Al enemigo, ni agua
Los socialistas parten de un axioma: la lucha
de clases. Ellos dividen al mundo en clases opresoras y oprimidas. Sin embargo,
nada hay más falso. Pudo ser cierta en los tiempos de Carlos Marx y el auge de
la revolución industrial pero ya no, cuando existen normas que regulan los
derechos de unos y otros. Al menos, en los países capitalistas que ellos tanto
critican.
Las leyes socialistas, sobre todo las de Costos
y Precios Justos y de Arrendamientos inmobiliarios, se basan en la idea del
bueno y del malo, división ésta de la humanidad bastante pueril. Y por ello, hay
un especulador, un opresor, un individuo que, como los villanos de las
comiquitas, parecen deleitarse con el dolor ajeno. En el caso de la Ley de
Costos y Precios Justos, los vendedores, sea el dueño de una gran cadena de
almacenes o el bodeguero del barrio, son perversos, bellacos que buscan
lucrarse a expensas del más pobre, lo cual no sólo es incierto, sino estúpido.
Me perdonan el léxico, pero nadie caga en el plato en el que come.
La especulación – que es real – no dimana de la
voluntad maligna de quienes necesitan vender sus productos para pagar
alquileres, salarios, nuevas mercancías, impuestos, sino de las distorsiones
económicas creadas por malas políticas. Desde siempre, las leyes que han
perseguido beneficiar a un sector, acaban por perjudicarlo. Lo que resulta en
verdad maligno es ese socialismo trasnochado, que despoja al diligente
trabajador para premiar al holgazán negligente.
Regular la estructura de costos es un disparate
de magnitudes colosales. Así se castiga al eficiente y se premia al
ineficiente, pero ya se sabe, así es el socialismo. El resultado no se hará
esperar: escasez y carestía de productos y servicios. Ignorantes como son de
las verdades humanas, no sólo pretenden regular todas las estructuras de
costos, sino que de paso, aspiran a hacerlo previamente, porque, si se está en
el lado opuesto, se es culpable aunque demuestre lo contrario.
Obviemos los ejemplos y destaquemos lo
esencial. Mal puede progresar una sociedad que se construye sobre bases tan
despreciables, como lo son el odio de unos hacia otros y el resentimiento de
quienes poseen menos contra aquéllos que poseen más. Nada más peligroso hay
para la paz que fomentar la enemistad entre hermanos. Y el socialismo ha sido
eso, desde siempre, la enemistad y el resentimiento hacia otros, porque no hay
otro modo de comprender la lucha de clases.