sábado, 10 de mayo de 2008

Señores, ¡seamos serios!

Leo, a veces, como muchos defensores de este régimen (aunque alguno de los foristas de noticierodigital.com critique el uso de este término, ciertamente apropiado a la concepción que esta gente posee acerca del modo de gobernar), atacan a la oposición por resguardar derechos que benefician a todos por igual. Claro, esta suerte de suicidio no es original de nosotros, los venezolanos. Los italianos, nación que hoy pertenece al selectísimo grupo de los ocho países más poderosos del mundo, se entregaron descocadamente en las manos de un dictador, Benito Mussolini. La idiotez es un rasgo común a todos los seres humanos.
Creer, como lo hicieron muchos venezolanos durante la dictadura militar (1948-1958), que “la mano dura” pone orden y crea prosperidad – error que cometieron por igual los chilenos entre 1973 y 1989, durante la dictadura de Pinochet y, regresando al ejemplo italiano, éstos durante la dictadura fascista (1922-1943) – resulta cretino. Y tal vez algunos intelectuales, si es que merecen el epíteto, justifiquen al “gendarme necesario” o el “cesarismo democrático” amparados en la vulgar noción del caudillo, el “salvador de la patria” o cualquier otro calificativo, como führer, duce o, igual de trágico, padrecito.
Chávez no es más que otro caudillo. Someterse a sus caprichos resulta más que un suicidio, una imbecilidad imperdonable. Soy un hombre crítico. Siempre lo he sido y, pese que rechazo este régimen (porque persigue perpetuase en el poder y modificar arteramente nuestras instituciones), no defiendo a ultranza al liderazgo opositor. Por el contrario, creo que su pusilanimidad ante la conducta arbitraria y autocrática de los jefes de este “proyecto revolucionario” le ha permitido a éstos muchos desmanes, como, por ejemplo, el desconocimiento sistemático por parte del jefe del Estado de los resultados de la consulta popular del pasado 2 de diciembre o, peor, la desnaturalización de los hechos ocurridos en Caracas el 11 de abril de 2002.
Debo decir, además, que soy un patriota. Uno verdadero, amante de su país y que ve la emigración a otras naciones como un extrañamiento forzoso de esta tierra hermosa que ha sido mi hogar. Por eso escribo estas palabras. Porque me exaspera la conducta miope y, por qué negarlo, cobarde de tiros y troyanos. Puede que esté equivocado pero intuyo comportamientos poco patriotas de líderes revolucionarios y opositores, aunque sea inconscientemente. Tal vez Chávez esté convencido de que su “socialismo del siglo XXI” sea la panacea de todos los males, a pesar de que la historia y la inteligencia sugieren lo contrario. Posiblemente Julio Borges piense que el país y, sobre todo, nosotros los venezolanos podemos esperar hasta que él pueda ser el candidato en diciembre del 2012. Por supuesto, si es que el jefe de este tinglado así lo permite. Sobre todo si creemos que el liderazgo opositor va a actuar tan cobardemente, como lo sugirió Antonio Sánchez García en un artículo suyo con ocasión de los últimos procesos electorales.
Cabe recordar las buenas intenciones de Arthur Neville Chamberlain. El premier británico no sólo no evitó la guerra bajándose los pantalones (en aras de la paz), sino que permitió que el conflicto se prolongase. Su pacifismo irracional - o, ¿cobarde? - permitió que el régimen nazi se armase hasta los dientes. A pesar de las acusaciones que gravitaban sobre él y su actitud beligerante frente a Hitler, Winston Churchill acabó teniendo la razón. ¡Hay que ser pendejo para creerle al hampón! Amo la paz y ruego cada día al Creador para que me dé fuerzas e ideas que ayuden a un fin tan loable, pero sé, porque la historia redunda sobre este asunto, que los discursos políticamente correctos han resultado, la más de las veces, harto perniciosos aun para los fines admirables que en efecto, persiguen. Por eso, ¡señores, seamos serios!