lunes, 22 de abril de 2013

El causahabiente


Hay dudas sobre el triunfo de candidato Nicolás Maduro. La actitud de niño que rompió algo y corre a esconderlo, lejos de ayudar a esclarecer, oscurece más. Su victoria parece espuria. Y no sería ésta la primera victoria puerca de la historia humana. No son ellos tan inéditos como les hacer creer su propia ignorancia. Sólo para citar un ejemplo entre muchos, Alberto Fujimori se aferró al poder más allá de lo sensato, apelando a formas impropias que, una vez perpetradas, le impedían luego corregir su proceder delincuencial y, por ello, le imponían una imperiosa necesidad de conservar la presidencia. Su espiral de mentiras, chantajes y embelecos le complicó su último mandato y, de haber podido pasar a la historia como un gran presidente, que controló la inflación desenfrenada y derrotó al Sendero Luminoso, terminó preso.
El triunfo de Nicolás Maduro es dudoso. Y lo mejor en estos casos es contar otra vez. Nada raro en cualquier régimen democrático, dicho sea de pasada. Así se hizo dos veces en la primera elección de George W. Bush. Sin embargo, de acuerdo a las múltiples fotos colgadas en redes sociales, las cajas con las papeletas de los votos al parecer han ido apareciendo tiradas en caminos y mogotes, o arrojadas por desbarrancaderos plagados de zamuros. Y las autoridades – sobre todo las más interesadas en que el conteo les lave la cara – se resisten tercamente. Si Maduro ganó sin trapisondas, no habría problema alguno con recontar las papeletas. Su triunfo estaría doblemente ratificado. Al parecer, no pueden correr ese riesgo. Ellos sabrán por qué.
Maduro empieza pues, con muy mal pie. Su triunfo es dudoso, oscuro. Hiede a engañifa. Sobre todo porque sus vínculos con el régimen de los hermanos Castro, una tara inmunda que infesta nuestro hemisferio, ensombrecen una victoria que no parece tal. Y no es para menos. A 13 mil millones de dólares no se renuncian tan fácilmente. Por razones inexplicables, Cuba se ha enquistado como un tumor maligno en las instituciones venezolanas y, por lo visto, hay muchos más fieles al rostro de Benjamín Franklin que al Libertador. Triste y duro decir esto, pero no por ello, menos cierto. Por eso, a él más que nadie le conviene el recuento.
La gobernabilidad del actual régimen ya está comprometida. Y lo está en primer lugar, porque el país está claramente dividido. Ninguna de las dos fuerzas es contundente, ninguna de las dos es lo suficientemente vigorosa para darse el lujo de no negociar. Ni siquiera Chávez pudo hacerlo, con todo su capital político en sus arcas. Mucho menos podrá Maduro, que visto ahora en la cruda realidad de gobernar un país inmerso en una profunda crisis, no podrá apelar a los trinos de un pajarito, a la memoria del difunto, que podrá quererlo, y se le respeta su afecto desde luego, pero ahora es él quien debe decidir. No puede asumir una postura intransigente. No hay piso político para ello. En segundo lugar, el gobierno no parece entender su propia fragilidad no sólo por ese triunfo pírrico, sino por la gravedad de una crisis económica que impactará decisivamente la cotidianidad nacional y sobre todo, de esas masas que con una economía precaria bien podrían desencantarse del proyecto chavista.
La crisis económica no tiene miramientos ni condescendencia. Se presenta como un camión cuesta abajo y sin frenos. El país está en bancarrota. Dos campañas presidenciales y una regional de escaso discurso y mucho derroche han dilapidado las arcas públicas. Venezuela adeuda alrededor de 200 mil millones de dólares y su producción petrolera ha caído a unos 3.4 millones de barriles diarios, de los cuales cobramos realmente unos 900 mil. Las misiones sociales cuestan una fortuna y lo peor, son gastos sin otra contraprestación diferente al voto sumiso. Obviamente, PDVSA no puede seguir sufragando tamaño dispendio y ese tema puede ser – y de hecho lo es – sumamente explosivo, peligrosísimo por lo demás. Ellos deberían saberlo, por su propio bien y desde luego, el de la república.
Venezuela ha apostado a la ingobernabilidad. El gobierno carece de seriedad y sensatez para afrontar la realidad por venir. Se limita a emular un proyecto inviable, propuesto por un caudillo incapaz para ofrecer soluciones estructurales a problemas muy graves. Se limita a vocear lemas y estribillos, mayormente racistas, segregacionistas y violentos. Y este gobierno, que, de acuerdo al CNE, ganó por una minúscula diferencia de votos, pende de un hilo y no parece comprenderlo. No puede darse el lujo de radicalizarse, de actuar despóticamente, porque el presidente ya no es Chávez y los problemas no se van a solventar invocando la memoria del difunto. 

lunes, 1 de abril de 2013

Abriendo los ojos



Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi
(Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie)
Dicho siciliano

Miles de personas hacían fila para despedir al caudillo. No mostraban agobio por el calor sofocante o la sed o el cansancio. El país estaba consternado. Nadie se atrevía siquiera a criticar su gestión de gobierno, que, luego de 14 años, legó una profunda crisis económica y política. Nadie se atrevía a sugerir su indudable talante autoritario y su comportamiento atávico. Su proceder intolerante, arbitrario y violento. Sus formas inaceptables para un líder que se precie de ser un verdadero demócrata. Y es que sus conmilitones comparaban – y comparan - cualquier crítica al caudillo como un sacrilegio imperdonable, como si de Dios se tratase, aunque precisamente ellos hayan hecho del difunto presidente un producto comercial y de sus exequias, un circo grotesco para prolongar la presencia del único líder en las filas del PSUV. Chávez murió, finalmente, derrotado por una enfermedad de la que poco se sabe, una tarde de marzo, si creemos la historia oficial. Hoy, yace solo, como muchas veces se sintió, en ese museo donde empezó, no su gesta sino su tránsito desde el anonimato hasta la deidad que una sociedad pueril construyó en torno suyo, al amparo, por supuesto, de quienes buen provecho supieron explotarle a ese fenómeno político.
El ungido, Nicolás Maduro, hombre al parecer gris, resguardado en su bajo perfil mediático, según dicen algunos, formado por Cuba mucho antes de la llegada de la revolución al poder, heredó todos los problemas engendrados por un gobierno económicamente irresponsable, pero no heredó, en cambio, el inmenso carisma del presidente Chávez. Eso, lamentablemente para Maduro, no se transmite como si se tratara de un bien. Se beneficiará por supuesto, el ahora presidente con una e minúscula entre paréntesis, del voto fiel y acrítico de las masas embrutecidas por el discurso prevaricador del caudillo, pero, incluso ganando las próximas elecciones, esas masas ciegas jamás serán la mayoría. Y puede que, por la fuerza de los hechos, terminen por abrir los ojos, como ocurre tan a menudo.
No puede afirmarse seriamente que el presidente encargado, causahabiente del poder exagerado que ostentó su causante, vaya a perder las elecciones, no sólo por el efecto del alud emocional hacia el caudillo fallecido, que ciertamente le favorece electoralmente, sino porque no dudo que, de nuevo, harán uso de todas las triquiñuelas imaginables para ganar votos. Sin embargo, parece una obviedad y por lo mismo, deviene en una certeza contundente: Nicolás Maduro no es Hugo Chávez. Hemos visto como aquél se afana para imitar a éste, pero las patanerías que a Chávez le reían sin pudor ni recato ni miedo al ridículo, a Maduro se las escuchan como ofensas y bobadas insoportables, como necedades de un majadero. Y no porque Maduro sea menos que Chávez, sino porque resuena a mala copia. Recuerda tal vez a esos comediantes mediocres que de querer imitar a Charlot o Cantinflas, terminan siendo un mal chiste, una bufonada repetida que no causa risa. Tal vez sería menos lamentable si se pareciera más a él y menos al difunto. Sin embargo, puede ganar, no hay duda de ello. Pero, hay que decirlo, precisamente por ello, ganando Maduro, podría perder – y mucho – él y el PSUV, y desde luego, toda Venezuela.
La crisis económica venezolana es muy grave. Algunos comparan su magnitud con la griega. Puede que sea semejante a la recibida por Carlos Andrés Pérez al inicio de su segundo mandato. Y es que entonces, tanto como hoy, no se trataba de si las cuentas dinerarias rendían o no para pagar los gastos, por lo demás dispendiosos, sino del agotamiento del modelo rentista-redistributivo, justificable durante el mandato del general López Contreras pero no hoy. Ese modelo, sin lugar a dudas, colapsó el 18 de febrero de 1983, si queremos endilgarle alguna fecha. Cabe preguntarse pues, si Maduro hará lo que requiere hacerse para superar la crisis, que empieza por supuesto con el recorte de ayudas harto onerosas al gobierno cubano. Y cabe preguntarse igualmente, ¿se lo permitirán los hermanos Castro, que se benefician con una ayuda de 13 mil millones de dólares al año, el doble de lo que recibían en el mejor momento del apoyo soviético[1]?
El modelo económico bolivariano jamás funcionó más allá de la inmensa renta petrolera recibida estos 14 años. Ni Chávez ni su mentor, Fidel Castro, quisieron entender algo tan elemental. Resulta más que obvio afirmar que no puede gastarse más de lo que se recibe, aunque se reciban inmensas cantidades de dinero. Era impensable que el petróleo pudiese costear semejante derroche, sobre todo si se ha administrado PDVSA con criterios tan escasamente productivos, obligándola a importar la gasolina que hoy en día consumimos. La crisis actual no desnuda sin embargo la plausible utopía delirante del proyecto revolucionario, sino la inviabilidad del modelo rentista-redistributivo imperante desde 1936, y, aún más grave, su fuerte raigambre en la idiosincrasia de los venezolanos.
Un artículo de Milagros Socorro aseguraba recién que estábamos madurando. Puede que sí pero también puede que no, que aún sigamos aferrados a proyectos pueriles. Crecer, como bien se sabe, duele, y, las más de las veces, mucho. No podemos aplazar más la toma de decisiones serias, ciertamente dolorosas, pero necesarias e impostergables. El establishment prefirió posponer ese necesario crecimiento y, por ello, depuso a Carlos Andrés Pérez en 1993. Creyó además que un militar autoritario serviría bien a sus intereses, que pueden resumirse hoy en la conservación del statu quo. No entendió entonces, esa elite dirigente, que no se trataba del sistema político, sino del sistema económico, de esa visión rentista de la economía. La democracia venezolana no estaba agotada ni mucho menos era el cajón de estiércol que el establishment la hizo parecer a fines del siglo pasado. Estaba agotado el modelo económico, ese modelo rentista-redistributivo. Las arcas estaban exhaustas y el país endeudado más allá de su capacidad de pago. Hoy por hoy, estamos en la misma situación pero los números son aún más catastróficos. Cabe preguntarse si hoy el establishment está dispuesto a madurar. Aunque a veces no se madura porque se quiera sino porque no queda de otra. Y es en esas ocasiones como más duele. Venezuela adeuda cerca de 200 mil millones de dólares[2]. La deuda para 1989 no superaba los 30 mil millones de dólares[3]. Intentar corregir las fallas económicas entonces costó además del estallido del Caracazo, el gobierno a Carlos Andrés Pérez y la democracia a los venezolanos. No hubo entonces voluntad política para hacer lo que debía hacerse y por ello, el establishment prefirió impulsar la candidatura de Hugo Chávez y demoler la credibilidad de nuestro sistema político. Creyeron que así cuidaban sus intereses. Desde los partidos hasta las cúpulas empresariales conspiraron para mantener el statu quo que, probadamente, era ya impagable. Ganó Chávez en 1998 y algunas veces más. Y ganó no porque ciertamente atrajese a las masas depauperadas que en 1988 amaban a Pérez. Ganó y se mantuvo porque al establishment le convenía económicamente. Aunque apoyar a Chávez era venderle al verdugo la soga con la que iban a ahorcarlos. El problema ahora es que se agotó el dinero para mantener el statu quo y, de paso, el ungido carece del liderazgo que en efecto tuvo su predecesor, aunque fuese, ese liderazgo, el síntoma de una enfermedad social.
El escenario se avizora complicado, como lo advierten hombres de la talla intelectual de Mario Vargas Llosa. Puede que gane Maduro, puede que no. En todo caso, no es éste el verdadero issue. Lo es éste, sin lugar a dudas, la gravedad de la crisis y las consecuencias que un gobierno pusilánime, torpe y anacrónico pueda acarrear. Pueden augurarse serios dolores de cabeza si no se toman correctivos responsables y se liberaliza la economía. Los venezolanos podemos aprovechar los recursos de todo tipo (que siguen estando disponibles), para avanzar con paso firme hacia el primer mundo. Claro, con criterio racional y evidentemente productivo. Pero no podemos seguir dilapidando fortunas en una idea que decididamente no nos llevará al primer mundo ni nos liberará de la pobreza. Todo lo contrario, nos aleja cada vez más.
Podemos salir de la crisis y aún más, podemos enfilar esta nación hacia el primer mundo, porque ciertamente tenemos recursos para ello. Sin embargo, no habrá solución posible si como pueblo no nos enseriamos y asumimos con responsabilidad la construcción de un país mejor desde el esfuerzo propio, protegido y aupado desde el gobierno.



[2] Fuente: http://www.empresate.org/analisis/alfredo-rincon-donde-va-la-economia-venezolana/
[3] Fuente: http://www.ildis.org.ve/website/administrador/uploads/PresentacionPODEMOSGUERRA.pdf