sábado, 26 de abril de 2008

Mundo Bizarro

Ignoro, como tantos en estas tierras desventuradas, quien dice la verdad y quien miente. Supongo no obstante que Noticias 24, reseñando al diario El Universal, no inventó las declaraciones del ministro de la defensa (no es falta de respeto escribirlo con minúsculas porque así se hace en correcto español), general en jefe Gustavo Rangel Briceño. Según el artículo de marras, como dirían mis colegas abogados que deambulan por ese infesto edificio que mientan coloquialmente Pajaritos, el ministro dijo: “No acepto esa visión cobarde que rehúye de las responsabilidades reales y verdaderas del momento histórico que estamos viviendo porque ‘yo soy institucionalista y entonces no…’. Entonces, ¿usted no? Entonces usted se va, usted está fuera de orden”.
¿Qué carajo significa toda retórica? Claro, de ser ciertas las palabras de un funcionario obligado más que otros a velar por la legalidad y constitucionalidad de sus actos. Sobre todo, porque según el artículo, el funcionario castrense se preguntó si un “institucionalista” no es en realidad “un gran cobarde o un burro que se niega a aceptar la realidad”. ¿Qué realidad? En especial si tomamos en cuenta que, al parecer, dijo: “Tenemos una realidad en la mano y es política. La oportunidad que tenemos es política”. Y por eso, me pregunto yo, un humilde ciudadano, ¿de qué carajo habla el ministro? ¿Qué oportunidad? Y me lo pregunto porque hasta donde sé, la Fuerza Armada no está al servicio de una parcialidad política ni de una ideología determinada. ¡Están al servicio de la nación! Y la nación somos todos, ¿o me equivoco? ¿Acaso son sólo aquéllos que aún no se han decepcionado del comandante de este batiburrillo revolucionario?
Creo, dándole el beneficio de la duda al funcionario militar, que confunde la fe que uno pueda profesar, la cual se elige libremente; y el credo ideológico que su jefe, el comandante de este sainete revolucionario, pretenden meternos a troche y moche por el buche, como esos remedios malucos. Rangel Briceño defiende el patético lema “patria, socialismo o muerte”, comparándolo con la consagración del matrimonio hasta la muerte. Quizás sean otros los brutos. O, acaso, yo me perdí y no supe cuando los venezolanos aceptamos al socialismo como ideología nacional e incuestionable. Quizás yo no me enteré cuando el “Capital” y el “Manifiesto comunista” se erigieron en la ley suprema del país, tal como ocurre con el Corán en las naciones islámicas fundamentalistas.
A mí nadie me obligó a casarme por la Iglesia conforme al culto católico. Lo hice porque soy católico. Sin embargo, no pretendo forzar a nadie a seguir mi fe, como tampoco lo hace, por ejemplo, Su Santidad el Dalai Lama. Chávez pretende obligarnos a creer su credo, suerte de culto bolivariano-socialista que nadie con un mínimo de cultura puede siquiera considerar. Será que mi iconoclasia natural me impide aceptar que Simón Bolívar era comunista y que congeniaba con Ché, o, peor, lo que Fidel Castro ha decidido que pensaba Ché. O que Zamora no era un incendiario, indignado con la autoridad de los Monagas porque no le pagaron el precio de un esclavo.
La comparación del ministro militar (me refiero al que dirige al estamento castrense, desde luego) con el culto católico explica la idea que el rey de este tinglado de la antigua farsa (como diría don Jacinto Benavente) tiene de la política y de cómo se dirige a un país. ¿Cuándo van a comprender los actores de esta tragicomedia de mal gusto que no pueden imponer su criterio? De hecho, su afán por decirnos que hacer y que creer dista mucho de un genuino modelo democrático. O, por lo menos, eso dijo, hace mucho, John Locke. Su visión de país se parece peligrosamente a las que el Duce italiano, el Führer alemán y el Padrecito soviético tuvieron para sus respectivos países. ¿O será que estoy en un mundo paralelo y que en esta realidad Hitler ganó, Mussolini no fue colgado de las calles de Milán como cochino en un mercado y que el camarada Stalin aún conserva su aura de padrecito? Tal vez despertamos, acaso un 7 de diciembre de 1998, en ese mundo Bizarro de las historietas de Superman.
Me pregunto entonces, como católico, ¿si yo impusiera a los jefes del proyecto bolivariano mi credo? ¿Qué pensarían si yo, por esas desgracias del destino, me encuentro al frente del gobierno y propongo el culto católico como credo obligado para todos los venezolanos? ¿Dónde quedarían entonces, los jerarcas de las otras Iglesias existentes en Venezuela? El socialismo que proponen estos “revolucionarios” es el anacrónico comunismo, que se comporta como credo dentro de un Estado teocrático, dirigido por unos talibanes semejantes a los jerarcas eclesiásticos iraníes. Por lo que me pregunto entonces ¿dónde quedan las otras ideologías y formas del pensamiento? O, acaso, ¿me equivoco?