Nunca
conoció algo diferente. Algo mejor. Su vida ha sido corta y sus desgracias, un
largo rosario. Tiznado todo su cuerpo por el hollín callejero, aguarda su
destino sobre periódicos viejos, plagado de relatos trágicos que para ella son
cotidianos. Y al llegar la primavera, el destino la encontró tendida sobre esos
periódicos como un perro realengo. Sus manos hincaron el puñal que los falsos
le hincaron a ella con saña. Si ella mató para robar bagatelas a algún
desventurado, a ella le despojaron su vida… y no la mataron.
Sus
greñas enmarañadas dejan ver el hedor de la calle. Un tufo a letrina sucia. La
mugre maquilla el rostro de esta mujer que hasta ayer solo era una niña. Una
niña que no jugó con muñecas. Una niña que tal vez tuvo por juego la lascivia conducta
del padrastro de turno, que en la fragilidad de su cuerpo sació deseos
atávicos. En sus ojos no hay lágrimas. Solo odio. Solo rencor. En sus ojos se
ve el resentimiento que corroe su alma. Y su alma es hoy, solo el hueso agusanado
que ruñen perros hambrientos.
Irá
a un reformatorio. O peor, tal vez la encierren en una cárcel. Su saña contra
quien sea amenaza. Y el miedo, libre es. Irá al infierno a pesar de su niñez. Y
en el infierno no purgará penas… avivará su odio. Y si algún día sale, ya no
será una niña y sí un demonio al qué temer.
Ella
es hechura del error, del fracaso, de la mentira. No ha conocido otra cosa que odio,
rencor, resentimiento… patadas. Sin importarles, crían cuervos los falsos, mientras
celebran su dicha en sus cómodas casonas. Ella en cambio, creció en las cloacas
donde el ser humano defeca todas sus mefíticas miserias.
Y
si hoy me preguntan quién mató a quién, solo queda responder: Venezuela señor,
todos a una.