lunes, 20 de enero de 2014

Calidad de vida

En este país, hay muchos pobres y unos cuantos ricos. No hay una clase media. En este país, poco importa si el salario equivale a 471 dólares (calculado en base a un sueldo mínimo de 2.973 bolívares a la tasa de cambio oficial de 6,30 bolívares por dólar, lo cual ya es bastante idílico). Importa la relación entre el salario mes a mes y el costo de la vida también mes a mes. Por eso, la mayoría de los venezolanos somos pobres, porque vivimos en un constante estado de insuficiencia. Creer que ganamos mucho porque al cambio oficial la supuesta clase media devenga alrededor de 1.904 dólares es una ilusión.
En el mundo desarrollado, digamos Estados Unidos, un ciudadano devenga un sueldo promedio de 2.200 dólares al mes, que le permite pagar una hipoteca y sufragar sus gastos mensuales, desde comida y servicios hasta diversión. Ese trabajador, que devenga 2.200 dólares al mes, paga más o menos 200 dólares en víveres y puede ir a un restaurante por unos 30 dólares (una pareja). Estamos hablando que ese trabajador usa un 9% de su sueldo para comprar víveres y poco más de 1% en una cena para dos. Un venezolano que devengue unos 12.000 bolívares (base de cálculo para decir que gana 1.904 dólares al cambio oficial) al mes debe disponer de más o menos 7.000 bolívares para pagar por sus víveres (el 50% de su salario) y no le alcanza para pagar una canasta básica que ronda los 13.000 bolívares mensuales, salario que de paso no recibe al 100 %, dadas las retenciones y tasas impuestas. Ese venezolano, si desea ir a un restaurante regular, debe pagar entre 700 y 900 bolívares por una comida para dos, lo que supone que en el mes, esa comida representó entre 7,2 % y 9,3 % de sus ingresos. No hablemos de pagar un crédito por un auto y menos aún por una casa (salvo que acceda a los préstamos subsidiados por el gobierno, que por lo general le permiten adquirir un inmueble que no se corresponde con sus aspiraciones).
Ésa es la diferencia entre un mundo con una economía saludable y una debilitada y malsana. El dólar es hoy por hoy una moneda fuerte, un referente mundial. La inflación en Estados Unidos para el año 2013 fue de 1,5 %. El bolívar, en cambio, cada vez es más débil y la inflación del año 2013 cerró en un indecente 57 %. En Estados Unidos hay una economía saludable y una clase media robusta. En Venezuela hay una economía ruinosa y no existe clase media alguna. Casi todos somos pobres, porque a casi todos nos resulta insuficiente el salario. El reto del liderazgo político, más allá del relevo de la dirigencia, es precisamente ése, sanear la economía para crear una clase media fuerte. La idea es que la mayor cantidad de personas posibles devengue un sueldo que le permita sufragar con holgura razonable sus gastos mensuales, sin que viva siempre en estado deficitario.
Ese compromiso trasciende desde luego al liderazgo político. Atañe a todos los sectores de la sociedad. Desde el liderazgo, con políticas coherentes que generen confianza (la base de toda economía próspera) y por ello, atractivas para las inversiones, que generen empleos bien remunerados, hasta el trabajador, sea un obrero en estricto sentido o un empleado en el sector servicio o comercio, que cumpla sus deberes responsablemente, sin obviar, por supuesto, al empresariado, que se vería beneficiado por una clase media con capacidad de pago.
Amigos lectores, de eso se trata. De mejorar la calidad de vida de la mayor cantidad de gente posible, no de prometer felicidad a las personas, que al fin de cuentas, es un asunto íntimo de cada quien. No confundamos pues, comodidad (que es lo que puede dar el gobierno como administrador del Estado) con felicidad (que es íntima y solo puede proveérsela el individuo mismo). Por eso, seguir creyendo en el socialismo solo traerá desdicha y miseria mientras esperamos por la felicidad. En lugar de eso, defendamos los verdaderos valores democráticos y generemos lo que colectivamente podemos crear: prosperidad y calidad de vida. 

Llover sobre mojado

Maduro anuncia con desparpajo indecente la instauración del socialismo en Venezuela. Su padre político, el fallecido presidente Chávez, también buscaba ese mismo norte, no sé si embobado por la labia tramposa del viejo Castro o por las monsergas aprendidas de muchacho, seguramente de algún pasquín esquelético que redujera al mínimo las ideas de Marx. Hablar de tal cosa hoy por hoy desnuda de sus interlocutores una ignorancia que raya en la obscenidad (tanto como hace 30 años). Un video, asequible en YouTube (http://www.youtube.com/watch?v=1_cZe1plT3A), permite ver un análisis del doctor Arturo Uslar Pietri sobre el marxismo, con ocasión del centenario de la muerte del filósofo alemán (1983).
El comunismo – que podría decirse es la traducción realista del marxismo – fracasó en 1991. Existen algunos neomarxistas, que plantean reformas mínimas a un credo que como todo dogma religioso, se cree como verdad absoluta. Y su fracaso se debe justamente al carácter mágico-religioso que plantea: la promesa intangible de un paraíso terrenal en la que no habrá Estado, ni leyes, porque los hombres, como las almas que ascienden al Cielo (o alcanzan el Nirvana), serán justos, rectos y felices. La verdad es que, después de 70 años de dictadura del proletariado en la extinta URSS, solo quedaba una población miserable e infeliz, dominada por una nomenclatura despótica y autoritaria. Nada más lejano de ese paraíso comunista que refería Marx.
Hablar de comunismo es un anacronismo imperdonable y una ofensa a la buena formación académica. La sociedad industrial (y ciertamente descarnada) en la que se formó Carlos Marx desapareció hace mucho. Ya a principios del siglo pasado, Teodoro Roosevelt propuso reformas sociales que imponían cargas a los grandes industriales. Pero la invención de una clase media fuerte y numerosa por parte de Henry Ford (para poder vender su modelo “T”) cambió el rostro de la sociedad. Las masas obreras, ciertamente explotadas a mediados del siglo XIX (que forjaron el pensamiento marxista), se fueron transformando en una clase media próspera y por qué negarlo, pudiente. Sobre todo cuando la tercera ola (citando a Alvin Toffler) arrasara con la era industrial como si fuera un tsunami. En los ’50, nos dice el autor del Shock del futuro, La tercera ola y Los cambios de poder, la economía estadounidense pasó a basarse fundamentalmente en los servicios y, sobre todo, en la información. Hoy, no hay duda de ello, los grandes capitales están cimentados sobre el conocimiento, y las grandes corporaciones venden intangibles (Google, Facebook y Microsoft). Y sus trabajadores, como la inmensa mayoría de los trabajadores del primer mundo, gozan de una próspera calidad de vida.

Al fin de cuentas, que esta revolución pretenda vender al mundo las bondades de un crimen atroz contra la humanidad (como lo fue la depauperación de millones de seres humanos bajo el horrendo régimen comunista) es más que una muestra de una formación académica deficiente o de un dogmatismo propio de los talibanes musulmanes, un crimen contra la humanidad. Insistir con un modelo fracasado, incapaz de generar prosperidad y desarrollo, para que el individuo progrese y alcance sus metas (que es donde pivotan la felicidad y la sensación de bienestar emocional), es un irrespeto a la ética y un crimen imperdonable. Y lo es porque ya se sabe de antemano el destino miserable al que se está condenando a una nación. 

Un faro en la oscuridad

El 2014 no empezó bien. Una noticia – otra más – escandalizó a la opinión pública nacional e internacional. El asesinato de una joven actriz y de su exesposo en un atraco le puso un rostro reconocido por su trabajo en la televisión a un drama que solamente el año pasado padecieron 24 mil familias. El gobierno, que poco ha hecho para resolver este grave problema, se vio de nuevo en el ojo del huracán. Saldrá airoso no obstante, como otras veces, porque la nación – que somos todos – parecemos aletargados, convencidos de la normalidad de tantas aberraciones por el discurso maniqueo de un régimen autoritario.
No se trata solo de la delincuencia desatada (porque es impune). Se trata también de tantas otras desgracias, a las que nos hemos habituado. Se trata pues de un gobierno que no tiene interés alguno por gobernar. Su visión es otra. Y por ello, mientras la oposición intenta discutir los graves problemas que aquejan al país, ellos – los dirigentes de este régimen – se ocupan de colmar las instituciones para adueñarse del poder y de ese modo asegurarse no solo las prebendas, sino la instauración de una revolución que haga de ellos verdaderos hegemones.
Al parecer, en medio de la confusión general sobre lo que supone vivir al amparo de reglas democráticas, la gente desea y cree que el mejor modelo político – o el menos malo entre todos los demás, para emular a Winston Churchill – es el democrático. Así se lee en las tertulias tan propias de nosotros los venezolanos. Sin embargo, la retórica del pasado y ésta, ciertamente prevaricadora, han deformado la noción que sobre los principios democráticos poseemos los venezolanos. Por ello, confunden – creo yo más por malicia que por ignorancia – democracia con socialismo. Políticamente, uno excluye al otro. Sobre todo si por socialismo entendemos el infame modelo cubano.
Mientras la gente no reasuma como innegables algunos principios esenciales a todo orden democrático, tendremos por modelo político un engendro incapaz de conducir al país hacia sus metas. Urge pues, reeducar a las personas para despojarlas del siniestro vasallaje, propio de las dictaduras, y vestirlas con el ropaje ciudadano. Obviamente, esta tarea puede encontrar – y seguramente encontrará – resistencia en el liderazgo, al que le resulta más fácil conducir una manada de borregos que convencer a una ciudadanía.
¿Cómo se logra esto? Un pueblo mayoritariamente pobre, como lo es éste, será siempre presa fácil de las jaurías de oportunistas y arribistas, para quienes el poder es una forma de ascensión social. A éstos, obviamente, la edificación de una ciudadanía crítica y responsable les conviene muy poco. Un pueblo mendaz que dependa de las dádivas del gobierno (y no de programas estatales bien estructurados y con retribución para el Estado, de modo que sea sustentable) le resulta dócil. Una ciudadanía próspera y consciente de sus derechos (y sus deberes) exige más – mucho más – de lo que ese liderazgo arribista está dispuesto a ofrecer. Sobre todo porque no hay en Venezuela cultura política suficiente para demandarle a los líderes políticos explicación de cómo pretenden conseguir sus metas ni de cómo han gastado el dinero público (de los contribuyentes).
El primer paso es la construcción de una clase media verdadera. Una clase media que sea capaz de pagar con cierta holgura por sus necesidades básicas. La idea es mejorar sustancialmente la capacidad de pago y endeudamiento de la mayor cantidad de personas posibles, de modo que sus ingresos retornen a la economía (y por ende redunden en mejoras constantes de sus condiciones de vida) a través del comercio y los servicios. La construcción de una clase media – como la que existe en los países desarrollados – es vital para crear una ciudadanía más comprometida consigo misma y por ende, con el destino del país.
Se dice fácilmente pero es bastante más complicado hacerlo realidad. No es, sin embargo, imposible. Es, desde luego, una misión a largo plazo, que, por supuesto, debe empezar a rendir frutos en el corto plazo. Y para empezar, urge sanear la economía. No es éste un tema cómodo para muchos, entre los rojo-rojitos y los de este lado, que en otras oportunidades salieron al paso para impedir proyectos modernizadores, como ocurrió, por supuesto, durante el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez (indistintamente de sus pecados).
Sanear la economía compromete a todos. Al obrero, que no puede esperar de patrono pagos irracionales. Al empresario, que no puede – ni debe – pagar salarios paupérrimos a sus empleados (porque limita sus ventas y por ende, sus ganancias). Al gobierno, como administrador del Estado, que debe actuar con criterio para propiciar el bien común pero sin dejar exhaustas las arcas públicas. Se trata pues, de actuar todos con la responsabilidad debida. Y sobre todo, de sentarse a dialogar, a dialogar realmente, para encontrar soluciones que sean racionalmente satisfactorias para todas las partes. Recordar asimismo, que el gobierno no hace bandos. El gobierno – y el Estado – está al servicio de todos los ciudadanos, sean o no partidarios del grupo que eventualmente detente el poder político.
¿Hay voluntad política para ello? No lo creo. No se trata de maniobras electorales (que por ahora parecen extemporáneas). Sobre todo porque la crisis no da para mucho más. La tarea del liderazgo es ésa: atraer a la gente, con un programa que le devuelva el poder, no con un discurso falso y tramposo, sino con medidas políticas (descentralización del poder, autonomía efectiva de los poderes públicos, transparencia administrativa y libertad individual) y económicas (un verdadero plan de saneamiento económico para generar confianza, atraer inversiones privadas, generar más y mejores empleos, abatir la inflación y propiciar la producción y exportación de bienes y servicios).

No sé si el actual liderazgo esté realmente interesado en una tarea de tal magnitud (asumiendo las consecuencias de empoderar a la gente en detrimento del poder que hasta hoy detentan los partidos). No sé si los medios estén dispuestos a ayudar a forjar una ciudadanía crítica y responsable. No sé si la gente esté dispuesta a comprometerse realmente más allá de un premio inmediato (por lo general ilícito). Si está dispuesta a aceptar que la otra cara de la libertad es la responsabilidad por las decisiones y acciones propias. Sin embargo, sé, como lo entendía muy bien Nelson Mandela, que el liderazgo también debe ser faro, para guiar a la ciudadanía al puerto, al que si bien todos desean llegar, no muchos saben cómo. 

martes, 7 de enero de 2014

Otra víctima más

Hoy hubo una víctima más del hampa. Distinto de otras, sepultadas bajo el anonimato de las cifras, esta vez tocó en mala suerte a una actriz (y a su marido). Ha habido revuelo, por supuesto. Palabras de dolor e indignación de parte de personalidades vinculadas con el mundo del espectáculo. No los censuro, ellos como muchos venezolanos, padecemos las ineficiencias de un gobierno que no gobierna. Hay ruido, claro, porque son trabajadores de los medios los que hoy lloran. Sin embargo, es un amargo llanto popular ante el cual este (des)gobierno se hace el sordo (vaya uno a saber por qué).
El asesinato a manos de la delincuencia (descarriada e impune) es solo uno de los muchos problemas irresolutos o creados por este régimen a lo largo de 14 años. Hay escasez de productos de todo tipo, incluyendo varios de la canasta básica. Se han destruido empleos por la quiebra de empresas verdaderamente productivas, para sustituirlas por otras, que existen únicamente en maletines y que por oficinas usan restaurantes. Empresas incapaces de crear empleos. Importamos casi todo lo que consumimos, incluyendo la gasolina (lo cual resulta paradójicamente grotesco en el que fuera uno de los principales productores de petróleo del mundo). La pobreza sigue incólume. Son muchos los venezolanos que aún no salen de la miseria y otros tantos que se suman a las colas de desempleados y buhoneros depauperados. La clase media – pivote fundamental de toda sociedad desarrollada – dejó de existir y en su lugar se ha creado una sociedad de mendigos, expectante de la ayuda gubernamental. Y no sigo enumerando porque ya siento náuseas, pero desgraciadamente a esta lista se le agregas un extenso etcétera.
No podemos quedarnos de brazos cruzados. Es nuestro futuro el que corre como agua sucia por el desaguadero. Sin embargo, no llamo a revueltas, como los caudillos de otras épocas, que aunaban un puñado de peones y llevaban la guerra por los consumidos campos venezolanos. Caudillos a los que esta ralea gobernante rinde culto. Podemos hacer algo mucho más eficiente, aunque tal vez un tanto más demorado (como suelen ser las soluciones bien pensadas): hay que desarticular el discurso oficial. Este régimen no aúna logros. Solo vende promesas (que no cumple). El liderazgo,  que debe ser ahora más que nunca fuerte, contundente, coherente, está obligado a sumar gente, no para ganar éstas o aquellas elecciones, sino para convencer a cada vez más personas de que el libre mercado y la democracia representativa son la solución y que todo proceso de reconstrucción nacional debe pasar por ese tamiz. Hay que desarticular la falsa ilusión socialista que solo beneficia a unos pocos y empobrece a muchos. Hay que convencer en cambio a  la mayor cantidad posible, en ambos bandos, que únicamente con esfuerzo, dedicación y voluntad se consigue prosperar, individual y colectivamente.

No es una tarea fácil. No es una meta a corto plazo. Sin embargo, es un camino seguro hacia el desarrollo. La primera misión de quienes creemos realmente en la democracia es precisamente explicar de qué trata. Hay que ganar seguidores para un proyecto de país posible, realizable, no este embuste, este sablazo, en el que aún creen muchos, tristemente. 

domingo, 5 de enero de 2014

Escupir pa’ arriba

No importa que divulguen donde pasan sus vacaciones los dirigentes opositores, siempre que se acepte que a esos mismos destinos van también los jefes oficialistas, con la salvedad por supuesto, que aquéllos no andan pregonando que tener dinero y darse esos gustos es prácticamente pecaminoso. Por eso, no malinterpretemos lo que en sana lógica supone un doble discurso.
Los líderes opositores, muchos de ellos personas solventes capaces de costearse viajes al extranjero, no andan diciendo que sean ellos los que carecen de recursos, sino millones de venezolanos, a los que viajar al exterior se les ha hecho imposible, para empezar porque se requiere de una tarjeta de crédito que aguante el cupo CADIVI (Bs. 18.900,00 a la tasa oficial), que muy pocos poseen. El impacto de viajeros en el otorgamiento de divisas no supera el 3 % de la demanda de dólares.
Acusar veladamente a funcionarios opositores de gastar dinero público tan solo porque puede costearse un avión privado es una necedad. Se sabe – o por lo menos sabemos muchos en este país – que muchos de ellos gozan de una holgada posición económica desde su nacimiento. Otra cosa ocurre con los líderes del gobierno, cuyos antecedentes económicos y sus ingresos no se corresponden con el nivel de vida que llevan. Sin embargo, de ellos no se dice nada.

Por último, no son los líderes opositores, creyentes de una economía libre y del derecho a la propiedad privada (principios fundamentales de un genuino orden democrático), quienes critican a quien pueda pagarse legalmente viajes al extranjero, para descansar o hacer compras o cualquier otra cosa lícita. Quienes pregonan la malignidad de gastar dinero en esos viajes y otras distracciones y cosas, gracias a las cuales millones de personas en el mundo tienen empleos, son los líderes oficialistas, pregones del socialismo. No hablen pues, de doble moral. Bien se sabe, jamás debe escupirse para arriba.