viernes, 22 de agosto de 2008

Construyendo una nación II

Sin que se me acuse de sedicioso (porque la palabra golpista no existe y en su lugar, el castellano nos ofrece éste y otros vocablos), debo decir que se puede hablar con propiedad de una salida de Chávez. Hasta hoy, el actual mandatario puede perder su cualidad o bien en el 2010 mediante un referendo revocatorio o en enero del 2013, aunque a Chávez le incomode y le cause escozor ese hecho. Quienes nos oponemos a su pretendida socialización del país, construyendo un Estado socialista (que difiere esencialmente de un gobierno socialista), debemos prepararnos para ese momento feliz cuando el último perpetrador de un golpe de Estado abandone la casona de la esquina de Bolero. Si no, una versión 2.0 de Chávez podría repetir en el corto plazo.
El primer paso a seguir, según mi opinión humilde, sería realizar el apostolado necesario no en el rebaño de los creyentes, como diría el Cristo Redentor, sino entre aquéllos que aun sin haber sido invitados al convite, acepten la llamada. A mi no deben convencerme sino a quienes se encuentran apáticos y a quienes aún le creen las monsergas al tirano (porque lo es) que rige a Venezuela. No se trata de imponer. Se trata de convencer con la prédica (que suma la palabra y el ejemplo), como hicieran los apóstoles del Señor hace dos mil años.
La prédica debe conducir a la educación y no al adoctrinamiento. Cristo no quiso entre sus seguidores gente que no hubiese escogido libremente Su verbo como fe. Claro, fácil no es. Por el contrario, es difícil y sacrificado. He ahí su valor. A diferencia de Chávez, que usa la fuerza y la engañifa para convencer, como todos los estafadores (y sobre todo su mentor, maestro en las artes del engaño y la trampa), nosotros debemos predicar la democracia que deseamos y esa tarea empieza en la intimidad de la vida cotidiana. Desde ahí se fortalece cada día más hasta transformar la prédica en una conducta habitual.
Sobre ese sustrato bien informado y con unos rudimentos mínimos suficientes para juzgar con inteligencia al liderazgo, escoger aquél que mejor le represente y teniendo en cuenta que otros, muchos o pocos, discreparán. Con ellos, el mayor respeto, sin importar cuántos sean.
Ese liderazgo debe además explicar cómo generar lo que muchos anhelamos y que en definitiva constituye la razón de ser del Estado y del gobierno (que no son lo mismo): una calidad de vida aceptable. El discurso izquierdista de matar canallas con el cañón de futuro o de sufrir las mil y una vicisitudes para un utópico mundo mejor “algún día” resulta a mi juicio una zoquetada. Sólo los necios creen semejante idiotez. Por eso, como Servan-Schreiber lo dijo en la década de los ’60, la derecha ha sabido servirse mejor de las buenas ideas que la izquierda no ha sabido poner en práctica. Las ideologías están al servicio del hombre y no éste al servicio de las ideologías.
Hay que plantear al país dos grandes programas: a) la reconstrucción institucional del país y b) un plan de reconstrucción nacional. Puedo tener algunas ideas pero a diferencia del comandante Chávez, no sé de todo (más bien de poco) y reconozco que el concurso de una variedad de profesionales es imprescindible.
Invito pues a que se unan en esta causa que en honor a mi nombre persigue mantener en la medida de lo posible la humildad franciscana. Sin imposiciones ni jefaturas. Sólo grupos de trabajo que deseen aportar ideas y entre todos ofrecer una alternativa de país.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281Abogado/escritor

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