lunes, 30 de noviembre de 2009

Hijo de gato, caza ratón

Basilio Baltasar dice de España algo que de seguro, nosotros, uno de sus tantos hijos en este lado del Atlántico, heredamos. El director de la Fundación Santillana asegura que los siglos de persecución – y delaciones – por parte del Santo Oficio habituaron a los españoles a un comportamiento apático, dado a lo que en estas tierras tropicales hemos llamado la papa pelada. Se traduce esto en una deplorable actitud frente a la modernidad y, lo más importante, frente a nosotros mismos, como individuos libres y, por ende, necesariamente responsables. Se traduce pues, en una actitud des-responsable, como si nuestro futuro dependiese del albur, de la suerte, de una síncopa mágica de alguna providencia y en ningún caso, de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo. Somos pues la consecuencia de una despreciable sucesión de golpes de Estados, de montoneras y de tiranos ensalzados.
Si hay alguien que represente esa estulticia, ése es Chávez. Nada como vender la panacea socialista que como panacea, incapaz es también de resolver a largo plazo los muchos y graves problemas de las personas. Ese discurso sandio del socialismo, lejos de fomentar un mundo mejor, adormece el ímpetu y premia la flojera. A la larga la gente se cansará o peor, se mediocrizará. Seremos, pues, una copia al carbón de ese prostíbulo que Castro hizo de Cuba. Pero, no obstante, resulta fácil vender la idea de que por culpa de otros, los pueblos sufren éste o aquél problema. Esa fórmula orwelliana ya luce manida y redicha. Pero hay necios que por tales no comprenden que las ideologías están sobrevaloradas y que la verdadera revolución será aquélla que construya una clase media fuerte, crítica, con capacidad de pago y no pedigüeña. Será ésa que ofrezca camas en los hospitales y una atención decente, que decente sea la educación pública y que de las aulas surjan profesionales de primera. Revolución será la que permita que cualquiera acceda al crédito para comprar una casa y salir del rancho. Revolución será la que saque el rancho de las cabezas de los venezolanos.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

lunes, 16 de noviembre de 2009

Hablando de don Salvador

Bien sabemos que estas polarizaciones como las que vive Venezuela hoy, en la que se distinguen tres toletes de acuerdo a Alfredo Keller, las salidas indeseadas suelen ser las más probables. No lo digo yo, que demócrata soy, además convencido, sino la historia con esa manía suya de mostrarnos la verdad. Este gobierno, no obstante, fiel a las vetustas tradiciones humanas, por lo general reconocidamente salvajes, prefiere pues, negar lo obvio y, de paso, matar al mensajero, quizás por aquello de que las cuitas, mejor mantenerlas secretas. Por eso, el periodista Rafael Poleo vive ahora en el exilio, junto con su hija, por decir, ese viejo zorro, como quien no quiere, que este señor, éste que desgobierna, podía acabar como Mussolini. Y no creo yo, que mal pensado soy, que tal encono se haya debido al augurio, por lo demás terrible, en contra del mandamás venezolano, augurio ése de morir linchado, aunque el dictador italiano linchado fue, así es, pero luego de fusilado. Creo, al contrario, que mucho molestó al líder, caudillo y no sé cuál otro epíteto endilgarle, la odiosa comparación con el jefe fascista.
Traigo este cuento no por ocioso, sino porque, otro ejemplo histórico más se me viene a la memoria, aunque en ése ejemplo, su líder sí profesaba esas creencias marxistas, a pesar de ser un hombre inteligente y cultivado, distinto de éste, nuestro mal llamado comandante. Y no es otro, este cuento, que el del ilustre médico, don Salvador Allende, suicida sospechoso de muerte diferente, que, sumió a Chile en un caos por ese empeño socialista de creer que semejante necedad pueda funcionar, aunque a las vistas está ahora – y no en tiempos de don Salvador – más que fracasado y obsoleto. Y de ese caos vino lo peor, ese orden que algunos, los más decididos, desgraciadamente, sólo saben hacerlo por las malas.
No crea usted lector, que culpa fue toda del presidente Allende, porque, sumada a la anarquía del socialismo a la chilena, surgió también una oposición pusilánime, incapaz de ofrecer a los chilenos una salida alterna. Créalo o no, como asegura don Ripley, tanto daño hizo a Chile la necedad socialista como la incapacidad democrática. Vivieron por ello, unos y otros, la desgracia y la tragedia de torturas, asesinatos y desapariciones, que al caso son asesinatos llamados por otro nombre. Pinochet fue, no lo dude, resultado de la idiotez y de la tozudez. Dios quiera que en éste, mi país, unos y otros, que por igual tienen derecho a existir y deber de tolerarse, se pongan de acuerdo para hacer país y no una maldita revolución.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

El socialismo purgante del siglo XXI

Ayer, hoy y seguramente mañana, el presidente seguirá insistiendo que su socialismo lo cura todo, desde el hampa que pone a descansar en paz a tantos cada fin de semana como las hemorroides, porque, visto es que este proceso revolucionario, tal como aquellas pócimas de los charlatanes de principios del siglo pasado, sirven para todo y para todos, aunque cierto sea todo lo contrario, que ni curan ni solucionan nada.
La retórica del presidente quizás le haya funcionado, pero hoy, cuando los venezolanos nos vemos forzado a bañarnos con totumitas, en tres minutos, alumbrarnos en el baño, ése que se nos pueda antojar en horas nocturnas, a no iluminar nuestra navidad porque el presidente Bush no firmó el Protocolo de Kyoto, en lugar de reconocer que tuvo informes claros, precisos, sobre lo que debió hacerse en el sector eléctrico y no se hizo, a pesar de llevar en el poder la bicoca de ¡diez años! Y además, no se recoge la basura ni sirven los teléfonos, hay que hacer colas madrugonas pata coger numerito y ver si en suerte consigue uno hacer lo que sea que iba a hacer.
El socialismo de Chávez – y el de los demás – no sirve, así de simple, y, aunque les duela mucho aceptarlo, así es. Comprendo que ellos, inmersos en su sedición y todos sus delitos perdonados, no tuvieron tiempo de leer la nueva bibliografía, surgida a partir de la caída del muro de Berlín y del desplome de la URSS, de la China híper-capitalista de Den Xiao Ping y del fracaso lamentable de esas naciones rebajadas a las más tristes condiciones humanas, como Cuba y Corea del Norte, y, por lo visto, pronto, este país que hasta hace diez años, sí eran inmensamente rico.
Francisco de Asís Martínez Pocaterra

lunes, 12 de octubre de 2009

Delitos son delitos

La OEA degeneró en una puta barata. Una mujer del oficio que con el paso de los años ha debido conformarse con hacerles sexo oral a camioneros inmundos en la orilla de algún camino poco transitado, mientras intenta huir de su patética existencia evocando en su mente días más espectaculares, cuando la cortejaban hombres poderosos. Pero ahora que está fea y ajada… Y estos nuevos líderes de la izquierda finisecular recuerdan esos hombres solitarios, buscando mujerzuelas baratas y que, con suerte, encuentran una que alguna vez tuvo sus encantos bien puestos.
Resulta lastimoso ver como un organismo fundado para hacer de las Américas una región de verdadera paz democrática ha devenido en ese quilombo de mal vivientes que hoy es, sirviendo de mampara pseudoinstitucional para taparear las trapisondas de los nuevos gobiernos dizque socialistas. La OEA no debe servir a intereses de parcialidades ideológicas, menos ahora que las ideologías han muerto y alcanzamos el fin de la historia. Sin embargo, ¿cómo se convence a un talibán de que pueden existir otros credos? O incluso, que alguien pueda cuestionar la existencia de Dios.
Quienes habitamos estas tierras olorosas a tabaco, a café, a tomate, a maíz y a aguas caribeñas, a pampas, a cumbres nevadas y selvas tropicales, a desarrollo y miserias, tenemos el derecho a que la OEA nos represente, nos defienda de las canalladas del poder totalitario y hegemónico que subyace en estos parajes como un virus fatal. Una peste endémica que de tiempo en tiempo brota para hacer de las suyas y llevarse prematuramente de este mundo a unos cuantos desdichados. La OEA no puede comportarse como una meretriz infeliz. Sobre todo porque hoy, al parecer, se ha encontrado con un patán que cree en besos de puta barata y que le devuelve a la desdichada meretriz, las fantasías de otras épocas. Pero al final son sólo eso: fantasías de otras épocas. La OEA tiene que representar a los pueblos.
Sin embargo, no puede hacerlo si no respeta por igual los principios democráticos y sobre todo, si no actúa por igual ante tiros y troyanos, porque esta OEA prostituida parece ver con ojos memos los crímenes de la izquierda pero con severidad inquisitiva los que cometen los conservadores. A mi juicio, delitos son delitos.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La constitución hondureña y el buen oficio del abogado

La gente, que normalmente de estas cosas no sabe mucho, afirma impúdicamente que en Honduras hubo un golpe de Estado. Por esas cosas de mi oficio, el de abogado, recurrí a la Internet y me “bajé” la constitución hondureña. A sabiendas, claro, que la única forma de abordar el asunto adecuadamente es precisamente ésa.
La Corte Suprema hondureña le advirtió al señor José Manuel “Mel” Zelaya que no podía realizar “la encuesta” porque la ley y la constitución no lo preveían. No obstante, el señor Zelaya se comportó como un niñito malcriado y, acompañado de una muchedumbre, asaltó un cuartel militar, luego de haber despedido al jefe del Ejército por negarse, amparado en una orden del Tribunal Supremo, a realizar un acto inconstitucional. Cosa rara en estos países, el militar actuó conforme a derecho mientras el civil se hizo “cachis” en la constitución.
Los militares se apersonaron en la residencia del señor Zelaya el día en que iba a realizarse la consulta inconstitucional y, de acuerdo a las noticias - ¿o a Telesur? – lo despacharon para Costa Rica aun en ropa de cama.
Veamos ahora este asunto seriamente, como se debe. Si bien los militares obraron precipitadamente, el asunto de la consulta no puede verse tan a la ligera. No hay dudas de que Mel preparaba un “golpe” para forzar una constituyente y, de ese modo, deslegitimar las elecciones de noviembre y “justificar” su permanencia en la presidencia más allá de lo permitido constitucionalmente. Hay, en todo esto, un elemento político que ha generado consecuencias jurídicas.
El ejército hondureño impidió que la maniobra de Mel generara un revuelo de magnitudes considerables en la nación centroamericana. No obstante, resulta chocante para los demócratas que unos “milicos” despachen para el extranjero al presidente de una nación. Pero chocante resulta también para los demócratas, las maniobras ilegales e inconstitucionales de algunos mandatarios regionales empeñados en permanecer en el poder para instaurar un modelo socialista en buena parte del hemisferio occidental.
Honduras reaccionó con estupefacción y la comunidad internacional, con actitud infantil y poco seria.
Horas después del suceso, el Congreso y el Tribunal Supremo de Honduras solucionaron “de jure” una situación “de facto”. Hay que advertir, obviamente, que estos dos poderes proceden igualmente del mandato popular y que la constitución hondureña les atribuye la facultad de enjuiciar al presidente o designado (artículos 205, numeral 15 y 319, numeral 2). Así mismo, el Congreso designó al sustituto de acuerdo a lo previsto en el artículo 242 de la Constitución hondureña.
Cabe preguntarse entonces si la OEA y los presidentes americanos en verdad respetan los principios democráticos, incluyendo al presidente Oscar Arias, o si el ente panamericano no es más que un club de presidentes, para protegerse entre ellos.
El ejército hondureño se precipitó y bien podría sancionarse a los responsables del acto, pero políticamente, Zelaya no dejó otra alternativa y, desde un punto de vista estrictamente jurídico, los otros dos poderes constituidos solucionaron “de jure” una condición de facto. Entonces, ¿dónde está el límite de la OEA para entrometerse en los asuntos internos? Todo parece indicar que el conflicto hondureño debe ser resuelto por los hondureños… ¿o no?

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

El “index” escolar

Nuestro presidente, resultado de la irresponsabilidad popular, pretende obligar a los niños, naturalmente desprovistos de las nociones necesarias para discernir, a leer un “índex” de necedades, lugares comunes y demás tonterías que contiene su mensaje anacrónico. Un niño mal puede calificar y juzgar las simplezas que Chávez ulula tediosamente. Así mismo, impone, la lectura de Carlos Marx e incluso, las cuitas de amor del Libertador, que, de paso, no son apropiadas para un menor. Sobre Marx sólo refiero las palabras del economista Emeterio Gómez: “El capital” es un libro tonto. De las cuitas del Libertador, ni siquiera hablo.
Bien dice la nota de Infobae, publicada el 14 de mayo de 2009, la cual anima estas palabras, Chávez pretende su propia revolución cultural.
Cualquiera que haya visto al nuevo cine chino, podrá apreciar el desprecio y el rechazo que la población de ese país siente por la Revolución Cultural. Sin embargo, nuestro presidente insiste, como ya resulta manido, con posturas, ideologías y demás yerbas aromáticas que constituyen en la actualidad parte de los anales ideológicos ampliamente superados por la humanidad.
No deja de ser grave. A pesar de que resulte prácticamente imposible imponer un criterio cultural único hoy en día. Y lo es porque, tal como señala la nota de Infobae, se persigue con ello, “inculcar los valores conducentes a la consolidación del hombre nuevo y la mujer nueva, como base para la construcción de la patria socialista”, según las palabras del ministerio. (Véase http://www.infobae.com/contenidos/448346-101275-0-La-dictadura-cultural).
Se quiere pues, vender a la infancia lecturas anacrónicas que, si bien pueden ser objeto de análisis histórico, como parte de la evolución del conocimiento humano, mal pueden entenderse, a la luz de los acontecimientos presentes, como referencias políticas válidas y menos como material literario obligatorio en las escuelas. Sobre todo por el componente doctrinario de una medida así.
La sociedad sujeta a un “índex”, como lo propone el presidente, no madura ni crece. Mucho menos se desarrolla. Al contrario, tiende a anquilosarse en una verdad inmutable, dogmática. Si sólo quiere ampliarse pues, la base de criterio, entonces bien podrían leer, además, a John Locke, Adam Smith, Thomas Jefferson, Tocqueville, Orwell y, por qué excluirlo, a Adolfo Hitler y su Mein Kempf. Porque, si de leer se trata pues, como parte del conocimiento humano, todas las lecturas son válidas. No sólo aquéllas que venden lo que se desea imponer. Esto último es tan sólo totalitarismo.

Urge la seriedad

La comunidad americana ha sido unánime: rechazan el golpe de Estado contra Manuel “Mel” Zelaya. Me pregunto, yo, quizás con ingenuidad, si a veces no queda más que una acción semejante. Sobre todo cuando los líderes violan la constitución y las leyes, y las instituciones llamadas a tutelar por ellas se hacen las desentendidas.
Nadie discute, por ejemplo, que el 23 de enero de 1958 haya ocurrido un golpe de Estado en Venezuela. Unos militares depusieron al presidente y todas las demás instituciones, y en su lugar erigieron una junta de gobierno, primero estrictamente militar y, después de unas horas – y unas cuantas protestas –, una conformada por militares y civiles. El 23 de enero de 1958 se ajusta a la definición clásica de golpe de Estado.
Venezuela entonces salió de una dictadura atroz. Puede decirse, pues, que ese golpe de Estado fue beneficioso. El de 1945, llamado en esos años revolución de octubre, ofrece dudas. También se disolvieron todos los poderes públicos, pero esas bondades obtenidas en principio por medio del alzamiento hubiesen sido alcanzadas luego, pacíficamente, por el régimen depuesto. Hay, no obstante, discusiones sobre el asunto, aún hoy. La intentona de febrero de 1992 – y su réplica en noviembre de ese mismo año – pueden apreciarse como “malos” y de haberse concretado, hubiesen sido ciertamente nocivos. No hay dudas acerca del carácter delincuencial de estas insurrecciones militares, ergo, de gorilas, Chávez dixit.
Esto nos conduce, invariablemente, al tema filosófico. ¿Por qué unos sí son legítimos y otros, no? A veces, cuando una situación es irremediablemente injusta se justifica la rebelión. En los casos de la dictadura de Pérez Jiménez, como muchas otras en América Latina esos años, no hay duda de la ilegitimidad de esos regímenes y de la plena justificación del derecho a la rebelión. Precisamente esos años, finales de los ’50 y principios de los ’60, muchas dictaduras latinoamericanas cayeron. En el caso de la revolución de octubre luce dudoso. Pero, en cambio, los casos de febrero y noviembre de 1992 no ofrecen posibilidad alguna de discusión sobre su inaceptabilidad. Se preguntará el lector, ¿qué justifica entonces un golpe de Estado? Wikipedia – que no es más que un “site”, donde gente común y corriente construye una enciclopedia (y por esa razón apelo a esta fuente) - nos ofrece una solución: “El derecho de rebelión es un derecho reconocido a los pueblos frente a gobernantes de origen ilegítimo (no democrático) o que teniendo origen legítimo (democrático) han devenido en ilegítimos durante su ejercicio, que autoriza la desobediencia civil y el uso de la fuerza con el fin de derrocarlos y reemplazarlos por gobiernos que posean legitimidad.”
Esta solución no obstante no nos resuelve la calificación del gobierno ilegítimo (bien sea por su origen o su comportamiento). A esta pregunta – mucho más compleja – se le puede oponer la Declaración de Independencia estadounidense:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad.”
Ante la posibilidad de dudas y, particularmente, de acusaciones infundadas sobre una posición “pitiyanqui”, lo cual sería válido en todo caso, aclaro que la Declaración de Independencia estadounidense define por primera vez en la historia el derecho a la rebelión y que puede entenderse por un gobierno ilegítimo. Justificación ésta que procede de ideas propuestas previamente por los enciclopedistas franceses.
¿La revolución cubana cumplió esas premisas? A pesar de que el acto de fuerza que depuso al gobierno de Fulgencio Batista fue legítimo, la conducta del régimen sustituto tampoco ofreció felicidad al pueblo cubano y hoy, esas verdades evidentes a las que hacían mención los padres fundadores estadounidense distan mucho de ser una realidad en Cuba. Entonces, el de Castro adolece de ilegitimidad tanto como adolecía el de Batista. Así de simple. El modelo venezolano, impuesto a partir de 1958, pudo ser deficiente e incluso, corrupto. Sin embargo, no puede tenérsele como destructora de principios democráticos. No hubo entonces, para ilustrar unos ejemplos de ilegitimidad, sumisión de los poderes públicos al poder ejecutivo ni aspiraciones reeleccionistas más allá de las que ofrecía la constitución vigente entonces. Por ello, el acto de fuerza intentado por Chávez en 1992 fue esencialmente un acto delincuencial. Como cualquier golpe de gorilas, asaltó la tranquilidad democrática de los venezolanos.
El caso hondureño resulta muy interesante, en cambio. Además de ofrecer un punto de vista novedoso sobre el asunto, me refiero obviamente al de los golpes de Estado; cuestiona igualmente la credibilidad de la OEA. En Honduras, un grupo de militares embarcó a Zelaya en un avión y lo despachó hacia Costa Rica. Acto seguido y sin detenerse un instante a analizar los hechos, los Estados miembros, aunque lo honesto sería decir los gobiernos representados en ese club, fijaron posición apriorísticamente, repudiando el “golpe de Estado”. Sin embargo, sobre la perpetración de un “golpe de Estado”, en Honduras no ocurrieron los siguientes hechos:
1. No hubo ruptura del orden institucional. Los otros poderes, el judicial y el legislativo, no sufrieron interrupciones en sus funciones, siendo hoy, días después del “golpe”, los mismos. Si hubiese ocurrido una ruptura del orden establecido, un golpe de Estado pues, todos los poderes hubiesen sido revocados.
2. Los militares no asumieron el control de la nación. Únicamente sacaron a Zelaya del país, para evitar que realizara una consulta que de haberse hecho, hubiese sumido a Honduras en una crisis política: la reedición de la fórmula continuista – vía constituyentes – propuesta ilegalmente por Venezuela en su propio territorio[1], como en otras naciones hermanas.
3. Las autoridades legítimamente electas en Honduras, poderes judicial y legislativo, avalaron la acción de los militares, con lo que, de hecho y de jure se solucionó el conflicto, aunque intereses aquí y acullá rechacen esta verdad.
A la OEA pareció importarle un bledo que los poderes judicial y legislativo resolviesen el conflicto conforme a las leyes hondureñas. De inmediato, todas las instancias internacionales rechazaron un acto que apenas conocían, gracias a la inmediatez de las personas – o más bien de ese estilo carnavalesco que, según Umberto Eco, ha banalizado la contemporaneidad - y al despliegue (des)informativo desarrollado por Telesur (para no decir Chávez). Actuaron pues, precipitadamente. No conformes, avalaron su idiotez excluyendo a Honduras del sistema interamericano, apenas unas semanas después que, airadamente, defendían la reincorporación de Cuba al organismo panamericano. ¡Resultó ofensivo y grotesco ver a Raúl Castro vocinglando la defensa de los derechos humanos que en su país no han existido hace más de 50 años! (Huelga decir que en tiempos de Batista tampoco existían).
La OEA ha quedado herida mortalmente. La exclusión de Honduras y la aceptación de Cuba demuestran que su discurso no es coherente. Si Honduras debe salir, porque hubo un “golpe de Estado” (ciertamente dudoso), Cuba jamás debió entrar. Si a Zelaya lo despojaron ilegítimamente del poder los poderes judicial y legislativo, ¿qué carajos le hicieron los poderes ejecutivo, legislativo y judicial a Antonio Ledezma en Venezuela? La elección de Ledezma es tan legítima como la de Zelaya. Honduras mostró, cuando menos, que aún existe separación entre los poderes públicos. En Venezuela la situación es harto confusa. En Cuba ni siquiera hay lugar a esta confusión.
La OEA ha ratificado su vocación por crear reyezuelos. Al ente panamericano sólo le importa que los presidentes hayan ganado las elecciones (y me atrevo a decir que apenas formalmente, porque tampoco cuestiona la falta de transparencia en los procesos electorales, como se ha apreciado en el caso venezolano). La legitimidad de las autoridades parlamentarias y judiciales en cambio importa un rábano, como se advierte en el caso hondureño. Aun más, la tendencia izquierdista del organismo luce clara – y desde luego contraria a los sagrados principios democráticos – ante la insistencia por el ingreso al sistema interamericano de un país cuyo mandatario heredó el poder de su hermano, tal como si fuese un emperador romano, y en el que los derechos humanos brillan por su ausencia.
Sobre esto, aclaro, porque creo encierra el meollo del asunto.
Al parecer, un discurso o una tendencia política pesa más que otra y los pecados de unos no lo son si son otros quienes los cometen. Entre Fidel Castro y Augusto Pinochet no hay mayores diferencias: ambas dictaduras fueron atroces. La razón de ser de la OEA no es defender gobiernos de izquierda (autoproclamados progresistas, a pesar de que Cuba sea la antitesis del progreso). La OEA representa Estados y éstos son mucho más que sus gobiernos, los cuales representan sólo a una parte de la población y, muchas veces, a una minoría (aunque sea numerosa).
Se avecinan tiempos muy duros para las democracias latinoamericanas y una buena parte de la culpa recaerá sobre la OEA y desde luego, los gobiernos que ahí se agrupan para defenderse unos a otros.
Urge la seriedad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
[1] Debe recordarse que la consulta popular que permitió la reelección de Chávez atentó contra las normas fundamentales establecidas en la Carta Magna y por ende, es inconstitucional.

Populismo mediático[1]

Chávez ha anunciado, una vez más, su deseo de avanzar hacia el socialismo. No obstante, su oferta dista mucho de ser socialista. La forma de gobierno que propone no es otra cosa que el populismo atávico, ése que se advierte en las dictaduras africanas y que en tiempos pasados, empobreció a América Latina. Por eso, apela al pueblo como expresión de voluntad única y sentimientos iguales. Sin embargo, esa fuerza natural que encarna la moral y la historia – ese pueblo al que recurre Chávez - no existe.
El gobierno se dice democrático, el más democrático de todos, pero no lo es realmente. Y no lo es porque en una democracia existen ciudadanos con ideas diferentes y se gobierna gracias al consenso de la mayoría, respetando a las minorías. Apelar al pueblo significa entonces crear una ficción de la voluntad popular a través de un circo: Se reúne a un número importante de personas en un lugar público para que aclamen al líder y, ejerciendo el rol de actores en un tinglado, esas personas desempeñen el papel de “pueblo”, aunque en verdad sean sólo una parte de éste. De ese modo, Chávez, arengando a una masa aun considerable (aunque a veces trasteada a juro), identifica sus proyectos personales con la voluntad del pueblo y, luego, transforma a esa masa que pudiera estar fascinada por su carisma en la encarnación de ese pueblo que se ha inventado. Se trata pues de un sofisma.
Este gobierno es populista y militarista. Esto último porque abundan los jefes militares y porque el comportamiento de éstos hace del país un cuartel y del caudillo, su comandante. Pero es, sobre todo, populista; porque en vez de gobernar a través de las instituciones, lo hace de un modo plebiscitario, estableciendo una relación directa entre el líder carismático y las masas, aunque ésta termine siendo un ente virtual. Pero además un populismo mediático, porque esa masa acaba existiendo únicamente en los medios y gracias a éstos, en la mente de las personas.
Chávez ha recurrido siempre a la técnica del vendedor. En sus discursos arenga de todo, despreocupado de que luzca coherente. Le preocupa no obstante que en medio de su listado de promesas y ofertas, la gente oiga ésas que les interesan particularmente y, entonces, hacerlos reaccionar ante los estímulos que les sensibiliza y, una vez que se han fijado en éstos, olvidan el resto de la perorata. Claro, él no vende autos, sino un supuesto consenso. Sabe que en su tránsito hacia el socialismo, debe vérselas forzosamente con la opinión pública no sólo interna – que ya parece importarle muy poco -, sino también internacional (que es hipócrita pero, por eso mismo, puede echarle vaina). También con los medios de comunicación domésticos y extranjeros, que bien se sabe construyen matices de opinión. Por eso, usa la crítica en beneficio propio.
Ésa es la razón de sus provocaciones constantes.
A diario provoca a la oposición. Y mejor si sus desafíos son inaceptables. Esto le permite ocupar las primeras páginas de los periódicos, encabezar los noticieros y ser el centro de toda la atención nacional. Además, la desfachatez de sus lances obliga a la oposición a responderle, aunque con ello caiga – aun a sabiendas - en la trampa que se le tiende constantemente, porque, provocando a diario, consigue hacerse la víctima. Una vez que se ha transformado en la víctima de sus adversarios, puede prevaricar. Y eso lo hace a diario, junto con sus bravatas, para crear una verdad tan virtual como ese pueblo que se ha inventado.
La provocación surge de inventos y propuestas más allá de lo razonable y, por supuesto, lo aceptable. La técnica obliga pues a provocar primero, para luego desmentir, y, entonces, volver a provocar, renovando el interés de la opinión pública sobre lo que se quiere y no sobre lo que importa. Todos olvidan rápidamente que la provocación anterior fue tan sólo flatus vocis.
El carácter inaceptable de las provocaciones le permite además alcanzar otros dos objetivos: a) ensayar la aceptación/rechazo de la oferta usada para provocar y b) crear potes de humo. En el primer caso, la respuesta general hacia la provocación le permite avanzar, por lo que la oposición está necesariamente obligada a reaccionar para cercenar otros intentos que avanzarían de comportarse la oposición apáticamente. En el segundo, ayuda bien a pasar otras propuestas sin cobertura mediática y minimizar todo aquello que pueda hacer fuerte a la oposición.
A Chávez le urge por ello dominar a los medios. Su gobierno se cimienta sobre los “mass media”. No es casual que abuse de las cadenas, lleve diez años al frente de un show, semejante a “Sábado Sensacional”, y ahora aburra a tantos con clases televisadas de socialismo. Chávez está al tanto de que CNN convence más que una disertación de Umberto Eco, cuya voz parece reservada a un selecto grupo.
La oposición por ahora se encuentra entrampada en el juego del gobierno. Si no actúa, Chávez avanza en su (des)propósito; si en cambio lo hace, le fortalece. Cabe la pregunta: ¿Qué puede hacer entonces la oposición?
Chávez no sólo controla el juego en estos momentos, sino que de paso, impone las reglas y la oposición debe seguirlas. Los sectores opositores fueron descabezados por un caudillo que es eficiente sólo en eso de ser caudillo. Por ello – y otras razones que le son propias - ha degenerado en un club, al cual pertenecen quienes ya están de acuerdo en sus críticas al gobierno. Su crítica parece entonces orientada únicamente a los que no necesitan escucharla.
La democracia venezolana comenzó a morir cuando la política degeneró en un show, en el mero – e irresponsable hecho – de ganar votos sólo porque se es simpático.
Cabe preguntarse, ¿estamos fritos? Creo que no.
La oposición – me refiero al liderazgo organizado que representa al creciente número de personas que rechazan este gobierno – debe asumir inteligentemente la única estrategia que por ahora luce posible: De un modo positivo, adoptar las mismas técnicas que Chávez usa. Un sector de la oposición debe dedicarse a tiempo completo a provocar al gobierno en esas áreas que no quiere o no puede discutir. Otro sector debe invadir los medios con provocaciones propias, ésas que no sean meras reacciones a las lanzadas desde el gobierno, sino que ofrezcan propuestas a las que sea sensible la opinión pública y sobre todo, la base popular, que sostiene al gobierno de Chávez y, por ende, a su proyecto revolucionario, aunque, encuestas en mano, mucho más de la mitad del país lo rechace.
Supone esto lanzar propuestas alternativas que le hagan a la opinión pública comprender y aceptar otra forma de gobernar y, de ese modo, forzar el debate en esos temas que el gobierno no desea discutir, porque lleva las de perder. Si la oposición dice que el gobierno se ha equivocado, puede que la gente ignore si tiene razón o no. En cambio, si la oposición propone lo que quiere hacer sobre temas específicos, la idea podría interesar en la gente y suscitar la pregunta de por qué no se hace.
Si Chávez juega al olvido, a decir y desdecirse, porque lo que dice hoy borra lo dicho ayer, la oposición debe entonces pegar primero, por aquello de que aquél que pega primero, lo hace dos veces. Los artículos de opinión los leen unos pocos, muy pocos si se comparan con los que sólo ven – y creen a pie juntillas – todo aquello que la televisión dice.
La oposición debe recordar a diario que el electorado no tiene nada que ver con la “voluntad popular” a la que apela Chávez. Su gobierno populista invoca a ese pueblo virtual desde arriba mientras que la oposición expresa en las calles, muchas veces bajo la represión implacable, la opinión de grupos, partidos y asociaciones, sobre las que han caído toda clase de infamias, precisamente para descalificarlas frente a una masa que en verdad no existe. Pero en las urnas, no ganan los medios, por brutales que puedan ser éstos, sino los votos del electorado.


Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado
[1] Estas ideas surgen como respuesta a la similitud entre las apreciaciones de Umberto Eco respecto del gobierno de Berlusconi y este proceso revolucionario venezolano. Por eso, tomo prestado el título de esas disertaciones.

Castrarse para desairar a la mujer

Esta frase se la leí a Umberto Eco. Hablaba el filósofo italiano de las razones por las que ganaría – como en efecto ganó – el Polo y su candidato, el empresario Silvio Berlusconi. Pero, por eso de que la política es igual en Caracas que en Roma y Ulan Bator, las mismas razones que animan su crítica sobre el electorado italiano, animan la mía sobre los votantes venezolanos.
Datanalisis y otras encuestadoras aseguran que Chávez goza de una popularidad que, en el peor de los casos, ronda el 40%. No importa que los hospitales no funcionen y que la seguridad personal sea una utopía. Importa la revolución de Chávez. Importa pues, el circo que en realidad es este proyecto revolucionario. Y cuando digo circo, me refiero al discurso mediático – mediático, sí – organizado desde las altas instancias del poder para mitificar. Desde la negación de la crisis del Estado, incapaz de solucionar los problemas reales de los venezolanos, hasta la desnaturalización de los principios democráticos.
Al populacho, no obstante, parece importarle poco que este gobierno cercene sus libertades, sólo porque hay que castigar a los adecos y a los copeyanos. Porque los idiotas, que también los hay ilustrados, olvidan que ellos, ayer, también votaron por AD y COPEI. Olvidan que, en 1988, con el mismo furor que hoy expresan por Chávez, gritaban a voz en cuello que con los adecos se vivía mejor.
El show sigue. Chávez abre el telón cada mañana y divierte a tiros y troyanos con su circo. Mientras tanto, nos castramos sólo para desairar a la mujer.

Hacer lo correcto

Se habla mucho de la popularidad de Chávez. Luis Vicente León declaró en una entrevista que el presidente se perfilaba como un titán y que se requería de un héroe para sustituirlo. En primer lugar, le recuerdo al presidente de Datanálisis que los titanes existen en la mitología para aparentar ser poderosos, pero en todo caso, su poder está fatalmente vinculado al fracaso. Pero no entremos en estas discusiones jungianas y centrémonos en lo verdaderamente importante: el problema no estriba en la popularidad de Chávez (o de otro), sino en la oferta que se le está haciendo a los venezolanos.
El gobierno, a cuenta de una popularidad que consta únicamente en actas de votación cuya credibilidad puede cuestionarse, viene sustituyendo la democracia por un modelo socialista a espaldas de la inmensa mayoría de los venezolanos, si asumimos como ciertas las encuestas. Ése es el pivote de la discusión. En tiempos del Tercer Reich la mayoría apoyaba las medidas del führer. ¿Se justificaba entonces el holocausto judío?
A veces no se trata de popularidad sino de hacer lo correcto. La población de los Estados Unidos no deseaba ir a la guerra pero el presidente Franklin Roosevelt bien sabía que su nación mal podía mantenerse al margen de la guerra. Los ingleses tampoco deseaban ir a la guerra pero Winston Churchill tuvo el coraje de ofrecerles sólo sangre, sudor y lágrimas, porque eso era lo correcto.
Excusarse en la popularidad resulta fatuo. Sobre todo cuando urgen medidas para salvaguardar la democracia venezolana. Se trata de contener las aspiraciones del caudillo barinés de erigir a Venezuela como el nuevo cónclave del atraso. No insinúo fórmulas violentas, como un golpe de Estado, que puede traer tan sólo una situación peor a ésta. Me refiero a hacer uso de todos los mecanismos legales posibles, dentro y fuera del territorio, para impedir que el gobierno continúe absorbiendo todo el poder posible.
Para ello urge desmontar el discurso, de un lado propagandístico, del otro, políticamente correcto, para sustituirlo por uno coherente, constructivo, que en vez de avivar la división de bandos, reúna a los venezolanos alrededor de los temas verdaderamente importantes, y, sobre todo, que desenmascare frente a los millones de ilusos, ciertamente enamorados por la idea de otro país, este tinglado comunista que, disfrazado de propuesta vanguardista, nos retrotrae a épocas ya superadas por la humanidad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

miércoles, 1 de julio de 2009

La soledad de América Latina

Un artículo de Xavier Sala I Martín manifestaba la soledad en que hoy se encuentra Venezuela (Venezuela está sola. La Vanguardia. España. 17/06/2009). Sus palabras truenan ahora que la OEA rechaza apriorísticamente los sucesos ocurridos en Honduras.
La OEA se ha transformado en un club de gobiernos, que, al parecer, buscan defenderse ellos y no los intereses reales de los Estados que rigen. Da asco ver como, en vez de detenerse un instante a analizar concienzudamente el caso hondureño, apoyaron precipitadamente al presidente Manuel Zelaya, obviando los acontecimientos que dieron origen a los hechos conocidos por todos a través de los medios. Omitió pues, el ente panamericano, que el poder judicial hondureño ordenó restablecer el estado de derecho, quebrantado por él apenas horas antes.
Los gobiernos de los Estados miembros dejaron a un lado valores democráticos con esta decisión precipitada. En vez de fortalecer las democracias del hemisferio, las debilitan, hipertrofiando el presidencialismo. Y bien se sabe que el exagerado presidencialismo en estas regiones siempre conduce a tiempos pretéritos, como ocurre hoy en Venezuela.
Con su fallo, la OEA desdibuja la figura presidencial. A caudillos mesiánicos como Chávez los erige en reyezuelos, cuyo único interés en el órgano interamericano se centra en la conformación de un club de amigotes, dispuestos a defenderse todos a la hora de burlar las leyes. Siendo victimarios, la OEA los inviste como víctimas.
La historia oficial relata que contra Chávez se perpetró “un golpe de Estado” en abril de 2002, cuando en realidad se le imputaban 19 muertos y más de un centenar de heridos, hecho éste que aceptó, como lo dijo en esa oportunidad el único protagonista de esa tragedia que nunca fue investigado: el general en jefe Lucas Rincón Romero. Ahora es Zelaya, quien burlándose de la ley hondureña y de los demás poderes constituidos, acusa a los militares de perpetrar un “golpe de Estado” y, con éstos, al Congreso y Tribunal Supremo hondureños.
La actitud de la OEA sugiere que el único delito de Hitler fue perder la guerra. Todas las atrocidades cometidas por el régimen nazi se ajustaban al estado de derecho imperante en Alemania entonces, incluyendo las leyes de Nuremberg, que “legalizaron” la “solución final”. El organismo panamericano parece preocuparse sólo por el origen democrático de los presidentes y muy poco por su comportamiento posterior. Su conducta durante los sucesos de abril del 2002 y ahora con el caso hondureño lo confirma.
Preocupa el destino de los venezolanos, los hondureños, los bolivianos, los ecuatorianos, los nicaragüenses y quién sabe cuántos otros más, gobernados por reyezuelos a quienes la OEA les garantiza su estabilidad en el poder, aunque violen sistemáticamente la ley, como lo han hecho Chávez y Zelaya. Razón tiene pues Xavier Sala I Martín: Venezuela está sola… ¡América Latina está sola!

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281
Abogado

martes, 21 de abril de 2009

La verdadera tarea

Se dice que el 3 de abril de 2009 se instauró una dictadura en Venezuela. Tal cosa no es verdad. La dictadura se instituyó en 1999, gracias al voto irresponsable de millones de venezolanos que escogieron para presidente a un reo de delito contra la democracia. El Viernes de Concilio pasado se desenmascaró el régimen y sentenció a 30 años de cárcel a quienes pueden desnaturalizar la cobarde sumisión del caudillo a las autoridades militares, verdaderos solicitantes de su renuncia por su participación en los sucesos del Silencio el día 11 de abril de 2002.
Hoy, inmersos en este marasmo, causado en gran medida por la cobertura en medios de voceros con escaso bagaje político, que apenas si recitan teorías que bien pueden investigarse en los libros, pero que en modo alguno ofrecen soluciones a la terrible crisis que vive el país, la ciudadanía se limita a balbucear estribillos repetidos hasta la saciedad. Se omiten pues, temas vitales, como un análisis serio, objetivo, de los problemas nacionales, los cuales gravitan desde luego sobre la dictadura del señor Chávez.
No supone esto, por supuesto, que la solución se limite a la salida del caudillo de Miraflores. Nada más necio. Nada más fatuo. Chávez habrá de asumir la culpa que recae sobre sus hombros, como lo es, fundamentalmente, destruir una economía para erigir un modelo rechazado por la mayoría de los venezolanos, encuestas dixit. El problema pues, no es Chávez. El problema es la dictadura comunista que pretende vendernos y la pusilanimidad general para comprar cuanta necedad nos venden por los medios.
De esta distorsión de la realidad surgen pues, diversos problemas, además de los que ya soportábamos antes de instaurarse esta dictadura. Por esa vista anacrónica del mundo aparecen temas grotescos, como la propaganda divulgada con cierto éxito a través de todos los medios de comunicación social. Y otros, no menos graves, no menos delincuenciales, como el desconocimiento de las instituciones democráticas, el abuso del poder y el uso impúdico de la mentira como instrumento del poder.
Sin embargo, trascienden a estas calamidades, las cuestiones para rescatar la república de este estado previo a lo que parece un suicidio colectivo. Los diversos sectores que componen la sociedad venezolana – que son más de dos – adolecen de una idiotez penetrante, aun insolente. Sus argumentos flotan en la superficie, sin que afloren planteamientos de peso, capaces de desvestir esta caricatura de gobierno, signada por la desvergüenza y el abuso, propios, dicho sea de paso, del venezolano.
El verdadero tema a tratarse, cuanto antes, es el rescate de la democracia a través de la unidad nacional. Ésta comprende, por supuesto, la verdadera unidad y no tan sólo la de uno u otro bando, alrededor de éste u otro caudillo, desconociendo el derecho a las otras a existir y participar en la cotidianidad política.
Sé que el gobierno no lo hará. No puede esperarse del tirano otra conducta como del olmo no se esperan peras. Al caudillo ni le interesa ni va a permitir que otros personajes, en la oposición o dentro del movimiento, descuellen. Por eso, urge la movilización de voluntades hacia la unidad de todos los venezolanos, más allá de las ideologías, en verdad inútiles en el mundo contemporáneo, para desarrollar ideas y programas que ayuden a construir de nuevo un orden democrático.
La tarea no es fácil. Sin embargo, hay que hacerla. Y cuanto antes, mejor.

jueves, 16 de abril de 2009

Hacer lo correcto

Se habla mucho de la popularidad de Chávez. Luis Vicente León declaró en una entrevista que el presidente se perfilaba como un titán y que se requería de un héroe para sustituirlo. En primer lugar, le recuerdo al presidente de Datanálisis que los titanes existen en la mitología para aparentar ser poderosos, pero en todo caso, su poder está fatalmente vinculado al fracaso. Pero no entremos en estas discusiones jungianas y centrémonos en lo verdaderamente importante: el problema no estriba en la popularidad de Chávez (o de otro), sino en la oferta que se le está haciendo a los venezolanos.
El gobierno, a cuenta de una popularidad que consta únicamente en actas de votación cuya credibilidad puede cuestionarse, viene sustituyendo la democracia por un modelo socialista a espaldas de la inmensa mayoría de los venezolanos, si asumimos como ciertas las encuestas. Ése es el pivote de la discusión. En tiempos del Tercer Reich la mayoría apoyaba las medidas del führer. ¿Se justificaba entonces el holocausto judío?
A veces no se trata de popularidad sino de hacer lo correcto. La población de los Estados Unidos no deseaba ir a la guerra pero el presidente Franklin Roosevelt bien sabía que su nación mal podía mantenerse al margen de la guerra. Los ingleses tampoco deseaban ir a la guerra pero Winston Churchill tuvo el coraje de ofrecerles sólo sangre, sudor y lágrimas, porque eso era lo correcto.
Excusarse en la popularidad resulta fatuo. Sobre todo cuando urgen medidas para salvaguardar la democracia venezolana. Se trata de contener las aspiraciones del caudillo barinés de erigir a Venezuela como el nuevo cónclave del atraso. No insinúo fórmulas violentas, como un golpe de Estado, que puede traer tan sólo una situación peor a ésta. Me refiero a hacer uso de todos los mecanismos legales posibles, dentro y fuera del territorio, para impedir que el gobierno continúe absorbiendo todo el poder posible.
Para ello urge desmontar el discurso, de un lado, propagandístico, del otro, políticamente correcto, para sustituirlo por uno coherente, constructivo, que en vez de avivar la división de bandos, reúna a los venezolanos alrededor de los temas verdaderamente importantes, y, sobre todo, que desenmascare frente a los millones de ilusos, ciertamente enamorados por la idea de otro país, este tinglado comunista que, disfrazado de propuesta vanguardista, nos retrotrae a épocas ya superadas por la humanidad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

Revolución y contrarrevolución

Chávez habla de revolución y contrarrevolución en vez de gobierno y oposición y, aun más importante, del diálogo entre ambos. Por el contrario, ordenó “arrollar” a la contrarrevolución. Así mismo, niega toda posibilidad de diálogo porque el ya no es el rey de los “pendejos”. Primero acusa de subversivos a quienes critiquen la sentencia recaída sobre los comisarios y los agentes de las Policía Metropolitana pero luego lamenta sólo la muerte de dos manifestantes pro-oficialismo. Y aun así se hace llamar presidente de todos los venezolanos.
Me pregunto entonces, ¿quién alienta la violencia?
Venezuela no desea debatir entre un gobierno socialista y otro democrático. Sobre ese particular ya nos pronunciamos el 2 de diciembre de 2007, aunque sabemos que al caudillo le irritó sobremanera ese triunfo de “mierda”. Arremete pues contra toda posibilidad disidente y para ello los sátrapas bien se prestan a su servicio infame. Con absoluto desdén por las instituciones establecidas e incluso de la voluntad popular manifestada a favor de quienes no le son abyectos, ejerce toda la violencia que su cargo le permite.
Sin embargo, se acusa a la oposición de ser la causante de la violencia y de erigirse en contrarrevolucionaria. Puede que haya un sector opositor violento. Sin embargo, no sólo es ciertamente minoritario, sino que además, el resto lo rechaza. Su posición contrarrevolucionaria es un derecho y el gobierno mal puede criminalizar ese derecho.
Puede que finalmente estalle la violencia. Pero no será culpa del humillado, que ha soportado cuanto arrebato de ira arranque ímpetus de gran caudillo en un hombre que en los momentos difíciles, arrugó, como dicen los muchachos de hoy en día.
Si Chávez cree que presionando más puede subyugar al país, puede que pronto se estrelle contra un muro. Bien dice el resabio popular, la violencia sólo engendra más violencia.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

miércoles, 11 de febrero de 2009

La verdadera revolución

Cada vez me convenzo más: esto no es democrático. Dudo que llegue a ser un genuino modelo comunista. Mucho menos, uno socialista. Quizás esto se trate tan sólo de una dictadura africana. Si me preguntan, opino que Chávez recuerda a Mugabe o peor, a Idi Amín. Pero ésa es sólo mi opinión.
Supongo que en principio, cuando Chávez infiltró las FAN para perpetrar el golpe de Estado, sus intenciones podrían ser honestas (pero aquí mejor que nunca cabe recordar aquello de que el sendero al infierno está empedrado con buenas intenciones). Después de diez años ejerciendo el poder a su antojo, con resultados nimios en todo aquello que podamos calificar como positivo y descollando en errores y violaciones a las normas democráticas elementales, su revolución se ha desdibujado en un régimen personalista. Una dictadura de ésas que, despectivamente, mientan africanas.
Si algo sé es que la tizana ideológica que inunda la mente de Chávez es imposible de concretar, más allá de una dictadura vulgar y corriente, como la del señor Mugabe, la de Idi Amín o la de Fidel Castro. Él cree tener claro su norte, porque en sus delirios surgen ideas (vagas) de lo que él cree debería ser una sociedad justa. De ahí a que eso tenga forma y pueda materializarse hay más que un trecho… ¡hay una eternidad! Pero tristemente en ese trecho luengo son muchas las generaciones sacrificadas.
La propuesta del presidente no incluye logros concretos a la luz de los estándares, sino un debate necio entre quienes le apoyan y, por ello, se incluyen en las filas de los buenos; y quienes nos oponemos a su proyecto, que desde luego nos ubica en no sé cuál de los círculos infernales. Tal simplicidad mal puede ser más que un juego pueril. O más bien una imbecilidad. Obviamente, los logros efectivos en esas áreas críticas y ajenas al discurso ideológico serán cada vez menores. No sólo por la merma de los ingresos petroleros, que imposibilita la concreción de esos fines, sino también por el elevadísimo costo económico y humano que conlleva un régimen autocrático.
Las demás discusiones, a mi juicio, están subordinadas a ésta. Lo que Chávez persigue no es posible ni es democrático. Así de simple. La oposición a ese delirio desquiciante mal puede ser un acto de traición. Tampoco se limita al pleno ejercicio de mis derechos democráticos. Es la visión que cada uno de nosotros, oficialistas y opositores, debemos tener presente siempre.
No se trata de oponerse a Chávez o apoyar a la oposición. Se trata de construir un país mejor para cada uno de nosotros. Basta de discusiones ideológicas, tan necias como tratar de convencer a un ateo de la existencia de Dios. Venezuela urge de obras concretas, de mejores empleos, de una calidad de vida decente para la mayor suma de ciudadanos posibles. Eso, sencillamente, trasciende al campo estéril de las ideologías.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado

La tesis del señor Perdomo

He leído, con estupor desde luego, como un hombre de estos tiempos aprueba la tesis del doctor Laureano Vallenilla Lanz. Ésa que justificaba al “gendarme necesario”. Me asombra porque, según la nota al pie de su artículo, el autor, Camilo Perdomo, procede de un campus universitario (la ULA).
Su fraseo extenso, a veces ininteligible, parece esconder su aceptación de un líder, jefe de todo, que conduzca al país. Ese mismo argumento justificó, en su momento, los mandatos horrendos de Benito Mussolini y Adolfo Hitler. Ese argumento hiede a fascismo, a verdadero fascismo.
Expone en primer lugar, que el poder se ejerce, no se posee (citando a Deleuze). Pero omite que si en efecto el poder se ejerce, se ejerce bajo reglas previamente previstas por el colectivo, porque de otro modo, la revolución del pensamiento democrático contemporáneo sería apenas un saludo a la bandera. Pero resulta mucho más grave su impúdica determinación hacia una figura tan detestable como la del caudillo. Sobre todo en la sociedad contemporánea.
Este autor, que honestamente desconozco y leo por primera vez, desarrolla su discurso para afirmar que, en primer lugar, la alternabilidad democrática alcanzada entre 1958 y 1999 sólo propició lo que precisamente acabó: “el quítate tú para ponerme yo”. Debo decir que ese mismo orden político – el mejor que haya tenido esta paria mía – entregó el mandato a Hugo Chávez a pesar de las dudas serias y razonables sobre su vocación democrática. A lo largo de estos diez años, Chávez desdibujó su mandato en ese poder que ejerce incivilmente y más allá de los límites impuestos ad-initium.
En segundo lugar propone entonces la necesidad de soportar ilimitadamente la presidencia del caudillo, como si la alternabilidad democrática entre 1958 y 1998 asemejara a la infame sucesión de guerras civiles de la segunda mitad del siglo diecinueve. Creo justo asegurar que este argumento desnuda la sinrazón de la enmienda: reelegir a perpetuidad a Hugo Chávez.
Concluyo esta réplica diciendo que, negar la ley sometiendo todo a estas asambleas tumultuarias en las que el gobierno ha desfigurado el acto electoral no es aceptable en una sociedad democrática. La democracia dimana de la ley, de reglas del juego que, como ya dije, se encuentran previamente establecidas (de hecho lo están desde 1776), y no de normas remendadas a la medida de un caudillo.
Señor Perdomo, no se trata de una enmienda inconstitucional. Se trata de la democracia y los valores sobre los cuáles ella se cimienta. No bastan las justificaciones prácticas que en este caso son inaceptables, porque a) el pueblo ya se pronunció al respecto; y b) la enmienda en sí misma no es democrática (como no lo es, desde luego, su principal proponente).


Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado

El último mandato

Cada mañana, el presidente del CNP, William Echeverría, nos dice que huele a café y arepita con mantequilla. Sin embargo, a mí me huele mal. Muy mal.
Si creyéramos en el tarot, lo cual supongo que no es el caso, una tirada de cartas sobre el actual gobierno abriría sin duda con el arcano del Diablo. No crean ustedes, señores del PSUV, que comparo al caudillo de su causa con el propio Satán. Apenas intuyo energías negativas, ésas que los entendidos denominan “bajo astral”, fluyendo en torno a la conducta del comandante-presidente. Hay, a mi juicio, energías oscuras, para no apartarme del léxico esotérico, rondando la obsesión del teniente coronel con eso de reelegirse a ad infinitum.
Siguiendo con esta lectura imaginaria del tarot, la juventud rebelde, como siempre lo ha sido, parece erigirse, como el paje de oros, renovando con su novedad y frescura los esfuerzos de una población agobiada y de un gobierno rancio, representados por el nueve de bastos. Y sin perder esta narrativa taumatúrgica, puedo decir que nuevos acuerdos que de paso, son creadores de experiencias, representados por un tres de oros, podrían surgir.
Creo, por lo menos, que muchos afectos al gobierno, gente que ayer pudo tenerle fe al caudillo, o incluso que aún le guardan simpatía, dudan de las trampas que parece ocultar el jefe de este tinglado con ese asunto de la enmienda, como lo sugeriría el siete de espadas.
Por eso, el marasmo. Por eso, la parálisis. Nada importa. Sólo la reelección del jefe. Pero aun más, este marasmo, representado por el Colgado, también refleja la situación del gobierno, inmerso en sus propias trampas, atrapado por una nación que se encuentra agobiada y, dudosa de sus intenciones.
No se asuste, señor Chávez. La juventud entusiasta sólo cerrará un ciclo, que desde luego, no tiene por qué concluir con su salida de Miraflores. Pero su gobierno sí concluirá un ciclo, el de las energías oscuras marcadas por el Diablo (insisto, el arcano y no ése otro) y el marasmo, esa fuerza de encontrarse entrampado en sus mentiras. Entonces, finalmente y como camino de salvación, abrirá el espacio al disenso, a la negociación. A dar y recibir equilibradamente… armónicamente, como lo sugiere el seis de oros. Si así procede, sólo perderá el poder cuando finalice éste, su último mandato.

sábado, 24 de enero de 2009

Las reglas del juego

Bajo la mirada del Libertador, como si estuviese dignificado por éste, Chávez arengó a las masas. Ignoro la cantidad de asistentes, pero sé que pocos no serían. No soy ingenuo y por ello, conozco bien la fortaleza del liderazgo popular del teniente coronel. Sin embargo, no son mayoría ni su liderazgo es democrático. ¿Cómo puede serlo? Cual majadero, asegura que mientras más le pidan que marche, menos lo va a hacer.
Su discurso – maniático – versa ahora sobre la enmienda. Sus acólitos le juran que se constriñe a la institucionalidad. Otros, aseguran la inconstitucionalidad de cualquier reforma que trate los temas consultados en el referendo del 2 de diciembre de 2007. A mi juicio, modesto desde luego, se trata de un fraude a la ley. No obstante, no pretendo fastidiar a nadie con explicaciones jurídicas. Prefiero limitarme a decir que el meollo de la enmienda en sí mismo y lo que supone son contrarios a los principios republicanos y democráticos, consagrados desde 1776. Porque a pesar de lo que Chávez pueda pensar de los estadounidenses, fue su independencia la que propugnó mejor los ideales de la ilustración. Claro, eso es otro asunto que maliciosamente traigo al tema.
La alteración de las normas esenciales, ésas que regulan las relaciones entre gobernantes y gobernados, no pueden ser objeto de innovaciones, cualquiera sea la forma de éstas, cada vez que los detentadores del poder lo deseen. Una diferencia realmente plausible entre Hugo Chávez y quienes le precedieron en Miraflores estriba en el hecho de que ninguno de ellos intentó reformar la constitución para alargar su mandato. Rómulo Betancourt, de hecho, asumió desde su triunfo electoral en diciembre de 1958, que su mandato comenzaba a partir de 1959, a pesar de que la constitución no se sancionó sino hasta 1961. Aun más, nunca ellos imaginaron siquiera reformar las reglas que regulan la relación entre gobernantes y gobernados, a pesar del riesgo implícito en la victoria de Hugo Chávez en diciembre de 1998.
Significa mucho que entre 1958 y 1999, la constitución de 1961 sufrió reformas ligeras pero ninguna afectó negativamente las reglas relativas al ejercicio del poder. Este gobierno, en cambio, no titubea para acomodar las normas a su conveniencia. Esto no es democrático. Aunque los acólitos del comandante se rasguen las vestiduras en defensas vehementes.
El carácter dictatorial de este régimen parece bastante claro. El frenesí de Chávez por componer las reglas para su provecho define su vocación autocrática. Desde que asumió el poder, ha ido robándose las instituciones, con el fin de adecuar todas las normas a su antojo revolucionario. Por eso, un parlamento sumiso legisla a su medida y, en caso de dudas, jueces subordinados interpretan favorablemente las normas confusas. Eso, por favor, no puede considerarse democrático.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra