martes, 25 de junio de 2013

La verdad en el medio de los dos

Una concentración de 200 mil personas, reunida en la Piazza Venezia de Roma, aplaude al Duce, Benito Mussolini. Vocifera con vigor, haciendo bien su rol de pueblo, para que, a la luz de los ingenuos, acepten como verdades la retórica prevaricadora que desde su púlpito pregona. Miles, entretanto, son perseguidos, porque al Duce, como a todos los líderes totalitarios, la disidencia le incomoda y, por ello, la entiende como un delito.
Hoy, después de varias décadas desde su muerte, se tiende a creer que siempre fue repudiado. Eso, no obstante, es incierto. Como tampoco lo fueron su par alemán, Adolfo Hitler, o en días más recientes, Augusto Pinochet. La clase obrera alemana apoyó al führer con la misma devoción que las masas chavistas al caudillo bolivariano. Del nazismo devino otro juicio luego del hallazgo de los horrores que significaron Auschwitz y Treblinka para la humanidad.
No faltaron desde luego, voces tanto en la Alemania nazi como en la Italia fascista opuestas a los regímenes imperantes, como no faltan hoy voces que aplaudan la labor de Pinochet en Chile. Y es que resulta muy superficial y poco inteligente simplificar las circunstancias históricas como si fuera una película de cowboys, donde unos son buenos y otros, malos. La realidad no puede ser vista con tanta simpleza. Hubo no obstante, en estos regímenes, una conducta perversa que los sitúa en la picota con sobradas razones.
Chile ciertamente le debe a Pinochet la rectificación del desastre económico legado por el gobierno socialista de Salvador Allende, que fue caótico, empobrecedor y si se quiere, génesis del horror que supuso la posterior dictadura militar, a pesar de lo que pueda decirse desde las tribunas izquierdistas, que han hecho de Allende un mártir que sin dudas no fue. La Alemania nacionalsocialista prosperó económicamente y las clases obreras ganaron suficiente para mantener dignamente a sus familias, hasta que el dispendio causado por la guerra los arruinó como país. Otro tanto puede decirse del impulso económico alcanzado por la desaparecida URSS, durante el horrendo gobierno del “padrecito” Stalin.
Hubo pues, en todas esas circunstancias, verdades ocultas, razones que pensaron justificaban esos regímenes. La humillación impuesta por Clemenceau al gobierno alemán después de la Primera Guerra Mundial depauperó moral y materialmente al orgulloso pueblo germano, que vio en el führer una esperanza de recuperación económica y sobre todo, moral. La sociedad chilena vio en Pinochet el orden necesario, perdido durante el pésimo gobierno socialista de Allende. Quiso el padrecito Stalin crear una Rusia industrial y poderosa. Hubo pues, en todos esos regímenes, buena intención. No obstante, bien dice el refrán popular, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.
Hay verdades como mentes existen. Sin embargo, objetivamente, la falla de los regímenes autoritarios, sean de izquierda o de derecha, reside realmente en la inmoralidad de sus actos. El estribillo de “La canción del elegido”, que justifica las masacres ejecutadas por el Ché (iba matando canallas con su cañón de futuro), reluce hoy como una inmoralidad injustificable. Y lo es porque atribuye a un hombre o grupo de hombres, el derecho de ser a la vez juez, jurado y verdugo en nombre de una ideología. Los asesinatos de La Cabaña fueron eso, unos asesinatos, semejantes, si se quiere, a la masacre en el estadio de Santiago de Chile después del golpe del ‘73. No importa si en La Cabaña fueron unos cuantos y en el estadio muchos, la inmoralidad subyace en las razones de esas matanzas.
Francis Fukuyama lo dijo: el liberalismo triunfó definitivamente gracias a la victoria francesa en Jena, octubre de 1806. El liberalismo se impuso entonces, no con la caída de la URSS en 1991. Y la única razón que justifica este triunfo es la ética implícita en el modelo liberal que no se advierte en los demás modelos políticos. En los días de las revueltas de 1848, cuando surgió “El manifiesto comunista”, quizás la violencia haya sido vista como un vehículo para corregir fallas sociales derivadas de la Revolución Industrial. Hoy, en cambio, hablar de luchas, de muerte, de guerras ideológicas, como lo pregonan los voceros del chavismo radical, resulta inmoral. Sobre todo porque, distinto de los innegables logros políticos, sociales y económicos del liberalismo; el socialismo resultó ser, a la final, una tontería que costó vidas, así como la miseria espiritual y material de millones de personas.
La verdad, que siempre es relativa, pero hay rasgos que entendemos y reconocemos colectivamente como correcto, de acuerdo a cánones morales generalmente aceptados. Y privilegiar a las clases más pobres sólo por el hecho de ser pobres no sólo es un acto inmoral y ofensivo para quienes han prosperado gracias al esfuerzo propio, sino una terrible injusticia basada en una idea tonta. El socialismo privilegia la flojera y castiga el trabajo, que ha sido considerado, desde tiempos bíblicos, una virtud.
No discuto las intenciones que el gobierno de Chávez pudo tener antes y el de Nicolás Mauro, ahora. Rechazo no obstante la inmoralidad glorificada por el liderazgo revolucionario, que, al parecer, como consecuencia de sus resentimientos restañados, propicia una indecente lucha de clases, injustificable en el mundo contemporáneo; aúpa la revancha del holgazán contra el trabajador y promueve la envidia del mediocre hacia la persona exitosa. La pobreza, que ciertamente es un problema doloroso, no se combate con bobadas y discursos melosos, sino con políticas serias, pensadas cuidadosamente, que incluyan realmente a todos los actores, que, hoy por hoy, son muchos más que patronos y obreros.
La contemporaneidad ha demostrado que la revolución bolivariana es una tontería inmoral e injusta y, por ello, sin armas, sin sangre, pero con la justicia objetiva sobre su proceder indecente, debe terminar, aunque Nicolás Maduro permanezca al frente del gobierno. 

martes, 11 de junio de 2013

A buen entendedor...

Se cree, y tal vez con alguna justificación, que ejercer el gobierno supone detentar el poder. Sin embargo, eso no es cierto. AD, partido que en 1945 asumió la conducción del país por la vía de hecho, comprendió durante los amargos años de la dictadura militar, que se puede estar al frente del gobierno, como lo estuvo, y carecer del poder, así como pasar a la oposición y ejercer el poder. La noche del 19 de octubre de 1945, el entonces joven Rómulo Betancourt advirtió la debilidad del partido frente a sus socios militares. Apenas tres años después, el 24 de noviembre de 1948, perdían el poder sin que los militares echasen un tiro y sin que la sociedad reaccionase violentamente en defensa del presidente Rómulo Gallegos. A partir del 23 de enero de 1958, AD entendió que no necesitaba ser gobierno para ejercer el poder. AD, sin dudas, llegó a ser el partido más importante entre 1958 y 1998.
Chávez llegó al poder en diciembre de 1998, amparado por una clase dominante, temerosa del Gran Viraje de Carlos Andrés Pérez así como por el reciente rechazo al orden instituido desde 1958 que se vendía al populacho desde las bibliotecas de los intelectuales. Claro, con la idea de mantener el statu quo, por eso de cambiar para que todo permanezca igual. La revolución bolivariana llegó al poder porque factores ajenos a ella le allanaron el camino. Haría que ver si el PSUV, expresión política del movimiento revolucionario, entiende lo que AD comprendió después de 1948, precisamente por la forma como se produjo el golpe de Estado y la persecución que de los adecos se hizo entre 1948 y 1958.
Nadie puede discutir el enorme capital político de Chávez. Su legado no obstante deja mucho que desear, aunque afanen tanto por elogiar una obra paupérrima. Y, tal vez como le ocurrió al maestro Rómulo Gallegos los meses siguientes a su elección, el PSUV pierda el poder porque Nicolás Maduro es el punto más débil de la cuerda. No malinterpreten mis palabras, que estoy seguro que esta sociedad terriblemente frivolizada y superficial lo va a hacer sin pudor alguno. La única semejanza entre don Rómulo Gallegos y Nicolás Maduro es la patente fragilidad de sus gobiernos. Y así como el autor de "Doña Bárbara" dependía de la robustez política ofrecida por Rómulo Betancourt, quien hoy ejerce la presidencia debe apoyarse en el hombre fuerte del régimen.
Hoy por hoy, gracias al legado del Comandante Supremo, el debate político se ha degradado a discusiones sobre la escasez de papel higiénico, prueba elocuente del fracaso absoluto de las políticas económicas ideadas por el monje Giordani al amparo del caudillo, cuyo objetivo siempre fue emular un modelo semejante al cubano, aceptando los condicionantes de nuestros tiempos, desde luego. El resultado es un país económicamente al borde del colapso. El aparato productor está depauperado, dependiente cada vez más de las importaciones pero sin dólares para satisfacer sus compromisos con los proveedores extranjeros. Supongo que Nicolás Maduro está al tanto de esto, aunque la pugna interna en el seno del PSUV por dominar el poder lo distraiga de los problemas que, me figuro, le señalan sus asesores.
La crisis ha menguado el poder del PSUV, que borrándose rápidamente la figura del caudillo, como en efecto parece estar ocurriendo, ve mermada su otrora enorme popularidad. A pesar del innegable trabajo proselitista en la provincia profunda, no es el portento de unos años atrás y la migración de 900 mil votos hacia la opción opositora el pasado 14 de abril es una prueba de ello. Al parecer, sin Chávez como portaviones, la fortaleza del PSUV puede volverse sal y agua. Sobre todo porque el caudillo no permitió que surgieran liderazgos emergentes capaces de recogerle el testigo más allá de la designación de Maduro, a última hora y posiblemente con la esperanza de que no se materializara. Para Maduro eso es muy grave. La economía está muy mal y no dudo que pronto se le plantee al gobierno la necesidad de girar la ideología oficial. Eso supone apartarse del camino trazado por el Comandante y por la insolente intervención del gobierno cubano, entrometido en los asuntos internos gracias a la beligerancia que les permitió el caudillo fallecido. Y ello puede causar rechazo en las bases chavistas, con lo cual agudizaría su fragilidad política.
Maduro no obstante está obligado a rectificar económicamente. La crisis no le ofrece muchas alternativas. Y puede que el reciente acercamiento al gobierno estadounidense se deba a esa urgente necesidad de cambios. Si no lo hace, el establishment podría perder demasiado, y ciertamente, dudo que esté dispuesto a sacrificarse por la memoria del caudillo y menos aún por un presidente cuya legitimidad está seriamente cuestionada.  

sábado, 8 de junio de 2013

Es sólo una tesis

No creo en casualidades y menos aun cuando se trata de política. Los audios mostrados recientemente por opositores parecen evidenciar lo que a ojo de buen pulpero lucía inevitable: el establishment se fastidió de la nomenclatura. Y era de esperarse. La actual catástrofe nacional es el resultado de un proyecto delirante.
Cabe preguntarse por qué ahora y no cuando el dueño del circo estaba vivo y gobernaba este tinglado tan deficientemente como su sucesor. Y la respuesta es muy simple: a él también le hubiese reventado el problema. Esta crisis se fue gestando a lo largo de 14 años de disparates económicos. Si Chávez estuviese al frente del gobierno hoy, estaría frente a la misma crisis que encara Maduro, sólo que contaría con mayor capital político. Y no dudo que el establishment estaría ahora ventilando cuitas para despojarlo del poder.
Hugo Chávez y muchos venezolanos no entendieron – y puede que aún no lo tengan claro - que su acceso al poder se debió al apoyo ofrecido por los grupos de poder, que erróneamente pensaron poder manejarlo. Y puede que también ignoren que esos mismos grupos podían quitárselo, como hicieron con Carlos Andrés Pérez en 1993. Al expresidente Pérez no lo sacó el pueblo, como pretenden hacer creer a los ingenuos. El establishment fue quien articuló el proceso jurídicamente cuestionable para deponerlo, así como fue quien manipuló a la opinión pública para desprestigiarlo. Y lo hizo porque el “Gran Viraje” afectaba sus intereses y las salidas planteadas entonces podían escaparse de su control. 
Chávez ya no está (para su suerte). Su heredero enfrenta una crisis de envergadura para la cual no parece estar ni remotamente preparado. De gobernar Chávez hoy, tan sólo tendría mejor capacidad para maniobrar por su indiscutible popularidad. Maduro sin embargo no la tiene y las dificultades en puertas parecen superar su capacidad. El establishment podría estar maniobrando tras corrales pues, para anticiparse a salidas indeseables que escapen de su control (como pudo haber hecho con Pérez después de los conatos de golpe de Estado de 1992).
Surgen audios y videos que obviamente suministra alguien con acceso a los círculos de poder. Se dice que podrían haber salido de Miraflores, para liberarse del presidente de la Asamblea Nacional y que precisamente por ello no han interrumpido su divulgación con cadenas de radio y TV. No soy tan necio para descartar esta tesis. Sin embargo, me resulta poco creíble. Creo que la alianza entre Maduro y Cabello es vital para la supervivencia de ambos, por lo que resulta improbable que uno desee atentar contra el otro. Se necesitan. Y lo creo porque de querer Cabello el poder, tuvo una oportunidad única en enero de este mismo año. Pero en cambio, si el establishment desea en efecto poner fin a este proyecto, debe deshacerse primero del verdadero hombre fuerte del régimen. Y ése no parece ser Nicolás Maduro.
Recuerdo mucho estos días el final de la era Fujimori. El régimen del expresidente peruano maniobró cuanto pudo para mantenerse. No lo logró y los videos de Vladimiro Montesinos socavaron las bases de un gobierno que de no haberse engolosinado con el poder, habría trascendido a la historia como el que derrotó al Sendero Luminoso y abatió la hiperinflación en Perú. Chávez también pudo haber hecho mucho, gracias a las ingentes sumas de dinero recibidas en estos 14 años y a su innegable capital político. No lo hizo. Su legado se ha reducido a una crisis que ha puesto al gobierno a hablar de papel sanitario en lugar de los grandes debates que aún siguen pendientes.
El establishment puede haberse aburrido de pajaritos y aparecidos. A estas alturas, a nadie parece interesarle mucho el Comandante. La cotidianidad los ha abofeteado reciamente y como reza el refranero popular español: el muerto al hoyo y el vivo al boyo. La gente sufre la escasez y la carestía de productos de primera necesidad y los grupos de poder comienzan a temer por los giros indeseados que eventualmente puedan presentarse. Y se sabe, nada hay tan cobarde como el dinero. El establishment puede manipular fácilmente a una masa harta de la hostilidad en la que se ha convertido su vida diaria y así poder maniobrar como en efecto hizo para deponer a Carlos Andrés Pérez. Esto, desde luego, es tan sólo una tesis.