jueves, 19 de enero de 2012

De Robin Hood y otros pillos


Si es cierto que Venezuela acaparó el 40% del comercio cubano, entonces es cierto que este país mantiene al gobierno de La Habana. Se sabe, de paso, Cuba es una nación socialista y por ende, el comercio privado no existe. Por ello, toda actividad comercial se realiza con el Estado, cuyo único administrador es el gobierno presidido por Raúl Castro. Si a eso sumamos la pobre calidad de vida de los cubanos, podemos concluir que en efecto, este país, por obra de su presidente, subvenciona al régimen autocrático de los hermanos Castro, dado que la mayor parte de ese caudal parece destinarse al mantenimiento del régimen y no a la mejora de la calidad de vida de los cubanos.
Ya sería feo regalar ese dinero incluso si nuestra economía estuviese mejor, pero “El nuevo Herald” reseñó una nota tomada de “The Economist”, según la cual Venezuela se ubicó como segunda en el índice de miseria en el mundo (ideado por el economista estadounidense Arthur Okun para evaluar el impacto socioeconómico de la inflación y del desempleo), como consecuencia del incremento del costo de la vida y del estancamiento económico, pese a la descomunal renta petrolera. De ser cierta esta nota (lo cual es muy probable dada la seriedad del medio del cual procede), cabe preguntarse por qué el gobierno de Venezuela privilegia a un régimen foráneo en detrimento de sus ciudadanos. Y si además tomamos en cuenta que, de acuerdo a la mayoría de las encuestadoras nacionales, un altísimo porcentaje de la población rechaza al régimen cubano (por su filiación al comunismo), este gobierno revolucionario carece del derecho para regalar nuestro dinero, máxime si con ello merma nuestro desarrollo.
El presidente Chávez parece desconectado de la realidad venezolana, como se lo dijo sin tapujos la diputada María Corina Machado. Su obstinada idea de imponer un modelo socialista (al estilo cubano), a pesar del monumental rechazo, ha favorecido el comercio con un país que, honestamente, muy poco tiene para ofrecernos, y ese favor nos ha resultado en extremo oneroso. Las triangulaciones con Cuba encarecen los productos y servicios que acá podríamos generar de no haberse expropiado impúdicamente cuanta empresa productiva había. Y para ejemplo basta un botón: el contrato de cedulación que ejecutará una empresa mexicana subcontratada por Cuba. Se ayuda a Cuba a costa de nuestro propio bienestar, no en aras de mejorar la calidad de vida de nadie, sino de imponer una ideología anacrónica.
Se dice, sin razones, que antes estábamos peor, pero lo cierto es que no ha habido mejor época en la historia de este país que los mal llamados años cuartorepublicanos, cuando cada lustro había un cambio de gobierno. Estamos muy mal. Pero siempre existe una oportunidad para rectificar y ésta se nos presenta el venidero 7 de octubre. 

martes, 17 de enero de 2012

Más sobre el oficio de gobernar


Estamos raspados en el tema económico, de acuerdo al índice de miseria Okun. Este gobierno apostó a la inflación para ver si así generaba empleo, pero en su lugar ha creado una monstruosa carga improductiva que depende de las dádivas, casi todas en el límite del salario mínimo vital. Pero no nos detengamos en el desastre económico originado por este gobierno socialista. Al fin de cuentas, era de esperarse. Hablemos del futuro y de cómo sacar a millones de personas de esa humillante condición de mendigos del gobierno.
El almirante Wolfgang Larrazábal se inventó un pleno empleo falso que luego, Carlos Andrés Pérez emuló durante su primer mandato (1974-1979). El precio fue una clase mendicante, expectante de la dádiva que a bien tuviera el Estado ofrecerle, sin que a cambio produjesen nada. Bien se sabe, tal aberración es imposible de sufragar sin pagar un alto precio. Mientras no corrijamos esta falla estructural de la economía nacional, no tendremos una economía saludable. Y de eso se trata fundamentalmente el oficio de gobernar.
El gran reto del venidero gobierno será mejorar la calidad de vida de la gente y para ello deberá generar empleos bien remunerados, que, visto el estado de la economía, no luce remotamente fácil. Si no sanea la economía para que las empresas puedan producir, no habrá empleos bien remunerados. En primer lugar, parece vital reducir a cómo dé lugar la inflación para permitir una baja segura de la tasa de interés, de modo que incentive el crédito. Una vez controlada la inflación y moderada la tasa de interés, fomentar al sector privado para que genere empleos bien remunerados, acompañado de un verdadero plan de seguridad social que incluya un seguro de paro forzoso, atención médica de calidad y pensiones de vejez. Saneada la economía y establecido un mercado laboral fuerte, dejar que el mercado impulse el consumo para que a su vez éste se traduzca en mejores salarios y beneficios socioeconómicos.
El modelo socialista ha sido y es un fracaso. Y para decirlo en palabras de J. J. Servan-Schreiber, la derecha bien sabe hacer uso de las buenas ideas que la izquierda tiene pero que no sabe implementar. Sólo el trabajo y el empeño podrá hacer de este país uno en verdad encausado hacia el desarrollo. Las naciones del primer mundo no lo son por azar, lo son porque sus ciudadanos tienen mentalidad de primer mundo. Aprendamos esta lección y nadie podrá apartarnos del desarrollo que nos merecemos. 

Una democracia civilizada


María Corina Machado hizo aquello que por hacer, era su obligación más que su derecho. No olvidemos que ella ejerce el cargo de diputada y, de los muchas funciones que ostenta un parlamentario, controlar las otras ramas del poder público es una de las más notorias (y valiosas). Chávez escurrió el bulto, descalificando a la mujer, atacando al que tilda de enemigo, pero jamás demostrando que en efecto, las acusaciones de su adversaria eran incorrectas. Y triste resulta además, escuchar al presidente argüir que una diputada carezca de ranking para debatir con él. Muestra una vez más el caudillo, su ignorancia sobre lo que supone vivir en democracia.
 Al parecer, vistas las respuestas que a lo largo de estos trece años han ofrecido el propio caudillo, así como su corte de seguidores, entienden mal ellos los principios más importantes de la democracia. Para ellos, socialistas muchos, oportunistas otros tantos y todos, ignorantes de lo que supone vivir democráticamente, la mayoría (aún si es apenas relativa) equivale al todo. Y se sabe, se decide por mayoría pero se respetan las voces disidentes. Mal puede entenderse como diálogo un discurso de nueve o diez horas para vocinglear propaganda sin que pueda nadie pararse a decirlo, máxime si es ése, uno de sus deberes sin importar si representa a un grupo supuestamente minoritario.
Una sociedad reúne muchas ideas y pareceres. Incluso en el seno de los partidos políticos existen diferencias. Y no es malo. Todo lo contrario, la diversidad es la base de la creación en este mundo. Sólo quien comprende a la sociedad de modo cuartelario puede creer que la democracia se ejerce verticalmente, vociferando órdenes como si el país todo fuera una tropa. Los civiles no tenemos comandantes ni recibimos órdenes de un superior, porque tal cosa no existe en el mundo civil (y civilizado).
Basta pues de glorificar botas, de ensalzar charreteras. Rescatemos el país para los civiles, que no pocos hombres y mujeres empeñaron tanto – aún sus propias vidas – para legarnos una democracia civilizada. El poder político es esencialmente civil y todo intento por militarizarlo hiede a fascismo. Por ello, cuando estés solo, frente al tarjetón para votar, ten presente si quieres un país militarizado o una democracia verdadera. 

domingo, 8 de enero de 2012

Sin ánimo de joder


      No quiero criticar, no quiero acusar, sólo deseo exponer unas ideas más para expandir las posibilidades de triunfo, no de éste o aquel grupo, sino del país. Unos van a ganar y otros, a perder. Eso es cierto. Y es cierto también que aquellos perdedores harán lo que harán para oponerse al gobierno de los vencedores. Si no tratamos de imponernos nada y por el contrario, consensuamos ideas, todo el país ganará indistintamente de quienes sean unos y otros.
      Venezuela no es un proyecto ideológico, sea éste o aquél. Venezuela es un país y por ello, millones de personas que en este territorio, buscan su felicidad. Y se sabe, ésta no le compete ni la concede, jamás, el Estado (y aún menos, un gobierno cualquiera). Una vez que entendamos esto, no sólo llevaremos una relación más armónica los unos y los otros, sino que además, de la diversidad surgirán nuevas ideas y nuevos proyectos.
       Ser líder no significa imponerse, actuar como un padrecito, sino servir como un faro, una luz que unos seguirán si con esa luz se sienten armonizados. Otros no, porque no verán en esa luz, guía alguna. Pero lo más importante, sea éste o aquel líder, ninguno tendrá la razón. Cuando mucho, una interpretación del problema y un punto de vista para hallar soluciones. Podrán pues, decir lo que a bien les parezca decir. Cada líder no es más que una opción más en un universo de opciones. Un universo que de paso, no decrece, sino que por el contrario, crece, cada vez más gracias a la diversidad.
      No tenemos por qué pelearnos entonces, que no es una guerra. Se trata sólo de ofrecer pareceres, puntos de vista para dirimir obstáculos. Y no hay, por Dios, una sola forma de dirimirlos. Al contrario, son infinitas las opciones, porque la mente humana es expansión y creación. Centrémonos pues, en la idea de una nación para todos, en la que todos tienen cabida y más importante, voz. Por ello, la democracia no es sólo la voz del grupo más numeroso, sino la de todos, aunque las decisiones se tomen por mayoría.
        Una vez que estemos de pie, frente a las urnas, no pensemos si vamos a ganar o perder, sino que con el voto, cada quien ejerce el poderoso recurso de expandir el pensamiento libremente para crear. Si triunfa o no la opción por la cual votamos no importa si comprendemos que, gane quien gane, cada venezolano habrá de tener un espacio para expandirse en la búsqueda de su propio desarrollo sin más limitaciones que aquéllas que hemos elegido como pueblo – en su sentido político – para convivir armónicamente.
       Si usted me pregunta cuál modelo de gobierno es mejor, yo le diría que aquél que asegure las libertades suficientes para expandirse, para que cada quien cree su sueño y de éste, su realidad presente, que así ya el país gana por añadidura. 

viernes, 6 de enero de 2012

El arte de gobernar bien


                  
            La pobreza material no envilece. Pero como ésta se manifiesta de formas muy diversas, se puede decir que sí envilece la pobreza espiritual. Y es ésa la que alimenta el ego y las apetencias de los tiranos. Es ésa la que condena al ciudadano a esa infame condición de pueblo, de masa inculta que por ello, urge de un padrecito. No se es pobre pues, por carecer de dinero, sino por carecer de valores verdaderamente robustos.
            El rancho más que una vivienda insalubre, infrahumana y estructuralmente frágil, es una forma de pensar. Y me atrevería a asegurar que es un modo de pensar (y de conducirse) patológico. Es pues, la consecuencia de perseguir valores distorsionados y de creer a pie juntillas en premisas falsas que, desde luego, conducen a la pobreza espiritual. Una vez que se es pobre espiritualmente, los tiranos, los caudillos y los falsos líderes tendrán la mesa servida. Un país de pobres es presa fácil para dictadores. No así un país de ciudadanos. Y, muy importante, no se requiere dinero para ser un ciudadano.
            Menuda tarea la de erradicar el rancho de la mentalidad venezolana. Y lo es porque muchos tienen su rancho, aunque sean acaudalados y vivan en casonas. No es nuevo en el ideario criollo. El tema pivota pues, sobre lo que debe esperarse de un gobierno, del Estado (que no es lo mismo) y del cuerpo social. El Estado ofrece y tiene como meta fines ontológicos, propuestas generales sobre qué buscar como colectividad políticamente organizada, mientras que el gobierno se ocupa de concretarlos mediante políticas, en su mayoría de carácter económico, destinadas a materializar ese bienestar que, desde un punto de vista práctico, no es más que calidad de vida (confort). Debe decirse, la única forma de ofrecer calidad de vida es a través de la mejora del poder adquisitivo de las personas. La calidad de vida se manifiesta siempre a través de cosas materiales. Y sólo eso puede ofrecer el Estado. La felicidad es un problema personal de cada sujeto. Por eso, si se habla de bienestar, se habla de calidad de vida y de nada más.
            Mucha gente que hoy vive en barriadas infrahumanas (y por ende, inaceptables) devenga ingresos familiares de 15 y 20 mil bolívares mensuales (15 o 20 millones de los de antes), que, aunque parezca difícil de creer, es lo que devenga la mayoría de la gente que vive en apartamentos y casas. Vale decir, esa clase media (desde un punto de vista socioeconómico) se reparte entre casas y apartamentos, sí, pero también ranchos. Y he ahí la respuesta de por qué unos viven en barriadas y otros, no. Unos, sencillamente, están conscientes de su responsabilidad consigo mismos y la colectividad a la que pertenecen (desde el núcleo más pequeño hasta el más grande, su familia y su país).
            El tema de la pobreza bien puede atacarse desde su raíz. Es decir, esa forma de ver el mundo, a uno mismo y la relación de uno frente a su grupo social. El gobierno debe procurar una mejora sustancial en los salarios de la mayor cantidad de personas y la necesaria disminución de la inflación. Una vez mejoradas las condiciones económicas de las personas, que es de lo que estamos hablando, se les pone el pesebre más alto. Una colectividad con capacidad adquisitiva puede enfrentar mucho mejor los retos propios, acatando las limitaciones impuestas por la ley. Una cosa es criminalizar el rancho sin que las personas puedan adquirir o alquilar viviendas adecuadas y otra muy diferente si gozan de capacidad de pago y de endeudamiento. De eso se trata el asunto, de crear condiciones económicas favorables para que la gente pueda adquirir esos bienes que conceden calidad de vida. Sabemos que esas cosas no otorgan la felicidad pero sabemos asimismo que al Estado no le atañe la felicidad de nadie.
            El socialismo no puede ofrecer eso, no sólo porque esencialmente castiga la productividad y el esfuerzo, sino porque además envilece al ciudadano, propicia la flojera y hace al ciudadano espiritualmente pobre, dependiente de una dádiva del Estado, de un regalo, que como tal se entrega sólo si así se desea. Y es por ello que el socialismo siempre acaba en una dictadura que, de paso, reparte miseria y ésta es sin lugar a dudas, lo contrario a la calidad de vida. El capitalismo, en cambio, a través del fomento de más cosas para el confort de las personas, motoriza empleos, flujos de dinero, ideas, innovaciones… desarrollo, al fin cuentas. Y es de eso de lo que, si a ver vamos, se trata gobernar.