lunes, 29 de enero de 2024

 

Nadie dijo que sería fácil

El liderazgo debe ser faro, luz, pero en modo alguno, caudillo autoritario. Quienes se llaman líderes democráticos mal pueden aspirar a una sociedad aborregada.

Ocurrió. El TSJ sentenció en contra de María Corina Machado. No faltan los necios que, impregnados de una soberbia intragable, se ufanan de haberlo predicho. Nada novedoso ni demostración de superioridad alguna. La propia candidata lo dijo en una entrevista que le concediera a Patricia Janiot en su canal de YouTube. Sobre esto y la repetición cansina de posturas pusilánimes, al parecer escasas (no dudo yo, por el aluvión de votos obtenidos por ella en las primarias), y quién sabe si preñadas de qué otros pecados, vienen al caso algunas consideraciones, necesarias de frente a una lucha compleja.

El 22 de octubre, la ciudadanía expresó mucho más que su preferencia por la dirigente de Vente Venezuela como candidata para las elecciones de este año. En ese deslave de votos, alrededor del 93 %, se lee entre líneas el hartazgo de la gente, su orfandad de cara a una tragedia sin precedentes en la historia reciente de nuestro país, azotado impíamente por variopintos caudillos y jefes de montoneras. Sin embargo, algunos líderes y un grupo de analistas, ungidos por ellos mismos como representantes del pueblo (no su acepción socio-política, sino esa cosa intangible tan manoseada por populistas y demagogos), acusan a otra parte del liderazgo político, tildado de extremista y básico, de haber animado la abstención en el pasado, como si los ciudadanos fuesen tan solo borregos, carentes de criterio propio. Olvidan ellos pues, que la gente no es estúpida y se abstuvo por decisión propia. Arrinconados por una manifestación contundente del electorado, prefieren culpar a otros de la desmotivación que ellos mismos nutrieron hasta el cansancio, y aún hoy lo siguen haciendo con su actitud tan distante de la realidad.  

En una declaración criticada en las redes sociales, en especial en la del pajarito, reducto de la libertad de expresión donde los medios han sido silenciados, dos notorios dirigentes empresariales argumentaban que la transición política no era importante, y, supongo yo, que sí hacer sus negocios. No digo con esto que sean estos sucios, roñosos, cercanos a la ilegalidad. No obstante, sí la encuentro contraria a la ética y a la dignidad humana. Millones de venezolanos sobreviven en la miseria y, por ello, han huido alrededor de ocho millones de personas, mayormente en condiciones deplorables. Mientras dirigentes y líderes trazan sus propios derroteros, la gente repite día tras día un agobiante viacrucis. Por ello, el 22 de octubre pasado, más allá de votar por la ingeniera Machado, el electorado expresó su rechazo, no solo al gobierno, sino a un liderazgo que le dejó huérfano, que le traicionó y le olvidó en un charco de miserias. Y poco importa si es real o imaginario, si es justo o no.

Sin embargo, soberbios, tercos, cebados por sus propios egos, no reconocen sus errores ni haberles fallado a sus seguidores.

Sin la más mínima consideración de las esperanzas ciudadanas y de su voluntad expresada en las urnas, con todas las lecturas subyacentes, se limitan a sugerir otro candidato, sin detenerse en lo obvio: todo aquel capaz de disputarle realmente el poder a la revolución será anulado por cualquier medio, y cuando digo cualquiera me refiero a eso, cualquiera. El gobierno solo permitirá que la candidatura recaiga en un mamarracho incapaz de animar el voto, y por más que griten y llamen a votar, el electorado no lo hará. Esa es una verdad tan patente como lo era la ratificación (inconstitucional) de la inhabilitación de María Corina Machado. E insisto, no culpen de ello a quien carga el fardo, sino a aquellos que perdieron el norte.  

Sabemos, al menos quienes conocemos la ley y como se interpreta adecuadamente, que la inhabilitación para ejercer cargos públicos (una jefatura sectorial en un ministerio, por ejemplo), sanción que en todo caso debe seguir a una sentencia previa de un tribunal en ejercicio de sus funciones y de acuerdo a la legislación vigente (porque cercena derechos, y por ello, de interpretación restrictiva), no es igual a la incapacitación para ser elegido, porque, y en especial en el caso de Machado, sin un proceso penal previo (que ya no se realizó yese hecho no puede subsanarse) no puede cercenarse su derecho a ser elegida ni el de sus votantes a designarla para cargos de elección popular. En todo caso, sin lugar a equívocos y a pesar de las arengas de mercenarios del derecho, la inhabilitación política es una pena accesoria. Sin la pena principal (como, por ejemplo, la que hubiese recaído sobre Hugo Chávez por la sedición de febrero de 1992), no procede ni puede existir la accesoria. Es como una hipoteca sin que haya una deuda que aquella garantice (y lo peor, se pretende ejecutarla). Sobre eso no hay espacio para discusiones.

Cabe aclarar ahora que, en efecto, la ilegal e inconstitucional ratificación de la inhabilitación de Machado era predecible, sobre todo visto el paisaje trazado los días precedentes por altos voceros del gobierno. Su agresividad anunciaba lo que ya hemos advertido. Se ha impuesto el ala radical. Pero, huelga decirlo, nadie dijo que sería fácil. Así las cosas, como dicen los comentaristas deportivos, el juego acaba cuando acaba. Y para seguir con el símil deportivo, he atestiguado peleas en las que un pugilista aporreado hasta los huesos propina un contundente nocaut (Muhammad Ali vs. George Foreman, Zaire, 1974, para citar un ejemplo famoso).

Al contrario de las ofertas pusilánimes y estériles de quienes invocan la convocatoria de un relevista (posiblemente, un candidato flojo, que sin dudas anime la abstención), debe la oposición – y el resto de la sociedad sensata – cerrar filas para crear estrategias eficientes, así como reunir fuerzas que realmente obliguen al gobierno a negociar más que unas elecciones, que serían solo una herramienta entre muchas otras, una transición pacífica en la que participen la mayoría de los sectores y grupos de interés, incluido los líderes del PSUV que reconozcan la necesidad de devolverle a la nación los valores genuinamente democráticos y estén dispuestos a participar en un nuevo pacto para la gobernabilidad y la reinstitucionalización del país.

Dirían algunos, tanto nadar para morir ahogados en Puntofijo.     

domingo, 14 de enero de 2024

 

     




Las meninas al pie del sultán enamorado

Una nación de primer mundo la construyen ciudadanos primermundistas.  

Dieciséis piezas, evocación de las Meninas, ataviadas con elementos propios de nuestra cultura (en especial celebro el homenaje a Deyna Castellanos, una excelente atleta), decoran al municipio Chacao. Sé que, para muchos, el dispendioso gasto contrasta con una ciudadanía depauperada (aun en ese municipio, uno de los más prósperos), y que para otros no se trata de arte. Confieso, mi parecer sobre la creación artística atraviesa varias visiones, varias ideas, y angustiosas contradicciones, la intervención de una obra preexistente, si bien para mí no lo es, otros, artistas verdaderos, sí lo es. En cuanto al gasto dispendioso, si bien reconozco las penurias de tantos, también creo en la capacidad civilizadora del ornato urbano.

     La reducción de nuestra ciudad – soy caraqueño, de esos que por la eterna odalisca y su sultán enamorado siento un ambiguo sentimiento de amor y odio – a una terreno yermo, baldío, plagado de basura y alimañas nos ha rebajado a meros pobladores, y nos hemos olvidado de la condición de ciudadanos e incluso, hemos llegado al extremo de desdeñarla y, acaso, odiar esa cualidad. Caracas, la otrora urbe de los techos rojos, hoy bosque nublado de cemento y hormigón en esta grieta a mil metros sobre el nivel del mar, se ha ido ranchificando y de ser la sucursal del Cielo, no es más que una zanja maloliente entre cerros plagados de casas de cartón. Aquellas urbanizaciones ornadas por apamates, samanes, araguaneyes, jabillos, son ahora meras barriadas malolientes, desdibujadas en un no sé que son.

     Realzar su belleza y, por qué no, a los hijos que con orgullo podemos llamarlos venezolanos (desde el sonero mayor Oscar D’ León y la inigualable Yulimar Rojas hasta la grandiosa pianista Gabriela Montero, indistintamente de sus filiaciones políticas), bien podría recordarnos valores cardinales para el desarrollo de una sociedad del primer mundo: esfuerzo, trabajo, tesón, dedicación, amor propio, entre tantos otros que hicieron de ellos los hombres y mujeres exitosos que recogen su provechosa cosecha.  

     Mientras escribo esto, escucho el Canon de Pachelbel y el Adagio de Albinoni (dos piezas musicales de excepcional belleza), y no puedo obviar el alimento del alma. Mientras unos, necios, deliran con obras ciclópeas que por lo general quedan en promesas incumplidas, pequeñas cosas bien pueden embellecernos la vida y, lo crean o no, civilizarnos cada día un poco más. Si a usted le agrada su casa bonita, limpia y ordenada, ¿por qué no su ciudad y su país? Tal vez resulte odioso para muchos, pero de nada sirve la espectacularidad del Ávila (me resisto a darle ese nombre politizado, que más persigue un fin proselitista que la reivindicación genuina de nuestra identidad nacional), si a sus pies yace una porqueriza.

     Sé de las grandes carencias de una ciudad y de un país gestionados para arruinarlos, pero reconozco el poder civilizador del ornato público, y aunque detesto las dictaduras, y por ello la del general Pérez Jiménez (sin ser tan obtuso para no reconocer los beneficios de tan deplorable régimen), convengo que la transformación del espacio físico civiliza y hace de la gente ciudadanos.