martes, 16 de junio de 2020
domingo, 14 de junio de 2020
La ciudad de Dite
No suele suceder:
Sólo hay maldad, envidia y
amargura.
Pero a veces nos mueve la
ternura.
«La divina comedia». Canto
IX.
Pensaba yo que por muy perverso que fuese un gobierno, siempre hacía lo
que creía mejor para sus ciudadanos, aunque sus métodos y formas fuesen
errados, incluso delirantes, crueles. Aun cuando perpetrase crímenes horrendos,
siempre pensé que lo animaba una causa que imaginaba justa. Sin embargo, luego
de dos décadas de gobierno revolucionario, mis creencias comienzan a flaquear… Este
despropósito político es, sin dudas, obra de leviatanes, de demontres cuyo
único propósito es hacer de nuestro país, su coto personal y a nosotros, sus
siervos.
Me resulta increíble que Maduro y sus conmilitones chavistas ignoren
las penurias que padecemos los venezolanos, que no estén al tanto del desastre,
y que después de veinte años, no sepan que ya es solo obra suya y de nadie más.
El régimen democrático, cojo y feo, luce como un tiempo lejano, distante, uno
que ya no avistamos con claridad. Sin embargo, no ceden su empeño por devastar
al país, por reducirlo a esa sociedad infeliz que bebe ginebra barata en un bar
de mala muerte mientras rumia sus miserias y tolera l presencia incesante del
gobierno sin poder hacer nada.
No es este, como lo escuché o leí en algún lado, una no-democracia
(eufemismo que sobre todo en estas circunstancias nuestras, me parece ofensivo,
repugnante), sino un régimen maligno. No es la dictadura de Maduro un gobierno
malo, sino uno perverso, uno maligno. Creí que la maldad era solo cosa del
diablo, pero no, he descubierto que en este mundo, Belcebú tiene sus legionarios,
y que la maldad sí existe, que hay gente cuyo único propósito parece ser
perjudicar a otros, hacerles transitar un calvario, vaya uno a saber por qué
deformaciones del alma.
La maldad existe, y a veces, seguramente muchas veces, para edificar
su reino inmundo, se vale de las mezquindades y ruindades humanas, de las almas
yermas, que alucinadas por sus intereses, por sus pequeñas apetencias, no advierten
el hedor acre del azufre, ese que presagia la llegada del innombrable. No son
pocos los que creyéndose trajeados con la falsa bonhomía de sus acciones, como quien
viste un ostentoso ropón de armiño, han ido empedrando las paredes de ese lugar
creado hacer sufrir a los condenados, de ese mundillo horrendo, donde las almas
se pierden en la desgracia y el dolor, en la miseria que cada día más, nos
despoja de nuestra humanidad.
No crea que son estas palabras mías, rezongos religiosos, monserga de
un fanático. Son la conclusión lógica de quien ha visto en estos veinte años la
degradación de una nación a lo que es hoy Venezuela: un estercolero plagado de
moscas, un infierno en el que justos y pecadores padecen penurias indecibles,
propias del viaje que el poeta Dante hizo de la mano de Virgilio más allá de
las puertas que conducen a la ciudad del llanto y del dolor eterno.
La maldad existe y a ella nos enfrentamos.
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