martes, 2 de septiembre de 2008

¡Basta de ofensas!

Chávez amenazó con otra Ley Habilitante para meternos 26 leyes más y que dejemos de ser ridículos. En primer lugar, debo recordarle al señor Chávez que mientras ejerza el cargo, yo también soy su jefe. Puede que me considere un apátrida (aunque yo no les he regalado el país a los Castro, a Evo Morales, a los esposos Kirchner y cuánto adulón se le acerca para sacarle nuestro dinero), que me tilde de pitiyanqui (aunque él es quien insulta a diario al “Imperio” pero puede hacer las barbaridades que hace gracias a la factura petrolera gringa que ronda el 80% de la producción), que me considere incluso, un traidor (que no lo soy, porque sigo dando la lucha en ésta y por esta tierra). Pero yo soy un ciudadano y él se debe a personas como yo, opositoras, que demandan del presidente una actitud responsable. Y aunque así lo desee, no puede borrarme. Por eso, ¡ridícula su pretensión de imponer un modelo rechazado por el 80% de los venezolanos! ¡Ridículo su afán por quedarse en el poder a perpetuidad!
Basta de ofensas. Chávez usa una vieja conseja de Hollywood: Que la gente hable, aunque sea mal… pero que hablen. No le demos el gusto. Seamos serios y constriñamos al presidente a hacer su trabajo. El trabajo por el cual le pagamos su sueldo. Porque así es. Él no es mi jefe. Yo lo soy suyo. Él es el primer SERVIDOR PÚBLICO. Y como tal se debe a sus funciones. El país ya fue bastante claro. El 2 de diciembre pasado el electorado le negó su reforma y, pese a que la calificó de excremento, nuestra victoria logró su cometido: contener las barbaridades planteadas en la reforma (aunque Carlos Escarrá se afane por decir que eso era “bueno”). A diferencia de él y sus acólitos, la oposición no apostaba por su popularidad. Apostaba por lo que era mejor para el país. O, incluso más, por lo que quiere como país. Y ciertamente, no se parece a lo que Chávez quiere. En otro país, el “líder” habría dimitido al cargo, siguiendo el ejemplo de Vicente de Emparan… ¿no?
Cada lunes, el país amanece conmocionado. Un hombre que no está sano mentalmente vocifera cuanta idea descabellada se le antoja mientras alivia alguno que otro cólico (¿quizás por eso que alguna vez supe: meterse unos frijoles con frescolita a las dos de la mañana?). ¿Tal desatino de hombre puede gobernar un país? (y no lo digo por sus hábitos alimenticios, mientras tenga el decoro de guardarse los temas escatológicos). Por Dios, dejemos de lado tanta frivolidad y veamos la gravedad del problema: Venezuela se nos va por el caño y de ser una de las naciones más prósperas, va camino de cubanizarse. Y ello, aunque les duela a muchos, equivale a decir que en el futuro inmediato, nos habremos prostituido para sobrevivir. De eso se trata esta lucha incansable. De salvar a Venezuela del desbarrancadero por el cual nos pretende arrojar este espécimen anacrónico que desgraciadamente ocupa la casona de la esquina de Bolero.

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