa. En primer lugar, la crisis económica que se avecina y que, después de una década gobernando, mal puede adjudicársela a otros. Si lo destituyen del cargo, no sólo lo victimizan, sino que además, le ahorran tener que enfrentar a un pueblo arrebatado. Otra razón puede ser que, de ocurrir un golpe de Estado malogrado, podría instituir un estado de excepción indefinido. Más que imponer su reforma, burlaría así la fecha cierta de salida que hoy gravita sobre él.
Claro, una cosa dice el burro y otra quien ha de ensillarlo.

Unas palabras por la paz

No quiero hablar de Chávez. Prefiero reflexionar sobre la paz necesaria para impulsar el desarrollo nacional. Leyendo una biografía de San Francisco de Asís, de quien mi madre tomo el nombre para mí, encontré algo bien interesante – y hermoso – acerca de la paz. Ésta no se limita a la ausencia de conflictos. La paz comprende además de una relación cercana y cotidiana con Dios, una sociedad justa y misericorde. Quienes no profesan credo alguno, al menos podrán coincidir sobre esto último.
Sobran los voceros que pregonan la paz y la justicia social. Sin embargo, no escatiman las agresiones. Y, sin llegar a la idiotez de banalizar la necesidad de una sociedad justa y pacífica, creo que, como colectivo, debemos poner aparte las diferencias entre aquéllos que siguen al presidente, quienes, como yo, le adversamos, y los que son indiferentes al tema político, y esforzarnos por construir una patria y un mundo mejor.
En uno y otro bando debemos perdonar, de corazón y realmente, las agresiones. Éstas no conducen a nada. Los indiferentes deben asumir una posición más responsable. Sólo así podremos dar el paso necesario: pasar la página y seguir adelante. Sin embargo, la paz empieza con el ejemplo. E insisto, no hablo de la banalización del discurso pacifista. Me refiero a la convicción interior de cada quien sobre lo que queremos como sociedad y actuar, cada uno, dentro sus posibilidades para que es sea realidad. La paz y la justicia social no son un fin. Son un tránsito interminable en el que siempre surgirán obstáculos. Una vez que asumamos eso, podremos sobrellevar la carga que comporta la construcción de una sociedad justa.
No creo que se trate de seguir modelos impuestos, endiosando a seres humanos, cuyo comportamiento resulta por lo menos, dudoso. No se trata tampoco de imponer éste o aquel modelo político, sino de asumir el desarrollo como algo íntimo. El desarrollo nacional vendrá por añadidura. Dudo que sacrificarse, como los ascetas, ayude a hacer de éste un país mejor. Gozar de bienes materiales no ofende a Dios - y por ende, no debe ofender al hombre – si su origen es honesto. Así mismo, carecer de ellos tampoco debería insultar al Señor, si no se debe a la pereza. La verdad es que cada cual es amo de sus decisiones y lo que importa – al Creador, para quienes creemos, y a los hombres, para los ateos – es que esas decisiones sean honestas.
Quiero un país y un mundo mejores. Creo que para lograrlo, no urgen revoluciones y mucho menos, eventos violentos. Anhelo que en efecto, lo logremos como resultado del amor, sincero y desinteresado, y, obviamente, de la decisión responsable y honesta de hacer lo que se desea y poseer lo que se causa.

Contragolpe

Los defensores de Chávez nuevamente nos relatan fábulas. José Vicente Rangel asegura que se está reactivando el proyecto de magnicidio. El propio Chávez ha salido al ruedo y en su show dominical ha “amenazado” a “quienes siguen preparando golpes de Estado” y que “él no es el mismo del 2002”. Incluso, botó una perla más y les advirtió que “cuidado y no llegan a viejos”.
Debió decir, en todo caso, que él no es el mismo de 1992 y del 2002. En las dos oportunidades se asustó. Hoy, dudo que el coraje del cual carece aflore para mantener la calma a la hora de enfrentar un golpe de Estado. Sin embargo, puede estar quieto. Tal vez haya alguno que otro atarantado que desee salir de esto cuanto antes y a cualquier precio. Ésos, creo, son minorías tan torpes como lo es este gobierno.
Al parecer, la oposición no está dispuesta a jugarle el juego a Chávez. Al único que le conviene un golpe de Estado es al propio Chávez. Así le salvarían el cuero a la hora de enfrentar la ira popular venidera. La situación económica es tan desastrosa que deberán adoptarse medidas agrias para paliar lo que resulta previsible cuando se gasta más de lo que se gana.
Impuestos, devaluación de la moneda y liberación de las tasas de interés son sólo las primeras medidas previsibles. El plan socialista de Chávez necesita mucho dinero y ya se lo gastó, comprando besos de putas por aquí y por allá para que le resguarden en la OEA. El muy bruto, además, lo dijo. ¿Qué hará el pueblo cuando le pidan que apriete la correa?
Este gobierno ha despilfarrado 700 mil millones de dólares. Los ingresos recibidos por éste superan con creces los que haya recibido cualquiera antes. Y sus obras son paupérrimas. Un puente de poco más de un kilómetro, más caro que la represa de las Tres Gargantas en China. Un trencito de juguete que según los malhablados, le arrebata la luz a Charallave cada vez que arranca. Y las misiones, punta de lanza del gobierno. Pero éstas empiezan a mostrar sus fallas estructurales, propias del que pretende curar un cáncer con agüita del papelón y emplastos de ruda.
Chávez anhela un golpe de Estado. Quizás no espere que prospere, por aquello de no perder el poder. Pero sí que le dé carta abierta para decretar un estado de excepción y gobernar por decreto, solo. Como él quiere. Así no sólo acaba por controlar e imponer el socialismo, sino que además, burla el cerco que hoy le asfixia: el fin inexorable de su mandato en enero del 2013.
Puede fracasar en su empeño. Claro. Puede que una insurrección – quizá forzada por su afán de provocarla – acabe con su mandato… y, ¿quién sabe si algún atrabiliario, con su vida? Ojalá tal despropósito no ocurra. Y no lo digo porque valore la vida de un hombre al que le importa muy poco la vida de los demás. Lo digo porque rechazo la violencia y porque creo que Chávez debe encarar el fracaso de su gobierno y, una vez que le dé la cara al pueblo, tenga la decencia de renunciar al cargo que tan deficientemente ha ejercido.
Tal vez decida huir. Claro, como último recurso. Puede que confíe en la buena voluntad de los sediciosos, quienes, forzados por sus extravagancias y provocaciones de guapetón de barrio, negocien una rendición. Así transfiere el testigo, caliente como un brasero, a su sucesor. Sin embargo, desde el extranjero, revelará su propia naturaleza y aprovechará el desastre económico que nos ha legado para azuzar la situación doméstica. Entonces, él piense que seguramente podría reeditar una entrada triunfante en Caracas…

Un después

Estoy asustado. Claro, soy un hombre sensato que intuye pesadez en el ambiente. Una pesadez fétida. La conducta oficial es retadora. Tal vez propia del que busca pelea. Chávez y sus conmilitones parecen fieras agazapadas. Aguardan el momento perfecto para dar el zarpazo.
Al caudillo parece importarle poco que dirán las naciones. Quizás crea que las compró con su petrochequera. Tal vez y sea cierto, incluso. Emulando otras veces, se apresta a crear zozobra y violencia. Se juega a Rosalinda. Tranca el dominó porque en esa jugada es hábil. Y tengo razones para creer que le interesa poco la vida de propios y extraños. A estas alturas, seis años después, nadie ha logrado borrar las primeras palabras del general en jefe Lucas Rincón Romero: por los hechos acaecidos en la ciudad capital el día de ayer. Tampoco la consumación de ese fraseo, confesión de parte: la cual aceptó.
Imagino a Chávez urdiendo un enfrentamiento que le permita decretar un estado de excepción. Porque éste luce como el único camino hacia el principal propósito de su malhadada reforma: reelegirse indefinidamente. Por eso regala lo que ni es suyo ni le pertenece. Busca comprar conciencias. Persigue alquilar amistades. Claro, omite que es de tontos creer en besos de puta. Pero por ahora las meretrices le juran amor eterno. Y quizás sea eso lo único que le interesa… por ahora.
Sanciona leyes inconstitucionales y, sobre todo, propias de un dictador. Como aquéllas que se inventó el Tercer Reich para ejecutar “la solución final”, amprados en la teoría positivista del derecho. Amenaza como guapetón de barrio. Ya sabemos que él desea ser el mandamás. Impone decisiones maniqueas destinadas a cercenarle posibilidades a todo aquél que asemeje una sombra de líder. Abusa del poder. Impone candidaturas contranaturales en las regiones y localidades. Confisca bienes… ¿Y qué es todo esto?
Huelo a pólvora. Sé que las masas opositoras intentan evitar caerle en el juego al guapetón de barrio. Pero, ¿es posible a largo plazo? Creo que no. Chávez tiene a las instituciones domadas y comprados una parte importante de los votos en la OEA. Así es aunque suene feo. Ojalá y los líderes opositores superen sus comportamientos básicos y por un momento antepongan un interés superior y común a sus rencillas personales para construir un “después”.

sábado, 6 de septiembre de 2008

¿Hasta cuándo?

Chávez surgió del reducto douglista. Anacrónico entonces. Hoy, una criatura antediluviana. Ignoro si compró esas ideas antes o después de su ingreso a la Academia Militar. Como suele ocurrir con estos personajes, él y el imaginario popular han inventado fábulas. Pero poco importa esto. Él es de todos modos, comprador de esa baratija ideológica vendida por Douglas Bravo desde el Frente Guerrillero José Leonardo Chirino en las sierras de Falcón. Y la verdad me interesa poco o nada si les agradan estas palabras mías. Esa oferta es probadamente infeliz. Sólo siembra pobreza y cosecha violencia.
Basta leer la entrevista que le hiciera Agustín Blanco Muñoz entre 1994 y 1998 para comprender que pese a llamarle socialismo del siglo veintiuno, este tinglado no es más que una versión del mismo comunismo nacionalista camboyano de Pol Pot. Así de simple. Así de horrendo.
Chávez no ingresó a la Academia Militar por una vocación castrense. Ni sus amigos de entonces le creyeron. Y es comprensible. Su personalidad dista de las cualidades propias del líder verdadero. El 4 de febrero de 1992 se escondió en su otrora escuela mientras sus compañeros de armas hacían lo suyo. Se excusó en la falta de comunicación con sus tropas… aunque desde la Planicie hasta Miraflores no hay más que una carrerita apurada. El 27 de noviembre de ese mismo año, en lugar de apoyar el golpe de los oficiales de mayor rango, fracturó el movimiento y con ello, su posibilidad de triunfo. El 11 de abril de 2002, mientras otros daban la vida por él y su proyecto, se escondió detrás del Cardenal Velasco, y al decir de los deslenguados, enjugó sus lágrimas y limpió sus mocos en la sotana del prelado.
No enfrenta las adversidades. Al contrario, huye. Se amilana. Esas no son cualidades marciales.
Una vez adentro, trató de vender su mercancía. Nadie compró su discurso demodé y sus clichés. Lo intentó, claro. Sólo que sus tentativas fueron pueriles. Cuando mucho, zoquetadas de un teniente, dos sargentos y tres soldados trasnochados, como aquel Ejército de Liberación del Pueblo de Venezuela. Quizás le escuchaban sus arengas, por aquello de que el tuerto es rey entre ciegos. Pero ese movimiento sedicioso mal podía crecer más allá de una habladera de pendejadas.
Se unió luego a conspiradores de oficio. William Izarra y la gente de ARMA. Al grupo de Ramón Guillermo Santeliz. Pero éstos conspiraban por otras causas. Injustificables, desde luego, pero ajenas al credo comunista. Tal vez reivindicaciones castrenses o, lo más probable, el mismo militarismo chorrillero de siempre que desgraciadamente despierta de tiempo en tiempo en los cuarteles venezolanos.
Hubo desencuentros, ¿delaciones?, ¿traiciones? La gente de ARMA con los Bolivarianos. Entre éstos, sobre todo Chávez… con Arias Cárdenas. Al extremo de plantearse el asesinato de ambos. Sin embargo, el golpe se dio. Tal vez voceado, al menos en los pasillos de la UCV. Claro, por culpa de Chávez y su afán – entonces – por involucrar civiles. Pero siempre delatados, ¿por René Gimón Álvarez? Chávez afirma eso.
El golpe no prosperó. Tampoco su réplica. Metieron la pata. Dos veces. El primero, porque estuvo mal planificado. Sobre todo las acciones de Caracas, tal vez porque su comandante prestaba más atención al proselitismo que a las clases. El segundo, porque Chávez fracturó el movimiento. En lugar de oficiales uniformados, vimos por la TV a un patán malhablado, vestido con una franelita rosada. Todos acabaron presos, salvo unos pocos que huyeron al Perú.
Chávez se olvidó de sus camaradas. Otros nuevos amigos se pasearon por las celdas de Yare. Domingo Alberto Rangel y sus anacrónicas posturas abstencionistas. Sus amores fueron breves. Más tarde llegarían José Vicente Rangel y don Luis Miquilena. Ellos sí podían llevarlo a la presidencia. ¡Y lo hicieron! Malhaya. Como otras veces, ¿los usó? Puede ser. Atrás quedaban sus amigos, camaradas, obligados, dadas las circunstancias, a unírsele. Como muchos, hoy se le han apartado antiguos compañeros. Le acompañan sólo los desvergonzados.
Carlos Melo, Jorge Olavarría y Luis Miquilena son sólo tres de los otrora camaradas del comandante. Sus verdaderos propósitos han decantado a los que quizás depositaron alguna esperanza en él. ¿Ingenuos? Tal vez. Pero sin lugar a dudas, estafados. Y eso es Chávez. Un gran estafador. Claro, buen mentor le enseñó las artes de la engañifa y el embeleco. Su moribundo amigo antillano.
Chávez siempre ha jugado su propio juego. Los demás han sido – y serán – monigotes de su tinglado.
Por eso, después de su triunfo, arengó mentiras en las puertas del Ateneo de Caracas. Clamaba por la unidad nacional. Su popularidad se disparó. Juró sembrar la armonía y la paz en Venezuela. Una vez asumió su cargo, sin embargo, fracturó al país en dos bloques: los que estaban con él y, por argumento en contrario, los que estaban contra él. Vinieron los sucesos del 11 de abril. Se acobardó. Renunció. Reconoció su responsabilidad en la masacre del Silencio… ¿O no? ¿Acaso el general en jefe Lucas Rincón Romero no dijo que por los hechos acaecidos en la ciudad de Caracas esa tarde se le solicitó al presidente su renuncia y que él había aceptado? ¿Entonces?
Perdió el poder. Pero, por suerte para él y desgracia de nosotros, Raúl Baduel lo trajo de vuelta. Hoy, este general trisoleado jura enemistad hacia Chávez pero por algún conjuro, nadie le cree.
Aterrorizado, Chávez prometió, de nuevo, paz y amor. Pero vimos donde acabaron sus promesas… 25 mil personas despedidas, millones más segregadas por una lista inmunda que uno de sus acólitos (sumado ahora a la lista de nuevos enemigos) creó para acusar a quienes pedíamos un referendo para revocarle un mandato al que renunció el 12 de abril… Mejor dejamos de contar.

martes, 2 de septiembre de 2008

La salsa del pavo…

No soy amigo del refranero, pero reconozco que en éste hay implícita una sabiduría ancestral. Y ésta bien dice que la salsa del pavo es también buena para la pava. Pero los refranes expresan la sabiduría que emana de la gente llana (me resisto a decir que pueblo es sólo la parte de la población de menores recursos) y esa gente no está ideologizada. Por eso, en el caso de Chávez y sus acólitos, la salsa que bien sirve para unos (nosotros), obviamente no es útil para otros (ellos).
Hoy Patricia Poleo dedica parte de su columna a la cólera del jefe porque se meten con su hija (de la cual sólo se dijo que era preparada para sucederle, lo que no luce ofensivo salvo que existan oscuras intenciones de quien se siente ofendido) mientras Mario Silva y otras cloacas del régimen celebran la murete del hijo de Leopoldo Castillo, por ejemplo.
¿Acaso Leopoldo Castillo no merece el mismo respeto ante algo tan desgarrador como la muerte de un hijo? O, ¿no les conmueve el dolor de Mohamed Merhi? O… ¿será que la vida del bedel de VTV, asesinado a mansalva por las tropas de Jesse Chacón durante el 27 de noviembre, importa un rábano?
No traje ese caso, deleznable, por casualidad. El ministro Izarra ha dicho sin pudor alguno que en este país no hay presos políticos sino reos de delito por el golpe de Estado del 11 de abril. Cito, nuevamente, al refranero popular: por la boca muere el pez.
Si mal no recuerdo, el TSJ, éste TSJ, dictaminó que el 11 de abril no hubo un golpe de Estado. Recuérdese la manifestación oficialista de rigor, liderada por Juan Barreto, cuya figura no puede ocultarse bajo chamarras y capuchas propias de los ñángraras ucevistas (de décadas pasadas). Si no hubo el acto sedicioso, ¿cómo puede haber reos por un delito que no se perpetró? Lo digo de un modo llano: si no hay asesinado, no puede haber asesinato y por lo tanto, tampoco asesino, ¿no? Sin embargo, el jefe de este tinglado triste e infeliz sí cometió ese delito, el de sedición y, como resultado de éste, también el de asesinato. ¿O no? ¿O los 15 muertos que hubo por la toma de VTV no cuentan?
Digamos que a ellos se les sobreseyó la causa (por amenazas militares que en vez de hacer su trabajo, están husmeando en los asuntos civiles). Y que sobre ellos sólo gravita la sanción moral que deberíamos haberles impuesto en su momento… o lo que es lo mismo, haberse abstenido de votar por Chávez y su oferta engañosa.
Pero, a los fines de este artículo, el asunto, visto desde la óptica del gobierno (régimen), funciona así: la salsa del pavo es buena sólo para éste y para la pava será aquélla que el “líder” decida.
Chávez es un ignorante dogmatizado. Lamento tener que ser tan diáfano pero a la edad de nosotros, las sutilezas son excusables. Su visión del mundo pasa primero por el cristal de su anacronismo (sin mencionar la estrechez de su formación académica). Su idea de la realidad se basa en que él es amo de la verdad y, fuera de ésta, todo lo demás es falso. La sinrazón por la que se empeñó tanta majadería para cambiarle el nombre al república estriba precisamente en esto. Chávez es el oráculo del bolivarianismo y lo que él diga que es, es. Así de simple. Aunque sea una idiotez mayúscula (huelga decir que normalmente lo es).
Su alzamiento, injustificado (y prueba de ello es que luego accedió al poder por medios democráticos que quienes hoy son objeto de su ira respetaron cabalmente), fue bueno y, de tiempo en tiempo, no deja de ensalzarlo durante sus arengas. En cambio, uno contra él es sinónimo de traición al pueblo. Claro, porque su idea ególatra de la realidad le hace confundir al pueblo (o sea todos, aun los ricos y poderosos y todos los que le son adversos) consigo mismo.
Por eso su hija es más importante que los hijos muertos, asesinados por la violencia de su discurso. Como lo fue Keyla Guerra en la Plaza Francia de Altamira. Por eso, los muertos de VTV durante la toma el 27 de noviembre de 1992 son excusables… Pero marchar con pitos y banderas, pidiendo dentro del marco legal la renuncia del presidente es un hecho imperdonable. O acudir a la plaza Francia de Altamira a saludar unos militares que actuaban pacíficamente fue motivo de ejecución sumaria. Jesse Chacón rogó por la presencia de un fiscal del Ministerio Público en las instalaciones de VTV, para entregarse el 27 de noviembre (y en efecto, su captura se hizo conforme al procedimiento), pero el 11 de abril por la tarde, Chávez ordenó activar el Plan Ávila contra una muchedumbre indefensa. Chacón (y los demás responsables de las muertes en VTV) pagó un par de años en Yare. Sin embargo, 25 mil familias fueron echadas de sus casas y los niños de sus colegios por una maniobra política que, según el propio presidente, fue pensada con antelación con un objetivo político.
Claro, todo lo que Chávez haga es correcto. Él es el líder infalible. Todo lo que la oposición haga es delito (porque somos una banda apátrida que preferimos ser maltratados y dar la lucha que irnos a cobrar el supuesto cheque que la CIA paga a no sé cuantos). Desde luego, sus amistades (de Chávez) van reduciéndose a Mugabe, Evo, Correa y alguno que otro pichón de dictador que la pusilanimidad mundial ha permitido florecer.
No crea usted que la salsa que guarnece al pavo opositor es la misma que ensalza a la pava gobiernera…

Del contrato del mandato…

El vocablo mandatario, del que procede el término “primer mandatario”, pertenece al léxico jurídico. Refiere al que obra por cuenta y en nombre de otro. Basta una lectura fugaz sobre el concepto de ese contrato para comprender que el “mandatario” no es jefe. No manda. Éste obra por cuenta y en nombre de otro que le manda (el mandante). El jefe del Estado y del gobierno venezolanos no es un mandamás (al menos, constitucionalmente). Es un mandatario del pueblo. Ése y no otro es el que manda. Chávez debe en consecuencia obedecerle, aunque no le guste como pensamos y aunque crea que merecemos lo peor.
Pueblo, no obstante, somos todos. No sólo aquéllos que confiaron su voto en el actual presidente. Aunque al caudillo le cause cólicos, yo y toda la oposición también somos pueblo. Ergo, parte de sus mandantes. Y de antemano lo digo, yo no me siento representado por el presidente. Creo además que la mayoría siente lo mismo. El 2 de diciembre pasado, el pueblo fue diáfano acerca de este tema. ¿O no?
Hugo Chávez cree que ser presidente equivale a ser el mandamás de un matacán. Cree que Venezuela es un cuartel y los venezolanos, un montón de soldados rasos, obligados a obedecerle sus majaderías. Muy a su pesar, así no son las cosas y su militarismo me importa un bledo. Soy civil y por lo tanto, no me subordino ante ningún sargento.
El presidente está obligado por la ley a cumplir un mandato popular que, dicho sea de paso, es por tiempo limitado. El presidente no manda, ¡obedece! Al pueblo y a la ley. Aquél ya le dijo que su propuesta socialista de diciembre no va. Y no va. Fin de la discusión. Si no le gusta la decisión del jefe, pues es libre de renunciar al cargo. De hecho, de haber tenido dignidad y compromiso verdadero, el 3 de diciembre hubiese renunciado, como lo hizo Vicente de Emparan aquel Jueves Santo.

¡Basta de ofensas!

Chávez amenazó con otra Ley Habilitante para meternos 26 leyes más y que dejemos de ser ridículos. En primer lugar, debo recordarle al señor Chávez que mientras ejerza el cargo, yo también soy su jefe. Puede que me considere un apátrida (aunque yo no les he regalado el país a los Castro, a Evo Morales, a los esposos Kirchner y cuánto adulón se le acerca para sacarle nuestro dinero), que me tilde de pitiyanqui (aunque él es quien insulta a diario al “Imperio” pero puede hacer las barbaridades que hace gracias a la factura petrolera gringa que ronda el 80% de la producción), que me considere incluso, un traidor (que no lo soy, porque sigo dando la lucha en ésta y por esta tierra). Pero yo soy un ciudadano y él se debe a personas como yo, opositoras, que demandan del presidente una actitud responsable. Y aunque así lo desee, no puede borrarme. Por eso, ¡ridícula su pretensión de imponer un modelo rechazado por el 80% de los venezolanos! ¡Ridículo su afán por quedarse en el poder a perpetuidad!
Basta de ofensas. Chávez usa una vieja conseja de Hollywood: Que la gente hable, aunque sea mal… pero que hablen. No le demos el gusto. Seamos serios y constriñamos al presidente a hacer su trabajo. El trabajo por el cual le pagamos su sueldo. Porque así es. Él no es mi jefe. Yo lo soy suyo. Él es el primer SERVIDOR PÚBLICO. Y como tal se debe a sus funciones. El país ya fue bastante claro. El 2 de diciembre pasado el electorado le negó su reforma y, pese a que la calificó de excremento, nuestra victoria logró su cometido: contener las barbaridades planteadas en la reforma (aunque Carlos Escarrá se afane por decir que eso era “bueno”). A diferencia de él y sus acólitos, la oposición no apostaba por su popularidad. Apostaba por lo que era mejor para el país. O, incluso más, por lo que quiere como país. Y ciertamente, no se parece a lo que Chávez quiere. En otro país, el “líder” habría dimitido al cargo, siguiendo el ejemplo de Vicente de Emparan… ¿no?
Cada lunes, el país amanece conmocionado. Un hombre que no está sano mentalmente vocifera cuanta idea descabellada se le antoja mientras alivia alguno que otro cólico (¿quizás por eso que alguna vez supe: meterse unos frijoles con frescolita a las dos de la mañana?). ¿Tal desatino de hombre puede gobernar un país? (y no lo digo por sus hábitos alimenticios, mientras tenga el decoro de guardarse los temas escatológicos). Por Dios, dejemos de lado tanta frivolidad y veamos la gravedad del problema: Venezuela se nos va por el caño y de ser una de las naciones más prósperas, va camino de cubanizarse. Y ello, aunque les duela a muchos, equivale a decir que en el futuro inmediato, nos habremos prostituido para sobrevivir. De eso se trata esta lucha incansable. De salvar a Venezuela del desbarrancadero por el cual nos pretende arrojar este espécimen anacrónico que desgraciadamente ocupa la casona de la esquina de Bolero.

Así actúan los cobardes

Los expertos aseguran que la economía venezolana está muy mal. La escasez de productos básicos no puede ocultarse y la tensión sobre la moneda nueva es tal que ya ha perdido 15%. La balanza de pagos es negativa. El Banco Central de Venezuela está técnicamente quebrado… y paremos de contar. Se cree que el año venidero, la crisis será semejante a la de 1989.
Sin embargo, Chávez no inaugura un gobierno, como sí Pérez entonces, ni el barril se encuentra por debajo de los 10 dólares. Al contrario, Chávez lleva dos períodos de los anteriores y el barril supera con creces lo presupuestado por el gobierno. La gente ha de preguntarse pues, ¿qué pasó? La razón es muy simple, Chávez arruinó al país.
Él lo sabe. Está al tanto de las medidas impopulares que deberá adoptar en enero próximo, con o sin gobernadores compinches. O acepta adoptar un paquete – al estilo Miguelito Rodríguez – o enfrenta el estallido del colapso de la economía. Vaya paradoja.
Nadie ignora la falta de coraje del comandante, que en dos oportunidades, que sepamos, se ha acobardado. Por eso, respondiendo a su talante poco corajudo, creo que prefiere ser víctima de un golpe de Estado que decirle al país que la nación está en bancarrota a pesar de que el precio del barril se ha mantenido exorbitantemente caro.
¿Cómo le explica al país que las arcas están exhaustas? Si nos han dicho que todo está boyante. ¿Cómo le pide (más) sacrificios al pueblo si ha regalado lo que no es suyo? Tiene miedo, desde luego, a ese monstruo enfurecido, una vez que se corra el velo. Prefiere por ello, que otro asuma esa responsabilidad mientras él espera quieto detrás de las talanqueras, a ver si él sale y se lleva los laureles ajenos.
Chávez no es valiente. Como el empleado mediocre que esconde el error y corre la arruga a ver si “algo” le salva el pellejo, prefiere perder el poder “por ahora” que enfrentar la ira del pueblo. Así actúan los cobardes.

martes, 26 de agosto de 2008

La fiesta del Ateneo

Caracas estalló. Una embriaguez colectiva empujaba incrédulos hasta los alrededores del Ateneo. La noche prometía fiestas callejeras. Aunque una buena parte de la ciudadanía comenzaba a inquietarse. Como muchos estafadores, ése que ayer se alzaba en armas contra un Estado democrático, arengaba promesas de paz y armonía y de respeto por los valores democráticos. Muchos le creyeron. ¿Por qué no? Habían confiado en ese mesías todas sus apuestas.
Quizás como ocurre con otros eventos históricos, éste determinó un giro en el proceso político venezolano, uno ciertamente infausto.
Una masa ignorante, aupada por un charanguero de ideas trasnochadas, le aupó en su lucha desenfrenada por adueñarse de las instituciones y, por qué negarlo, del país. Ofreció una constituyente y, pese a la ilegalidad de su origen político, todos la avalaron. Creyeron que de ese modo, calmarían la inquietud despertada desde los sucesos del Caracazo. Grave error. Ése fue el primero de sus pasos hacia el absolutismo.
Este caudillo voraz surgió de las últimas trincheras de la izquierda revolucionaria de los ’60, todavía enquistada en la UCV y otras universidades nacionales. Después de la decisión del VII Pleno del Comité Central del PCV, reunido en abril de 1967, de replegar las guerrillas y acogerse a la ley, los grupos revolucionarios fueron fragmentándose cada vez más hasta reducirse a grupúsculos. Quizás el líder más conspicuo de esta horda anacrónica y terca fue Douglas Bravo. Expulsado del PCV en mayo de 1966, asumió el liderazgo del Frente Guerrillero José Leonardo Chirino y, una vez pacificadas las guerrillas, el reducto paupérrimo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional.
Douglas Bravo se reunió a mediados de 1957 con Eloy Torres, Teodoro Petkoff y el coronel Rafael Arráez Morles para crear un frente comunista dentro de las Fuerzas Armadas con el objeto de tomar el poder. Entonces gobernaba el general Pérez Jiménez y todas las fuerzas políticas conspiraban para deponerlo. El PCV iba tarde a las reuniones con los jefes militares. A principios de los ’70, con las guerrillas política y militarmente derrotadas, Bravo retoma la idea del ’57, a pesar de la continua e insistente negativa nacional de aceptar el socialismo como modelo político.
De ahí surgió Chávez. Su hermano Adán era militante del douglismo en la ULA. A través suyo, Hugo Chávez y Douglas Bravo conversan. Sin embargo, para este momento, aquél ya se ha enrolado en el ejército, inspirado por una vocación inconfesable, aunque su mercadería ideológica haya carecido de acogida entre los compañeros de arma. Quienes se unieron a las distintas logias sediciosas dentro de las FAN después de los ’70 respondían más al militarismo latente en la política nacional que a convicciones socialistas.
Conspiró durante, ¿10 años?, y perpetró el golpe de Estado. Fracasó. Al decir de muchos, por su incompetencia castrense. Según sus propias palabras, porque fueron delatados tempranamente.
Pagó una condena corta para la gravedad de su felonía. Estando preso en Yare olvidó a sus viejos camaradas y de ser el fracasado, pasó a ser el dueño del circo. Ése al que asistieron personajes olvidados de la izquierda y, por qué voy a negarlo, uno que otro resentido, gente enemistada por variopintas causas con los partidos del estatus. Antiguos de estos personajes le relacionaron con ideólogos del extranjero, como el fallecido neofascista Norberto Ceresole, y con el caudillo de la izquierda radical mundial: Fidel Alejandro Castro Rus. Ése al que llama padre y que pretende imponernos.
Aquel festín del Ateneo es hoy, una desgracia nacional. A pesar de más de 40 años de contundente negativa al socialismo, Chávez propugna que este país va hacia el socialismo, opóngase quien se oponga. Y da la casualidad que es la nación – o un 80%, para ser más preciso – la que se opone. A mi juicio, uno u otro está de más. Creo que definir cuál es una obviedad.
¿Qué parte del mensaje del 2 de diciembre pasado no entendió?
Vocea sin pudor que la gente votó por él y que su proyecto de gobierno era el socialismo, como excusa inaceptable para imponernos su socialismo de mierda (si, de mierda). Intuyo quien está detrás de un argumento jurídico tan pobre pero lo que realmente importa es que la consulta popular de diciembre no dejó lugar a dudas. Cualquier argumento distinto es sólo estirar la liga. Me pregunto entonces, ¿quién traiciona a quién? ¿Quién es el sedicioso? Mal puede serlo una oposición que le exige respeto por las leyes, la institucionalidad y la civilidad republicana hasta que culmine su mandato. Son él y sus acólitos con su pretendida reforma socialista quienes están al margen de la legalidad.
No acusen al pueblo por defender la constitución (aunque sea un bodrio sin precedentes) y sus creencias y valores tradicionales. Es él quien se opone a la ley, la viola y se transforma pues en reo de delito por un nuevo golpe de Estado, perpetrado esta vez en forma gradual.
El país enfrenta además, problemas económicos muy graves que van a conducir al pueblo a la exasperación. Y eso puede ocurrir pronto. La generosidad irresponsable del comandante ha puesto las finanzas públicas en una posición más que delicada. Es, simplemente, catastrófica. Y no apelo a este vocablo con ligereza ni irresponsabilidad. Repito lo que conocedores del tema vienen alertando. A pesar de la bonanza petrolera de los últimos años, Hugo Chávez ha gastado más de lo que ganamos. La nación está en bancarrota. Chávez la quebró. Por eso, la gente puede arrebatarse y rebelarse violenta y espontáneamente en su contra.
Caracas puede estallar. Pero esta vez puede que la fiesta no sea alegre y esperanzada en las afueras del Ateneo. Seguramente será cruenta. En lugar de pitos y banderas, habrá tiros y gritos. Mucho dolor. Obviamente nadie desea tal tragedia. Pero, ¿bastan las buenas intenciones para impedirlo? Ciertamente creo que no.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

viernes, 22 de agosto de 2008

Construyendo una nación II

Sin que se me acuse de sedicioso (porque la palabra golpista no existe y en su lugar, el castellano nos ofrece éste y otros vocablos), debo decir que se puede hablar con propiedad de una salida de Chávez. Hasta hoy, el actual mandatario puede perder su cualidad o bien en el 2010 mediante un referendo revocatorio o en enero del 2013, aunque a Chávez le incomode y le cause escozor ese hecho. Quienes nos oponemos a su pretendida socialización del país, construyendo un Estado socialista (que difiere esencialmente de un gobierno socialista), debemos prepararnos para ese momento feliz cuando el último perpetrador de un golpe de Estado abandone la casona de la esquina de Bolero. Si no, una versión 2.0 de Chávez podría repetir en el corto plazo.
El primer paso a seguir, según mi opinión humilde, sería realizar el apostolado necesario no en el rebaño de los creyentes, como diría el Cristo Redentor, sino entre aquéllos que aun sin haber sido invitados al convite, acepten la llamada. A mi no deben convencerme sino a quienes se encuentran apáticos y a quienes aún le creen las monsergas al tirano (porque lo es) que rige a Venezuela. No se trata de imponer. Se trata de convencer con la prédica (que suma la palabra y el ejemplo), como hicieran los apóstoles del Señor hace dos mil años.
La prédica debe conducir a la educación y no al adoctrinamiento. Cristo no quiso entre sus seguidores gente que no hubiese escogido libremente Su verbo como fe. Claro, fácil no es. Por el contrario, es difícil y sacrificado. He ahí su valor. A diferencia de Chávez, que usa la fuerza y la engañifa para convencer, como todos los estafadores (y sobre todo su mentor, maestro en las artes del engaño y la trampa), nosotros debemos predicar la democracia que deseamos y esa tarea empieza en la intimidad de la vida cotidiana. Desde ahí se fortalece cada día más hasta transformar la prédica en una conducta habitual.
Sobre ese sustrato bien informado y con unos rudimentos mínimos suficientes para juzgar con inteligencia al liderazgo, escoger aquél que mejor le represente y teniendo en cuenta que otros, muchos o pocos, discreparán. Con ellos, el mayor respeto, sin importar cuántos sean.
Ese liderazgo debe además explicar cómo generar lo que muchos anhelamos y que en definitiva constituye la razón de ser del Estado y del gobierno (que no son lo mismo): una calidad de vida aceptable. El discurso izquierdista de matar canallas con el cañón de futuro o de sufrir las mil y una vicisitudes para un utópico mundo mejor “algún día” resulta a mi juicio una zoquetada. Sólo los necios creen semejante idiotez. Por eso, como Servan-Schreiber lo dijo en la década de los ’60, la derecha ha sabido servirse mejor de las buenas ideas que la izquierda no ha sabido poner en práctica. Las ideologías están al servicio del hombre y no éste al servicio de las ideologías.
Hay que plantear al país dos grandes programas: a) la reconstrucción institucional del país y b) un plan de reconstrucción nacional. Puedo tener algunas ideas pero a diferencia del comandante Chávez, no sé de todo (más bien de poco) y reconozco que el concurso de una variedad de profesionales es imprescindible.
Invito pues a que se unan en esta causa que en honor a mi nombre persigue mantener en la medida de lo posible la humildad franciscana. Sin imposiciones ni jefaturas. Sólo grupos de trabajo que deseen aportar ideas y entre todos ofrecer una alternativa de país.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281Abogado/escritor

Construyendo una nación

¿Qué país queremos? Vale más saber qué haremos después que preocuparnos cuándo habrá de caer ése que hoy usurpa la voluntad popular desde su curul en Miraflores. Su salida del poder, y no estoy incitando a nada ilegal, sucederá. Hoy o mañana. Seguramente porque sus propios seguidores, y no me refiero sólo a sus acólitos, sino esa gran masa desesperanzada que alguna vez le creyó. Sobre todo ellos.
Sin embargo, salir de Chávez (y su gobierno) no supone una mejoría por sí misma y bien podría convertirse en un desaguisado de oportunistas por el poder. Algo así ya ocurrió y determinó el regreso al poder de un hombre que no sólo había renunciado, sino que además, había aceptado su responsabilidad en los hechos del Silencio. Quién no me crea remítase a las palabras dichas por el general en jefe Lucas Rincón Romero la madrugada del 12 de abril de 2002 y preste atención.
El éxito genuino del 23 de enero de 1958 fue la existencia de un plan para después de la caída del dictador. Ciertamente se cometieron infinidad de errores durante el período democrático (y lo cito así porque éste sencillamente no lo es), pero no se puede dudar de los logros alcanzados en materia política durante ese período. A pesar de las pendejadas que Chávez (un lego en la materia constitucional) pueda decir respecto de la Constitución de 1961, ésta ha sido la mejor de todas las que han sido redactadas en este país desde 1811. Así lo reconocen juristas internos y profesores de derecho constitucional de universidades prestigiosas del extranjero (no precisamente cubanas, iraníes o chinas, donde los derechos humanos valen una calabaza).
La constitución de 1961 se logró porque entonces había voluntad política y seriedad para construir un orden democrático perfectible. Hoy, entre la ignorancia de tantos sobre estos temas, la apatía general del pueblo y la idiotez y el afán de unos cuantos por satisfacer sus propios egos vendieron aquélla como “mala” y ésta como “buena”. Créanme que la Constitución de 1999 es un genuino bodrio. Desde su técnica legislativa (pésima) hasta las graves carencias en cuanto a principios del derecho constitucional (sobre todo en lo que concierne a la razón de ser de una constitución) merecen las críticas de aquéllos reconocidamente sapientes en la materia constitucional.
Esa voluntad que entre 1957 y 1961 construyó una nación democrática falta hoy en el liderazgo emergente. Caben críticas a los líderes que edificaron la democracia representativa pero su voluntad de erigir una nación más allá de sus personas mal puede dudarse. Quizás sí erraron y algunos de ellos, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, pecaron gravemente con sus vueltas a la otrora casona de misia Jacinta Crespo. Sin embargo, las instituciones funcionaron y en medio de desaciertos, ciertamente muchos, se logró más que instituciones, la institucionalidad que aseguró a Chávez su triunfo en 1998.
Me resulta necio escuchar acerca de la unidad. No porque ésta no sea necesaria. Claro que lo es. Sin embargo, esa “unidad” que le venden a los ciudadanos y que, de paso, éstos desean comprar, es impensable. Con toda la voluntad empeñada en 1958, la unidad no se consiguió y por ello, se suscribió el Pacto de Puntofijo. No había consenso sobre un candidato unitario porque en efecto, Betancourt, Larrazábal y Caldera querían ser presidentes. Se impuso la razón y ganase quien ganase, se respetarían unas bases mínimas de civilidad democrática. Esas bases permitieron que el fiscal general de la República enjuiciara al presidente, casi 40 años después de la suscripción del Pacto de Puntofijo. De eso se trata. Olvidémonos de los sueños.
Reeditemos pues ese acuerdo. Como éste fue en su momento una reedición del Plan de Barranquilla. Claro, asumamos responsablemente los errores y sin enfrascarnos en una diatriba vengadora en contra de todo mundo, reconozcamos las fallas y los aciertos de aquella época y los que haya de ésta. Creo que la idea no es demostrar quien tenía la razón y mucho menos imponer un criterio. Se trata de construir una nación.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281
Abogado/escritor.

jueves, 21 de agosto de 2008

La mediocridad intelectual

La diputada y presidenta de la Asamblea Nacional, Cilia Flores, aseguró que los temas incorporados en la malhadada reforma constitucional pueden ser objeto de leyes. En principio, sí. En principio.
El presidente pudo cercenar la posibilidad de mejoras sociales al empeñar un esfuerzo para hacer las normas constitucionales reglas caramente normativas y, lo más importante, esconder su interés visceral por repetir ilimitadamente en la presidencia del país. ¿Por qué digo esto? La Constitución es muy clara al respecto y los asuntos tratados en una reforma rechazada no podrán ser objeto de nuevas reformas en ese mismo período. No niego que algunas normas contenidas en la pretendida reforma pudieran ser beneficiosas, pero aprobarlas mediante leyes con posterioridad al rechazo de la reforma sería fraude a la ley.
¿Por qué? Muy simple. Viola la jerarquía de normas. Aprobar por medio de leyes aspectos incluidos en una reforma constitucional rechazada supone una clara violación a la norma constitucional que expresamente lo prohíbe. El valor tutelado es superior a los beneficios que se pretende ofrecer al colectivo, a pesar de que, en efecto, esos temas jamás debieron ser parte de una reforma constitucional. La Constitución vigente ya incluyó muchos temas que debieron ser objeto de leyes y no de normas constitucionales.
Otro aspecto que olvida la diputada Cilia Flores es que hay materias que si bien pueden ser objeto de normas legales, su contenido puede violar principios consagrados constitucionalmente, como ocurre con las veintiséis leyes aprobadas por el Ejecutivo, que desvirtúan el régimen democrático constitucional vigente en Venezuela por otro, en este caso, comunista.
Otra vez se viola – porque ahora sí se consumó la violación constitucional y de la tradición política-jurídica venezolana – el texto fundamental que define antes que ese caudal innecesario de artículos caramente normativos, aspectos esenciales a las formas del Estado, como su carácter democrático, la alternabilidad de los poderes públicos, la libertad en todas sus dimensiones, incluyendo las económicas, y en general todas las instituciones que definen en teoría a Venezuela como un Estado democrático.
De esto se trata el Estado de derecho. Y por lo visto, en los últimos meses se han visto mermado, al extremo de ser hoy, un mero saludo a la bandera para que afuera se sientan menos incómodos al recibir el dinero de un gobierno que ya no muestra pudor por enseñar su talante autocrático.

martes, 19 de agosto de 2008

No son juegos

Leo, con estupor, que un asesor de la Procuraduría General de la República – ésa que en otros días fue escuela - ha dicho que la extensión del mandato presidencial es posible. No voy a discutir temas jurídicos con el abogado Julio César Arias. Ni tengo el ánimo ni la paciencia para argumentar con quien desvirtúa la ley, por razones oscuras o simple ignorancia. Además, esto no es un asunto de abogados y normas. Nada de lo que ocurre en este país es un tema jurídico. Hace rato que dejó de serlo. Todo lo que ocurre es voluntad del líder, quien transgrede caprichosamente el ordenamiento jurídico y los principios fundamentales de la ciencia que hizo honorable a la República Romana. Esto es muy grave.
Chávez ha demostrado en estos últimos meses que él es quien manda y que se hace lo que a él le venga en ganas. Su amenaza del sábado, propia del que desprecia toda ley, toda norma y todo principio ético, es un hecho.
El comandante, que todo lo entiende desde su óptica militar, se ha pasado todas las instituciones políticas por el forro de sus bolas. Así de simple. Así de soez. Su encono por la derrota del 2 de diciembre pasado, manifestada días después con un lenguaje más sucio, puso en evidencia su más preclaro terror: la pérdida del poder en enero de 2013. A partir de enero de este año, inició la concreción de otro “por ahora”, mientras nos deleitábamos con el dulce de lechosa que en suerte – o gracias a Isaías Baduel e Ismael García – nos comimos para Navidades. Quizás le amargamos sus fiestas. Pero es bueno saber, o estar claro, que él no juega y nos va a cobrar su ira más allá de rebajarnos el cupo de CADIVI o de hacerlo accesible a sólo un escueto 20% de los ciudadanos. Nos va a robar la democracia. Y es probable que ya sea muy tarde… es probable que ya esté consumada su felonía.
No vale la pena detallar las barbaridades jurídicas de las 26 leyes aprobadas de modo artero, propio de los judas y los timadores. No vale la pena argumentar un dossier interminable deplorando normas que no sólo carecen de sentido, sino además del más mínimo decoro. Y no merece ni el tiempo ni los argumentos porque no voy a molestarme en explicar conceptos jurídicos y muchos menos perder mi tiempo discutiendo un tema que no es legal. Ésas leyes persiguen fines políticos inconfesables. Esas leyes y la casual intervención del asesor de marras son la prueba preclara de que este régimen se quitó la careta… el disfraz de cordero. Ahora que cuenta con un momento mejor, adelanta su proceso. ¡Claro! Hoy, porque ayer se hizo en los pantalones. Dos veces. Sea virtual – como lo creo yo – o literal.
Poco importa sin embargo si el caudillo es corajudo o cobarde. Cubre con astucia estas debilidades. Y por eso nos ultraja incluso sin que nosotros mismos nos percatemos de ello. No voy a aburrirlos con el cuento del sapo hervido. Sobre todo porque ya no nos sirve lloriquear. Mientras nos ufanábamos del triunfo democrático del 2 de diciembre de 2007, creyendo no sé qué, Chávez y sus felones se preparaban para un plan contingente que sin dudas ya tenía listo antes del referendo. ¡Ya estamos hervidos! El juego – que no es tal – luce muy rudo y requiere de nosotros coraje, entereza e inteligencia. Nuestro oponente, a diferencia de nosotros, no es democrático. Hugo Chávez persigue un Estado socialista que es radicalmente distinto a un gobierno socialista. Y no sirve para nada esconder la cabeza como los avestruces.
La Constitución de 1961 – ciertamente superior al bodrio de 1999 – no fue hecha a la medida de un majadero. Se hizo pensando en la institucionalización de un modelo democrático a pesar de las naturales diferencias ideológicas de cada una de las fuerzas políticas de entonces (incluyendo al PCV y la escisión guevarista de AD, reunida en el MIR). De hecho, su expulsión del Congreso en mayo de 1962 se debió precisamente a que sus propósitos no eran democráticos. Basta ver que ellos participaron en los golpes de Estado de mayo y junio de 1962 y, luego del fracaso del llamamiento a la abstención en las elecciones de 1963, en la lucha prolongada de guerrillas en las áreas rurales del país.
Chávez surgió del reducto depauperado de las guerrillas comunistas de los años ’60. Y de eso se trata todo esto. De imponer un Estado comunista. A pesar de un rechazo contundente durante más de 40 años. Por eso, él es el artero. Él es quien juega sucio y nos traiciona. Es él quien actúa como el Iscariote. Por eso, este tinglado tiene que acabar y cuanto antes, mejor. Sin embargo, descocarnos y echarnos a la calle a guarimbear será cuando mucho, volver a actuar reactivamente. Porque no dudo que este tirano desee provocarnos para crear un caos y de ese modo decretar un estado de excepción indefinido y, entonces, imponer su modelo y, en caso de que su pretendida reforma para prolongar su mandato fracase, perpetuarse en el poder con la excusa del estado de excepción. Cuenta con instituciones lo suficientemente sumisas para que aplaudan sus delirios. Y nosotros… en fin.
Hay que actuar inteligentemente. Proactivamente. Somos nosotros quienes nos hemos de ocupar en contener a Chávez. Estoy seguro que actuará torpemente porque él no puede siquiera arriesgarse a competir en las elecciones del 2012. No puedo permitir que se repita el fenómeno Mugabe. Y como este déspota africano, otrora ejemplo de la civilidad democrática deseada en el Continente Negro, arremeterá contra toda sombra y todo vestigio de oposición efectiva. O, dicho en términos que él pueda entender, otro líder carismático. Nosotros, en cambio, debemos construir una sociedad viable después que este circo acabe. Porque todas las dictaduras caen. Unas antes que otras. Pero todas caen. Puede que Chávez piense lo mismo que Luis XIV: après moïs, le déluge. Entonces actuemos para impedirlo.

domingo, 17 de agosto de 2008

La cadena contra Chávez

Entre esas muchas cadenas, que antes mandaban con una monedita y hoy a través del Internet, recibí una que enumera muy metódicamente las razones por las que su autora (Rosilú Crespo) agradece a Chávez. Ella le agradece sus enseñanzas. Pero no crea que ella lo hace en términos panegiristas, propio de sus adláteres. Al contrario, critica su pésimo gobierno, aunque lo hace, como es debido, bondadosamente.
Y de todos los aprendizajes que el pichón de caudillo le ha ofrecido por medio de una gestión deplorable, una de las que más me interesó fue el desinterés que nuestras generaciones, las nacidas después del 23 de Enero de 1958, sienten por los temas políticos y la importancia capital que reviste la idoneidad para el cargo de aquéllos que gobiernan. Y yo me atrevo a decir, que si antes se alabó la escogencia de profesionales de primera para dirigir PDVSA, por qué nosotros, los responsables de elegir a los gobernantes, escogimos tan mal a los dirigentes de una empresa más importante: Venezuela.
No podemos, claro, caer en la simpleza de escoger buenos gerentes. Por eso, quizás, hoy tenemos un liderazgo pusilánime, carente de la misión propia de un político. Se requiere, hoy más que nunca, de líderes políticos de peso, con valentía y coraje para servir, en primer lugar, como muro de contención y, luego, como contrapeso, para impedir que el teniente coronel, alzado en armas y académicamente muy mal preparado, imponga su trasnochada visión de país, basada en rudimentos de la doctrina comunista y un potente contenido de odio y resentimientos, manifestado en un populismo torpe.
Antes, cuando los militares se robaron el poder, hubo hombres que dieron la talla y, pese a sus diferentes pensamientos, construyeron una nación que en efecto, podía ser mejorada pero que, esencialmente, era mucho mejor que ésta que hoy padecemos. Ayer salieron al paso hombres de la talla de Rómulo Betancourt, líder de un partido al que jamás le he guardado simpatías (así como tampoco a él), o incluso, Rafael Caldera (antes de arrojar su propio partido y su liderazgo por el caño, aprovechando la contingencia de los últimos golpes de Estado en este país: el del 4 de febrero de 1992 y su réplica del 27 de noviembre de ese mismo año). Y eso para citar sólo a dos.
Quizás sí los haya hoy. Ahí se encuentran Teodoro Petkoff, a mi juicio, el único capaz de asumir la conducción de este país una vez que este circo se desmorone. Está también Pompeyo Márquez, como reserva intelectual. Igualmente surgen voces de los antiguos partidos del “estatus”, como Antonio Ledezma y William Dávila. O, sin que yo comulgue con muchas ideas por él propuestas, Oswaldo Álvarez Paz. Porque de aquel viejo COPEI, partido por el cual siempre he sentido simpatía particular, han surgido hombres valiosos que bien podrían hoy servir a las causas nobles. Así mismo, hay nuevas generaciones de líderes, como Liliana Hernández, mujer valiente y política de profesión (lo digo como un cumplido), e incluso, a pesar de su juventud y sus errores respecto a la elección del candidato que ha de sucederle en Chacao, Leopoldo López. Y hay más, lo sé. Perdón por omitirlos. Sin embargo, no soy yo quien deba recordarlos, sino sus electores.
Creo que el problema no es la falta de liderazgo sino la concepción que la mayoría tiene acerca del liderazgo. Quizás uno de los errores del régimen democrático depuesto fue no erradicar efectivamente la imagen odiosa del caudillo. Al contrario, podría decirse que de un modo más sutil siguió ensalzando al salvador mesiánico. Las campañas electorales se basaban en la fórmula mágica que cada candidato proponía a unas masas, ciertamente impedidas por la educación de calidad infame, recibidas en los liceos y colegios venezolanos.
La otra enseñanza que la autora de la cadena resalta y que me alertó poderosamente es el hecho de que ayer y hoy aún más, la educación se masificó en franco deterioro de su calidad. Y la consecuencia es una masa – en todos los espectros socioeconómicos imaginables – expectante por un caudillo que les dé, de acuerdo a su origen socioeconómico, un ranchito o un contrato jugoso. La causa es siempre la misma: todos ven a Venezuela como una fuente inagotable de la que todos pueden sacar provecho, sin que nadie se preocupe por mantener saludables y provechos los recursos que permiten semejante abominación.
Visto de un modo llano, la verdad es que siempre hemos sido des-responsables de nuestro propio destino y por ende, del desarrollo del país donde vivimos, amamos, tenemos hijos... En lugar de comprender la importancia de la participación ciudadana a través de instituciones eficaces para solucionar los problemas, sean locales, regionales o nacionales, nos hemos tirado en los brazos de caudillos y mercachifles políticos, que al igual que los charangueros de antaño, venden remedios mágicos. Aquéllos, para la caída del cabello o mejorar “eso”. Éstos, para ofrecer charlatanerías que desde un principio saben que no pueden cumplir, omitiendo lo que en definitiva es realmente importante en todo modelo político: la calidad de vida.
Ésta no es, desde luego, ajena a nosotros. No basta preocuparse por los pobres y los que menos tienen. Hay que enseñarles a pescar antes que ofrecerles un pescado, que sólo saciará el hambre de hoy. Pero hay que ser justos también. No podemos regalar lo que no nos pertenece y ofender la dignidad y el derecho a ser tratado como un ser humano. Todos tenemos en este mundo los mismos derechos y las mismas oportunidades, depende de cada uno de nosotros usarlo del mejor modo posible, recordando la parábola de los sestercios... No basta enterrarlos, para que no se pierdan. ¡Hay que aprovechar los dones que Nuestro Señor (para quienes creemos) o la naturaleza (para los no creyentes) nos ha regalado! Porque de ese modo, verdaderamente solidario, todos podremos sacar provecho.
La libertad permite mejorar la calidad de vida de muchos. Ésta no fue gratis. Ninguna sociedad del mundo ha recibido su libertad gratuitamente. Al contrario, este privilegio es uno de los más caros. Mucha sangre la ha pagado. Honremos el sacrificio de quienes sufrieron castigos infamantes e incluso, el martirio, responsabilizándonos por nuestro propio destino, explotando lo mejor de cada uno de nosotros y eligiendo con inteligencia y seriedad a los que han de gobernar. Basta ya de votar con las tripas y desde emociones reprochables. El voto es sin dudas un acto de responsabilidad con uno mismo y con quienes nos heredarán.


Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado/escritor

Farsas y pantomimas

El artículo de Carlos Blanco, publicado en El Universal de hoy (17/08/2008), refiere a la situación interna de la FAN y su aparente imposibilidad de cometer un Golpe de Estado en contra del único y verdadero sedicioso de este país: Hugo Chávez. Sus apreciaciones sobre el desmantelamiento de la institución castrense para comprar una milicia leal a su proyecto son reales. En lugar de militares hay milicianos y el profesionalismo de los oficiales es hoy cosa del pasado. El cronista puso un ejemplo para demostrar esto, por lo que comparó el profesionalismo castrense con el alguien que se considere abogado por haber hecho un curso de lectura veloz y una breve pasantía por la Universidad Bolivariana. Al parecer, el profesionalismo de magistrados y jueces ha dado lugar a milicianos del derecho, dispuestos a vender la honorabilidad de la profesión que hizo grande a Roma. Hay magistrados que son conocedores de la ciencia jurídica y aún así avalan la sentencia del TSJ sobre las inhabilitaciones o defienden la constitucionalidad del “paquetazo” de leyes recientemente aprobadas.
Sabemos que la justicia en este país se fue por el caño, para no repetir expresiones más soeces de nuestro presidente. Pero también se fueron la asistencia social y la educación y los derechos civiles. El estado de las carreteras y la prestación de los servicios públicos resultan deplorables. Y todo este deterioro se debe a la sustitución del profesionalismo por las milicias. Y en caso de desacato, las milicias son sustituidas por ignorantes leales al caudillo.
El profesionalismo ha desaparecido y en su lugar ha surgido una milicia pero ésta puede hartarse del caudillo y bien podemos recordar aquello de no creer en besos de putas. Él lo sabe, desde luego, y por ello tiene su plan B: los ignorantes leales. Chávez ha premiad la lealtad en deterioro del profesionalismo por dos razones.
El miliciano que nunca falta: Siempre habrá quien prefiera vender su alma por el precio que crea conveniente (y no siempre es dinero). Éste, a su vez, dirá a los ignorantes qué hacer. Éstos carecen de la capacidad para desconocer la violación a las normas y principios básicos de la profesión.
El burro agradecido: Aquél que logró graduarse a duras penas y que, por ende, no consigue buenos empleos, estará infinitamente agradecido por pasar de empleado mediocre a mandamás (porque es muy difícil que llegue a ser “jefe”).
De algo puedo estar seguro, Chávez resiente al buen estudiante, al que hizo méritos para ganarse los laureles y no necesitó de la chequera gigantesca de PDVSA para comprar diplomas honoríficos que en verdad valen tanto como un billete de tres bolívares. Sin embargo, el pobre de espíritu colma el suyo con cosas materiales, porque una cosa es el diploma y otra muy distinta, el saber. Eso no hay forma de comprarlo. Se adquiere. Y sólo esa gente debe gerenciar al Estado.
No podemos, obviamente, limitarnos a buenos gerentes. Ése es uno de los atributos del buen líder. Debe además desenvolverse bien entre opositores y lograr acuerdos que redunden en beneficio de la colectividad. Su coraje para enfrentar los retos y las amenazas, así como los errores (para enmendarlos). Su dedicación al servicio y no su frenesí por ser servido, recordando que el presidente es el primer servidor público y no un mandamás. Debe ser un político a carta cabal.
¿Los tenemos? Creo que sí. O, por lo menos, quiero creerlo. Pero la necedad de los venezolanos, perdidos en nimiedades banales, se deleitan por un caudillo, no importa si es oficialista u opositor. Todos esperan su regalito. Bien sea un ranchito o un contrato jugoso. Todos, sin importar su condición socioeconómica, esperan un caudillo botarate. Por eso no hay líderes. Porque nadie supera a Chávez en las artes del populismo y la charanguera. Él es como un polichinela barato que vende ilusiones de feria en feria. Él es un mago. Y en las artes de la engañifa nadie le supera… por ahora.
Cabe preguntar entonces de quién es la culpa. ¿Del mono o del que le da el garrote? Ese idiota que le da el garrote al mono somos nosotros. Lo hicimos en 1998 y lo hicimos antes también. Reflexionemos pues sobre lo que exigimos al liderazgo para evita que éste complazca al ciudadano y, contra su voluntad, nos lleve de nuevo a un paro cívico nacional o peor, a la activación de eso que mientan el “350” y que, por lo menos yo, ignoro como demonios se come eso. El liderazgo dominante es espejo de lo que somos. Por eso Chávez gobierna hoy y por eso la oposición cantante actúa como los famosos “Comedy Capers”. Otros líderes los hay. Empecemos primero, sin embargo, por volver la mirada escrupulosa y judicial sobre nosotros mismos.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

martes, 5 de agosto de 2008

El servicio en Venezuela

El servicio público en Venezuela es pésimo, por decir lo menos. El trato ofrendado a los usuarios es infame e infamante y, desde luego, inaceptable. Infortunadamente, nosotros nos hemos acostumbrado a este vejamen cotidiano de parte de aquéllos obligados por sus funciones a atender las solicitudes y quejas de las personas. Y lo que es peor, nos hemos habituado a que nuestros derechos valgan nada y dos mil años de pugnas por los derechos civiles se vayan por el caño, al menos en lo que concierne a nuestro país.
La ley es clarísima. El servidor puede hacer observaciones sobre recaudos faltantes pero en ningún caso podrá rechazar la recepción de los recaudos, sobre todo cuando existen lapsos que impiden el ejercicio de derechos o imponen sanciones pecuniarias. Sé que la administración presupone – lo cual es contrario a la Constitución – que los particulares pueden obrar con intenciones inconfesables. Si bien es sano que haya mecanismos para minimizar las trampas, éstos no pueden vulnerar la presunción de inocencia contenida en el texto fundamental. El servidor puede pedir lo que requiera de acuerdo a cada caso pero no puede negarse a recibir la solicitud ni solicitar recaudos que la ley no le permite exigir.
Sobre esto, debo decir que el principio de legalidad en materia administrativa opera en forma diametralmente opuesta a como lo hace en campo privado. Mientras yo, como un ciudadano particular, puedo hacer todo aquello que no esté (expresa o tácitamente) prohibido por la ley, el Estado (todo) podrá hacer sólo aquello que (expresa o tácitamente) le autorice la ley. Dicho de un modo más simple, toda actividad del Estado debe proceder de una norma. Este principio no es un mero capricho capitalista. Su razón de ser no es otra que contener al Estado, mucho más poderoso, frente al ciudadano, que es, obviamente, mucho más débil.
Si bien este principio es más complejo y que el Estado goza de prerrogativas, también lo es que, luego de duras pugnas para darle forma y contenido a los derechos civiles, esos límites impuestos al Estado no sólo son reales, sino además, saludables.
Actuar ante cualquier organismo público se ha vuelto un auténtico calvario. Quienes ejercemos la profesión que hizo honorable a la República Romana soportamos con el estoicismo de los franciscanos el trato degradante que ofrendan la mayoría de los entes del Estado. Desde aguantar majaderías de un servidor, puesto al servicio de los usuarios que pagan su salario, hasta el deterioro inaceptable del edificio José María Vargas, ése que coloquialmente mientan “Pajaritos”.
El Colegio de Abogados poco o nada ha hecho y quienes representan al gremio se han limitado a mantener míseras cuotas de poder. Mientras tanto, los abogados de este país nos hemos rebajado profundamente, degradando la honorabilidad de la profesión. Otros Colegios profesionales han hecho lo mismo, como, por ejemplo, el Colegio de Médicos respecto a las cuantiosas sumas de dinero destinadas a lo que el doctor Gabaldón denominó “atención primaria”, allá por la década de los ’40 (para aquéllos ingenuos que creen en la novedad del plan barrio adentro), mientras los centros de salud se caen a pedazos y la gratuidad de la asistencia social se limita a un médico y un colchón en muy mal estado.
Basta de burlas. Basta de mentiras. El servicio público venezolano es denigrante. Se obliga a las personas a presentarse en horas extravagantes en sitios azotados por la inseguridad campante, para recoger un odioso número, aun antes que el funcionario que ha de atendernos piense siquiera despertarse. Se castiga al país, forzando a la gente a faltar a sus trabajos y desperdiciar una mañana o más en áreas mal acondicionadas para la espera. Muchas veces, el personal carece de la formación académica suficiente para atender solicitudes vinculadas con áreas de especialización. El afán contralor por parte del Estado, ha hecho de trámites ordinarios, como el registro de una compra-venta o de una asamblea de accionistas, una odisea que conlleva horas de atención. Esto son sólo ejemplos de la disfunción general de la administración pública.
La sociedad debe hacerse respetar por los servidores públicos, desde el presidente, que no es más que el primero entre todos los empleados del Estado; hasta el portero de una oficina pública cualquiera. No sólo porque es denigrante y contrario a las leyes, sino porque visto en términos de hora/hombre, la República pierde ingentes cantidades de dinero por esa burocracia inútil y paralizante. Por eso, invito a los ciudadanos y en especial a los abogados, a que actuemos a favor del ciudadano, de la honorabilidad de las profesiones y la salvaguarda de los intereses patrimoniales de la sociedad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado

domingo, 20 de julio de 2008

Un primer paso

Hugo Chávez, aparentemente, enfrenta un reto muy difícil. Quizás, eso que los angloparlantes llaman “turning point”. Su imbatibilidad fue profanada el 2 de diciembre pasado, luego de casi una década de triunfos consecutivos. Desde entonces, el jefe de este tinglado viene dando tumbos de despechado borracho. Su comportamiento ha sido errático y, pese a las recomendaciones de sus mentores, deja aflorar, irremediablemente, eso que en los pueblos mientan el síndrome del escorpión. Aunque, a ratos, intenta huir hacia delante y hacer lo indecible por pasar agachado, como Luis Vicente León sugiere[1], su naturaleza emerge, mostrando ese semblante que, si bien antes le resultaba atractivo al pueblo, ya parece empacharle. Por eso, su éxito en el proceso electoral de noviembre próximo, necesario para redefinir su “geometría del poder”, luce turbio.
Chávez urge por ahora de un objetivo primario, indispensable para avanzar en su proyecto revolucionario. Al comandante sólo le importa – por ahora - coronar sus aspiraciones de reelegirse en el 2.012. Después, ya verá. Alberto Garrido lo dijo: la revolución bolivariana degeneró en la revolución de Chávez[2]. Por eso, su permanencia en la otrora casona de misia Jacinta Crespo es esencial para la salud revolucionaria. A Castro le ocurrió lo mismo y, por ello, ante las diferencias conceptuales con Manuel Urrutia Lleó, presidente del gobierno cubano después del derrocamiento de Fulgencio Baptista en enero de 1959, maniobras non-sanctas de su entorno le allanaron el camino hacia la jefatura de facto del naciente régimen comunista cubano. Desde entonces hasta inicios de este año, el autoproclamado comandante Fidel Alejandro Castro Ruz ejerció el poder absoluto en la isla caribeña. El PSUV, a través del alcalde de Caracas, anunció la presentación de una nueva reforma constitucional que permita al presidente reelegirse indefinidamente[3].
El meollo de este asunto, distinto de lo que muchos parecen creer (dado el modo como actúan públicamente), orbita sobre la noción que Chávez y sus acólitos tienen del ejercicio del poder y, sobre todo, de la forma del Estado, porque no es lo mismo un gobierno socialista que un Estado socialista. Otra consideración diferente a este hecho es secundaria.
Resulta interesante advertir por qué Chávez insiste con el socialismo, si más del 70% lo rechaza. Sobre todo, porque, si fuese astuto – y sé que, por lo menos, no es bruto – haría lo que Luis Vicente León ha sugerido debería hacer en condiciones racionales: actuar de bajo perfil. Al menos, hasta que pasen los comicios y su posición política sea más favorable. Claro, en caso de que, en efecto, el electorado le favorezca y vote por sus abanderados. Sin embargo, aturde con su oferta obsoleta y, por ello, arriesga el triunfo de sus candidatos. Cabe preguntarse por qué. A mi juicio, la salud precaria del gran caudillo antillano y, de paso, mentor suyo, Fidel Castro, sugiere al nuestro de la pronta partida al otro mundo del gran héroe del Cuartel Moncada y que, muerto el fetiche del socialismo, la revolución cubana se irá por el caño, una vez que Raúl Castro prefiera imitar al comunismo chino y, consecuentemente, su proyecto se desmorone ante la carencia de un líder, realmente carismático, que vigorice el proyecto neocomunista mundial. Por ello, supongo, no sólo aspira a elegirse a perpetuidad en la presidencia venezolana sino que además, acelera su modelo socialista. Sencillamente, porque una cosa depende de la otra.
El líder de la revolución bolivariana todavía conserva niveles importantes de popularidad y, por lo tanto, luce obvio que debe actuar antes de que éstos prosigan su descenso acelerado, como Luis Vicente León ha dicho[4]. Miraflores, seguramente, está al tanto de los números reales y del creciente descontento, sobre todo entre aquéllos que apoyaban al mandatario venezolano hasta recién. Algunas encuestas afirman que alrededor del 58% le endilga las culpas por la gestión deficiente de su gobierno[5], algo que, ciertamente, no sucedía años atrás. Su discurso, artero, permitía escurrir su irresponsabilidad e ineficiencia hacia sus colaboradores. Al parecer, le urge correr. Y debe huir hacia delante, como Luis Vicente León dice. Esta carrera puede, sin embargo, nublarle la racionalidad y, por ende, apartarlo de la sensatez. Y en este momento, su comportamiento debe ser particularmente racional. Sin embargo, dudo mucho de su capacidad para comprender la realidad y, sobre todo, la inviabilidad de su proyecto, que, a la postre, es la causa fundamental del desencanto popular.
La coyuntura no le es favorable. Al contrario, le apremia. No sólo porque Castro puede fallecer pronto – algo que luce muy probable - y acrecentarse el rumoreado distanciamiento con Raúl Castro, sino porque además, su propio patio comienza a dar muestras de rechazos y reclamos. Los números acusan al gobierno de deficiencias muy serias. 76% le reclama la inseguridad. 59% se queja de la inflación. 53% reivindica la casita prometida que no le conceden. Pero, mucho más significativo, porque atañe personalmente al jefe de este tinglado, es que 58% le responsabiliza por todo lo anterior y 68% duda que haya cambiado[6]. Emulando a un profesor mío en la facultad de derecho, me atrevo a decir acerca de las elecciones venideras, que Chávez está yendo al baile con los zapatos apretados.
Supongo que su propia gente lo sabe. Por eso, aquel portaviones que Chávez fue en el pasado, luce deteriorado, ciertamente torpedeado, aun por debajo de la línea de la flotación. Hoy, distinto a otras oportunidades, candidatos díscolos quiebran la solidez monolítica del movimiento revolucionario. Hombres que hasta recién acompañaron al mandatario, le oponen sus propias candidaturas a los “ungidos”. A simple vista enseña eventos innegables: su dedo dejó de ser determinante. Pero en el fondo, detrás de lo obvio, hay una fractura interna que bien puede resultarle fatal al comandante. Chávez puede que encare la “adequización” de buena parte del PSUV, aparentemente destinado a morir por la ceguera dogmática de su amo y señor. La líder popular Lina Ron no cesa su empeño por acusar un plan dentro del chavismo para deponer a Chávez. Eso que ella y otros llaman “chavismo sin Chávez”, aunque tal cosa sea un absurdo. Hoy, como el diario zuliano Versión Final lo reseña[7], cada vez son más quienes abandonan al jefe de este tinglado.
Heinz Dieterich lo asomó, luego de la derrota del referendo de diciembre. Según el neocomunista germano-mexicano, la nueva clase dirigente, encabezada por Diosdado Cabello, podría erigirse en los idus de noviembre y, tomando al presidente desprevenido o debilitado, apuñalarlo arteramente[8]. Creo, al contrario, que esa nueva clase política buscará salvar el propio cuero y, de ese modo, la representación de una importante parte del electorado venezolano. Se trata de cuidar cuotas de poder, porque, dada la tozudez dogmática del caudillo barinés, todo el movimiento podría defenestrarse por las admoniciones de militares retirados y, todavía más peligroso, activos, que llamen a esas salidas indeseadas. Se trata pues, de mera supervivencia. Quizás, la pelea verdadera de Chávez no sea contra la oposición – que ciertamente no luce muy organizada a pesar de los esfuerzos innegables por lograr la unidad -, sino contra su propia gente, convencida de su incapacidad para conducir la revolución exitosamente.
Chávez ha logrado, en otras oportunidades, superar escollos similares. Antes, sin embargo, gozaba de posibilidades mucho mejores para maniobrar. Esta vez, al parecer, se encuentra estrechado por una popularidad decadente, resultante de una actitud mucho más crítica de sus propios seguidores. Sólo así se explica que, a pesar de que el presidente aún goce de un 50-55% de afecto popular[9], 58% le endilgue la culpa de una gestión de gobierno deficiente y más de la mitad del electorado califique a su gobierno como tal[10]. Claro, pero ya lo he dicho, no se trata de otro gobierno deficiente más, como otros del pasado, sino de conceptos respecto del Estado y su relación con sus ciudadanos. Quizás la gente empiece a notarlo y sea ésa precisamente la razón por la que su popularidad cae abrumadoramente.
La oposición – o buena parte de ella – se ha comportado ingenuamente. O, por lo menos, eso parece. Algunos de sus voceros parecen ignorar que, desgraciadamente, no se trata de otro gobierno malo. ¡Ojalá y fuese sólo eso! Pero, infortunadamente, Chávez y no sé cuántos de sus acólitos persiguen un derrotero que ciertamente tiros y troyanos rechazan. Como he dicho, se trata pues, de un problema conceptual. Algunos programas del actual gobierno son provechosos, pero, por ejemplo, los programas económicos adoptados por Augusto Pinochet en Chile enmendaron el desastre económico legado por Allende. El caos era tal que una gallina y un huevo costaban lo mismo. Supongo, no obstante, que la mayoría coincidirá conmigo acerca de la monstruosidad del régimen de Pinochet. Con Chávez y este desconcierto político sucede lo mismo. Mis discrepancias con este régimen son conceptuales y, por ende, irreconciliables. Creo que otros millones más piensan igual que este humilde escriba. Y como lo señaló el general Raúl Baduel ante los medios, mientras antes pongamos coto a este circo trágico, contendremos daños mayores. Argelia Ríos sugirió que esas salidas violentas parecen opuestas al sentimiento general de los venezolanos[11]. Por eso, el tema es, entonces, como contener los daños.
Los comicios de noviembre constituyen una excelente ocasión para concretar un movimiento opositor que, sin perder su pluralidad de ideas, alce un muro de contención a las aspiraciones socialistas del presidente. Sobre todo porque existe una diferencia conceptual entre un gobierno y un Estado socialista. Chávez persigue lo segundo y, por ello, al igual que sus predecesores, urge su perpetración en el poder. Sólo así salvará su proyecto del fracaso, Eso lo aprendió muy bien de sus sujetos de admiración: Robert Mugabe, Saddam Hussein y, desde luego, Fidel Castro. La conformación de un piso político robusto, disidente, ya ayuda bastante en ese cometido. Las elecciones del 23 de noviembre – si las hay – son un excelente punto de partida. La oposición no debe ser un espejo del chavismo, asumiendo su mismo proceder autocrático y totalitario, sino una fuente de ideas plurales, que no se limiten a criticar los errores de este gobierno, que ya conocemos sobradamente, sino oponer un proyecto alterno que entusiasme a las masas en vez de atemorizarlas con el lenguaje del miedo, como en efecto hace el presidente, amenazando con un caos horrendo si los vendepatrias – léase todo aquél que disienta de él - llegan al poder, construyendo su permanencia en Miraflores sobre el miedo y no sobre logros concretos.
Al igual que el régimen de terror señalado en la película de los hermanos Andy y Larry Wachowsky, “V for vendetta”, Chávez ya no promete obras espectaculares, como hacia Pérez Jiménez. Emulando a su homólogo estadounidense, el caudillo aprovecha el miedo para legitimar su gobierno. Abusa de frases cargadas de amenazas para justificar su estancia en Miraflores, mientras su gestión puede calificarse como pésima y, aun más importante, sus intenciones, inaceptables. Una oposición fuerte, inteligente y realmente democrática bien puede desmantelar esta tramoya sin necesidad de apelar a la violencia y los asaltos a la institucionalidad. En lugar de eso, hay que rescatar la institucionalidad.
La historia no ha sido pichirre, no obstante, a la hora de mostrar adulones y alabarderos de oficio, dispuestos a vender al tirano la soga con que ha de ahorcarlos. Y Venezuela ha sido prolija pariendo hijos de esa ralea infame. Tampoco han sido escasos, en este tanto como en otro país, los tontos útiles, que confunden la sensatez y la civilidad con la pusilanimidad. La cobardía de las potencias democráticas durante los años siguientes a la I Guerra Mundial permitió el rearme alemán y, consecuentemente, la II Guerra Mundial. La buena voluntad de Arthur Neville Chamberlain costó seis años de guerra y 55 millones de muertos. Quizás hubiesen sido menos si dejaban de lado el discurso políticamente correcto y asumían que Adolfo Hitler y el régimen nazi eran una banda de criminales, embrutecidos por dogmas, a los que no podía creérseles.
El liderazgo opositor debe considerar pues, en primer lugar, que este régimen es totalitario y, consecuentemente, autocrático, y que esta acusación trasciende la mera retórica. Su discurso debe orbitar por ello en torno a este hecho. Sobre todo porque las masas apáticas, ésas que prefieren mantenerse al margen del debate político, comienzan a discrepar de medidas abiertamente contrarias al orden democrático, como lo son las inhabilitaciones, rechazadas por un 80%. Cualquier proyecto de reconstrucción nacional pasa necesariamente – y a priori – por la contención absoluta y eficaz del presidente Chávez y de sus aspiraciones. Esto no es posible sin el concurso de todos, incluso aquéllos que ayer, y aun hoy, compartieron convite con el caudillo barinés. Las palabras del general Baduel dejaron en claro un hecho significativo, consecuente con el proyecto bolivariano: éste está destruyendo toda posibilidad de desarrollo. Por eso, cuanto antes contengamos este caos, disminuiremos el daño, que ya es grande y, por lo tanto, doloroso de reparar.
Si Chávez se sentara a conversar realmente acerca de los problemas genuinos de los venezolanos, sin aferrarse a sus obsoletas posturas dogmáticas, daríamos un paso gigante, pero, infortunadamente, ya es muy tarde y, como enseña el cuento de Pedro y el lobo, ya nadie le cree. Aun más, hacerlo sería demasiado riesgoso para las instituciones democráticas y el desarrollo nacional. Ya bien lo dijo Gloria Gaitán: A Chávez no se le pueden dar consejos porque no le interesa escucharlos[12]. Entonces, ¿para qué molestar a Dios, que, como la hija de Gaitán dice, no perdona los esfuerzos inútiles?
La oposición – y con ella cada de uno de nosotros, que tuvimos el privilegio de obtener un título profesional – está obligada a asumir una postura inteligente, que, por supuesto, no incluye la imposición de candidaturas unitarias, que, al parecer, no va a materializarse en un cien por ciento, y mucho menos, pareceres y puntos de vista particulares. Se trata de convencer, en primer lugar, a las masas decepcionadas que desoyen a unos y otros, alimento rico en nutrientes para fortalecer a los dictadores. Y hay que comprender, como Oscar Schemel y José Antonio Gil Yépez han señalado, que el venezolano ha madurado y, por ello, ha abandonado posturas polarizadas. De hecho, aparentemente, la opción más difundida sería la de “no me gusta ninguno”, según las encuestas. Creo, no obstante, que la unidad en las elecciones del noviembre venidero y, por supuesto, después de éstas, es necesaria para contener las aspiraciones del jefe de la revolución y su régimen. Ésta comienza desde luego por una posición diáfana e incuestionable y, obviamente inteligente, acerca de la concepción que Chávez y su gente poseen sobre el Estado y las consecuencias potencialmente perniciosas e irreversibles en sus vidas. No se trata pues de meras críticas a uno que otro programa gubernamental o de todos, sino de conceptos políticos sobre el Estado y la relación de éste con sus ciudadanos.
Sin embargo, no basta oponerse, aun cuando se trate de asuntos conceptuales tan delicados como esenciales. Ya lo dije, no podemos construir sociedades sobre la base del miedo. Hay que ofrecer, además, una opción alterna. Un programa realizable, instituido sobre creencias mínimas comunes a todas las posiciones y pareceres políticos existentes en el país. Aunque se encuentra sumamente desprestigiado, más que nada por la ignorancia popular, el pacto de Puntofijo versaba sobre eso. Dada la imposibilidad de concertar candidaturas unitarias para las elecciones generales de diciembre de 1958, los principales partidos de entonces, AD, COPEI y URD, suscribieron en octubre de ese año un compromiso para la convivencia política antes, durante y después de ese primer festín democrático. La hegemonía adeca durante el trienio populista dio al traste con sus intenciones democráticas. Betancourt quiso, junto con Caldera y otros líderes políticos, aun independientes e izquierdistas, impedir que amenazas diversas cercenasen de nuevo la aspiración democrática venezolana.
Otras causas, vinculadas más con errores repetidos por esta gente que hoy rige al país, arruinaron el orden democrático. El pacto de Puntofijo, no obstante, sí satisfizo sus cometidos. Y hoy, a pesar de la des-responsabilidad natural del venezolano y que los dictadores y caudillos han explotado groseramente, las encuestas y la conducta del ciudadano de a pie demuestran que éste cree en las instituciones democráticas, aunque en efecto, sea necesario fortalecer otros valores republicanos, requeridos para erradicar la odiosa figura del caudillo y así responsabilizar al venezolano de su propio destino, a través del cual se conseguirá entonces el desarrollo nacional.
Pueden dibujarse diversos escenarios. Algunos funestos. Tal vez, como Argelia Ríos sugiere, esas soluciones mágicas, por lo demás iatrogénicas, de las que muchos ya estamos más que hartos[13]. Otros, más felices y, por ende, convenientes. Éstos, sin embargo, dependen en gran medida de la visión que tengamos acerca del futuro que queremos y, obviamente, de un análisis concienzudo y objetivo de la realidad y de cómo lograrlo y, por supuesto, reconociendo humildemente nuestros propios errores. Siempre lo he afirmado, el fin no es deponer a Chávez, sino construir una patria económicamente saludable, donde la mayoría pueda responsabilizarse por su propio destino, explotando libremente sus vocaciones y potencialidades. Contener a Chávez o, de ser ése el caso ineludiblemente, eventualmente separarlo del poder, constituyen únicamente el primero y necesario paso para tal cometido. Sé que el trabajo es arduo y harto difícil. Pero nuestros hijos y nietos nos exigen afrontarlo cuanto antes. ¿Quién me acompaña?

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado

fmpiog@cantv.net
fmartinezpocaterra@hotmail.com

[1] Luis Vicente León. Sea como sea. El Universal. 22 de junio de 2008.
[2] Alberto Garrido. De la revolución bolivariana a la revolución de Chávez. Venezuela: la crisis de abril. IESA. Caracas. 2002.
[3] Noticia aparecida en www.noticias24.com. 18 de julio de 2008.
[4] Luis Vicente León. Ob Cit.
[5] Véase: Marta Colomina. ¿Con qué se come la popularidad? El Universal. 22 de junio de 2008.
[6] Véase: Marta Colomina. Ob Cit.
[7] Versión Final. Política. 18 de julio de 2008. Tomado de www.noticias24.com.
[8] Véase: Heinz Dieterich. La estrategia de sobrevivencia de Hugo Chávez para el 2008 y su problemática simbiosis con la derecha bolivariana. Rebelión.org.
[9] Luis Vicente León. Ob Cit.
[10] Véase: Marta Colomina. Ob Cit.
[11] Argelia Ríos. ¿Qué será lo que quiere el general? El Universal. 18 de julio de 2008.
[12] Véase: Entrevista de Sandy Ulacio a Gloria Gaitán. Versión final. 18-24 de julio de 2008. Tomado de www.noticias24.com. 18-07-08.
[13] Véase: Argelia Ríos. Ob Cit.