jueves, 26 de diciembre de 2013

Sí pero no

Todo parecía indicar que eta vez sí. Pero no. Iván Simonovis y los demás presos políticos pasaron las Navidades tras las rejas. Aun José Vicente Rangel recomendaba la libertad de los presos políticos. Seguramente, como viejo zorro político que es, sabe del profundo daño que hace a la imagen de un régimen debilitado mediáticamente. Sobre todo porque la propaganda es su fortaleza. Quizá su única fortaleza.
¿Por qué lo que parecía inminente, ahora luce difuso, poco probable? Solo se me ocurre una respuesta: en medio del forcejeo entre intereses diversos, los más radicales se están imponiendo. No es un secreto, o por lo menos así se advierte, la confluencia de variados grupos de interés alrededor de Maduro y de cómo ejercen su poder sobre él. Qué intereses prefieren a esos hombres presos no lo sé, pero obviamente, si mi argumentación está en lo cierto, se impusieron sobre los moderados, que buscan conciliar. Metieron la pata.
La reunión entre mandatarios regionales y locales con el presidente fue, a mi juicio, una búsqueda de dos metas: lograr un piso político medianamente estable para acometer unas medidas económicas impopulares (pero necesarias) y aunar fuerzas para evitar que una tercera opción asalte el poder, descabezando a todo mundo. La amenaza de una salida por la fuerza es plausible, aunque indeseable. La gente puede despertar a una realidad muy cruda en el corto plazo y puede ver con buenos ojos una atrocidad semejante. Así es la naturaleza humana.
El gobierno está realmente enredado. La economía anda mal. Muy mal. Las maniobras mediáticas han sido efectivas pero en algún momento, que está por llegar, la gente va a descubrir el embuste. Cuando ocurra, las cosas para el gobierno van a ponerse realmente mal. Supongo que lo saben. Al menos las facciones menos recalcitrantes. Y por ello pareció posible una amnistía para los presos políticos ¿Qué ocurrió para que la intolerancia volviese a robarse el poder? ¿Por qué se imponen los más radicales y los moderados son silenciados?
Yo no tengo las respuestas. Sin embargo, intuyo que en el seno del gobierno hay pugnas graves, peligrosas. Y es que, sin dudas, hay mucho en juego. Por una parte, un grupo sabe que enfrenta acusaciones muy serias, de perder las bondades de ser poderoso. Otro, está al tanto de las dificultades que el movimiento enfrenta en el corto plazo. Unos se juegan la vida y otros, la supervivencia de un movimiento político. ¿Quién se impondrá? Depende en gran medida de cómo se enfrente el porvenir. Si las facciones moderadas del chavismo leen adecuadamente los últimos resultados electorales, sabrán que una conciliación con la oposición no es solo urgente, sino de vida o muerte. Si la oposición comprende que a pesar de sus esfuerzos loables aun el chavismo es fuerte, comprenderá que su trabajo va más allá de las elecciones. Que su esfuerzo mayor debe pivotar sobre la oferta a un país urgido de soluciones a sus muchos problemas. Si ambas partes dialogan y consiguen armonizar sus diferencias sobre los puntos coincidentes, el riesgo patente de “otra salida” (ciertamente indeseable) habrá al menos aminorado.

Venezuela nos necesita a todos. Tenemos que encontrar caminos para el diálogo tanto en esta acera opositora como en aquélla oficialista. No es una bagatela lo que arriesgamos con esa postura obstinada. Tanto el gobierno, que ha sido soberbio, como la oposición, que ha sido torpe, están forzados (por necesidad) a convivir, porque la amenaza se cierne sobre ambos. 

Pinball político

¿Qué nos pasa? Llevamos 14 años dando tumbos, como las pelotitas de los pinball. Y salvo terminar irremediablemente en la buchaca que suma derrotas (en las maquinitas pinball), no hay en la reciente política venezolana un atisbo de seriedad. Hay un afán desmesurado y sinvergüenza por ganar elecciones, mas no lo hay por estructurar soluciones a los muchos males que aquejan a este país desde antes de llegar la desgraciada revolución al poder.
No se trata de simplemente de legislar, que la solución a los problemas no se decreta. Se habla impúdicamente de nuevas leyes, de nuevas constituciones, de regular los problemas, como si tal cosa fuese eficiente. Sin embargo, nadie habla de su solución. Ningún líder discute un programa de gobierno alternativo, que ofrezca hechos concretos destinados a minimizar la delincuencia, a reducir la inflación, a generar empleos bien remunerados, a mejorar la asistencia hospitalaria… en fin, acciones que ciertamente mejoren la calidad de vida de la gente, en las ciudades tanto como en la provincia profunda.
Se escupen críticas en contra de este desgobierno. Críticas que son desde luego válidas y necesarias. Pero poco se dice de cómo solucionar la miríada de problemas que agobian al ciudadano común. No basta señalar los errores. También se adeudan correctivos, porque de otro modo, la gente solo escuchará la retórica embaucadora del gobierno y sin otros argumentos, creerá ésta como cierta. La gente necesita escuchar otras opciones y los líderes opositores deben ofrecerlas.
El éxito del chavismo se debe en parte a eso, a la oferta hecha por el caudillo sedicioso a las clases más golpeadas por la crisis. Otra cosa es que su retórica haya resultado ser el falso y anacrónico discurso socialista disfrazado de novedad. El deber del liderazgo está ahora a prueba. No hay elecciones en puertas, pero mal puede adormecerse, porque los lobos siguen acechando. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Invicto

Nelson Mandela – Madiba – fue un líder visionario que supo sembrar el perdón en un país malherido por la injusticia. No hizo de su dolor un mezquino acto de venganza, como no dudo yo, quisieron muchos de sus seguidores. Había razones para la existencia de un odio intransigente entre blancos y negros. Sin embargo, pudo sortear resistencias y lograr la unidad y lo más importante, el perdón entre hermanos. Solo por eso, ya es grande e inmortal el líder sudafricano.
El chavismo hizo lo que hicieron otros líderes, igualmente famosos pero no por su brillante visión de futuro. Usó el resentimiento, la envidia y otras emociones poco virtuosas para apuntalar un liderazgo que buscaba el poder por el poder, para luego, no saber qué hacer. Las consecuencias saltan a la vista y huelga enumerarlas.
Ésa es pues la gran diferencia en el liderazgo. Atraer masas para endulzarse el ego no es más que un grotesco acto de vanidad y mendicidad espiritual. Demuestra lo que una muy querida amiga – Yoyiana Ahumada - me dijera alguna vez: todo tirano arrastra un legado de resentimientos. Mandela tenía razones para odiar a los blancos. Sin embargo, como lo reza el poema “Invictus” (de William Ernest Henley): siempre fue inquebrantable, inconquistable, nunca bajó la cabeza y a pesar del sufrimiento, nunca dejó de ser el amo de su destino, el capitán de su alma. Otros, como la ralea que hoy nos (des)gobierna, son prisioneros de sus resentimientos, de sus sentimientos mezquinos, y por ello, la enorme diferencia entre ese gran hombre que fue Mandela y lo que son ellos. Lo siento si en este saco encierro a algunos injustamente.
Si queremos salir de esta crisis, que trasciende incluso al actual liderazgo gobernante, debemos pensar en una visión de país que no se base en los resentimientos, en los deseos de venganza y el falso bienestar que causa ver al oponente abatido. La política no es una guerra. La política es diálogo, es consenso, es una fiesta de hermanos, unidos a pesar de sus diferencias, para construir todos, un país mejor, cada vez mejor.
Tal vez porque nos urge vigorizar el espíritu como se lo vigorizó a Mandela, termino estas palabras recordando el poema que, al parecer, le ayudó a mantenerse de pie durante su horrendo cautiverio en Robben Island:
Más allá de la noche que me cubre,
Negra como el abismo sin fin,
Agradezco a los dioses que puedan existir,
Por mi alma inquebrantable.
Caído en las garras de la circunstancia
No me he lamentado ni llorado en voz alta.
Bajo los golpes del destino
Mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
Yace el horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra, y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecho sea la puerta,
Cuan cargada de castigos la sentencia,
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.

William Ernest Henley


Muchas gracias 

jueves, 5 de diciembre de 2013

Un llamado a todos, pero, sobre todo, a los indecisos

Quienes invocan a la abstención – desde grupos minoritarios sumamente ingenuos hasta intelectuales entre comillas, sin obviar los personajes a quienes Fernando Mires llama dudosos – ayudan al gobierno, aunque sus intenciones sean en principio, loables (bien vale recordar el adagio popular que nos recuerda todas las buenas intenciones que empiedran el camino al infierno). Y por ello, con la libertad que gobierno ni grupo alguno puede arrebatarme realmente, los tengo bajo sospecha. No votar este domingo solo porque con eso la MUD avala la trampa es una pendejada por la que pasamos y, por ella, ya tuvimos una Asamblea dominada por las fuerzas oficialistas sin que nuestra protesta nos sirviera de algo. Todo lo contrario.
En un audio de Henrique Capriles expone claramente como hacen la trampa (que por supuesto la hacen). No se trata de sofisticadas redes satelitales que roban votos. Para hacer eso se necesita la complicidad de la MUD (de toda la MUD), lo cual no solo no es el caso sino que además, luce poco probable que lo sea. Se trata de abusos, de amenazas, del robo de votos de quienes se abstienen, del engaño, como  hacerle creer a la gente que pueden saber por quién vota (lo cual es imposible), de abusar de los medios, secuestrados por el gobierno, de amedrentar… Pero una vez hecho el voto no hay modo de alterar ese voto. Si el alud de votos es, como lo pide Capriles, inmenso, el gobierno no podrá alterar los resultados.
Si en efecto, demostramos que somos mayoría (y lo somos), las correlaciones de fuerzas comenzarán a reacomodarse, pero recuerde, no será inmediato. Hay que permitir el reacomodo de intereses, para que, tal como ocurrió en el pasado (con una sucesiva violación de leyes y fundamentos jurídicos avaladas incluso por las autoridades previas a la llegada de esta revolución), el establishment se reacomode de acuerdo a una nueva realidad política (una mayoría aplastante que desea cambios, como ocurrió en 1998). No se puede ser tan ingenuo para suponer que Chávez fue un fenómeno netamente popular. Chávez fue un portento construido en gran medida por el establishment dominante entonces, que vio a Pérez como un traidor. Y desde luego, había el consenso popular – una mayoría que clamaba por reformas - para propiciar ese cambio, que, tal como advierte el adagio siciliano, ese establishment (que no es tan santo ni bien intencionado) buscaba mantener las cosas tal como estaban (aunque fuera inviable económica y políticamente). No hay duda alguna de ello, el reacomodo de fuerzas empieza con un sentimiento popular mayoritario (como lo era el descrédito de las organizaciones políticas y de la política misma los años previos al triunfo de Chávez), pero lo concreta el establishment (que hace uso de su poder real y concreto: el dinero y los medios que pueden construir – y de hecho, lo hacen – matrices de opinión).
No apoyar la institucionalidad y dejarse seducir por la inmediatez que proponen algunas voces podría conducir a la república por caminos realmente indeseables. Sería siempre y en todo caso, irresponsable. No se trata pues de salir de esto, sino de salir de esto bien. No basta cambiar a Maduro e incluso, a todo el gobierno. Hay que crear una idea de país viable, incluyente, democrática y sobre todo, regido por el Estado de derecho. Logrado esto, el cambio de actores políticos podría llegar a ser aun irrelevante. Y eso solo puede lograrse votando, para que, una vez demostrada fehacientemente nuestra superioridad numérica, servir de muro de contención a las aspiraciones totalitario-comunistas de este régimen e impulsar reformas que profundicen la democracia y aseguren el respeto por el Estado de derecho, así como proyectos económicos viables de corto, mediano y largo plazo que conduzcan a Venezuela al desarrollo y al progreso que puede generar.
Venezuela nos demanda por sobre todas las cosas, seriedad. Estemos pues, a la altura de las circunstancias. No es poco lo que nos jugamos, porque éste régimen parecerá inepto, actuará incoherentemente, sí; pero no está jugando y su propuesta es un modelo probadamente fallido, que solo ha engendrado miseria.
Muchas gracias. 

martes, 26 de noviembre de 2013

¿Qué pasa en Venezuela?

Como quien está embotado, el pueblo venezolano parece aletargado por una droga potente. Quizá una llamada Chávez (o chavismo, lo mismo da). Como ese manso pueblo al que cantaba Alí Primera (que tristemente no deja de ser pendejo), los venezolanos aguantan el maltrato de una izquierda que, como suele ocurrir, una vez hecha gobierno, no ha sabido resolver los problemas pero se aferra al poder como la garrapata al cuero del ganado. No esperaba de ellos algo diferente, claro está. Todo lo contrario. Sé y supe desde siempre que su objetivo, lejos de buscar la máxima felicidad del pueblo venezolano, ha sido imponer un modelo rechazado por este pueblo, hoy, ayer y no dudo que al despertar de esta pesadilla, también en el futuro.
Resulta triste, aun trágico, atestiguar el adormecimiento de una nación que en otras épocas libertó a cinco países, y que, luego, modeló el ejemplo para que otras naciones hermanas se encausaran por la democracia representativa (que es la única posible hoy en día). Aguanta calladamente interminables colas para comprar un paquetico de harina y, si tiene suerte, un televisor. Cegado por su propia inmediatez (eufemismo para no llamarlo estupidez), no entiende que no habrá un mañana y que sus horas en esas colas serán solo una promesa de las que tendrá que soportar una vez se instaure el comunismo. Y puede que sea peor. Que entendiéndolo, se desentienda.
La jugada del gobierno no es ni remotamente precipitada e impensada. Todo lo contrario. Busca eso que en días más luminosos del movimiento subversivo (si es que los hubo), llamaban tierra arrasada. Y tal cosa no es más que la devastación para luego obviar la inconstitucionalidad de semejante atrocidad e imponer a troche y moche el comunismo retrógrado que ha inmerso a Cuba en una miseria degradante.
No son momentos para juegos electorales, que es solo parte del complejo proceso democrático. La crisis venezolana va más allá de las elecciones del 8 de diciembre (a las que debemos acudir imperiosa y masivamente). Urge una visión de país, que trascienda al año entrante. Una que defina las estructuras para reencausar a Venezuela en la senda del desarrollo y del primer mundo. Hoy por hoy urgen estadistas que tengan una visión clara de país, estadistas que sirvan de faro a las masas, sin desconocer, desde luego, los valores venezolanos.
No basta ganar elecciones (que luego puedan perderse). Hay que diseñar un país de todos y para todos. Una nación con visión de futuro y con un programa estructurado para crear progreso y prosperidad para la mayor suma posible de personas. Un programa de progreso y desarrollo que vaya más allá del siguiente período, de la inmediatez de las próximas elecciones.

Da vergüenza ver cómo la gente permite que se pierda la república en manos de incapaces, mientras espera para entrar a EPA (y para los que no comprenden el sarcasmo y el verbo figurativo, me refiero a quienes se desinteresan de todo, esperando ser ellos los afortunados para hacerse de dinero sin esfuerzo y sin importar mucho la forma). Desuela grandemente la apatía de una sociedad que no exige, que no le imponga al gobierno su voluntad (como el soberano que doctrinaria y constitucionalmente es) y que acepta servilmente las migajas que puedan – o quieran – darle. ¿Qué pasa en Venezuela? 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Si uno supiera lo que el otro hace

Trato de comprender. Sin embargo, no me es fácil. Por un lado, el gobierno acusa a los sectores opositores de querer deponerlo (sin verdaderas acusaciones, salvo vagos señalamientos carentes de asidero). Asimismo, la oposición convoca a una reconciliación nacional (imposible en virtud de negarse una mitad del país de escuchar a la otra). Y fiel a mi credo, más bien ecléctico, supongo que la verdad se encuentra en algún lugar entre las dos versiones.
Cada uno entiende la realidad a su manera. O, como diría mi abuelo, cada quien mata pulgas a su modo. Y por ello, sea lo que haga la oposición, el gobierno siempre lo malentiende. Claro, su concepción de la realidad difiere mucho de lo que la otra mitad del país comprende, en especial sobre cómo debe gobernar. Y por ello, la oposición no tiene idea de lo que el gobierno pretende.
La verdad se encuentra entre una y otra idea de país, como ya lo dije. Y si bien pudo haber excluidos que resentían ciertas políticas erradas del pasado, no son las políticas del gobierno la mejor forma de solucionar los problemas de la gente pobre. Basta ver la terrible crisis económica para saber que así ciertamente no se gobierna. Hoy los pobres son más pobres y más dependientes del Estado. Y es que, de acuerdo al manual del buen revolucionario, a la gente aburguesada no le venden esa bazofia que es el socialismo.
Hay pues, una incapacidad de unos y otros para comprenderse. Y por ello, quienes gobiernan ven conspiraciones en una oposición que hace lo que ciertamente debe hacer, servir de muro de contención (cosa que ha hecho bastante mal). Y quienes se oponen a este gobierno no comprenden que para los revolucionarios no se trata de gobernar, sino de imponer el socialismo (a juro y por qué sí).
Al menos, si uno supiera lo que el otro hace, las cosas serían diferentes.


martes, 19 de noviembre de 2013

Mentalidad primermundista

Se dice, y puede que con razón, que los pueblos merecen los gobiernos que tienen. Y es así porque el liderazgo, de alguna forma, es reflejo de lo que cada pueblo es como sociedad. Ellos concentran el ideario colectivo. Por ello, durante catorce años, Chávez se mantuvo como un roble, a pesar de que su pésima gestión de gobierno es la causa de los males que estos causahabientes suyos han agravado exponencialmente.
En días recientes, el presidente, en un acto descaradamente irresponsable, llamó a bajar los precios a juro y por qué sí. Aún más, llamó veladamente a saquear, como una suerte de tribunal popular, ése que en tiempos de los jacobinos tomaba como prueba suficiente la mera acusación e impartía una falsa justicia, arbitraria y brutal. No dudo que la gente de a pie, que sale a diario a comprar leche, queso, huevos, azúcar y un sinfín de productos desaparecidos de los anaqueles por la estupidez económica de un gobierno anacrónico, se sienta satisfecha porque ahora sí le están dando duro al especulador, que no es otra cosa que una manifestación de la envidia: estoy jodido, pero ahora el rico también lo está.
Maduro es pues, el espejo en el que miles de resentidos se ven (como se veían también en Chávez y en otras épocas, en José Tomás Boves). Eso no dice nada halagüeño de nosotros, los venezolanos. Todo lo contrario, nos define como un pueblo envidioso, que agrede al exitoso y lo culpa del fracaso propio. Si bien hay cientos de miles de casos de jóvenes que aprovecharon las herramientas educativas ofrecidas por el Estado venezolano (no el gobierno) y son hoy por hoy, hombres y mujeres exitosos (muchos de ellos, exiliados por falta de trabajo e incluso, por agresiones contra ellos y sus familiares), asimismo lo es, sin embargo, que también abundan también los flojos, los irresponsables, que luego de crecer y percatarse del mundo tal como es, resienten el éxito ajeno, del que sí se esforzó por salir adelante, sin esperar al Estado benefactor que le resolviera hasta la más nimia necesidad.

Los países no se construyen con gente mediocre, que solo espera la dádiva del caudillo de turno. Con personas que se conforman con las limosnas que reciben de los líderes, sean los de antes o los socialistas de hoy. Un país se construye con gente crítica y responsable que busca su futuro, que lucha por él. Gente que exige sus derechos pero que también cumple sus deberes. Termino pues, estas palabras con una reflexión: tan privilegiado es el rico que compra prebendas, como el pobre, que por ese solo hecho cree merecer los privilegios y prebendas que demagógicamente le son obsequiados. Cuando entendamos esto, habremos dado el primer gran paso en la construcción de una Venezuela primermundista. 

sábado, 16 de noviembre de 2013

Gente de buena voluntad

La portada del diario El Tiempo, con un hombre sollozando escoltado por dos funcionarios del Estado, va presagiando lo que viene (y la respuesta del gobierno a este titular también presagia cosas por venir, nada halagüeñas). Lo que ha pasado con las tiendas de electrodomésticos (y que promete extenderse a todas los demás comercios sin importar el ramo) es una clara señal de lo que busca el gobierno. Nada bendito, dicho sea de paso. La perversidad del régimen no es producto de una economía impensada. Todo lo contrario. Si algo ha pensado el combo Giordani es eso precisamente, como destruir la economía para forzar al Estado a apropiarse de todo e imponer, de hecho, el comunismo. 
Los voceros nazis jamás iban a reconocer públicamente que planeaban exterminar a los judíos en los campos de concentración.  Asesinaron a más de 6 millones. Chávez no iba jamás a aceptar públicamente que su objetivo era quebrar la economía para adueñarse del país y entonces hacer de la gente una población menesterosa y dependiente del Estado (o sea del caudillo). Esta gente no da puntada sin dedal. Y no es, por cierto, ninguna novedad. Así se hizo en Chile, durante el pésimo gobierno del doctor Salvador Allende.
A Allende le salió al paso el establishment chileno, del cual Pinochet era solo uno más entre muchos. No veo razones para que, de seguir este proyecto arrasador, no le salga al paso a Maduro un demonio parecido (que desgraciadamente nos saldrá a todos por igual). La gente, sobre todo entre los ingenuos que creen que la inflación es producto de la especulación, podrá mirar con buenos ojos la inmediata baja de precios de algunos bienes (ajenos a la canasta básica). Sin embargo, repitiendo el refranero popular, eso es pan para hoy pero hambre para mañana. Y hablo de la forma más amplia posible.
Hay que votar. El 8 de diciembre podemos desmontar una de las grandes mentiras de este régimen: que ellos son una mayoría aplastante. Nunca ha sido verdad. Ni siquiera en el mejor momento del caudillo fallecido. Mucho menos luego de las elecciones del 14 de abril pasado. El país está dividido en dos. Y un país dividido en dos partes iguales tiene que dialogar, pero no en los términos propuesto por Chávez y ahora por Maduro, sino en términos reales. El gobierno ni debe ni puede silenciar a la otra mitad del país.

Sé que en el PSUV hay gente seria y de buena voluntad. También la hay en los sectores opositores. La oposición seria y esas voces sensatas dentro del oficialismo están en la obligación de hacerle frente común a los que cegados por un poder que solo parece absoluto, se han corrompido absolutamente y no ven el candelero que azuzan irresponsablemente, porque más allá de sus propios beneficios y de sus propias prebendas, no ven ni entienden nada. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Frankestein

Un amigo me refirió hace algunos que mientras sucedía el golpe de Estado que lo depuso, el presidente Allende preguntaba donde andaba Augusto (Pinochet), preocupado por su bienestar. Ignoro si la anécdota es real. Ilustra sin embargo como son las cosas en la política. Según he leído, a Pinochet lo involucraron en un alzamiento, organizado por otros militares, y él secuestró ese movimiento a su favor. Golpe de Estado, por cierto, que aplaudió, o cuando menos miró con buenos ojos, la mitad de Chile (porque ignoraban que una cosa es llamar al diablo y otra, verlo llegar).
Maduro puede que esté asesorado por los cubanos, como lo estuvo Allende (y no quiero comparar la calidad intelectual del expresidente chileno con la del heredero político de Chávez). Y por ello, viene bien recordar que el socialismo en Chile causó una distorsión catastrófica de la economía. Había dinero, pero no había qué comprar. La gente se apilaba en colas para comprar hasta una simple hogaza de pan. El modelo socialista quebró a Chile en solo tres años. La ofuscación del gobierno socialista de Allende, asesorado por cubanos, los condujo al golpe de Estado de 1973. Venezuela ha aguantado más tiempo porque tiene petróleo. Pero hasta semejante ingreso, como nunca antes tuvo este país, fue dilapidado por la estupidez socialista. Ni siquiera un ingreso billonario (más de un billón de dólares) pudo pagar una sociedad de zánganos. Hoy, esos zánganos roban las tiendas con la venia del gobierno.
Maduro juega con fuego, asesorado por unos dinosaurios incapaces de comprender la complejidad del mundo post-contemporáneo. Incentivar saqueos veladamente como válvula de escape a la presión que genera la escasez y la inflación puede volverse en su contra. Hasta ahora le ha sido útil. Ha calmado la arrechera popular. O, al menos, eso parece. Y puede que haya ganado algunos votos. Sobre todo entre muchos memos que aún creen que la inflación es producto de la especulación. Y puede que, a largo plazo (si es que acaso lo hay para este régimen), podrá imponer el comunismo, ayudado por la necesidad popular de encontrar lo que urge, aunque sea racionado.

Pero hay un viejo refrán popular y es que una cosa dice el burro y otra quién ha de arrearlo. Este “caos controlado” es como fumar en una fábrica de fuegos artificiales. Podrá creerse que se tiene control por un momento, pero basta una brizna encendida para prender el candelero.  Deberían recordar, si es que lo han leído, el relato de Mary Shelley sobre el doctor Frankestein y su horrenda criatura (“Frankestein”). Si no, léanla. Nunca se sabe que pueda ocurrir cuando se crea un monstruo. 

sábado, 9 de noviembre de 2013

No entender a la boliburguesía

El gobierno no entiende. No se trata de una propaganda fascista destinada a crear una matriz de opinión (aunque ciertamente hacen uso del manual goebbeliano). Se trata de una creencia arraigada en buena parte del ideario venezolano. Una cosa es pues, que en un discurso prevaricador se hagan acusaciones infundadas y sobre todo, se cree la idea de un enemigo tan etéreo como lo es Samuel Goldstein en la excelente novela “1984”. Eso lo hacían Mussolini y Hitler como parte de su proyecto totalizante. Otra muy diferente que en verdad crean esas necedades. Y lo más grave es que en efecto, las creen.
Resulta una sandez hacer una cadena nacional para decirle al país que unos sitios en internet (tucarro.com, tuinmueble.com y mercadolibre.com) son responsables, junto con unos enemigos muy malucos en Estados Unidos (Miami), para causar la inflación agobiante y el exagerado precio del dólar (precio y no paridad porque, dada la política de soberanía impuesta por el comandante galáctico,  el dólar es hoy la principal materia prima en un país como éste, que todo lo importa). Y sin embargo, se hizo. Ya eso es muy grave.
El gobierno dista mucho de tener un programa coherente para impulsar mejoras en verdad perentorias. No cree en las medidas que inevitablemente deben tomarse, porque el comandante galáctico arruinó al país gracias a su proyecto delirante (y personalista). Basta ver el costo de la campaña electoral del 2012 (no creo posible que a esas alturas, Chávez no estuviese al tanto de su propia gravedad) como muestra de la magnitud de la irresponsabilidad de quienes hoy nos gobiernan.
El problema venezolano es sin embargo político. Aún más. Yo me atrevería a decir que se trata de una enfermedad social crónica de vieja data. Se trata de una concepción equívoca sobre el verdadero rol del gobierno y del Estado (que no son lo mismo, aunque nuestra herencia caudillista nos lo haga ver de ese modo). Por ello, la gente ha votado por caudillos, por líderes mesiánicos que les prometan (con la inevitable decepción posterior) una vida de confort y lujo sin mayores molestias que vocear por el líder de turno en plazas y romerías, como lo hacía Mussolini en la Piazza Venezia de Roma. 

Somos pues, un país distinto del que pudimos ser alguna vez. Nos domina una pueril idea izquierdista de una sociedad utópica (y por ello, imposible) y rechazamos cualquier oferta seria que nos ofrezca un genuino desarrollo, porque agrede nuestra idiosincrasia. Y he aquí el meollo de todo este asunto: no somos ese pueblo grandioso que fuimos alguna vez (y que independizó a cinco naciones). Somos los restos de un pueblo valiente, que ahora se ahoga en la ridiculez y la grotesca demostración de riqueza (que ni siquiera tenemos), que prefiere excusar su cobardía en un oportunismo triste, mediocre y carente de la ética que hace grande las naciones. Nos parecemos más a los boliburgueses que a los prohombres que en el pasado trataron de construir una nación independiente y próspera. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Héroes anónimos


Venezuela urge de gente comprometida. Hoy, leí un artículo de Carla Angola sobre una sobrina suya, víctima del cáncer. Su relato es inspirador, emotivo. Otro artículo publicado hoy, de Luis Vicente León, relata esa nueva ralea de oportunistas, jóvenes que han hecho de la vida fácil y del dinero mal habido un mal ejemplo, lamentablemente seguido por otros. Y la verdad es que uno y otro, invita a reflexionar sobre la clase de ciudadanos que queremos ser. O bien el joven motivo de burla en el artículo de León o la joven sobrina de Carla Angola, o, por el contrario, esos jovencitos que denigran del esfuerzo y del trabajo decente, cuya única ambición es demostrar descarnada y obscenamente cuánto dinero han amasado sin esfuerzo, aprovechando contactos y amigos y una insostenible diferencia entre el dólar oficial y el innombrable.
Espero que muchos elijan como ejemplos a la joven y valiente sobrina de Carla Angola. Ella es una heroína anónima que invita a reflexionar sobre nuestro genuino compromiso con nosotros mismos, con la comunidad a la que pertenecemos y, desde esa modesta y humilde posición de la intimidad doméstica, con nuestra nación y el planeta. Y digo como Luis Vicente León, no descansaré mientras pueda hacerle ver a las personas que Venezuela no necesita de oportunistas, sino de esos héroes anónimos que a diario dan todo lo que es posible dar, para ellos mismos, claro, pero también para otros.

Sé que Dios bendice a los que calladamente obran bien. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

La lógica ilógica

La izquierda no es seria. Al menos no ésa que acusa a Betancourt por los asesinatos de los jóvenes guerrilleros que se alzaron en armas contra la república (asumiendo el riesgo de morir por ello), pero omite las víctimas de sus acciones violentas. Se celebra así al llamado guerrillero heroico, olvidando que la salsa que es buena para la pava lo es también para el pavo. Y bien podría decirse en el futuro que Pedro Carmona Estanga fue un héroe bajo la misma lógica (no soy el que lo dice, desde luego).
Su afán por mitificar la guerrilla durante los años ’60, de la que procede el Comandante Galáctico como un resabio de líderes no pacificados (Douglas Bravo, Kléber Ramírez, otros más), les ha hecho incurrir en un error lógico. Una falacia pues. Y la razón que invalida su argumento es que la lucha armada no se justificaba. Y no se justificaba filosóficamente porque los cambios deseados entonces por la subversión podían realizarse dentro de las reglas democráticas. Su única razón para explicar un alzamiento cívico-militar (como el de Puerto Cabello en 1962) era la poca raigambre de su planteamiento en el ideario popular y el afán por conquistar el poder para imponer – y recalco este verbo, imponer – el modelo socialista (en su mayoría imbuidos  además por las enseñanzas bárbaras de Pol Pot).
El fracaso de los golpes de Estado desde 1959 hasta 1992 y el triunfo electoral de Hugo  Chávez en 1998 son prueba del profundo rechazo popular a las salidas no institucionales, como la planteada por la guerrilla venezolana en la década de los ’60. El rechazo al llamado Carmonazo en abril del 2002 es de hecho consecuencia de ese mismo repudio (más que un apoyo ciego al caudillo). La violencia planteada en los ’60 no era justificable, en primer lugar porque el modelo propuesto por la subversión carecía de aceptación popular, y en segundo lugar, porque su oferta podía realizarse dentro de la civilidad democrática (como lo previeron Teodoro Petkoff y otros líderes guerrilleros a fines de 1965).
Los delitos cometidos por los cuerpos de seguridad de entonces no son justificables. Todo lo contrario, son profundamente reprochables (y ciertamente enlodaron el intento real de construir una democracia). Sin embargo, el trato prodigado a los presos políticos de este régimen (Ivan Simonovis, María de Lourdes Afiuni y otros muchos más) no es menos bárbaro. La muerte del empresario Franklin Brito (sin excluir las infelices declaraciones del propio caudillo, así como de sus acólitos) resultó tan cruel como lo pudo ser la de Fabricio Ojeda o el profesor Lovera en los ’60.
No justifico la tortura bajo ninguna circunstancia. La repudio sea que se le aplique a presos políticos en las mazmorras de dictadores (sean de derecha o izquierda) o a terroristas en la base de Guantánamo (los genuinos hombres civilizados no hacen esas cosas). La tortura es ruin y envilece profundamente al esbirro (tanto al que la aplica como al que la ordena o permite). Sin embargo, volver sobre hechos que prácticamente cumplen medio siglo, como lo es el caso venezolano, carece de sentido. La mayoría de las víctimas y de los victimarios están muertos y, salvo reconocer la crueldad y la imposibilidad de justificar semejantes atrocidades, no resulta útil a la impostergable tarea de reunificar al país y encausarlo hacia el desarrollo y el progreso.
No hay héroes pues en las acciones subversivas de los años ’60. Hay resabios de esa herencia horrenda de caudillos y jefes de montoneras que hicieron uso de la violencia para hacerse del poder con fines inconfesables. Hay en los jefes de la subversión una convicción aunque sea muy íntima de que por las vías democráticas no había posibilidades de triunfo y solo la lucha armada (un golpe de Estado) aseguraría la victoria. Puede que lo nieguen hasta la muerte pero no hay otra explicación. Y en el fondo, esa verdad incuestionable confiesa lo que ninguno de ellos desea admitir: su modelo, el socialismo, no tiene cabida en la sociedad venezolana. 

Puntofijo: un acuerdo para la gobernabilidad

Ayer se cumplieron 55 años de la firma del Pacto de Puntofijo (se escribe así porque debe su nombre al punto más alto de la carretera entre Nirgua y San Felipe, nombre dado a la casa donde se suscribió el acuerdo por encontrarse indispuesto de salud su propietario y uno de sus firmantes, Rafael Caldera). Su único propósito era establecer unas bases mínimas para la campaña electoral y las elecciones a celebrarse el 7 de diciembre de ese año, dada la imposibilidad de una candidatura de consenso; así como crear un frente nacional de defensa de la democracia y proponer las bases de un programa mínimo de gobierno a cumplirse, indistintamente de quien resultase favorecido electoralmente (como lo fue Rómulo Betancourt, con el 49,18% de los votos).
Era una declaración institucional en defensa de la naciente democracia venezolana que bien puede resumirse en la aceptación de los resultados electorales por los candidatos, su compromiso – y el de sus partidos - con un gobierno de unidad (en el que las fuerzas políticas hacían un frente único ante las amenazas ciertas contra el nuevo orden democrático y reconocían a favor de la democracia todos los votos sufragados por cualquiera de los tres candidatos), así como la aceptación de unas bases comunes para fortalecer la naciente democracia por aquél que llegara a presidir ese primer gobierno democrático, incluyendo la redacción de un nuevo texto constitucional (el más longevo que hasta ahora hayamos tenido, 38 años), sancionada unánimemente por el Congreso Constituyente el 23 de enero de 1961 (incluido el PCV).
Si bien no fue suscrito por el PCV, mal puede decirse que el PCV quedó excluido del pacto de Puntofijo. Al cierre de la campaña electoral de 1958 fue complementado por una declaración de principios y un documento contentivo del programa mínimo común (esas bases mínimas aceptadas por todos los participantes como el programa de gobierno a seguirse indistintamente del resultado electoral), suscritos por los tres candidatos, Rómulo Betancourt por AD, Rafael Caldera por COPEI y el entonces presidente de la Junta de Gobierno Wolfgang Larrázabal (separado de la misma por su postulación y sustituido por Edgar Sanabria), por la alianza URD-PCV, por lo que el PCV aceptaba implícitamente los compromisos del pacto suscrito el 31 de octubre de 1958.
El Pacto de Puntofijo tenía previsto regir solo el primer período democrático (1959-1964), como en efecto sucedió. Luego cada organización fue asumiendo posturas más duras y desde luego, surgieron otras nuevas (como el MAS, el MEP, la Causa R y muchas más). Sin embargo, el III Congreso del PCV declara en 1961 que la lucha en Venezuela no puede ser pacífica y asume una postura beligerante, ratificada posteriormente por el Comité Ampliado del PCV en abril de 1964. Al suscribir la declaración de principios y el programa mínimo común complementarios, el PCV reconocía y aceptaba la idea esencial del pacto: crear un frente común para la defensa de la democracia y de la voluntad popular expresada electoralmente frente a salidas de facto, como la que ofreció de hecho el PCV con su propuesta de lucha prolongada de guerrillas. El PCV violó ese acuerdo de convivencia pacífica y justamente por esa razón terminaron excluidos. Solo el reconocimiento que hicieran primero algunos líderes subversivos militantes del PCV (como Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez) a fines de 1965 y luego el propio PCV, en 1967, sobre la imposibilidad de un triunfo militar de la guerrilla y la consecuente conveniencia de retomar la civilidad democrática permitió su reinserción plena en la política venezolana.
Sobre el pacto de Puntofijo se han creado muchos mitos. La verdad es que tan solo fue un acuerdo necesario para resguardar la democracia de amenazas violentas procedentes de la rancia casta perezjimenista (creyentes de las patrañas difundidas en estas tierras por la Escuela Militar de Chorrillos) y de la pequeña izquierda subversiva (influenciada por Marx y animada por el triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959), como lo fueron las insurrecciones militares de los años siguientes (en las que podrían sumarse las de 1992). Cumplió su cometido, y por primera vez en el siglo pasado, un presidente popularmente electo entregaba el poder a otro electo bajo las mismas condiciones, y en 1969, AD aceptó el triunfo de Rafael Caldera a pesar de existir una mínima diferencia de votos (27 mil votos) con su contendor adeco, Gonzalo Barrios. Por primera vez un presidente electo por medio del voto directo, secreto y universal (Raúl Leoni) entregaba el poder a un presidente del partido opositor (Rafael Caldera), igualmente electo en las urnas.
Cabe señalar como conclusión y, sobre todo como enseñanza, que urge hoy un nuevo pacto para la gobernabilidad democrática de la República. Urge un consenso entre los factores democráticos dentro y fuera de la MUD, así como en el seno de la alianzas de partidos que conforman el gobierno, para dar cabida a un modelo verdaderamente democrático, que incluya a todas las corrientes del pensamiento comprometidas con los valores democráticos, pero no unos cualquiera que venga a ocurrírsele a alguien sino aquéllos aceptados por la doctrina.



martes, 29 de octubre de 2013

Si no quiere calles sucias, ¡no las ensucie!

Muchos creen que la deposición del presidente Maduro es la solución a la profunda crisis que adolece esta aporreada nación. Podría ser en parte, dada la tozudez del equipo de gobierno en materia económica. No obstante, no es ésa la verdadera salida.

La crisis venezolana no es circunstancial. Tristemente debemos asumir que es endémica. Se debe a una concepción errónea de lo que debe ser el Estado, de sus fines y de su relación con el pueblo. Así mismo, hay una idea equívoca de lo que debe ser un gobierno. El venezolano se ha ido habituando a un Estado todopoderoso y benefactor, cuya inviabilidad quedó patentada mucho antes de la llegada de la revolución al poder.

Si en verdad deseamos salir airosos de esta crisis (que es la misma que venimos sufriendo espasmódicamente), necesitamos cambiar nosotros primero y desde esa modesta metamorfosis íntima, alcanzar los cambios necesarios para encausarnos hacia el desarrollo y el progreso. La transformación no viene del Estado – o una élite – hacia abajo, sino todo lo contrario. Surge de la gente común y corriente que termina reflejándose en el liderazgo.

Somos una sociedad majadera e inmadura. Esperamos del Estado lo que como ciudadanos debemos hacer. Tenemos que responsabilizarnos por nosotros mismos. Solo así el Estado dejará de ser lo que hasta hoy ha sido y evolucionará hacia algo mejor, más eficiente y serio, que no solucione los problemas de la gente, que son de cada uno y de cada uno depende solucionarlos, sino que fomente los procesos y mecanismos para que las personas se desarrollen de acuerdo a sus intereses y capacidades. Dicho de una forma simple: Si no quiere calles sucias, ¡no las ensucie! 

miércoles, 16 de octubre de 2013

La diferencia entre la rectificación y la sinvergüenzura


    Hoy y ayer, no importan las fechas, han salido al paso en este país de aventureros, personajes que han prestado su inteligencia a las más viles vagabunderías. No cito nombres, porque la lista es larga y no deseo excluir a nadie, pero no hay dudas que felicitadores los tuvo Castro pero también otros, antes y después. La adulación ha sido la impronta de muchos, cuya calidad intelectual les debía haber sugerido no prestarse para tropelías. Pero, decía el general Douglas MacArthur, todo hombre – o mujer, para no incurrir en violencia de género – posee un precio. Algunos resultan realmente baratos.
Usted podrá decir que un hombre puede rectificar y yo le aseguro que es así. Sin embargo, la rectificación es humilde, la sinvergüenzura es soberbia. Durante la época de la guerrilla (1964-1967), hubo hombres y mujeres que desde finales de 1965 ya manifestaban la imposibilidad de un triunfo militar y que el camino era – y ciertamente lo es – la institucionalidad democrática. Hombres y mujeres que evolucionaron su pensamiento y sin claudicar la base de sus ideales, comprendieron que la revolución armada no era la forma de obtener mejoras para las clases pobres venezolanas. Ésos son personas humildes que rectificaron y son hoy claras referencias políticas, aunque pueda uno estar o no de acuerdo con ellos.
Hay no obstante, otros, que ayer elogiaban la revolución y que luego, de ella hicieron severas críticas, para después, volver sobre sus dichos y asegurar que está bendita. Hombres que acusaron con tremendos epítetos al liderazgo revolucionario y que luego, como si las palabras se las llevase el viento de la memoria de los hombres, elogian sin ambages a quienes antes eran objeto de sus críticas. No hay en ellos un ápice de humildad ni de disposición para rectificar. Hay, sin dudas, ambiciones mezquinas, deseos inconfesables, por los que, quienes no practican las virtudes, ponen de lado sus propias convicciones y se prestan al juego de quienes pueden complacerlos.
Estos felicitadores son sin embargo, poco confiables. Su ética se reduce al precio que por sus servicios pagan los dictadores y, por qué negarlo, también algunos líderes democráticos, dados a la exagerada celebración de sus logros. No son fiables, porque, como ocurre con los mercenarios y condotieros, no libran sus luchas por ideales, sino por el beneficio que ésta les reporta.


martes, 8 de octubre de 2013

El show debe seguir

Leo en el blog de Milagros Socorro un artículo suyo de septiembre del año pasado, sobre la forma como el caudillo aspirante a la inmortalización se refirió a la tragedia de Amuay. Si no entendí mal, la periodista quiso hacer referencia a la concepción que del ejercicio del gobierno tienen estos autoproclamados revolucionarios, como es la de ser la gestión del Estado un show, que sin importar qué vicisitudes horrendas puedan ocurrir tras bastidores, debe continuar para garantizarle a los productores sus cuantiosos beneficios.
Esa visión recuerda los circos fascistas organizados por Benito Mussolini en la Plaza Venecia. Unas concentraciones de algunas decenas de miles de personas, que, cual tinglado, ejercían su rol de pueblo, para investir al fascismo de una legitimidad callejera. Antes Chávez y ahora Maduro, con su “gobierno de calle” (¿Será porque recorre las calles como las putas en busca de clientes?), hicieron de esos shows un modo de venderse como una mayoría aplastante, autorizada popularmente para avasallar al adversario político, quien no es visto como tal sino como un enemigo al que se le niega hasta un vaso de agua.
Este gobierno no urge de logros, que ciertamente no los tiene. Necesita una propaganda ensordecedora que acalle la verdad. Sigue al pie de la letra la cartilla de la propaganda nazi. A Chávez jamás le importó si su administración lograba algún éxito real en materia económica. Su único propósito era “vender” logros, aunque fuesen solo un show televisado.  
Nicolás Maduro sigue ese ejemplo, convocando masas que tiñan burdamente de legitimidad su gobierno, empañado por unas elecciones señaladas por la Unión Europea y el Centro Carter, una nacionalidad dudosa, una gestión deplorable. Su gobierno callejero busca eso, mostrar por los medios unas masas enloquecidas, apoyando con sus gritos histéricos hasta su propia defenestración.
Este régimen ha hecho del ejercicio del gobierno una fastuosa exposición de ilusiones, payasadas y malabares, en la que la ciudadanía no es más que la galería ruidosa en las gradas, que se deja convencer con la magia del tinglado para olvidarse de sus miserias aunque sea por un rato. Pero no cabe la menor duda, más tarde, más temprano, la función siempre acaba.


Por quién doblan las campanas

Puede que pase algo, puede que no. No hay modo de saberlo. Acaso, apenas podemos intuirlo. No obstante, la historia enseña. Basta mirar atrás para atisbar alguna suerte de escenario posible entre los imaginables. Mirar el caso de Chile parece prudente. El resultado definitivo de una empresa imbécil como la adelantada por Salvador Allende fue cruento, pero la mitad de los chilenos apoyó el golpe. Así de simple, porque al fin de cuentas, la gente termina siendo siempre simple.
Cabe la posibilidad de que Venezuela se cubanice. Claro. Las masas pueden volverse flojas, mediocres; conformarse con las migajas. Pero ése no es el problema. No se trata de usted o yo, que realmente podemos hacer muy poco, salvo votar, hacer apostolado… ¡Se trata de los entes decisores! Se trata de los empresarios, de los banqueros, de los dueños de los medios y, por supuesto, los militares. Se trata pues de eso que algunos llaman el establishment.
Las masas, en caso de desesperarse, podrán actuar caóticamente, como pasó en febrero de 1989. Ha habido malas señales, como el caso del camionero accidentado fatalmente en la autopista Francisco Fajardo, desgarrador y muestra de la ruindad reinante. Sin embargo, no parece creíble su determinación y organización necesarias para deponer un gobierno, aun uno muy deficiente como éste. Esa empresa – costosa y complicada – solo puede emprenderla un grupo organizado, con recursos suficientes y lo más importante, con mucho que perder, que justifique una aventura semejante.
Olvide usted las frases manidas de los analistas de fiestas, sea de los que auguran la inminente caída del gobierno como los pesimistas, seguros de la pasividad de los venezolanos. La verdad es que todo depende de la decisión de los grupos decisores, los que detentan el genuino poder, sea en las filas opositoras o en el propio chavismo. Ésos que tienen mucho que perder (o mucho que ganar).

No hay bola de cristal. Hay tendencias y semejanzas, posibles ejemplos de lo que eventualmente podría ocurrir en Venezuela. Sin embargo, no hay modo de saber qué juego juegan esas cúpulas decisoras, que ayer tumbaron a Pérez y pusieron a Chávez. Tal vez la partida nacimiento de Maduro sea el chequecito que puso a Pérez de patitas en la calle. Tal vez las partes tengan tanto miedo que prefieran otras opciones a seguir encausados por este delirio… o puede que estén ganando tanto que nosotros estemos jodidos. 

No son juegos

Uno lee articulistas, como Fausto Masó, por ejemplo, y siente un mal sabor en la boca. Una amargura profunda. Ésa que causa el miedo, más bien el terror, porque, no lo dudo, Nicolás Maduro no está jugando. Su meta es cumplir el sueño de su taita. Y ése no es otro que el delirio comunista. Ése que arruinó a Rusia y con ella a un número significativo de países que siguieron su doctrina. Ése que mantiene a cuba al borde de la inanición.
No cabe duda de la necesidad de girar a la derecha. Solo así puede salvarse la república de un desastre económico, antesala de un desastre político. Sin embargo, el tonto, dice el refranero popular, no ve la brizna en el ojo propio. Y Maduro, inmerso en la desesperación de los hermanos Castro (o secuestrado por ellos), se aferra a una idea delirante, cuya inviabilidad quedó demostrada. Por ello, como lo dice Masó, su discurso, su pelea con los Estados Unidos, se perfila como el nuevo dogma revolucionario… la guerra económica y la conspiración del imperio, frases manidas, copiadas de una dictadura que sobrepasa el medio siglo.
No doy un centavo por la inteligencia de Maduro, que dogmatizado como está por el comunismo retardatario y monárquico, no comprende este nuevo mundo, surgido precisamente de las clases medias, de la tecnología al alcance de todos. Un mundo donde no hay lucha de clases, sino el avasallante triunfo de un modelo que asegura mejor que cualquiera otro el más preciado bien de todo ser humano: su libertad. Maduro, cegado por una cúpula podrida pero enquistada en el poder como parásitos en la barriga de los muchachitos tripones, no entiende que su proyecto – el de su amado taita - es la causa del desastre económico que permite un acto tan cruel como sórdido, el saqueo de un camión mientras su chofer agonizaba.
La MUD, los líderes opositores, deben entender que Maduro no va a cejar su empeño por hacer de Venezuela una copia del modelo cubano, sobre todo en ese afán por negar a todo mundo su derecho a ser libre, porque la miseria esclaviza por igual a favor de un patrono o de un gobierno, y al fin de cuentas, esclavo es esclavo. Su propia existencia está amenazada porque eso persigue la Ley Habilitante. Ya hemos visto suficiente para creer que la corrupción va a perseguirse más allá de quienes resulten molestos para el régimen. Maduro, desde luego, no está jugando, como tampoco toda la ralea de oportunistas que han sacado provecho la idiotez revolucionaria.  
Otras facciones tampoco están jugando. Los empresarios, carentes de dólares, al borde de la quiebra y asfixiados por un modelo que castiga la productividad y premia las empresas de maletín (en su mayoría dominadas por la naciente élite revolucionaria), tanto como otras manifestaciones de esa sociedad decadente que somos hoy por hoy, no van a quedarse de brazos cruzados, esperando su turno en la fila hacia el cadalso. Ellos terminarán por defenderse, como lo hicieron años atrás, al llevar a la presidencia al responsable de toda esta crisis horrenda: al jefe de una asonada militar fracasada, el “comandante” Hugo Chávez.
No son juegos. Y las secuelas de tamaña irresponsabilidad pueden ser – y seguramente serán – catastróficas. A la oposición le corresponde hacer lo suyo, oponerse y servir de muro de contención. A las personas con un mínimo de criterio en el gobierno, imponerse, como servidores que son de un pueblo, no de un difunto, y exigir la necesaria enmienda. No se trata pues, de unos u otros, sino de hacer lo correcto. Y lo correcto es ofrecer real y efectivamente una mejora en la calidad de vida de la mayor cantidad posible de ciudadanos. Por ahora no tenemos eso, por ahora solo nos resta el odio sembrado por el comandante difunto, que anima y nutre el discurso de sus causahabientes. 

sábado, 28 de septiembre de 2013

Un solar llamado Venezuela

Uno escucha aquí y allá voces quejosas, voces que acusan delitos cometidos por los Estados Unidos, porque se robaron la esperanza de los países latinoamericanos, porque son malucos como el mismo Satán. Pero uno escucha los discursos en ésta y otras tierras latinoamericanas y advierte una pasmosa irresponsabilidad. Uno escucha a la izquierda del mundo y llegar a creer que en efecto, Estados Unidos personifica al mal. Y en un momento de lucidez, como si de una epifanía se tratara, uno llega a entender que no se trata de Estados Unidos, o de otras potencias, sino de nosotros, que como sociedad hemos fallado.
Culpar a Estados Unidos no va a resolver nuestros males, no solo porque es inútil encontrar soluciones buscando culpables, sino porque además, el subdesarrollo latinoamericano no se cuenta entre sus muchos pecados. Hemos padecido gobiernos mediocres porque, nos guste o no, los gobernantes son espejo de sus gobernados. Hemos electo badulaques y charlatanes no porque Estados Unidos los haya impuesto, sino porque como esos mequetrefes, creemos un sinfín de bobadas como ciertas. Y la única verdad es que los países son tan grandes como lo es su gente. Inmerso en nuestra propia idiotez no vamos a superar nuestras desgracias, por el contrario, seguiremos regodeándonos en ellas.
Creo que en esta vida todo es posible. Claro, solo si actuamos con responsabilidad. Y la ésta supone, además de seriedad y compromiso, la gallardía y el coraje para reconocer que hemos errado, porque los errores empiezan a solucionarse cuando los reconocemos. Y es que errar es parte del proceso, porque se hace camino al andar. Hemos refundado este país unas veintetantas veces, con irresponsables llamamientos a la revolución y la guerra. Por eso, hoy por hoy, todavía no tenemos patria. Tenemos si se quiere, un terreno habitado. Un solar al que llamamos Venezuela.

Tendremos patria pues, cuando finalmente entendamos que la retórica no soluciona los problemas, que la gente debe responsabilizarse de sí misma y esforzarse en su trabajo, que tanto significa un privilegio primar al rico porque es rico que al pobre por ser pobre. Que el pueblo somos todos, no solo los menos favorecidos, y que si unos ponen su mano de obra y su sudor, los otros arriesgan su dinero y aportan sus ideas y su genio. Tendremos patria pues, cuando entendamos que la democracia es incompatible con el socialismo, con el fascismo, con el militarismo, con el populismo… que la democracia no es lo que algunos pretendan decir que es sino exactamente lo que es: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.   

martes, 24 de septiembre de 2013

El retorno a la democracia perdida

Nicolás Maduro está tan enredado que ni sé yo por dónde empezar este modesto análisis. Se le amontonan crisis como trabajo en el escritorio del holgazán, consecuencia de su absoluta incapacidad para entender la gravedad de la situación que heredó de su padre (político). Se ufana en ese tono lastimero y aburrido, loando a Chávez cada vez que puede, sin percatarse que fue él quien le echó la grana vaina y no la oposición, que poco puede hacer, ahogada por un comportamiento reprochable de unas instituciones súbditas de un caudillo incluso después de muerto, propio de las huestes nazis. Y aún más grave, borracho con la idea de una inexistente oposición subversiva, no advierte la precariedad de su propio gobierno. No advierte que, cual chivo expiatorio, pagará él por las locuras de su comandante eterno.
El liderazgo chavista está fracturado. Puede decirse que, en medio de las variopintas diferenciaciones, en general pueden todas reunirse en dos grupos otrora unidos alrededor de un caudillo carismático que ya no está. Son estos grupos, los radicales ideologizados, fieles creyentes del credo comunista, por una parte. Por la otra, los pragmáticos, ajenos a las enseñanzas de Marx, Lenin y Fidel Castro, pero plegados al caudillo como un vehículo para acceder al poder. Unos se aferran a las tesis del jefe supremo, como si de una deidad del Olimpo se tratara. Los otros, pragmáticos y ajenos a las doctrinas comunistas, obviamente conscientes de la gravedad de la crisis, entienden que la economía no puede seguir costeando el tinglado socialista.
La crisis económica está haciendo estragos en el chavismo, que gastó más de lo que podía en el descabellado mito de la gratuidad y, para colmo de males, desangró al erario nacional en regalos y dádivas para comprar los votos necesarios y asegurarle el triunfo a un hombre que a esas alturas de su enfermedad ya debía estar al tanto de su realidad. Por supuesto, ya no hay dinero para pagar el dispendio socialista. Así de simple. Las arcas están exhaustas, agobiadas por el derroche insensato de los dineros públicos. Por eso, en lo que va de año la paridad del bolívar se ha desplomado hasta casi 50 bolívares por dólar y el poder adquisitivo del debilitado bolívar fuerte es cada vez menor. PDVSA está en bancarrota y el poco dinero restante, lo rapiñan los corruptos.
Maduro por su parte es poco carismático, aburrido, tedioso, cansino con esa plañidera por el comandante galáctico. Se le van las horas, los días y hasta ahora los meses, invocando a Chávez sin ocuparse de la miríada de problemas que le legó. Además, torpe y mal asesorado, ha manejado sin aciertos las profundas y razonables dudas que sobre su triunfo tiene la mitad del país. Su legitimidad de origen resulta por lo menos dudosa y la de desempeño, inexistente. Apagones, escasez, inseguridad y desempleo son las muestras más plausibles de su evidente fracaso, de tal magnitud que ni luna de miel tuvo como presidente. 
Este cóctel es harto peligroso. Unos y otros pugnan por imponerse. Unos para avanzar en el proyecto socialista (aunque se ha demostrado suficientemente la inviabilidad dialéctica del socialismo). Otros, tan solo para no perder las prebendas que les han permitido erigirse como una nueva élite. Y en medio de la pugna interna, el descontento social crece y sectores oportunistas comienzan a asechar.
Creer que la FAN va a actuar en defensa del PSUV y del proyecto revolucionario parece un tanto ingenuo, por mucho que intenten crear un mito del presidente Chávez y vincular toda obra del gobierno con él. En el pasado, el general Marcos Pérez Jiménez las usó como partido político y el 23 de enero de 1958, las fuerzas armadas lo derrocaron. Hubo entonces consenso nacional para deponer un gobierno tiránico, que había robado la libertad al pueblo venezolano, y las fuerzas armadas se pusieron al lado de la gente y de la clase política democrática. Y debe decirse que, al menos en medio de tantos males, aquel gobierno fue mucho más eficiente que éste, cuyos males no son para nada inadvertidos. Algo semejante puede decirse de los adecos, derrocados en 1948 por sus conmilitones castrenses, sus socios en el golpe de Estado de 1945, contra e presidente Medina Angarita.
Ante esta encrucijada, asechada por la posibilidad real de un estallido social y un eventual golpe de Estado, ciertamente indeseable pero no por ello evitable, el chavismo se ve en la necesidad de tomar decisiones trascendentes, aunque no las quiera. Se encuentra pues, contra las cuerdas, y si no actúa pronto, va a perder por KO. El modelo socialista fracasó (en el mundo entero hace más de veinte años y en estas tierras rezagadas de la modernidad, últimamente). El país urge de correctivos que enderecen las cargas, aunque éstos al principio serán irremediablemente dolorosos por el grave deterioro causado a la economía los últimos 14 años. Puede anticiparse que los ideologizados, esencialmente radicales y que consideran el reformismo la peor de las claudicaciones, no van a dar el giro necesario. Es más, es muy probable que radicalicen su postura ahora que creen tener el poder otros seis años más. La actitud de Maduro así parece demostrarlo, quien parece ser, por ahora, la tranca de toda posible negociación. Los pragmáticos en cambio, deben estar conscientes de la necesidad de girar hacia la derecha del espectro político, recurrir a medidas económicas liberales y de ese modo, asegurar el poder, aunque eventualmente deban compartirlo con factores opositores y, desde luego, aunque ello suponga sacrificar a algunos “camaradas” que no quieren percatarse de lo que se plantea como una realidad inevitable. Eso significaría el retorno a la democracia perdida.
La FAN viene a ser, como siempre, el fiel de la balanza. Puede haber hombres de armas, algunos o muchos, con vocación democrática que inspirados en el espíritu del 23 de enero, encaucen al gobierno por un modelo liberal que asegure, en primer lugar, la reorganización institucional y económica de la nación conforme a reglas razonablemente claras, y, en segundo lugar, el desarrollo efectivo, plausible para las masas. No obstante, puede haber también gorilas, que tal como en otras oportunidades, se impongan por las malas. Dios no quiera este último escenario.

Hablar de unidad pues, trasciende a la MUD. Compromete a todos los venezolanos y en especial a las llamadas fuerzas vivas, incluyendo al PSUV, para que se activen correctivos, de modo que en efecto se impida otra ruptura del orden institucional de las tantas que tanto daño han causado, pero que igualmente se progrese real y eficazmente hacia una liberalización de la sociedad y la economía venezolana. Esto último es fundamental si en verdad queremos superar la crisis y retornar al camino democrático, del que un hombre arbitrario con un inmenso carisma nos apartó hace 14 años.

viernes, 16 de agosto de 2013

¡Seamos serios!

Los peligros que entraña la República no son pocos ni despreciables. Este proyecto delirante ha deformado las concepciones del Estado y del Gobierno, las cuales ha reducido a discusiones mostrencas. La realidad se nos ha plantado de frente con su rostro inamistoso. Después de 14 años ensayando un modelo económico desgastado y probadamente inservible, como lo es el socialismo, la inflación y la escasez se han apoderado de la cotidianidad de los ciudadanos. Este (des)propósito, liderado por un hombre con una formación académica pobre como lo fue Chávez, simplemente fracasó, como lo podía prever cualquier persona con dos dedos de frente y una mínima noción de los eventos históricos recientes.
El gobierno de Maduro se encuentra arrinconado. La ambición de Chávez por reelegirse, a pesar de su precaria salud y su incapacidad manifiesta para hacerle frente a un tercer mandato, desoló las arcas públicas y demolió finalmente las pocas instituciones que permanecían de pie. Hay un sinfín de ataques a la constitucionalidad y a la ley que ciertamente han minado las instituciones hasta reducirlas a apéndices del PSUV. Eso es del todo inaceptable. Hoy por hoy, el gobierno está políticamente debilitado – las elecciones del 14 de abril pasado arrojaron una migración de casi un millón de votos del chavismo a la oposición a pocos meses del deceso del caudillo – y las arcas exhaustas, mientras una población expectante por las dádivas que ayer concediera el comandante ve como sus ingresos cada vez valen menos.
La oposición por su parte, parece perdida y torpe. Sus metas han sido en estos años cortoplacistas, por lo que, derrotada en las urnas, sea con o sin trampas, genera desconfianza y desmoraliza a las personas de a pie, que, acosadas por los graves problemas, siente al liderazgo opositor incapaz para enfrentar eficazmente las políticas erradas de un gobierno ideológicamente obsoleto. La visión meramente electoral de los grupos opositores los ha enfocado en los comicios y ha obviado el arduo trabajo de construir una ciudadanía reflexiva que no se limite a votar, sino que analice, que indague y que exija respuestas serias y viables a sus problemas. Claro, un país de caudillos como éste no desea un electorado realmente activo y crítico.
Las otras expresiones de la sociedad han sido mudas. Las academias no han realizado pronunciamientos institucionales que desnuden la gravedad de las violaciones a la Constitución y las leyes – más de 1500, según alguno que lleva la cuenta – o la inviabilidad de medidas económicas probadamente fallidas. Las universidades se han limitado a discusiones de índole salarial y han obviado la desmejora substancial de la calidad educativa. La Iglesia ha silenciado su voz ante la innegable inmoralidad que hoy nos corrompe, a tirios y troyanos. Somos una sociedad adormecida e inmersa en una peligrosa anomia. 
El peligro repica sus trompetas a las puertas. Las desgracias no ocurren porque algunas personas se atrevan a presagiarlas. Ocurren porque nadie hace nada para impedirlo. Un rayo – fenómeno natural muy común – causó un incendio en una refinería venezolana. No hubo el incendio porque algunos expertos auguraran la tragedia ante la evidente falta de mantenimiento de las instalaciones, sino por la negligencia para tomar las medidas preventivas. Asimismo, el caos y el desorden suelen traer consecuencias desagradables e indeseables, como los detestables “pone orden” que hemos padecido durante nuestra historia republicana.
Estamos obligados, por nosotros y nuestros hijos, a responsabilizarnos y exigir de unos y otros seriedad. Las leyes no están al servicio de unos gobernantes, como no somos tampoco soldados en un matacán. Basta de loar una conducta castrense que ofende la civilidad democrática. Basta de esperar del gobierno las soluciones que nos competen a cada uno respecto de nuestro propio entorno. La propaganda y el discurso maniqueo no van a resolver los problemas. Negar la crisis, tampoco. Mucho menos, plegarse automáticamente a un líder, sin ninguna capacidad de crítica y ajenos a nuestra obligación con nosotros mismos. Hemos llegado al extremo de la banalización y si no asumimos una actitud mucho más seria y responsable frente a nosotros mismos, no vamos a solucionar a largo plazo nuestros problemas, que son muy graves.   

martes, 6 de agosto de 2013

¿Un mal sin cura?

No me culpen por echarles este cuento, que sólo sé del mismo lo que la lógica me ha narrado. El 20 de mayo de 1993, el señor Carlos Andrés Pérez salió de Miraflores, botado, como una sirvienta a la que han pillado con unas prendas de la señora. Su salida no obstante, no se debió al surgimiento de un caudillo cuartelero, que, según uno que otro que sobre él ha escrito, ni siquiera entró al ejército por una verdadera vocación castrense. Se debió a la inconformidad de un grupo, suerte de festín que reunía a intelectuales, líderes políticos, aún los de su propio partido, y desde luego, a los empresarios. Y su pecado no fue cogerse unos cuantos reales que hoy no compran un carro usado, lo que a la final también resultó ser falso. Su pecado fue tratar de cambiar el statu quo.
El caudillo, fallecido en marzo de este año, contó con el espaldarazo de dueños de medios, periodistas reconocidos, intelectuales y uno que otro coleado, que haciéndose llamar los notables, impulsaron primero la presidencia de un anciano decrépito y luego, la de un desconocido, cuya carta de presentación fue un golpe de Estado fracasado del que después se ha tratado de construir una falsa mitología. No fue el pueblo pues, que puso al caudillo barinés en Miraflores, sino una clase política compuesta por gente de variadas procedencias y que, en los corros políticos, se les suele llamar establishment.
El amor del caudillo por su pueblo, el proyecto de salvación nacional que propuso, sin dudas con ingenuidad pasmosa, una constituyente regeneradora y sanadora no era lo que realmente tenía en mente el establishment. A ellos les bastaba mantener el statu quo, que resguardase sus buenos negocios de una genuina competencia con productos y servicios importados del exterior e infinitamente superiores. Claro, por algo se dice, a veces con razón, que mal paga el diablo al que bien le sirve. Y a éste, que fue consentido por los ricos y los pobres, tampoco le importaban los pobres, necesarios siempre para vender su mercadería ideológica devaluada y de ese modo, apropiarse del Estado, del gobierno y del poder para confundirlos todos con su ego engrandecido.   

Al final del cuento, todo ha cambiado y nada ha cambiado. Muchos de los que ayer apoyaron y aplaudieron al caudillo, hoy están quebrados. Otros se han plegado al discurso y, acompañados de una nueva casta política, se han enriquecido aún más. Nada nuevo en estas tierras calenturientas, que han visto pasar por sus campos, la más de las veces desolados por ese culto al líder mesiánico, huestes que nunca han sembrado algo distinto a la miseria y la muerte. Lo triste es que a estas alturas, ya deberíamos estar curados.