Como quien está embotado, el pueblo venezolano parece
aletargado por una droga potente. Quizá una llamada Chávez (o chavismo, lo
mismo da). Como ese manso pueblo al que cantaba Alí Primera (que tristemente no
deja de ser pendejo), los venezolanos aguantan el maltrato de una izquierda que,
como suele ocurrir, una vez hecha gobierno, no ha sabido resolver los problemas
pero se aferra al poder como la garrapata al cuero del ganado. No esperaba de
ellos algo diferente, claro está. Todo lo contrario. Sé y supe desde siempre
que su objetivo, lejos de buscar la máxima
felicidad del pueblo venezolano, ha sido imponer un modelo rechazado por
este pueblo, hoy, ayer y no dudo que al despertar de esta pesadilla, también en
el futuro.
Resulta triste, aun trágico, atestiguar el
adormecimiento de una nación que en otras épocas libertó a cinco países, y que,
luego, modeló el ejemplo para que otras naciones hermanas se encausaran por la
democracia representativa (que es la única posible hoy en día). Aguanta
calladamente interminables colas para comprar un paquetico de harina y, si
tiene suerte, un televisor. Cegado por su propia inmediatez (eufemismo para no
llamarlo estupidez), no entiende que no habrá un mañana y que sus horas en esas
colas serán solo una promesa de las que tendrá que soportar una vez se instaure
el comunismo. Y puede que sea peor. Que entendiéndolo, se desentienda.
La jugada del gobierno no es ni remotamente
precipitada e impensada. Todo lo contrario. Busca eso que en días más luminosos
del movimiento subversivo (si es que los hubo), llamaban tierra arrasada. Y tal cosa no es más que la devastación para luego
obviar la inconstitucionalidad de semejante atrocidad e imponer a troche y
moche el comunismo retrógrado que ha inmerso a Cuba en una miseria degradante.
No son momentos para juegos electorales, que es solo
parte del complejo proceso democrático. La crisis venezolana va más allá de las
elecciones del 8 de diciembre (a las que debemos acudir imperiosa y masivamente).
Urge una visión de país, que trascienda al año entrante. Una que defina las
estructuras para reencausar a Venezuela en la senda del desarrollo y del primer
mundo. Hoy por hoy urgen estadistas que tengan una visión clara de país, estadistas
que sirvan de faro a las masas, sin desconocer, desde luego, los valores
venezolanos.
No basta ganar elecciones (que luego puedan perderse).
Hay que diseñar un país de todos y para todos. Una nación con visión de futuro
y con un programa estructurado para crear progreso y prosperidad para la mayor suma
posible de personas. Un programa de progreso y desarrollo que vaya más allá del
siguiente período, de la inmediatez de las próximas elecciones.
Da vergüenza ver cómo la gente permite que se pierda
la república en manos de incapaces, mientras espera para entrar a EPA (y para
los que no comprenden el sarcasmo y el verbo figurativo, me refiero a quienes se
desinteresan de todo, esperando ser ellos los afortunados para hacerse de dinero
sin esfuerzo y sin importar mucho la forma). Desuela grandemente la apatía de
una sociedad que no exige, que no le imponga al gobierno su voluntad (como el soberano
que doctrinaria y constitucionalmente es) y que acepta servilmente las migajas
que puedan – o quieran – darle. ¿Qué pasa en Venezuela?