Los ’90 parecían ser la década del fin de la historia y del último hombre,
como lo refiere el filósofo estadounidense Francis Fukuyama. El infame muro de
Berlín había caído en noviembre de 1989. Años más tarde, en diciembre de 1991,
se desplomaba la capital del socialismo: la URSS. China había abandonado los
postulados socialistas de la mano de Den Xiaoping, desde principios de la
década anterior. América Latina parecía encausarse finalmente hacia la
instauración de democracias más o menos robustas. El 2 de febrero de 1992
irrumpió, no obstante, un espanto que, desdichadamente, la región no ha
conseguido ahuyentar: el populismo.
Hugo Chávez intentó deponer al presidente (legítimo)
Carlos Andrés Pérez. No lo logró en ese momento. Las condiciones sin embargo eran
favorables para que, aupado desde cómodas posiciones en sus oficinas de lujo,
se iniciase un demoledor discurso no contra adecos o copeyanos, que era lo de
menos; sino en contra del sistema democrático que venía instituyéndose desde
1958. Desde aquellos notables, los (autodenominados)
intelectuales y muchos políticos (oportunistas) hasta los dueños de medios, no
hubo quien no hiciese de Pérez objeto de críticas y señalamientos. Se sabe, no
obstante, más que en contra de Pérez y su malhadado gobierno; esas críticas lo
fueron contra el modelo democrático, que en esos años (finales de los ’80 y
principios de los ’90) evolucionaban a un estado de modernidad que sin dudas
afectaron demasiados intereses.
Pérez cayó en mayo de 1993. Un juicio penal amañado
y con escasos fundamentos jurídicos dio al traste con su proyecto modernizador,
que, como lo reseña Mirtha Rivero en su obra “La rebelión de los náufragos”,
fue la verdadera causa de su defenestración. Nadie deseaba esas reformas en
Venezuela. Y por lo visto, en la región existía entonces – y aún existe – una
significativa resistencia a esas (aún impostergables) reformas liberales.
El 6 de diciembre de 1998 se inició un proceso de
atraso e involución en Venezuela y la región con el triunfo de Hugo Chávez. El
líder populista se embarcó en una cruzada antiimperialista (contra E.E.U.U.) de
la mano de Fidel Castro. Hoy por hoy, gracias a la participación infausta de
los cubanos, de ser objeto de una tutela (al parecer necesaria) por parte de
los gringos, pasamos a ser colonia del moderno imperialismo chino.
Han transcurrido 15 años desde la toma de posesión
de Chávez. Si no fuese por su muerte como consecuencia del cáncer, seguiría
mandando no solo en estas tierras sino además influyendo en el resto de la
región (gracias a la chequera aparentemente inagotable de PDVSA). Y su
verdadero legado es la crisis económica que corrompe los cimientos de una
democracia que fuese ejemplo durante muchos años: la venezolana. Y, acaso en
una suerte de efecto péndulo, este caudillo embotado de delirios determinó el
paso de los gobiernos sur y centroamericanos hacia un modelo fallido, modelo
éste que disfrazado con nuevos epítetos por una propaganda abusiva que en nada
envidia a la nazi, no deja de ser el mismo populismo impuesto por Perón y
Velazco Alvarado en otras épocas. Basta leer las declaraciones de Chávez
celebrando el Libro Azul de Velazco Alvarado en la luenga entrevista que le
realizara Agustín Blanco Muñoz y recogida en la obra “Habla el comandante”.
América Latina ha fracasado una vez más. Su
obstinación en la búsqueda de una identidad en medio de tantos complejos le ha
hecho perderse en un sinfín de majaderías que lejos de contribuir al
mejoramiento efectivo de la calidad de vida de sus habitantes, los ha
depauperado espiritual y materialmente.