No recuerdo qué día de la semana fue. Hubiese
podido buscarlo en Google, por supuesto, pero realmente no importa. Nos atañe, en
cambio, que ese 20 de mayo de 1993 se produjo un quiebre de la
institucionalidad que hoy, veinte años después, se siente en nuestra cotidianidad
cada vez con mayor crudeza. Y aunque algunos aún crean que llevaron a cabo una
gesta heroica al despojar a Carlos Andrés Pérez del poder, no lo fue, sin lugar
a dudas. Por el contrario, el daño causado a la estabilidad republicana fue
grave, profundo. Repararlo no será fácil después de dos décadas de retórica
prevaricadora para justificarlo.
La historia es un círculo, que, como los
viciosos, vuelve sobre sus pasos, para repetirse, muchas veces fatalmente. Y lo
ocurrido en Venezuela los últimos 30 años no difiere mucho, al menos esencialmente,
de los procesos totalitarios llevados a cabo en la Italia fascista (1922-1945)
y la Alemania nazi (1934-1945), y por su indiscutible parecido, en la extinta
URSS, sobre todo durante la regencia del padrecito Stalin (1922-1952). La
decadencia partidista venezolana ayudó a arrasar la credibilidad no sólo de los
partidos políticos, que no hubiese importado tanto, sino del propio sistema
democrático; tal como ocurrió en Italia y Alemania durante el período entre las
dos guerras mundiales, gracias a la pusilanimidad de las potencias democráticas,
incapaces para contener el auge de las ideas totalitarias.
Hay trazas de algunas obras que, en efecto,
han posicionado al PSUV en la provincia profunda, depauperada y en gran medida,
olvidada, gracias a esa creencia de que Venezuela sólo existe en las ciudades
de la zona costera. Hay también un país inmerso en las extensas tierras más
allá de las carreteras, olvidado por todos, en el que, sin dudas, el PSUV ha
hecho proselitismo exitosamente. Sin embargo, y esto es necesario destacarlo, también
hizo importantes logros el NSDAP (el partido Nazi) a favor de los obreros
alemanes, empobrecidos por las duras medidas impuestas por el acuerdo de
Versalles al término de la Primera Guerra Mundial, así como por las
consecuencias de la crisis durante la República de Weimar. Las buenas obras que
haya podido hacer el PSUV, tanto como las del NSDAP, no desnaturalizan no
obstante lo que significa una verdadera amenaza para la democracia venezolana
(como lo fueron los órdenes fascista y nazi en su momento): la idea totalitaria
de devastar todo pensamiento disidente, crear una “verdad” oficial e imponer un
criterio único, dirigido desde el gobierno, que sería una suerte de Gran
Hermano y, por ende, la oposición, una réplica del mítico Samuel Goldstein.
Quien haya leído “1984” sabrá de lo que estoy hablando.
Las críticas y, en todo caso, las razones
para exigir un cambio en la política oficial no se basan en la pésima gestión
de gobierno, de éste y también del de su causante, que desdichadamente no son
una novedad en este país. Se fundamentan esas críticas y esas razones en el
secuestro que se ha hecho del Estado y sus instituciones, para ponerlo al
servicio de un partido, el PSUV, y de ese modo, dominar a la sociedad desde la
cúpula partidista. La idea es, ante todo, desarticular las expresiones
sociales, en especial las de protesta. Por ello, ese afán desmesurado por adueñarse
de la opinión pública hegemonizando los medios. También por ello, ese desmedido
empeño para apropiarse sindicatos, gremios profesionales, organizaciones no
gubernamentales, partidos políticos, grupos de electores, asociaciones de
vecinos, juntas comunales y si se quiere, hasta de los delegados de curso en los
kindergártenes, porque la idea es concentrar todas las expresiones de la
sociedad bajo la tutela del Estado que, secuestrado por el partido, supone la
subordinación de todas esas manifestaciones a las líneas partidistas. Y es por
esto que tenemos razón quienes nos oponemos a este tinglado, aunque hayamos
sido minoría en algún momento.
Las reglas democráticas fueron vulneradas
hace rato, no por este causahabiente, sino por el propio caudillo. Sin pudor
alguno, birlando los principios democráticos, se fue adueñando del Estado, al
que llegó a someter como lo hicieran en su momento, el líder fascista italiano
Benito Mussolini y el führer alemán Adolfo Hitler, quienes, distinto de lo que
puedan creer algunos, gozaban de popularidad a pesar de la monstruosidad
implícita en sus ofertas políticas. Chávez además se adueñó de Venezuela con la
venia de la comunidad internacional, preocupada más por nuestro petróleo que
por la salubridad institucional de este país y consecuentemente, de la región.
Olvidaron que estas ofertas, como la de Chávez, son como un cáncer, que si no
se detienen a tiempo, se van diseminando como la enfermedad maligna.
Quizás nos hayan visto a los opositores de
este desgobierno como malcriados en el pasado, que no deseábamos a Chávez
porque era zambo, destemplado y maleducado. Y puede que lo pensaran, en parte, gracias al verbo prevaricador del gobierno
chavista y, por qué negarlo, también en parte por la estupidez de no pocas
voces opositoras, sobre todo entre una clase media frivolizada y terriblemente
superficial. Pero olvidan que si algo ha caracterizado a la sociedad venezolana
ha sido la movilidad. La oligarquía venezolana ha sido siempre temporal y
dependiente para su formación de la detentación del poder político. Ayer fueron
unos, hoy, éstos, y mañana, serán otros, sin lugar a dudas. Olvidaron los
líderes de otras naciones, y he aquí lo más grave, que abusando de las reglas
democráticas, Chávez les trazó el camino a esta nueva ralea de dictadores que
pretende entronizarse en una de las zonas económicas emergentes del planeta:
América Latina. Y olvidan todos, allá y acá, que sin libertades, la economía
siempre acaba de por derrumbarse.