jueves, 4 de julio de 2019

Una mujer violada


             
                                           
El dolor de la viuda de un hombre majado a palos en las mazmorras del régimen, de un joven cegado por perdigones disparados a quemarropa en medio de una protesta por falta de gas doméstico, de un paciente condenado a morir porque no hay insumos, el de una madre que acuesta a sus hijos sin haberles dado de cenar… Esa es la triste cotidianidad de nosotros, los venezolanos, un pueblo que hace treinta años no podía siquiera imaginar que padeceríamos esta tragedia.
      Gente depauperada deambula las calles, mendigando, buscando algún buen samaritano que les obsequie algo qué comer, llorosos y rabiosos, porque el hambre ciega y emponzoña. Millones se han ido y no son pocos los que han marchado a pie por esas carreteras andinas, sin la gloria de las tropas libertadoras, con la vergüenza de ser menesterosos huyendo de una desgracia.
      Nos empapa la miseria. ¡A todos!
      Venezuela ya no es un país. Es un terreno, uno agreste, al que de paso, le cayó bachaco culón. No somos la nación otrora pujante, promesa incumplida del país desarrollado que queríamos y merecíamos. Somos solo un estercolero, un lodazal mefítico en el que Satán se regodea y se relame como el gato después de desgarrar las vísceras de su presa. Si ayer fuimos la envidia de la región, hoy inspiramos lástima y por qué negarlo, también ira y odio.
      Venezuela es hoy una malquerida.
      La garra putrefacta del mesianismo ha desgarrado el alma de la nación y como los arañazos en las laderas del Ávila después del deslave de 1999, heridas aún sangrantes, se infestan con moscas gordas, zumbonas, pesadas. Somos hedor, somos dolor, somos un leproso o un moribundo, al que plagado de bubones, todos corren a enterrarlo, aun cuando todavía no haya muerto.  
      Nos consume la desgracia. Nos corrompe la desesperanza. Lloramos porque no nos queda de otra, pero ya ni siquiera sentimos dolor, ya no nos duele la muerte de una víctima más de las torturas, de esa infame conducta de demontres, embriagados por las palabras nauseabundas del maligno. Ya no nos hinca el alma el dolor de los que no por azares de la vida encuentran el final de su camino, sino por la desidia de quienes interesados más en su ideología de mierda que en el genuino bienestar de los ciudadanos, se aferran al poder como las garrapatas al cuero del ganado, como la tiña al árbol. Como una rata herida a la orilla de un sendero, Venezuela se desangra, agoniza.
      Sí, Venezuela se desangra como una rata herida a la orilla de un sendero.
      Venezuela es una malquerida que en un terreno baldío, después de haber sido ultraja, plañe por sus miserias mientras se desangra tendida entre moscas y boñiga maloliente.
      ¡Carajo! ¿Qué nos pasa?