jueves, 18 de agosto de 2016

Como penca de pescado pasado


¿Será que el gobierno está entrampado en su propio desastre? No crea el lector lo que no es. La pésima gestión es premeditada. Desde que Chávez llegó al poder, el único propósito de la revolución ha sido desmantelar las estructuras que soportaban al agónico Estado democrático. No es nuevo, como nada de lo que estos nuevos hombres con sus nuevas ideas y sus nuevos procedimientos trajeron al país, y, desde hace años, se le conoce como tierra arrasada.
Como suele ocurrir, después de destruir, no pueden construir. No saben cómo. No saben siquiera por dónde empezar. Pero la gente, que ni para limpiarse el culo consigue papel en los mercados, se desespera. Al fin de cuentas, en medio de la retórica bobalicona de los izquierdistas y del gobierno izquierdista que nos rige, la gente espera de sus gobernantes tan solo calidad de vida. La felicidad, que hasta un ministerio tiene, es, desde luego, cosa de cada quién y no del gobierno. Claro, quienes entienden al gobierno y al Estado como unos totalitarios, hasta la felicidad tiene un ministerio del poder popular.
Pero no crea que son todos memos, ciegos y dogmáticos, creyendo en un modelo que ya en la década de los ’70 había fracasado; porque oportunistas, sinvergüenzas y por qué dudarlo, uno que otro pragmático bien intencionado, también los hay en la acera del chavismo. Y, bien porque estén preocupados por perder sus prebendas, bien porque entiendan que las cosas deben cambiar (¿para seguir igual?), imagino que ya ven a Maduro como una penca de pescado pasado, que por fétido, nadie quiere trastear.

No dudo, y lo digo así porque no me consta, que en el Psuv, y aun en el ejército, que en estas tierras es muy grave, estén más que preocupados por este, el peor presidente, y por el suyo, el peor gobierno que este desventurado país haya padecido, y, debo decirlo, malos, y aun pésimos, los ha tenido de sobra Venezuela. No dudo pues, que entre ellos, para salvar pellejos, o pescuezos, y aun para enmendar, estén tratando la transición tanto como la MUD. 

lunes, 15 de agosto de 2016

El cumpleaños de Fidel


Con ocasión de una de esas muchas necedades que uno lee en las noticias, no quiero ser yo, un buen hijo de Fidel o Chávez. Soy, creo, un buen hijo de mi papá y mi mamá.

Fidel Castro Ruz cumplió 90 años. Senil y apartado del poder, parece ser tan solo un fetiche al que una izquierda terca rinde pleitesía como a un dios menor. Uno que por arte de magia permitirá la resurrección del socialismo. No comprenden estos adoradores lo que Hegel ya veía hace más de 200 años: que el liberalismo es desde un punto de vista conceptual, un modelo que ya no puede mejorarse más.
Nicolás Maduro, como muchos más que permanecen congelados en el pasado, se refugia en su ignorancia – grosera – para loar un modelo que sin dudas ha sido la causa de esta crisis, la más profunda y grave de nuestra historia reciente. Viaja a Cuba para obsequiarle a un dictador, decrépito que va caminando hacia el olvido, una serenata de trasnochados que como él, loan al dictador y creen en la poderosa magia del socialismo para resolver los problemas. Mientras tanto, en Venezuela se repiten las mismas anécdotas de todos los países en los que se ha ensayado una idiotez tan grande como seguidores llegó a tener (y que aún sigue teniendo, creo yo más, por una necesidad de tener la razón y de justificar la mediocridad propia que por una genuina creencia de que eso puede funcionar): la escasez, los controles, la represión y la necesidad de criminalizar cada vez más actividades para hacer lo único que el socialismo puede redistribuir, la miseria.
Fidel Castro no es un ejemplo a seguir. Condenó a su pueblo a la desdicha de vivir encerrados en una isla depauperada por una revolución que un lugar de soluciones, trajo problemas. Su terquedad – y soberbia – le impiden reconocer lo que su hermano sí, aunque sea veladamente: que el socialismo fracasó. Le importó un rábano que millones de cubanos padecieran penurias mientras a él solo le preocupaba mantenerse en el poder, sostener su régimen e intentar, fallidamente, crear un bloque regional con epicentro en él (disfrazado de La Habana).
Creo que América Latina debe hacer un mea culpa y en lugar de achacarle sus errores a otros, llámense los conquistadores españoles del siglo XVI o Estados Unidos, reconocer que como naciones, hemos hecho muy mal las cosas. A pesar de las diferencias que como pueblos tenemos, todos mostramos una tendencia infame a creer en las soluciones mágicas y el «hombre a caballo», redentor de las causas que habitualmente termina siendo un demonio causante de pesadillas indecibles. No se es un gran país porque se tengan maravillas naturales como el Salto Ángel o El Gran Cañón del Colorado (obras de Dios o de accidentes geográficos, pero no del hombre). Se llega a ser un país grande y próspero por la gente que lo habita. Y mientras nosotros nos excusamos, como el mal alumno que se refugia en excusas necias; los estadounidenses han hecho de su país la potencia que es.

Basta de refugiarnos en momias y encantadores. Es hora de sustituir al pueblo por una ciudadanía respetuosa de la ley, productiva y responsable de sí misma, y a los caudillos por verdaderos dirigentes políticos, conocedores del oficio. Es hora de creer que los pueblos, la gente, son lo suficientemente maduros para vivir en democracia y no depender, como unos manganzones, del padrecito Estado, llámese Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro. 

sábado, 13 de agosto de 2016

El impeachment contra Rousseff y el referendo contra Maduro


El senado brasilero aprobó enjuiciar a Dilma Rousseff. Constituye este, el primer paso hacia su destitución definitiva, que deberá votarse a fines de este mes. Todo parece señalar que en efecto, será destituida. Luego de la derrota de Cristina Kirchner, peligra otro aliado cardinal de la revolución bolivariana y de un eje de naciones cada vez más reducido, cuyo epicentro sigue siendo La Habana a pesar de los acercamientos con Washington. Sin dudas, esta decisión incidiría dramáticamente en la crisis venezolana.
Según lo reseña Thays Peñalver en su obra «La conspiración de los 12 golpes», Fidel Castro calificó la «captación de Chávez» como prioridad para su régimen entonces cuarentón. No es un secreto la precariedad económica de la isla para 1994, fecha en la cual se conocen el caudillo barinés y el exdictador cubano. Entonces, la ingesta de calorías por parte de los cubanos había bajado de tres mil a poco más de la mitad (Ob. Cit. Pág. 288). Al llegar Chávez al poder en 1999, más de 40 mil cubanos ya estaban en Venezuela (Ob. Cit. Pág. 288).
No se trata de una élite enquistada en el poder, sino de un movimiento que trasciende la visión parroquiana que parece tener buena parte de la sociedad venezolana. Para Raúl Castro, un hombre sin ningún carisma pero mucho más pragmático que su hermano, la viabilidad de la revolución bolivariana en Venezuela es un tema de seguridad para el moribundo régimen cubano. Sobre todo porque en noviembre, los estadounidenses podrían elegir a Donald Trump como presidente. En ese caso, no dudo del destino fatal del acuerdo Obama-Castro, un arreglo forzado por la fragilidad de la economía cubana y del creciente descontento popular hacia la dictadura comunista.
La reciente decisión del CNE, alargando la fecha de recolección del 20 % requerido para activar el revocatorio de Maduro en franca violación a la ley, no parece corresponderse con la fractura que de acuerdo a destacados periodistas existe en el seno del Psuv e incluso, en la Fuerza Armada Nacional. Sobre todo porque alargar el revocatorio para mantener el statu quo, como parece ser el caso, no resolvería el problema de fondo, con lo cual puede uno inferir que, en primer lugar, no les importa el eventual estallido social porque cuentan con un sistema represor bien aceitado; y, en segundo lugar, porque tendrían al ejército de su lado, con lo cual toda acción para ejercer presión podría ser inútil. Se sabe que esa «lealtad» jamás ha sido «rodilla en tierra» en estas tierras. Repito por ello lo que una vez le escuché a un general retirado que vivió la dictadura de Pérez Jiménez: a pesar de gobernar en su nombre, fueron las Fuerzas Armadas las que el 23 de enero depusieron al dictador, sin disparar siquiera un revólver (la violencia sobrevino luego, por los saqueos y el asalto a la sede de la infame Seguridad Nacional).
El rechazo mayoritario hacia la dictadura militar unió a la sociedad en una causa común: restituir la democracia. Esa alianza debe ser hoy una prioridad aun mayor que el revocatorio, cuya celebración oportuna – antes del 2017 - dependerá de la presión que los distintos factores de poder ejerzan sobre el gobierno. Creo que viene al caso aclarar que no fue el referendo lo que logró la salida de Pinochet en 1989, sino el apoyo decisivo del ejército chileno a las fuerzas opositoras, impidiendo que el régimen consumara el fraude electoral contra ese referendo.   
No habrá salida posible pues, si los actores políticos no encaran vigorosamente al régimen para obligarlo a transitar de este modelo fallido a otro más productivo, sea con los mismos actores o dando cabida a nuevos, fundado en los principios regentes para las democracias occidentales y que, como lo señalara Maurice Duverger, puede resumirse en el artículo 1° de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada por los franceses en 1789: «todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho».  


Lo que Umberto Eco llamaba retórica prevaricadora


En un artículo suyo, «Utilizar al pueblo», publicado en L’espresso en 2003[1], Umberto Eco refería a la utilización del pueblo, o lo que a mi juicio sería más apropiado, el abuso del vocablo. Como lo afirma el filólogo italiano, el «pueblo», como expresión de única voluntad y sentimientos iguales, una fuerza casi natural que encarna la moral y la historia, no existe realmente. Lo que sí existe, y cito de nuevo a Eco, son los ciudadanos, que tienen ideas diferentes; y el régimen democrático, que si bien no es el mejor pero sí es el menos malo de todos, establece que gobierna el que obtiene el consenso de la mayoría de los ciudadanos.
El pueblo, al que apelan con ligereza los demagogos, como Chávez y Maduro (y en el caso del artículo de Eco, Berlusconi), es solo una ficción para crear una imagen virtual de la voluntad popular, que, como ocurre hoy en Venezuela, no se corresponde con la realidad. El país es mucho más que el Ejecutivo o la Asamblea Nacional. El país incluye a infinidad de factores que van desde los colegios profesionales al ejército, desde la prensa hasta los poderes industriales, y pare uno de contar, porque la lista es inagotable. Pero reduciendo «el pueblo» a la ficción que de este hacen los demagogos, se logra confundir los proyectos del régimen con la voluntad popular, al menos la mayoría de las veces. Eso hacía Chávez y hace Maduro, que sin dudas, este régimen ha estado muy bien asesorado en lo que atañe a la propaganda.
Eso ha hecho este gobierno, no solo inventar un apoyo masivo a la revolución cuando en verdad hay un profundo rechazo, cercano al 90 % según las encuestas; sino además, arrogarse una representación de la genuina voluntad popular de la que ciertamente carecen. Cada vez que alguno de los voceros oficiales habla en nombre del pueblo, lo hace realmente en nombre de esa ficción que les permite desviar una discusión de fondo: la indiscutible ilegitimidad de un proyecto rechazado por la mayoría de los venezolanos.
Eso hace también con otros neologismos, como la guerra económica o el de bachaquero, para ocultar la escasez de productos como consecuencia de las políticas socialistas; el de guarimba y guarimberos para criminalizar la protesta; el de guerra mediática para coartar la libertad de expresión e impedir que la prensa libre desnude la realidad… La verdad es que el régimen de Maduro, y antes el de Chávez, como también otros regímenes totalitarios, han pretendido crear una realidad que le resulte cómoda a sus aspiraciones hegemónicas, negando el hecho de ser su proyecto, la génesis de esta crisis, que bien puede calificarse como la más grave que haya padecido este país en décadas. Creo que en medio de las estrategias necesarias para a atacar los muchos frentes, debemos enseriar la discusión política y mantenerla sobre lo que es relevante, sin permitirle a la élite gobernante desnaturalizarla con ese discurso falsificador que Umberto Eco llamó «retórica prevaricadora».  



[1] El artículo se encuentra en la obra «A paso de cangrejo», que reúne varios artículos del autor. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

El triunfo de las ideas y el fin de los dogmas


Hegel ya había dicho que el fin de la historia tuvo lugar en 1806. El triunfo de las tropas francesas frente a las prusianas en la batalla de Jena (14 de octubre de 1806) determinó – y cito a Francis Fukuyama[1] – la victoria de los ideales de la Revolución Francesa y la inminente universalización del Estado que incorporaba los principios de libertad e igualdad. No supone esto, ni lo pretendió jamás el filósofo estadounidense en su obra «El fin de la historia y el último hombre», que no existan contradicciones en el mundo contemporáneo y que no se planteen aun hoy, importantes reformas sociales y políticas. Pero desde el punto de vista ideológico, decía Hegel – y lo citan tanto Alexandre Kojève como Fukuyama – que las ideas de la Ilustración – que no son otras que aquellas inspiradoras de las revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789, así como de los procesos emancipadores en el Nuevo Mundo – ya no son mejorables en su esencia.
Para muchos, sobre todo entre los teóricos marxistas-nacionalistas, el modelo liberal burgués propuesto por la Ilustración en el siglo XVIII es una imposición de occidente sobre el resto del mundo. Creo que ese planteamiento resulta exageradamente parroquiano y que sin dudas ignora la universalidad de las ideas, que carecen de nacionalidad. No creo que la Ilustración haya sido impuesta por Europa. No puede entenderse – so pena de incurrir en una mirada muy provinciana – como el triunfo de alguna potencia. Se trata de la universalización de unas ideas sobre las cuales se han ido construyendo naciones más allá de los confines europeos. No es un triunfo atribuible a algún país, sino al vasto proceso de creación humana. Gracias a esas ideas, el hombre dejó de ser lacayo para ser ciudadano, aunque en efecto, aún no sea una realidad universal. Y esa liberación es, según Hegel, la perfección en cuanto a las ideas políticas.
El proceso iniciado en el siglo V, con la caída de Roma y occidente, ciertamente dibujó un nuevo orden no solo en los territorios romanos en los cuales se construyó el concepto de Europa durante la Edad Media, sino también en el resto del mundo. Mil años – desde el 476 hasta 1453 – tardó la reconfiguración de un nuevo orden planetario. En el curso de la Edad Moderna (1453-1789) tienen lugar los grandes descubrimientos que Europa hizo del resto del mundo. Sobre todo a lo largo del siglo XVI, a través del encuentro con otras culturas. Si bien desde la antigüedad se tenía conocimiento de otros pueblos allende los limes del Imperio Romano, la caída de Constantinopla (7 de abril al 29 de mayo de 1453) obligó a los reinos europeos a indagar otras rutas hacia oriente y, gracias a ello, intensificó y diversificó el contacto entre diversas naciones e ideas, hasta entonces más o menos aisladas.
Ese intercambio entre pueblos, que ya venía produciéndose desde la Baja Edad Media (siglos XIII al XV), rescató buena parte del pensamiento clásico, que tras la caída de Roma en el 476 d.C., permaneció en Bizancio; introdujo elementos del mundo musulmán y de los pueblos árabes a través de la dominación otomana en oriente e incluso, en parte de Europa del este; e importó rasgos de pueblos tan remotos como los mongoles y chinos a través de los mercaderes de especias y telas. La invención de la imprenta de tipo movible y el papel barato a mediados del siglo XV masificó ese conocimiento, dando lugar al Renacimiento.
Con la llegada de la Era de los Descubrimientos (siglo XVI), el flujo de ideas se intensificó. La Ilustración no es una obra enteramente francesa como no es particular de lugar alguno, ninguna creación del hombre. El conocimiento humano es un vastísimo recorrido que va desde los días prehistóricos hasta hoy, y, obviamente, continuará su tránsito hacia el futuro. El conocimiento es universal  e imposible de contener. Mucho menos hoy, cuando las redes sociales y los medios internacionalizados han reducido al mundo a la «aldea global» de McLuhan.
Las ideas son universales, y como se ha visto, son el resultado del contacto de seres humanos de variadas culturas. Vargas Llosa planteaba para el año 2000, como la visión parroquiana de algunos líderes, considerados gente inculta por el escritor, amenazaba la cultura[2], y yo agregaría que en efecto, esa visión miope y limitada no solo está condenada al olvido, sino que además resulta contraria a la universalidad del pensamiento humano. Las ideas trascienden aunque no queramos y hoy por hoy, con el desarrollo de las nuevas tecnologías, y en especial el desarrollo de los medios de comunicación globales, resulta vertiginosamente rápida la forma como se crea y difunde el conocimiento.
No, no es una imposición de occidente sobre otras naciones. No es el resultado de una conquista de Estados Unidos frente a la URSS o al resto del mundo. Es, sin lugar a dudas, el triunfo de esas ideas las que en definitiva determinaron la victoria estadounidense en el curso de la guerra fría y que de acuerdo a Maurice Duverger[3], pueden resumirse en el artículo primero de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: «Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho».



[1] Francis Fukuyama hace referencia en su obra «El fin de la historia y el último hombre» a Alexandre Kojève, arguyendo que este filósofo ruso radicado en Bélgica rescató a Hegel de la distorsión que sobre su trabajo hicieran los marxistas.
[2] La referencia de Vargas Llosa se encuentra en un artículo publicado en «El país», fechado el 16 de abril de 2000.
[3] M. Duverger. «Las dos caras de occidente». Ariel. 1975. Pág. 9

La ceguera política


El verdadero problema del gobierno no son las consecuencias de la crisis, sino sus causas.
El gobierno supone erradamente que de llegar al 2017, sus problemas acabaron. Imaginamos que irá – de tener suerte suficiente – sorteando problemas sin resolverlos, como ha hecho hasta ahora. Un primo mío refería una conversación con un militante del Psuv, para quién la crisis ya estaba superada porque están subiendo la cota del Guri y el precio del petróleo. Nada más falso. Eugenio Martínez, periodista experto en procesos electorales, analizó recientemente una encuesta de Venebarómetro,  según la cual 55 % de los venezolanos califica como negativa la gestión del expresidente Chávez. 91 % de la gente, de acuerdo a ese estudio, cree que el país está «de regular a mal, mal y muy mal». Aún más, alrededor de las dos terceras partes de la población desea que Maduro sea revocado este año.
El verdadero problema del gobierno no son las consecuencias de la crisis, sino sus causas.
La revolución – que de acuerdo a Thays Peñalver, lleva más de tres décadas intentando asaltar el poder – llegó tardíamente. El socialismo fracasó hace más de 40 años y hace 25, colapsó. Sin embargo, el entorno (civil) de Maduro, procedentes en su mayoría de grupúsculos sediciosos civiles, aún no aceptan que los paradigmas están cambiando y que la esencia de las ideas ilustradas constituyen la evolución final del pensamiento político, como ya lo planteaba Hegel en 1806 y lo reafirmó Francis Fukuyama en 1991.
La reciente declaración de Vladimir Villegas sobre el socialismo es una necedad. No llegó al «llegadero», ese modelo, porque haya escasez de alimentos y medicinas en Venezuela. En sus palabras hay una miopía parroquiana imperdonable. Fracasó porque sus postulados son ensayos fallidos. Maduro por su lado, no pudo decir algo más infeliz al acusar de estúpido al que imagine que el capitalismo va a resolver las dificultades. Su posición solo desnuda un dogmatismo de tal magnitud que nos patentiza su ceguera política. Si bien es cierto que el capitalismo muestras fallas, y muy graves, también lo es que las ideas que le son consustanciales permiten corregirlas sin desmontar principios sobre las cuales se construye: la libertad del individuo. En cambio, en el socialismo, cuyos errores son estructurales, estos se intentan resolver restringiendo cada vez más la libertad del individuo. Y es esa la razón ontológica de su fracaso.
La idea «socialista» ha sido recurrente en casi todos los regímenes venezolanos. Podría decirse además, que hasta la llegada de la revolución al poder, lo era más por demagogos y oportunistas que por una militancia verdaderamente comprometida con el marxismo, credo de muy poco calado en la idiosincrasia nacional. Venezuela no obstante merece una genuina revolución. Y esta no es otra que rescatar los valores democráticos y republicanos que, a pesar de nuestros errores, que son muchos, ha sido una genuina aspiración de los venezolanos, al menos desde la muerte del general Juan Vicente Gómez. Si no emprendemos esa tarea lo antes posible, la crisis va a generar un peligroso estado de agitación y descontento, y, llegado el momento, la recuperación nacional será mucho más sacrificada para todos.
El verdadero problema del gobierno no era ni es que la cota del Guri alcance los 244 m.s.n.m. o que los precios del barril de petróleo superen los cien dólares, sino entender la contemporaneidad y no afanarse por tener la razón. El reto de la oposición no es el revocatorio, ni sacar a Maduro del poder, lo cual es solo un paso necesario; lo es, sin dudas, construir una república democrática que ciertamente pueda asegurar a sus ciudadanos una calidad de vida aceptable según estándares internacionales y, de ese modo, transitar hacia el desarrollo sustentable.

El verdadero reto es pues, transformar al pueblo lacayo en ciudadanía primermundista.