jueves, 18 de diciembre de 2014

¿Mirando hacia al ALCA?

           Aún es temprano para análisis. Por ahora solo hay, gracias a la intervención de Su Santidad Francisco, un acuerdo entre Cuba y EEUU para mejorar las relaciones. Será necesario ver qué ocurre después. Sin embargo, hay lecturas interesantes en un anuncio histórico. Por una parte, Barak Obama hace del levantamiento de un fallido intento por desmoronar los cimientos de la revolución – el bloqueo – una victoria. Le lava el rostro a su país frente a  América Latina y otros necios que han creído la justificación que del bloqueo ha hecho Cuba para lavarse las manos por el fracaso del modelo comunista. Cuba por su parte, a sabiendas de la precariedad económica de Venezuela y la imposibilidad real de seguir disponiendo del dinero venezolano a su antojo, reconoce que no puede encarar otro periodo especial. Busca ayuda en el país que por ahora es el más poderoso del mundo, les guste o no.  
            Algunos analistas han comparado este anuncio con la caída del muro de Berlín. El fin del muro caribeño y de una visión distorsionada de EEUU por parte de los demás países latinoamericanos. Cuba cae, ciertamente, por las mismas razones que lo hiciera hace más de 20 años la URSS: se encuentra económicamente asfixiada frente a la inevitable bancarrota de Venezuela. El gobierno de Washington solo empuja al borracho, para que su borrachera le tire al suelo. Los otros países “aliados” de ese delirio llamado ALBA son incapaces – o las fuerzas internas se lo impiden – de mantener a Cuba como Venezuela lo ha venido haciendo. Creo, de hecho, que de no haber aparecido Chávez en el horizonte, regalando nuestro dinero a cambio de apoyo político, Cuba hubiese transitado este mal trago hace 15 años.
            Con la caída del comunismo en Cuba (o la apertura hacia un modelo semejante al de China y Vietnam) se plantea un nuevo escenario en las relaciones de EEUU con sus hermanos americanos. Abandonar un esquema indudablemente fallido, el bloqueo, lava el rostro estadounidense frente a una región que, quiéranlo o no, necesita unirse frente a los retos del presente, en el que los mercados se definen por bloques regionales. Creo que EEUU no desea ceder a los chinos o incluso, a la UE, los mercados emergentes latinoamericanos. América Latina por su parte, puede encontrar en EEUU un aliado muy poderoso. Y puede que sea ésa la visión a largo plazo del presidente Obama: reconstruir la obra inconclusa del expresidente Clinton: el ALCA. Obviamente, habrá que ver si en efecto lo logra.
            ¿Y nosotros? Eso es tema para otro análisis.

            

martes, 14 de octubre de 2014

Comunismo fascista

         Nicolás Maduro no parece comprender la similitud de su discurso con el corporativismo fascista. Recientemente arengó, impúdicamente, que en el capitalismo la gente estudia lo que le viene en gana sin detenerse a considerar las necesidades del país. No puedo obviar por ello, aquel estribillo que tanto repetía Benito Mussolini (y que constituye la base del totalitarismo): para el fascismo, todo está dentro del estado y nada humano o espiritual existe ni tiene valor fuera del estado.
             Maduro desnuda sin ninguna clase de tapujo su talante autoritario cada vez que imita a su taita político, arengando en alocuciones radiadas y televisadas. Pensar que la gente no debe seguir su vocación y estudiar aquello que el Estado requiere niega de hecho el más grande bien ganado por la humanidad estos últimos dos siglos y medios: la libertad individual. De otro modo, ¿para qué carajos vale la pena vivir? No venimos a ser meros engranes de una maquinaria llamada Estado, como Charlot en “Tiempos modernos” o Winston Smith en “1984”. La vida en los Estados totalitarios es siempre deprimente, sin importar si se trata de una sociedad fascista o comunista.
               Hannah Arendt unificó bajo el totalitarismo a dos modelos que de paso, coinciden más de lo que disienten: el nazismo y el estalinismo. En ambos casos – que hoy trascienden tanto a la dictadura nazi como al horrendo régimen de Stalin – se suprime la actividad de los ciudadanos libres para interactuar en el mundo y en su lugar, se instituye como un derecho del Estado, el desprecio absoluto por los individuos, que dejan de ser ciudadanos para devenir en objetos prescindibles.
              Nicolás Maduro no comprende que el mundo libre no lo es por el capitalismo, que como en el caso chino puede mostrar un rostro espantoso, sino porque es libre. En ese mundo libre, que Maurice Duverger distingue como “occidental”, el ciudadano común goza de liberad para desarrollarse como mejor le parezca. En ese mundo, que coincide con las sociedades desarrolladas, la libertad no es retórica de caudillos, sino un principio esencial que define las relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Y es por ello que una ley, aun un ordenamiento jurídico, puede resultar ilegítimo, aunque haya sido aprobado por los entes encargados para ello, como lo hizo el Reichstag con la Leyes de Núremberg.
      Maduro, como toda la camarilla de conmilitones comunistas que acopió el gobierno revolucionario en estos 15 años, desconoce y aún más, desdeña la libertad individual y el poder ciudadano de hacer lo que mejor crea conveniente para sí mismo. Desprecia la libertad y por ello, su modelo, el comunismo obsoleto y retrógrado, justifica incluso el uso de la violencia contra la gente, que por disentir de sus ideas recibe ataques que llegan aun al asesinato y el encarcelamiento, la persecución y, de permitírselos, la más infame de las conductas políticas, la tortura y el confinamiento a campos de exterminio (como los gulags en la desaparecida URSS, los campos de reeducación cultural en China y Camboya y el horror de los campos para disidentes existentes en Corea del Norte).

            Yo no deseo una sociedad de autómatas que cumplen una función dentro del Estado como si fueran engranes que eventualmente se reemplazan por otros. Deseo una sociedad de hombres libres, como lo deseaba el Libertador Simón Bolívar y toda la intelectualidad ilustrada de su tiempo, y como, ciertamente, lo han deseado las grandes personalidades desde entonces hasta hoy.  

jueves, 11 de septiembre de 2014

La hora del juicio


No es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar

Sé bien que da rabia. Estoy al tanto de las muchas situaciones injustas creadas por este gobierno. Desde la detención arbitraria y encarcelamiento de jóvenes por manifestar su descontento – que de paso, impulsa a miles de ellos a emigrar – hasta las interminables colas para comprar productos cotidianos, como harina de maíz o papel higiénico, sin obviar por supuesto a los presos políticos. No ignoro ni soy ajeno al sufrimiento impuesto por esta revolución al pueblo venezolano.
Como millones también yo me desespero. Sin embargo, no podemos darnos el lujo de perder la razón. Y cuando digo razón no me refiero a esa posición tan soberbia de creer que unos detentan la verdad y otros, no. Me refiero a la capacidad de analizar fríamente la realidad y como reavivar una democracia agónica. Empieza esta tarea comprendiendo que la oposición va más allá de unas elecciones, que ciertamente pueden ganarse o perderse, en sana lid o con trampas. La oposición es el contrapeso necesario en todo orden democrático para que quienes detentan el poder temporalmente no pretendan hacerlo a perpetuidad y sin escuchar a las voces disidentes.
Sabemos que esta gente, desde Chávez hasta Maduro, no negocia. Proceden ellos de grupúsculos – grupúsculos, sí – extremistas que jamás aceptaron la pacificación y que nunca dejaron de soñar con la conquista violenta del poder, emulando a los milicianos cubanos que en 1959 entraron triunfantes en La Habana (para luego depauperar a la nación antillana). Para el chavismo, negociar es una herejía imperdonable. No obstante, también sabemos que, como bien reza el proverbio castizo, la necesidad tiene cara de perro.
El ciudadano común está agobiado por una cotidianidad hostil. El dinero no le alcanza y las pocas horas de ocio, debe destinarlas a aburrirse en interminables colas para comprar productos esenciales o tramitar algún documento, soportando en uno y otro caso las impertinencias de quien cree que la nación toda es un matacán. No hay que ser un taumaturgo o nigromante experimentado para intuir que en efecto, la desesperanza y el hastío popular pueden estallar, con las consecuencias trágicas que ello supone. Imagino que en nuestras Fuerzas Armadas, en las que militan personas inteligentes y bien formadas, ese riesgo es bien conocido. Sobre todo porque de suceder, les tocaría a ellos la infame tarea de contener el caos.
En las filas del PSUV, o del GPP, ocurrirá algo semejante. Hay, de hecho, artículos muy críticos en medios abiertamente afectos al proyecto revolucionario, como Aporrea. En días recientes, una periodista de Últimas Noticias renunciaba al diario con una elocuente descripción de su desencanto. Sé, porque gente razonable la hay en ambos bandos, que, pese a lo pecaminoso que pueda resultarles negociar, para algunos ésa es la única salida posible, ante la irremediable tozudez de otros.
La oposición – la MUD – está obligada a acercarse a esos personajes - que podrán ser aun desagradables - para conciliar una salida incluyente, que acerque a los actores de modo que, en primer lugar, se acuerde detener el proceso totalitarista de un sector, el más radical ciertamente, muy cercano al régimen cubano; se abra en segundo lugar, un genuino proceso de diálogo que permita recomponer el daño político y económico causado durante estos 15 años de gobierno revolucionario, y, por último, se asegure la participación más o menos igualitaria en el venidero proceso electoral del 2015.
No es una tarea fácil. Nadie dijo que lo sería. Sin embargo, llegó para los líderes, la hora de ser juzgados. Como ciudadano no solo tengo ese derecho, sino además el deber de hacerlo. Venezuela no necesita una campaña electoral (que de plantearse en los mismo términos de las anteriores, ganará el PSUV, con consecuencias desastrosas aun para ellos mismos). El país necesita ahora de un gran pacto, uno que, como el difamado Pacto de Puntofijo en su momento, asegure la viabilidad política de la nación. Y para ello urge negociar acuerdos políticos y encarar con seriedad la profunda crisis económica.
Sé que muchos ven con horror una salida negociada con quienes destruyeron al país y se han enriquecido con la depauperación del pueblo. Sé igualmente que la verdadera paz se construye sobre la justicia. Pero, si no negociamos todos, opositores y chavistas, el futuro puede ser muy malo, para ellos… y también para nosotros.


Sin editar

Escuché hoy temprano en Actualidad 90.3 FM a Rafael Simón Jiménez. Fue muy crítico de la gestión de la MUD, de la cual confesó ser parte integrante. Hombre procedente de la izquierda y otrora militante del chavismo y del pensamiento revolucionario, como lo dijo él mismo, aporta al debate político elementos interesantes. Uno de ellos, a mi juicio uno muy relevante, fue que, palabras más, palabras menos, ni Chávez ni Maduro ni ninguno de quienes hoy detentar el poder estaban ni están dispuestos a negociar. Entonces, no queda otra que construir una fuerza que se pare de frente a las aspiraciones totalitarias del régimen y le diga que no a su proyecto, y que, con el carácter suficiente, le imponga una agenda distinta a la que pretenden llevar a cabo, pese a la negativa popular expresada en las urnas el 6 de diciembre de 2007.
Planteó este abogado barinés y quien conoció a Chávez desde que militaban en la Juventud Comunista de Barinas, que la tesis de apostar a unas elecciones parlamentarias debe ir acompañada necesariamente de un trabajo masivo de calle, porque, de otro modo, el gobierno echará dinero a manos rotas, aunque deba endeudarse para ello, de modo que, tal como ocurrió con el “Dakazo” en las pasadas elecciones, recupere votos perdidos que, y es muy importante recalcar esto, no ha capitalizado la oposición. Creer, como lo dijo Jiménez, que el mero descontento mina las bases del chavismo y arrastra votos hasta la MUD es una pendejada mayúscula. Esto sin mencionar el proyecto comunista – palabra que procede de las comunas – que busca crear un parlamento comunal dominado por el partido, como ocurría en las naciones comunistas.
No creo sin embargo, que el tema se centre exclusivamente en los pobres, como lo plantea Jiménez. Ésa ha sido una de las causas fundamentales del fracaso político-económico venezolano. Esta crisis no solo requiere un discurso, una oferta diría yo, viable y que se gane la confianza de la gente; urge además de una gran mesa de diálogo para pactar un proyecto a corto, mediano y largo plazo, en la que el desarrollo sea impulsado no por un sector, sea el trabajador o el empresariado, sino por todos; planteando cada uno sus necesidades y expectativas. Obviamente, el trabajador desea mejores sueldos y el empresario mayores ganancias. Si bien en principio parecen opuestas, estas apetencias pueden bien hallar un punto de concilio en una mesa de negociaciones.
El país necesita primero sanear esta economía maltrecha y luego, robustecerla para crear prosperidad. Eso solo se logra con políticas coherentes y consensuadas que permitan una relación armoniosa de ganar-ganar entre los factores involucrados. El trabajador necesita un salario que le permita afrontar sus gastos decentemente, de acuerdo a parámetros aceptados internacionalmente (capacidad de pago y endeudamiento para adquirir vivienda y sufragar los gastos cotidianos, incluyendo las necesidades de diversión y ocio); el empresario debe ganar dinero para poder pagar esos salarios (que redundarán en su propio beneficio porque la gente gastaría ese dinero generalmente dentro del país) y obtener un beneficio legítimo por su inversión. Se necesita que el dinero circule, que no se represe en pocas manos (como ocurre, que el capital se acumula en el Estado – y por ende lo usufructúan quienes lo administran – sin que la gente tenga realmente acceso a éste más allá de una limosna disfrazada de misión y que sin dudas hace del ciudadano un lacayo). El Estado debe reducir su exagerado protagonismo y fungir más como un mediador, que, teniendo sus propias necesidades, es lógico que cobre impuestos a unos y otros.

El tema verdadero es llegar a esa economía saludable, en la que todos ganen y no solo un sector, sea el Estado, los empresarios o los pobres. Con un discurso socialista – y del más reaccionario – no va a lograrse. Por el contrario, va a empeorar la crisis (porque el socialismo es su génesis). Por ello, la MUD no solo debe ganarse a las clases más necesitadas, como lo planteaba Jiménez (y muchos más), sino también a la depauperada y descreída clase media y, desde luego, a las clases altas en los sectores económicos y políticos, porque solo así se construiría esa gran fuerza que sirva de muro de contención a las aspiraciones de la revolución mientras se logra el cambio de fuerzas en la Asamblea Nacional. 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

A paso de Cangrejo

Da asco. Sencillamente repugna escuchar voceros – los mismos de siempre – repetir sus puntos de vista. Por un lado, la arrogancia de una intelectualidad socialista – que pese a su sapiencia sigue anclada en un modelo caduco e inservible -, inundando las entrevistas con frases rebuscadas y derroches de conocimiento, de libros, de cursos… aunque todo eso sirva de muy poco, mientras sigan creyendo que Cuba es un modelo a seguir. Por otro, la igualmente arrogante actitud de los intelectuales demócratas, que formados en grandes universidades y autores de destacados trabajos, desdeñan – porque no ignoran – la realidad que sufrimos los ciudadanos comunes, que a diario salimos a batallar contra una vida hostilizada.
Estoy harto de zoquetes. El país está muy mal. El presidente y su equipo de gobierno se burla de la gente, anunciando un sacudón que solo agigantó aún más la burocracia sin asomos de rectificaciones, como si el país estuviese de maravillas. La MUD, que hoy debía convocar una alocución y desde luego, reunirse para preparar un manifiesto; se limita a decir bobadas, a plantear la solución de la crisis en unas elecciones que ni siquiera estamos muy seguros que vayan a celebrarse ¿Para qué carajos creen que designaron a Elías Jaua como ministro para la “construcción del Estado comunal”?
La situación para mí es muy clara. El ala radical pro-cubana se impuso sobre los pragmáticos. A Ramírez lo mandaron a la mierda (con refinada designación como canciller pero a la mierda). Y con el otrora zar de las finanzas criollas se van quienes planteaban un mínimo refrescamiento de la economía. Anoche, nos guste o no, se planteó sin tapujos la constitución de un Estado comunista (con socialismo y comunas), a pesar de que el país le dijo que no a ese desatino (el 6/12/2007).
Ahora viene la confiscación de la propiedad privada de los bienes de producción (como lo anunció el ahora ministro de las Comunas días atrás). Viene la cartilla de racionamiento (con un sofisticado sistema que hará inmensamente rico a algún boliburgués) y la miseria que el comunismo trae consigo. Señores, este gobierno está transitando desde la democracia (coja y maltrecha que teníamos) a un Estado comunista. Y yo, que al fin de cuentas soy solo un güebón más que debe salir a diario a partirse el culo para ganar cuatro lochas, le pregunto a la MUD: ¿cuándo van a darse cuenta?

Como un simple opinador, porque carezco de las cualidades académicas de quienes desde la comodidad de sus despachos – públicos o privados – se han ocupado de hacer de Maiquetía la única salida imaginable, veo claramente un futuro negro. O bien se alza algún gorila e impone orden por las malas, como ya ha ocurrido infinidad de veces; o la pasividad arrogante de quienes asumieron el liderazgo político permite la instauración del comunismo en Venezuela. Y cuando estemos jodidos, nos daremos cuenta que a la ruina que es Cuba se llega de a poco.    

lunes, 18 de agosto de 2014

El mito socialista

Los ’90 parecían ser la década del fin de la historia y del último hombre, como lo refiere el filósofo estadounidense Francis Fukuyama. El infame muro de Berlín había caído en noviembre de 1989. Años más tarde, en diciembre de 1991, se desplomaba la capital del socialismo: la URSS. China había abandonado los postulados socialistas de la mano de Den Xiaoping, desde principios de la década anterior. América Latina parecía encausarse finalmente hacia la instauración de democracias más o menos robustas. El 2 de febrero de 1992 irrumpió, no obstante, un espanto que, desdichadamente, la región no ha conseguido ahuyentar: el populismo.
Hugo Chávez intentó deponer al presidente (legítimo) Carlos Andrés Pérez. No lo logró en ese momento. Las condiciones sin embargo eran favorables para que, aupado desde cómodas posiciones en sus oficinas de lujo, se iniciase un demoledor discurso no contra adecos o copeyanos, que era lo de menos; sino en contra del sistema democrático que venía instituyéndose desde 1958. Desde aquellos notables, los (autodenominados) intelectuales y muchos políticos (oportunistas) hasta los dueños de medios, no hubo quien no hiciese de Pérez objeto de críticas y señalamientos. Se sabe, no obstante, más que en contra de Pérez y su malhadado gobierno; esas críticas lo fueron contra el modelo democrático, que en esos años (finales de los ’80 y principios de los ’90) evolucionaban a un estado de modernidad que sin dudas afectaron demasiados intereses.  
Pérez cayó en mayo de 1993. Un juicio penal amañado y con escasos fundamentos jurídicos dio al traste con su proyecto modernizador, que, como lo reseña Mirtha Rivero en su obra “La rebelión de los náufragos”, fue la verdadera causa de su defenestración. Nadie deseaba esas reformas en Venezuela. Y por lo visto, en la región existía entonces – y aún existe – una significativa resistencia a esas (aún impostergables) reformas liberales.
El 6 de diciembre de 1998 se inició un proceso de atraso e involución en Venezuela y la región con el triunfo de Hugo Chávez. El líder populista se embarcó en una cruzada antiimperialista (contra E.E.U.U.) de la mano de Fidel Castro. Hoy por hoy, gracias a la participación infausta de los cubanos, de ser objeto de una tutela (al parecer necesaria) por parte de los gringos, pasamos a ser colonia del moderno imperialismo chino.
Han transcurrido 15 años desde la toma de posesión de Chávez. Si no fuese por su muerte como consecuencia del cáncer, seguiría mandando no solo en estas tierras sino además influyendo en el resto de la región (gracias a la chequera aparentemente inagotable de PDVSA). Y su verdadero legado es la crisis económica que corrompe los cimientos de una democracia que fuese ejemplo durante muchos años: la venezolana. Y, acaso en una suerte de efecto péndulo, este caudillo embotado de delirios determinó el paso de los gobiernos sur y centroamericanos hacia un modelo fallido, modelo éste que disfrazado con nuevos epítetos por una propaganda abusiva que en nada envidia a la nazi, no deja de ser el mismo populismo impuesto por Perón y Velazco Alvarado en otras épocas. Basta leer las declaraciones de Chávez celebrando el Libro Azul de Velazco Alvarado en la luenga entrevista que le realizara Agustín Blanco Muñoz y recogida en la obra “Habla el comandante”.
América Latina ha fracasado una vez más. Su obstinación en la búsqueda de una identidad en medio de tantos complejos le ha hecho perderse en un sinfín de majaderías que lejos de contribuir al mejoramiento efectivo de la calidad de vida de sus habitantes, los ha depauperado espiritual y materialmente.

lunes, 28 de julio de 2014

El efecto boomerang

Hoy, reunidos ante el cenotafio del caudillo, Maduro y su gente, luego de celebrar una victoria insignificante, se verán de nuevo frente a la dura realidad: la revolución fracasó estrepitosamente. Las expectativas que irresponsablemente sembró en la población han ido degenerando en una ira contenida que, les guste o no, podrá regresárseles como un boomerang.
Calixto Ortega regresó triunfante, con su hombre liberado de las garras del imperio, pero al ciudadano de a pie, eso realmente le importa poco. Su cotidianidad se ha vuelto tan triste y complicada que dicho en términos muy coloquiales, ese señor les importa un carajo. Ya lo dijo Oscar Schemel hoy, el chavismo no ganaría unas elecciones. Y hasta donde sé, al director de Hinterlaces, cuya seriedad no cuestiono, no puede vinculársele con el sector opositor. Ése es el verdadero tema del chavismo devenido en madurismo, y ellos lo saben.
Nos desgarramos las vestiduras porque el Reino de Holanda “ordenó” la liberación del general Carvajal. Sin embargo, no nos detenemos a pensar un instante en que, en primer lugar, su detención no iba a degenerar en una caída del gobierno. En segundo lugar, las razones de su detención se han visto reforzadas por la decisión del gobierno holandés de declararlo persona non grata en los territorios del reino, con lo que, lograron su liberación pero no lavarse la cara. Esto último es mucho más grave para ellos que las razones que pudo tener Holanda para acordar su liberación.
No seamos ingenuos. Por supuesto que en el ámbito internacional pesa – y mucho – el tema petrolero. Pero a mi juicio, aunque puedo estar equivocado; la política internacional puede favorecer alguna clase de salida (que ciertamente podría ser mucho peor para los venezolanos). Creer, sin embargo, que la comunidad internacional se vaya a encargar de nuestros problemas es una necedad pueril. Y he ahí donde reside el principal problema del chavismo (y puede que de todos nosotros). La liberación del general Carvajal no abastece los mercados, no abate la inflación ni mejora la seguridad ciudadana y social. Esos problemas persisten tercamente, exasperando a una población que se siente estafada.

El gobierno de Nicolás Maduro está obligado (por fuerza de necesidad) a dejar de lado las maniobras efectistas y acometer seriamente un plan de reformas, que obviamente inicia con la tirada del Plan de la Patria al cesto de la basura. Maduro debe comprender que éste es su gobierno y que él no es Chávez (carece de su liderazgo y de su carisma). Las fuerzas vivas del país, incluyendo a buena parte del PSUV, no dudarán un instante para echarlo a patadas si las cosas no cambian. Por eso, no es un triunfo que haya “logrado” la libertad del Pollo Carvajal. Sus problemas domésticos, que son los que realmente amenazan la viabilidad de su gobierno, siguen incólumes.   

miércoles, 18 de junio de 2014

Una tragedia anunciada

Nicolás Maduro es responsable solo en parte de la crisis. Esta tiene su génesis en la alianza entre dos hombres convencidos de la viabilidad de la utopía socialista: Hugo Chávez y Jorge Giordani. Cabe recordar hoy, una entrevista realizada por la periodista Carla Angola al general Guaicaipuro Lameda. En ella se evidencia la raíz de fondo de este estado de cosas. Se advierte el maniqueo entre las verdades del llamado Monje, muchas de ellas inaceptables, y las engañifas del caudillo barinés, pupilo fiel de Fidel Castro, ese estafador caribeño que hizo de Cuba un pozo de miserias.
La carta de Giordani que circula en medios, a mi juicio solo demuestra el recelo y la malquerencia de un hombre que se creyó todopoderoso y que en un nuevo juego político se siente desamparado, porque ya no protagoniza ni es el niño mimado del tirano, como ocurre con frecuencia en las dictaduras. Algo así como Cerebrito Cabral en esa magnífica obra de Mario Vargas Llosa, “La fiesta del chivo”. No obstante, no deja de ser testimonio del resquebrajamiento de una unidad que al menos, durante la vida del caudillo, no era evidente.
Cargada de loas a Chávez y de quejumbres lastimeras por la pérdida de afecto de los poderosos, Giordani desnuda una verdad que pone en peligro a la revolución: Maduro no gobierna y son otros, que del gobierno hacen su propio negocio, los que deciden. Es muy grave, sobre todo porque en primer lugar, viene de un hombre que a todas luces fue ficha del presidente Chávez y que por ello conoce los intríngulis del chavismo, y, en segundo lugar, por las consecuencias que una carnicería en el seno de la revolución podría acarrear a todos.
Sepultada bajo excusas, retórica socialista y plañidos resentidos, subyace un tema por lo demás explosivo: el penoso estado de las finanzas públicas. Maduro enfrenta una crisis económica profunda y grave, sin tener la más remota idea de cómo solventarla. Con ingenio lo dijo Ramón Piñango a través de las redes sociales: un plan de ajuste mal aplicado es buena receta para un desastre. Si Maduro no asume responsablemente un viraje de las políticas económicas y se encierra en el dogmatismo terco – y bruto – de sus asesores cubanos, pondrá en evidencia que el Plan de la Patria (y todas las reformas propuestas por Giordani) eran tan solo una ilusión. El descontento resultante no solo será mayúsculo, sino además, explosivo.
Puede que no veamos las grietas, disimuladas con abrazos fingidos, pero podemos ver el agua entrar a raudales en el barco. Ya no hay dinero para vender la ilusión de pago de la deuda social a favor de los excluidos. Esa gente, que creyó genuinamente en las monsergas de Chávez, se sentirá estafada. El dinero, como era de esperarse, ya no les alcanza para mantenerlos cegados, y la economía en vez de crecer, está agonizante, como el ciervo herido, que va cejando su ánimo hasta rendirse y morir.
La gente va a reaccionar. Es por ello que gobierno – quien sea que esté dispuesto a hacerlo – y oposición deben coordinar un gobierno de ancha base, que incluya a todos los sectores del país, para proponer un conjunto de políticas coherentes que no solo rescaten la credibilidad del país como foco de inversiones, necesarias para enmendar el ruinoso estado de cosas, sino además, que mejoren en un plazo razonablemente breve la capacidad de pago y endeudamiento de la gente, de modo que su calidad de vida prospere realmente sobre bases robustas.

domingo, 15 de junio de 2014

La ecuación de Luis Vicente

Luis Vicente León habla en su artículo de hoy sobre el tema de la salida (El universal. Ni con balas ni con votos. 15/06/14). Con su estilo arrogante, regaña al electorado (no dudo que desesperado por la polaridad en torno al tema de la salida), pero en su reprimenda dominical olvida que la situación es mucho más compleja.
Su artículo plantea lo que las encuestas rezan sobre las protestas callejeras y la creciente pérdida de popularidad del presidente como consecuencia de la crisis económica. Asegura el director de Datanalisis que la crisis merma la popularidad del gobierno pero las protestas violentas y la oferta de una salida confusa generan también rechazo popular, por lo que parece lógico aguardar a las elecciones, que, citando al propio articulista, ni con cinco rectores en el CNE podría ganar. Olvida sin embargo el articulista que la gente, ésa que a diario sufre los rigores de una pésima gestión de gobierno, no va a esperar hasta el 2015, cuando se celebren elecciones parlamentarias y, en principio, ocurra un cambio en la correlación de fuerzas. Antes de los comicios del año entrante, es muy probable que el país estalle.
Sé, como el director de Datanalisis, que los venezolanos prefieren una salida pacífica a la crisis. La complejidad de la situación trasciende no obstante cualquier discusión sobre ésta aquella salida. Ésa es la parte de la ecuación que no menciona, simplificándola a una salida por medio violentos (con muy pocas probabilidades de éxito, por supuesto) y una electoral en 2015 (bastante segura de no estar la gente inmersa en acelerado proceso de depauperación).
Los últimos meses del gobierno de Allende estuvieron signados por el grave deterioro de la calidad de vida de los chilenos. Al momento de producirse el golpe de Estado, una buena parte de los chilenos si bien no aplaudió el golpe, sí miró al techo mientras unos gorilas secuestraban el poder, perdiendo así no solo los socialistas, sino también todas las fuerzas opositoras al régimen del presidente Allende.
¿Cree Luis Vicente León y muchos más en ésta y aquella acera que algo así no va a ocurrir en Venezuela? Supongo que, como hombre serio y culto que es, León sabe el peligro tácito en un proceso de anomia como el que padecemos los venezolanos. Sin normas, con una inflación galopante, con una inseguridad que raya en la guerra civil y un gobierno y una oposición ciegos ante las verdaderas amenazas que se ciernen en sus propias narices, la llegada de un caudillo parece inevitable. Cabe preguntarle entonces, ¿cree que no va venir alguien a poner orden? 

sábado, 14 de junio de 2014

Una aproximación a la tragedia

La crisis es el resultado de una visión de país que no es viable. Pudo serla tras la muerte de Gómez. Eran los venezolanos entonces mayormente analfabetos y pobres[1], en un Estado enriquecido por el hallazgo de pozos petroleros. Se explicaba pues un modelo rentista-distributivo. Hoy, no. Ya no somos un país despoblado y bendecido con una cuantiosa renta petrolera.
La crisis es consecuencia de un proceso de desintegración que condujo a la dictadura del general Gómez. En ese proceso – 1857 a 1899 - se sustituyó la institucionalidad por jefaturas temporales. En el curso de nuestra historia republicana han sido sancionados 26 textos constitucionales. Sin embargo, no hemos cosechado una nación y mucho menos, un orden institucional coherente.  
A pesar de quererse un orden democrático, demasiadas taras aún viciaban la construcción de uno robusto después de muerto el dictador. El golpe de Estado a Medina interrumpió el orden que él y López intentaban construir.
El trienio adeco también fracasó. Sus socios militares derrocaron al presidente Rómulo Gallegos solo 9 meses después de su elección. Hombre serio y honesto, fue víctima de la arrogancia de su propio partido, que solo aspiraba apropiarse del poder, sin poseer experiencia de gobierno alguna, como lo reseña Arturo Uslar Pietri (Golpe y Estado en Venezuela, 1992).
Heredaban los adecos una industria petrolera pujante que aportaban importantes sumas de dinero a las arcas públicas. Asimismo, una cartilla de ideales progresistas, aportados por sus líderes, en su mayoría militantes comunistas. Si bien Betancourt abandonó esta militancia desde principios de los ’30, arrastraba la idea de un Estado benefactor, capaz de asegurarles a los venezolanos prosperidad. Esa idea aún subyace en nuestro ideario y es la génesis de la prolongada crisis que ha azotado a este país hace más de 30 años.
La amarga dictadura militar (1948-1958) dio origen a otra visión de la política. Líderes de los partidos de entonces, AD, URD, COPEI y PCV, convocaron un compromiso democrático que se materializaría con la firma del Pacto de Puntofijo. Si bien fue éste un acuerdo para robustecer la democracia naciente, la idea rentista-distributiva y la debilidad de las instituciones siguió latente.
Hubo errores. Dos de ellos serían la debilidad de las instituciones y el empobrecimiento sostenido de la población. Carlos Andrés Pérez trató de enmendarlos, con la consecuente cólera de su propio partido, que ni creía en la apertura económica ni estaba dispuesto a democratizar realmente al poder. Sus sucesores tampoco.  
Si bien la reforma de Pérez fue dolorosa al principio, rindió frutos. Desgraciadamente fue interrumpida por el segundo gobierno de Caldera y retomada luego por el ministro Petkoff a partir de 1996. Si bien en menos de 2 años empezó a concretar logros, el jefe del 4F sirvió de vocero a una élite que apoyando su ascenso al poder, intentaba mantener el statu quo. Mucha gente con variadas intenciones creyó que Chávez – un militante del comunismo infiltrado en el ejército con el fin de gestar un alzamiento[2] – sería dócil a sus consejos.
Destruida la institucionalidad y ganada la pueril idea de que una nueva Constitución corregiría los males nacionales, Chávez subordinó las instituciones a su voluntad para entronizarse e imponer sus políticas, destinadas a una clara sustitución de la producción nacional por importaciones. Un empresariado local fuerte podía volvérsele díscolo. Pero el exagerado gasto social sin ninguna retribución diferente a la lealtad hacia el “comandante supremo” arruinó las arcas públicas.
La gente, empobrecida desde de los ’80, dependía cada vez más del Estado y creyó que era su obligación mantenerlos. Por ello, sin escrúpulos, la revolución ha usado la pobreza como herramienta para atornillarse al poder. Las personas han sido sojuzgadas por un infame “bozal de arepa”. Pero ya no hay dinero.
El chavismo es pues, una consecuencia (indeseable), originada por nuestra desidia para enfrentar el desarrollo con una visión realizable, que asegure a la mayor suma de gente un ingreso cónsono con el costo de vida. Urge pues amalgamar voluntades con el propósito de mejorar la capacidad de pago y endeudamiento de la ciudadanía de modo que pueda alcanzar una calidad de vida acorde con estándares aceptables. Solo así serán libres e independientes. 
La salida a la crisis podrá tener muchos pasos e incuso, cambios de nombres. En el curso de nuestra historia han gobernado muchos nombres, pero no ha habido una transformación de viejos vicios arraigados en el ideario popular, sin la cual todo cambio de nombre terminará irremediablemente en la frustración.
Caracas, junio de 2014.



[1] Dos tercios de la población era analfabeta y la industria petrolera había iniciado la migración de campesinos depauperados a los centros urbanos, en busca de mejores trabajos (fuente: Los Causahabientes. De Carabobo a Puntofijo. Rafael Caldera. Panapo. 1998).
[2] Así lo refieren tanto Alberto Garrido como Manuel Felipe Sierra (De la revolución bolivariana a la revolución de Chávez. La fractura militar. Venezuela: la crisis de abril. IESA. Caracas. 2002). Guerrilla y conspiración militar en Venezuela. Caracas. 1999). 

miércoles, 4 de junio de 2014

Se presume culpable

Resulta humillante, por decir lo menos, el trato ofrendado a los abogados y sus asistentes por parte de las autoridades. No es nuevo. El desmedido afán de control presente es causa de una idea anterior, que ciertamente transgrede la presunción de inocencia prevista en la constitución.
Las peticiones de poderes autenticados, de requisitos que la ley no exige o la infinidad de majaderías que al director de turno se le antoja hacen del derecho de petición – previsto también constitucionalmente – una verdadera yincana. La ley es clara. Las peticiones ante organismos públicos se rige por la Ley Orgánica de Procedimientos Administrativos, que establece, para conocimiento de las autoridades dos derechos, a saber: 1) la prohibición expresa de recibir solicitudes por carecer de recaudos (Art. 45 LOPA), y 2) la facultad del peticionario de autorizar a un tercero sin más formalidades que una carta suscrita por él (Art. 25 LOPA).
A diario, esos dos derechos son pisoteados por funcionarios públicos, que rechazan recibir solicitudes de los particulares en franca violación del referido artículo 45 de la LOPA y por ende, en oposición con otro derecho consagrado constitucionalmente, el derecho a la defensa. Una negativa verbal no constituye prueba de la violación constante del referido artículo y de los daños que esa conducta acarrea a los particulares. En todo caso, ese funcionario – y sus jefes, de ser el caso – son responsables penal y civilmente por los daños causados al particular y por ende, al Estado (que se verá obligado a resarcir daños patrimoniales por la responsabilidad por la actuación de sus funcionarios), así como administrativamente, como lo prevé el artículo 100 de la LOPA.
La Ley de Simplificación de Trámites Administrativos, sancionada en 1999, ha sido un mero saludo a la bandera. Su esencia se fundamenta en uno de los pilares de la democracia: la buena fe y la presunción de inocencia. Sin embargo, tal cosa es inexistente en los manuales de procedimientos de los entes públicos, que parten de la mala fe y de que, en principio, la gente es culpable.
Las múltiples trabas impuestas al particular tan solo generan corrupción y soluciones al margen de la ley. Mientras más fácil sea la entrega de solicitudes al Estado, a través de sus variados entes, los particulares gastarán menos horas útiles en esos trámites y por ende, la corrupción asociada disminuirá.
Resulta vergonzoso que los Colegios de Abogados y la Federación de Colegios de Abogados no se pronuncie al respecto y establezca puentes con los entes gubernamentales para hacer cumplir la ley y hacernos a los profesionales del derecho el ejercicio menos engorroso y humillante.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Un conversatorio por Venezuela

En un conversatorio sobre coaching, una facilitadora planteó algunos puntos de vista que más allá del salón donde se realizó, deberían refrescar las ideas que sobre la crisis y aún más importante, sobre cómo solucionarla. Si bien el tema del conversatorio era el aprendizaje y, especialmente, los enemigos de éste; comprender que la explicación de un fenómeno depende del sujeto que lo estudia y por ello, su valoración depende del locus en el que cada sujeto ubique la autoridad para valorarlo. Dicho de otro modo, cada sujeto ve y entiende un fenómeno desde su propia experiencia. Supone esto que no entendemos las cosas desde un punto de vista matemático o, si se quiere, objetivo; sino desde puntos de vista preñados de valores, de experiencias, que inciden sobre la percepción de datos, de lo que en coaching se reconoce como quiebre, que depende de variables diversas, porque no somos solo nosotros, también somos nuestras circunstancias, como afirmaba José Ortega y Gasset.
Hay en Venezuela un fenómeno, que, coloquialmente llamamos crisis. Ésta se traduce en datos concretos, como el reciente incremento de la pobreza en casi 30% (según el INE), o la escasez de productos, la inseguridad y muchos otros hechos, cuya percepción puede variar de acuerdo al sujeto. Dependiendo de sus creencias políticas, que se basan más en un locus emocional que lógico, un sujeto podrá entender las crisis como consecuencia de una guerra económica librada por enemigos del proyecto revolucionario, si reconoce como autoridad a los voceros oficiales. Pero, si por el contrario, admite como válida las posturas opositoras, entonces la crisis ser el resultado de una pésima gestión de gobierno.
El fenómeno, no obstante, sigue siendo el mismo: hay una crisis. Y ésta debe resolverse en un plazo razonablemente breve, porque, de otro modo, unos y otros, en ese constante proceso de aprendizaje colectivo, podrían conferir la autoridad sobre el conocimiento acerca de su solución a otras voces, que no necesariamente conocen la solución. Atribuirse ese conocimiento es de hecho un acto de soberbia imperdonable. El fenómeno no puede ser explicado pues, desde una única perspectiva porque en el proceso de solución convergen variadas realidades, puntos de vista disímiles, construidos desde experiencias vitales distintas. La explicación del fenómeno no puede pues, constituirse en el aprendizaje. Éste debe surgir de la búsqueda de las preguntas pertinentes, que no justifiquen una postura sino que, ayuden a construir soluciones a la crisis.
Entender que los puntos de vista son necesariamente diferentes resulta esencial para el proceso de aprendizaje. Como colectivo, los venezolanos no hemos logrado concebirnos pluralmente, desde la diversidad de ideas, de puntos de vista y pareceres. Hemos crecido como una sociedad acostumbrada al mandamás, al caudillo que invoca verdades, cual profeta político. Eso fue Chávez. Un chillón más, que, dominado por la soberbia, creyó ser un iluminado, poseedor de la verdad. Nuestro aprendizaje ha estado caracterizado por esa premisa.
La crisis puede ser comprendida de muchas maneras, aunque sus elementos definitorios sean los mismos. Como dije, para un militante del chavismo, la carestía e inflación son la consecuencia de una guerra económica. Para un opositor, son el resultado de una pésima gestión de gobierno. Hay en ellos una motivación emocional – origen de la mayoría de las militancias políticas e ideológicas – que circunscribe el fenómeno a un determinado razonamiento. Por mucho que la MUD explique sus razones, el pueblo chavista no va a creerle hasta tanto no se produzca la experiencia que lo cambie emocionalmente. Solo entonces escuchará otras razones, otras ofertas. Asimismo, no importa cuánto machaquen  los medios las bondades revolucionarias, el pueblo opositor no desea escucharlas.
La crisis, no obstante, persiste. Y mientras unos y otros debaten por probar que están en lo cierto, la calidad de vida de las personas, indistintamente de su credo político, continúa desmejorando. El aprendizaje, que en este caso parece ser la visualización de soluciones a los múltiples problemas, no procede de una razón lógica. Dimana de experiencias, que en uno y otro caso, definen emocionalmente sus puntos de vista y, por ello, la forma como asimilan las soluciones. No es lo mismo plantearle una reducción de sueldos al propietario del banco que al cajero, porque, indistintamente de ser ésa una posible solución, la falta de dinero afecta al cajero integralmente, en todo su ser, y por ello, no la va a aceptar.
El diálogo debe ser pues, un encuentro de pareceres, donde unos y otros planteen sus problemas y sus posibles soluciones, porque, definitivamente, en una sociedad gregaria es imposible resolver las dificultades sin el concurso de todos. No puede haber soluciones a esta profunda y grave crisis si no se convocan voluntades, intereses y pareceres, de modo que la solución afecte a todos, no solo en los sacrificios, sino también en las bondades.  



martes, 27 de mayo de 2014

Meneando al perro

En una excelente película, Barry Levinson desnuda las impudicias de la realpolitik contemporánea. En un tono sarcástico, Wag the dog nos recuerda que damos por cierta la realidad que muestran los medios y que solo ésa importa políticamente. Las conversaciones entre Stanley Motss y Conrad Brean resquebrajan sin pudor la credibilidad de una sociedad percibida a través de los medios y de unos noticieros que, lejos de informar, se han erigido en un divertimento, un reality show del mundo y sus líderes.
La grotesca situación planteada en el filme es de hecho exagerada (necesaria para conferirle donosura), pero en esta aldea global no vemos lo que realmente ocurre, sino lo que los medios nos informan. Quiérase o no, solo conocemos una información filtrada por intereses y líneas editoriales. No juzgo este hecho que, de paso, siendo los medios una creación del hombre, difícilmente puede escapar de sus vicios.
Las dictaduras contemporáneas han descubierto que resulta más eficiente un bombardeo mediático (una mentira dicha mil veces se vuelve una verdad) que un costoso aparato represor, como el que instituyó la STASI en la desaparecida Alemania Oriental. No en balde los regímenes totalitarios han gastado fortunas para crear sus Big Brothers. Desde Sergei Einsestein hasta Leni Riefenstahl, han sido muchos los cineastas que  han hecho uso del enorme potencial que la propaganda tiene sobre un pueblo al que pretende sojuzgarse.
Toda esta perorata viene al caso por una noticia que leí en El Universal Digital (a través del perfil de un amigo en Facebook), según la cual el ministro Francisco Armada asegura que la escasez de suministros en los hospitales es falsa, y que “la guerra de fotos en Twitter es muy divertida y que sería irresponsable decir que esas fotos se corresponden con la realidad”.
Dije antes que las situaciones en Wag the dog eran exageradas. Resultan exageradas porque aún en esta civilización del espectáculo, hay eventos que saltan a la vista y que difícilmente pueden ocultarse. Tiempo atrás, tratando este tema con un amigo, le argüí que podía engañarse al pueblo sobre muchas cosas, pero que la escasez, la inflación y la inseguridad eran como la tos, imposibles de ocultarse.

Maduro no heredó el carisma del comandante, sino serios problemas creados por su absurda gestión. Chávez creyó poder crear una ilusión de bienestar a través de los medios. Gastó una fortuna en ese empeño. Su heredero se encuentra imposibilitado de sufragar tamaño dispendio. Como su sucesor, trata de vender un reality show de la vida en revolución. No obstante, la gente ya no se traga un cuento tan ajeno a su agobiante cotidianidad. Distinto de lo planteado en el filme de Levinson, esta vez la cola no menea al perro.

martes, 6 de mayo de 2014

Entendiendo la democracia

Estados Unidos es una nación realmente democrática. Nosotros, no. Al igual que en estas tierras, allá el poder político lo concentró una elite, identificada con la ilustración francesa. Quizás Bolívar y algunos más comprendieran las ideas ilustradas, pero la formación republicana venezolana estuvo determinada por el caudillismo hasta principios del siglo pasado.
No hay raigambre democrática. Hay visionarios e ideas, sí; pero no hay una genuina convicción democrática en la gente corriente, que ve al gobierno como un maná del cual proveerse. Ya en los últimos años del general Gómez, el liderazgo emergente pensaba en términos medianamente democráticos. Sin embargo, su instauración fue deficiente. No hablo solo de la hegemonía que mantuvieron los antiguos jefes gomecistas después de muerto el tirano, así como la posterior ruptura del orden instituido, llevada a cabo por civiles y oficiales de rango subalterno sin ninguna experiencia de gobierno. Hablo sobre todo de la malsana idea de creer que el Estado puede mantener a todo mundo.
El orden político posterior a Pérez Jiménez fue sin duda un intento genuino para instituir una democracia real. No funcionó. No voy a caer en el simplista discurso antisistema que nos condujo a esta pesadilla anacrónica, pero no pocas veces AD pretendió erigirse como amo y señor de Venezuela. Para ello, además de intentar controlar hegemónicamente la política, alimentó la idea de un Estado magnánimo. En el pináculo de la inevitable crisis, manifestado con los sucesos del Caracazo, la reacción de los venezolanos ante las reformas adelantadas por Carlos Andrés Pérez durante su segundo mandato puso de manifiesto esa falta de vocación democrática.
El CEN de AD estaba molesto por la democratización efectiva del poder político, al hacer a los gobernadores y alcaldes, funcionarios electos popularmente. Gracias a esa reforma no obstante, pudo ser gobernador, por ejemplo, Andrés Velázquez. El empresariado por su parte se opuso a las reformas económicas, que lo obligaba a modernizarse y a competir realmente con empresas extranjeras, no para beneficio de trasnacionales, como arguyen los memos, sino para el de todos los venezolanos.
A Pérez lo echó del poder el establishment. Y lo hizo porque ya les resultaba incómodo y, electoralmente, el discurso antisistema – abanderado por hombres notables, como Uslar Pietri – comenzaba a calar profundamente en la agonizante clase media venezolana. Por esas circunstancias, en las que Hugo Chávez realmente tuvo muy poco que ver, el actual liderazgo se hizo del poder en 1998.
La revolución trajo consigo viejas taras, que Pérez había erradicado o por lo menos quiso hacerlo. La elección directa de gobernadores y alcaldes fue de hecho una conquista que difícilmente podrán arrebatar al pueblo. Sin embargo, primero con el segundo mandato de Caldera y luego, con la llegada de la revolución al poder, las reformas económicas de Pérez cayeron en desgracia. Ésas constituían no obstante, el pivote de la democratización. Una clase media fuerte, independiente de las dádivas del gobierno de turno, era – y de hecho, lo es – una espina en el culo de muchos líderes, acostumbrados a manipular a las masas, antes, con potes de leche, botellas de ron y láminas de zinc; y ahora, con dádivas. Hoy, una infinidad de misiones sirven de bozal de arepa para sojuzgar a los ciudadanos. 
Si algo comprendieron los padres fundadores de Estados Unidos fue la importancia de una sociedad fuerte, crítica. Y para ello, una clase media robusta era necesaria. No se logró, en efecto, hasta entrado el siglo XX (gracias a las reformas impuestas por Teodoro Roosevelt a partir de 1901). Por supuesto, ninguna nación se construye de la noche a la mañana, cosa que en cambio, hemos creído los venezolanos. La creación de una clase media fuerte, en gran medida por la visión de Henry Ford para vender masivamente su Ford T, robusteció la democracia estadounidense. Hoy por hoy, en ese país, el dinero se encuentra repartido entre millones de propietarios, aunque existan milmillonarios.
En Venezuela, por el contrario, el dinero sigue en manos de unos pocos, aunque cambien de vez en cuando. Una elite se apodera del gobierno, desde ahí se lucra y se erige como una nueva clase social dominante, pero la inmensa mayoría sigue pobre, esperando del gobierno las ayudas que le hagan un poco menos gravosa la pesada carga de mantener una casa. Unos pocos se arrogan la voz popular, no para legar un paso más en la construcción de una democracia fuerte, sino para hacer del poder su fuente de riqueza. Mientras no aceptemos que solo una clase media robusta puede ser la base sólida sobre la cual edificar un orden democrático, seguiremos gobernados por caudillos e iluminados que las masas lleven al poder irresponsablemente.

La solución empieza por crear ciudadanía en lugar de pueblo, y que esos ciudadanos sean libres política y, sobre todo, económicamente; de modo que el poder no pueda sojuzgarlos fácilmente. 

martes, 29 de abril de 2014

La malcriadez del gobernante

Hugo Chávez inició su luengo mandato en 1999 apoyado por una inmensa mayoría. En el curso de su gobierno hasta su muerte en abril de 2013, ingresaron al erario público sumas inimaginables de dinero. Hoy por hoy, al cumplirse un año del gobierno de su sucesor, las arcas del Estado están exhaustas. A pesar de haber ingresado en estos 15 años más de un billón de dólares, Venezuela se encuentra quebrada.
¿Cómo se explica esto? El gobierno, a veces inflando números, a veces mintiendo, culpa de la crisis al sector privado. Pero cabe preguntarse si parece razonable que los empresarios arruinen sus negocios solo para fastidiar al gobierno. La excusa es demasiado idiota como para tragársela. Al sector privado no le interesa vender menos, le interesa vender más. Y para ello necesita gente con capacidad adquisitiva.
Gobernar es un arte. No cualquiera puede. Un país se compone de diversos de intereses que sin enemistarse, pueden ser eventualmente opuestos. En una sociedad de servicios como es la contemporánea, los trabajadores, por ejemplo, demandarán mejores sueldos, que no pocas veces los empresarios no podrán satisfacer, por el peso que supone una nómina abultada en la estructura de costos y su impacto en el precio final (que terminaría castigando al trabajador, al verse impedido de poder pagar por bienes y servicios). Algo semejante ocurre con los ambientalistas, cuyo objetivo es rescatar al planeta. Pero a veces esas medidas verdes tienen un impacto negativo en la economía doméstica y por ende, en la relación entre los ingresos y los egresos de los ciudadanos.
En el mundo contemporáneo la democracia es un complejo equilibrio entre los intereses que cohabitan en una nación. A veces, el gobierno debe ayudar al empresariado para poder generar empleos bien remunerados. Otras, al trabajador, para que devengue un salario razonable. Por mucho que parezca, el gobierno no puede estar con algún bando. Su trabajo es defender a todos los ciudadanos, sean pobres, ricos, profesionales, obreros, ecologistas o empresarios, y armonizar las relaciones entre las partes para que todas ganen. Al gobierno le compete que las relaciones entre los distintos intereses sean de ganar-ganar.
La actitud del gobierno es malcriada, empeñado en una defensa de los pobres que cada vez luce más falsa. Sordo y ciego se emborracha con su propio discurso, desconociendo no solo la existencia de una multitud que rechaza su proyecto, sino además la crisis que ese desconocimiento ha ido generando, con víctimas fatales de lado y lado. Si de verdad desean una solución, deben empezar por aceptar que cediendo ganan y que aferrándose al poder pierden. Si comprendieran que todos deben ganar, ellos ganarían la estabilidad que por ahora su tozudez corroe como las termitas, una silla.  

miércoles, 23 de abril de 2014

Alcabalas innecesarias

Ser abogado en este país se ha vuelto frustrante. Ya lo era. Pero este gobierno, que ha enardecido nuestros vicios, ha hecho de esta profesión un calvario de peticiones absurdas y, sobre todo, ajenas al derecho. La Ley Orgánica de Procedimientos Administrativos y otra más, sancionada por ellos, la Ley de Simplificación de Trámites Administrativos, son hoy papel higiénico para quienes, en su afán contralor, inventan recaudos que la ley no exige y por lo tanto, no pueden solicitar.
Abogados y público en general se enfrentan frecuentemente una violación flagrante a la Ley de Procedimientos Administrativos: la negativa a recibir solicitudes por falta de recaudos (Art. 45). La ley prohíbe expresamente rechazar la admisión de cualquier solicitud por falta de recaudos, que, en caso de faltar, deben ser requeridos por la administración mediante un oficio debidamente motivado, con el objeto de garantizar el derecho a la defensa. Puede darse el caso, y de hecho se da frecuentemente, que el funcionario receptor, cuyo único trabajo es recibir los recaudos y estampar el sello correspondiente, se niegue a recibirlos, dejando al administrado en franca indefensión.
Así mismo, con frecuencia exigen presentación de un poder notariado para efectuar trámites administrativos, cuando la Ley Orgánica de Procedimientos Administrativos solo exige una autorización firmada por el interesado (Art. 25), sin requisitos de autenticación. Supone esta práctica una alcabala innecesaria en el trámite administrativo y una violación al principio de legalidad administrativa: la ley no exige ni autoriza al funcionario a requerir mandatos del interesado con formalidades distintas a las previstas en la ley, violando lo dispuesto en la Ley de Simplificación de Trámites Administrativos  (Arts. 10 y 13).
Otra práctica común en estos días es pedir poderes (notariados) para solicitar información asentada en registros públicos, como lo son los registros civiles, principales y mercantiles, así como los documentos autenticados. Esa información es de carácter público y por lo tanto, cualquier ciudadano puede pedir copia de su contenido, violando otra vez lo previsto en los artículos ya citados.  
Quienes ejercen cargos públicos deben tener presente dos cosas: la Ley de Simplificación de Trámites Administrativos establece claramente la presunción de buena fe de todo ciudadano, como lo prevé la Constitución (y por lo tanto, susceptible de ser tutelado por medio del recurso de amparo), y el deber de omitir la solicitud de recaudos innecesarios a los ciudadanos, por lo que impone el deber al funcionario de ajustarse a esas normas por imperio del principio de legalidad administrativa.
Termino estas breves reflexiones recordando que los funcionarios que menoscaben o nieguen derechos a los particulares son responsables de acuerdo a la ley. La negativa a recibir recaudos por falta de documentos es de hecho, una violación de la ley, que no solo puede acarrear sanciones administrativas, de acuerdo a la Ley Orgánica de Procedimientos Administrativos, sino también civiles y penales, si fuere el caso, así como responsabilidad de la Administración por los daños causados.


Maduro en su laberinto

El Gabo, fallecido recientemente, relataba los días últimos del Libertador en su obra “El general en su laberinto”. Delirando por las fiebres, Bolívar, ya moribundo, va y viene en sus recuerdos, y, testigo del fin de su gran proyecto político, se aferra a una quimérica campaña militar. Quiere reunificar la Gran Colombia. Es una obra hermosa que dibuja al Libertador desde una visión más humana.
Viene al caso el texto de García Márquez porque, guardando las incomparables diferencias entre el genio del Libertador y la ineptitud de Maduro, el heredero de Chávez deambula en su propio laberinto. Su ceguera para entender la imposibilidad de llevar a cabo la delirante empresa del caudillo barinés le mantiene preso en una maraña de intereses y amenazas, dominado por dogmáticos y sinvergüenzas, de los cuales difícilmente pueda librarse sin sufrir heridas.
Bolívar se entrampó solo en su laberinto porque nunca dejó de soñar con esa patria grande que, para su desdicha, ni neogranadinos ni venezolanos deseaban y que tanto Páez como Santander sí entendieron. Chávez dejó entrampado a sus herederos en una gran patria socialista que, vista la experiencia en otras naciones, se comprende solo como un desvarío pretérito, que, quiérase o no, sus dolientes no desean sufrir de nuevo.
Bolívar no pudo consolidar la utopía grancolombiana. No por la tuberculosis que lo llevó al sepulcro, sino por la negativa de ambos pueblos a fundirse en uno solo. Chávez por su parte no comprendió y Maduro aún no entiende lo que sí Betancourt a principios de los ’30: el socialismo no tiene cabida en nuestra idiosincrasia. Por ello, el líder adeco creó un movimiento que, distinto del marxismo, abrió las puertas por igual a ricos como a obreros pata en el suelo, quienes llegaron a escalar posiciones tanto políticas como en el cambiante ámbito socioeconómico venezolano, compartiendo el convite con la clase más rancia de la sociedad venezolana.
El reto de Maduro es ése. Entender a los venezolanos. Adentrarse en la contemporaneidad para comprender que la derecha jamás ha sido tal. Que los partidos, los de antes y los de hoy, militan en la izquierda más que en la derecha (aunque hoy, hablar así resulta un anacronismo imperdonable). Que ya no existe una izquierda que funja como referente ideológico. Por lo que también dejó de existir la derecha. Hay ideas y principios, claro. Pero los gobernantes ya no se atan al dogmatismo. Si Maduro comprendiera eso, vería una salida posible al laberinto. 

jueves, 10 de abril de 2014

Del diálogo y la paz

Arthur Neville Chamberlain temía la guerra más que nada. Como muchos europeos, el recuerdo de la Gran Guerra era un mal sabor, agrio y penetrante. Los centenares de lisiados podían verse en las calles europeas como una evocación trágica de aquel horror, ciertamente indeseable. Deseaba la paz codiciosamente. Su interlocutor, el arrogante cabo austríaco devenido en führer del Tercer Reich, no. Adolfo Hitler solo buscaba ganar tiempo para armarse como lo hizo. El diálogo europeo entonces no fue un diálogo.
El presidente Nicolás Maduro, cuya legitimidad se ha reducido a un dudoso proceso electoral, se ha visto acosado por una miríada de problemas heredados del pésimo gobierno de su predecesor, un teniente coronel sin ninguna experiencia política. Su visión del mundo, aprendida de un anciano dictador enquistado en su obsolescencia, ha generado más problemas que soluciones. Por eso, las calles venezolanas son escenarios de infinidad de protestas. La gobernabilidad se desmorona y los dirigentes gubernamentales no parecen comprenderlo. Su propio pellejo está en riesgo y como otros tiranos, creen suficiente refugio su retórica bulliciosa pero insustancial.
Se ha planteado la necesidad de diálogo. La MUD está dispuesta. El gobierno, no. El planteamiento de conversaciones razonables entre unos y otros ofende al liderazgo chavista que, convencido de librar una lucha de clases, no ve un adversario político sino un enemigo. Para Chávez siempre se trató de una guerra en contra de una oligarquía y la oposición ha sido por ello un objetivo militar, uno que debe ser aniquilado.
Ayer surgieron declaraciones que de no ser por el cargo de ostentan, no habrían dejado de ser unas frases retrecheras. A la propuesta del expresidente brasilero Lula Da Silva de convocar un gobierno de unidad con sectores opositores, Maduro se ha negado categóricamente, arguyendo que él es el que gobierna. El vicepresidente Jorge Arreaza ha dicho por su parte, que ellos no van a pactar con sectores opositores. Cabe preguntarse pues qué carajo entienden por diálogo. Claro, es ésta, mi interrogante, una pregunta retórica. Los líderes del gobierno no desean dialogar, desean oxigenar un liderazgo asfixiado. No quieren aceptar sin embargo, el único oxígeno posible, porque atenta contra sus creencias más arraigadas.
Termino diciendo que la MUD debe sentarse a dialogar, por supuesto; pero no deben los líderes opositores claudicar sus principios fundamentales. Se trata de construir la paz. Y ésta no debe confundirse jamás con la sumisión.


viernes, 14 de febrero de 2014

¿Una sociedad de majaderos?

¿Qué ha pasado en el mundo? ¿Dónde están los valores propuestos por hombres que han librado luchas cruentas por un mundo mejor? ¿Qué hay de esas ideas que construyeron un orden internacional para proteger a la gente de sus gobiernos? ¿Cómo es posible que los organismos internacionales sean solo clubes de gobierno, que, sabemos, muchas veces no representan a sus gobernados?
No debe extrañarnos que majaderos presidan naciones. Tampoco que surjan autocracias ni la ceguera irreductible frente a la actuación deplorable de caudillos. La frivolidad frente a los valores democráticos ha debilitado los principios que de ellos emanan. Se le rinde culto a lo trivial y se desdeña la erudición puesta al servicio de la inteligencia. Solo ven la hojarasca que flota sobre las aguas y pocos miran la profundidad del pozo.  
La democracia ha sido reducida a elecciones. Una vez ganadas, importa un bledo si se cagan en todos los valores que la sustentan. Poco importa si se alteren las normas que regulan el ejercicio del poder. Si se promulgan leyes ajenas a la esencia filosófica que les concede legitimidad. Que la voluntad popular sea útil solo si ayuda a los intereses de los gobernantes. Que baste arrogársela porque la comunidad internacional será ciega, sorda y sobre todo, muda.
Es triste que el mundo esté cegado por una descollante revolución tecnológica. Que sea incapaz de abarcar la profundidad y dimensión del alma. Resulta lamentable escuchar argumentos abultados por clichés que han sustituido el criterio. Para demasiados pensar se ha hecho muy gravoso y aburrido.
El arte ya no es arte y cualquier pendejada se le tiene como a una obra de Bach. Se glorifican textos mediocres. Se llama arte a un hombre que defeca en un museo o artista a un zoquete insulso que hace un performance constante de sus majaderías y complejos. Y esa misma idiotez ha alcanzado a la política.
Basta hablar de los pobres para capitalizar el afecto de la gente, aunque se omita cómo ha de llevarse a cabo esa ayuda. Millones de personas admiran puerilmente a Castro, aunque haya condenado a los cubanos a una imperdonable prostitución espiritual. Demasiados líderes son solo personajes anodinos sin ideas en los sesos. Así está el mundo hoy. El planeta – y en nuestro caso, Venezuela - necesita seriedad y profundidad de pensamiento, más allá de la información que a borbotones emerge de la Internet.


martes, 4 de febrero de 2014

El pueblo como excusa

Dice Umberto Eco que el pueblo como expresión de una única voluntad y de unos sentimientos iguales, una fuerza casi natural que encarna la moral y la historia, no existe (U. Eco, A paso de cangrejo. P. 148). Y lo dice precisamente por ese ardid tan propio de los demagogos (en su caso, Silvio Berlusconi) de usar al pueblo para su provecho. Mussolini lo hacía (y también Hitler). Congregaba en la Piazza Venezia a unas 200 mil personas que, tal como ocurría en Venezuela con Chávez y sus arengas en Avenida Bolívar, lo aclamaban. Y en ambos casos, en su condición de actores, esa muchedumbre desempeñaba el rol de pueblo.
Existe hoy por hoy, dada la complejidad de las sociedades contemporáneas, gente con ideas e intereses diversos (que de paso, hacen obsoleta la lucha de clases propuesta por Carlos Marx). El régimen democrático (sin dudas imperfecto) establece por ello, que el gobierno (los gobernantes y en cierta medida las políticas aplicadas) surge del consenso de la mayoría de los ciudadanos, protegiendo siempre a las minorías. Esa visión del pueblo, propia de los demagogos, es, acaso, una excusa para identificar su proyecto con la voluntad popular y, de ese modo, justificarlo e imponerlo.
Nadie duda la enorme popularidad que en su momento disfrutó el führer nazi. Los alemanes llegaron a idolatrar a Hitler y por ello fueron a una guerra que en sana lógica no podían ganar (por muy eficiente que fuera el ejército alemán). Sin embargo, no toda Alemania era nazi. Hubo resistencia al proyecto desquiciado y delirante del cabo austríaco, protagonista del Putsch de Múnich (8-9 de noviembre de 1923). Contra estos disidentes, no solo se usó el brutal aparato represivo (la Gestapo), sino a esa ingente masa de cegada por el discurso nacionalsocialista.
Hoy, esas prácticas violentas son impensables, no porque el ser humano – y sobre todo, quienes ostentan el poder sin una genuina vocación democrática – sea menos perverso, sino porque a los ojos del mundo, resulta intragable. Se abusa en cambio del discurso segregacionista, que ciertamente utiliza el régimen para escindir los “buenos” de los “malos”, y, tal como hicieran los nazis con las SA (Sturmabteilung), se apela a grupos no vinculados con los diversos organismos del Estado (colectivos, grupos paramilitares, hampa común) para que se encarguen de la represión (y puede que allá en esto una parte de la explicación para la impunidad obscena que adolece a nuestra sociedad). Se separa a los que están a favor del pueblo y por ello, portadores de la verdad, y los que atentan contra éste y, por ello, enemigos (no adversarios) y, consecuentemente, objetos del ataque virulento, del desconocimiento y del desprecio general.
Vienen al caso estas palabras porque desde el 2006, el gobierno – sea aquél liderado por Chávez o éste, ahora regido por Maduro – ha ido construyendo una mítica vocación popular al socialismo, que, en primer lugar, no está prevista constitucionalmente (y por lo tanto, no puede imponerse a la luz del Estado de derecho vigente), y, en segundo lugar, al ser consultada la ciudadanía sobre reformas al respecto (referendo popular del 6 de diciembre de 2007), fueron rechazadas. Meternos el socialismo pues, o este régimen que les asegure el poder a perpetuidad, como lo pretenden hacer, es solo parte de ese discurso maniqueo, usado premeditada y prevaricadoramente para pervertir el Estado de derecho y la genuina voluntad popular, desnaturalizar los principios democráticos e imponer, aún a juro, un modelo contrario al ordenamiento jurídico vigente (que de paso, les ayude a mantenerse en el poder y por ende, hacer uso de las prebendas que esto supone).
Este uso conveniente del pueblo como instrumento de dominación es aún más intolerable cuando hoy, vistos los resultados electorales de los últimos comicios, el país se encuentra dividido en dos facciones. Peor, si se quiere, porque el desconocimiento de unos respecto de los otros puede ser la cimiente, en primer lugar, de un régimen carente de vocación democrática (desconoce y deshumaniza al adversario político, reduciéndolo a un enemigo al que no se le concede ni agua), y, en segundo lugar, de una potencial guerra civil. Si bien es cierto que ha habido paz desde 1903,  se cierne sobre Venezuela la trágica tradición bélica de caudillos y jefes de montoneras, decía el historiador Manuel Caballero en reiterados artículos. Urge pues, como punto convergente para la salvaguarda de los intereses de todas las facciones, un diálogo verdadero, que busque consensuar salidas a la crisis sin recurrir a la violencia.