martes, 12 de julio de 2011

Romeo y Julieta socialistas

            Siempre se ha dicho, y creo yo, justamente, que no tiene corazón quien de muchacho no haya congeniado con el socialismo, pero, del mismo modo, quien sigue aviniendo con esa ideología después de viejo, carece de cerebro. Y esta frase, más bien máxima popular, encierra una verdad irrefutable, como muchos refranes, el socialismo es muy bonito, y bonito es sólo si lo vemos, claro, como Shakespeare describe el amor de Romeo y Julieta. Vale decir, inmaduro, pueril.  
            Puede que resulte loable vender la idea de justicia e igualdad. Pero nada hay en este mundo más injusto que el socialismo, que, conceptualmente, reparte lo que ni es suyo ni le pertenece, y, de paso, desconoce la individualidad de la persona humana. No hay pues, injusticia mayor que hacer del ser humano sólo una pieza más de un proceso económico, como aquel personaje de “Tiempos modernos”, que, además, es sumamente ineficiente, porque, emulando a los socialistas, que se afincan en la historia para justificar sus patrañas, desde un punto de vista histórico, ese modelo ha fracasado contundentemente. Nadie puede discutir, al menos con la seriedad debida, que se vive mucho mejor en Miami o Londres, desde una perspectiva socio-económica, claro, que al fin de cuentas, el Estado nos debe proveer confort pero la felicidad nos la tenemos que procurar nosotros mismos. Y ése es uno de los grandes embustes de este socialismo, la venta de una felicidad que no puede ofrendar.  
            ¿Qué ha sido de Cuba después de 52 años de socialismo? La isla antillana mira con horror la muerte de la revolución bolivariana tanto como el granjero arruinado ve espantado la enfermedad de la única vaca que le resta en el establo. ¿Puede llamarse logro a eso, a vivir, como las putas viejas, de algún ingenuo al que despojan de lo suyo con caricias baratas? Uno ve esa hermosísima película francesa “El concierto” y descubre, con un dejo de tristeza sin lugar a duda, la miseria que legó el socialismo a los rusos. Ver a un pueblo que ha heredado una tradición cultural tan importante, sobreviviendo, me luce triste y lamentable. En oposición a esta desgracia, que por tal debemos tener la miseria en la que viven millones de seres humanos, en los países, mal llamados imperialistas, se vive inmensamente mejor, a pesar de las crisis, aún graves, que puedan experimentar de vez en cuando. 
            He leído, con horror, en “The telegraph” (edición del 12 de julio de 2011), como en Corea del Norte, la gente está arrancando raíces y grama para saciar el hambre, mientras su presidente, hijo del presidente eterno, mentor del socialismo juche, gasta fortunas en un necio programa nuclear, al parecer, para defenderse de una agresión de su vecino del sur, que, como se sabe, cuenta con el apoyo estratégico de Estados Unidos (razón por la cual ese programa resulta necio). Y yo pregunto, ¿en qué país, de esos calificados como capitalistas, un gobernante puede hacer eso sin que lo echen a patadas? Sólo en países donde no hay gobiernos, sino caudillos (en el sentido nazi), esas miserias ocurren impunemente.
            Sé que hay ingenuos, personas que todavía creen posible el sueño socialista. Sin embargo, lamento decirlo, pero no sirve un modelo económico cuya escasa viabilidad se basa en el uso de la fuerza y la violencia contra los ciudadanos, uno que castiga la disidencia y prohíbe al individuo atestiguar la vida cotidiana más allá de sus fronteras y sus embustes, para evitar comparaciones odiosas. Hoy por hoy, norcoreanos huyen a China, a pesar de que el régimen chino dista mucho de ser democrático, pero al menos hay una promesa de no pasar hambre. Miles de cubanos se han ahogado o deshidratado (una muerte horrenda) tratando de huir a la Yuma.
            Nadie duda de la ayuda que algunos puedan necesitar y de medidas tendentes a aminorar sus carencias, pero la erradicación de la pobreza no puede fundarse sobre la extirpación de la prosperidad y la riqueza como pretende el socialismo, tanto aquél del siglo veinte como éste, novedoso y supuestamente inédito, del siglo veintiuno. Una cosa es ayudar, crear condiciones favorables para que la persona busque su destino como mejor le parezca y otra muy diferente, fomentar la mendicidad y la holgazanería. Quien crea que el socialismo es humanitario, ignora la suprema miseria y la indignante esclavitud a la que fueron sometidos los ciudadanos de las naciones que siguieron ese modelo.