Nicolás Maduro es responsable solo en parte de la
crisis. Esta tiene su génesis en la alianza entre dos hombres convencidos de la
viabilidad de la utopía socialista:
Hugo Chávez y Jorge Giordani. Cabe recordar hoy, una entrevista realizada por
la periodista Carla Angola al general Guaicaipuro Lameda. En ella se evidencia
la raíz de fondo de este estado de cosas. Se advierte el maniqueo entre las
verdades del llamado Monje, muchas de ellas inaceptables, y las engañifas del
caudillo barinés, pupilo fiel de Fidel Castro, ese estafador caribeño que hizo
de Cuba un pozo de miserias.
La carta de Giordani que circula en medios, a mi
juicio solo demuestra el recelo y la malquerencia de un hombre que se creyó
todopoderoso y que en un nuevo juego político se siente desamparado, porque ya
no protagoniza ni es el niño mimado del tirano, como ocurre con frecuencia en
las dictaduras. Algo así como Cerebrito Cabral en esa magnífica obra de Mario
Vargas Llosa, “La fiesta del chivo”. No obstante, no deja de ser testimonio del
resquebrajamiento de una unidad que al menos, durante la vida del caudillo, no era
evidente.
Cargada de loas a Chávez y de quejumbres lastimeras
por la pérdida de afecto de los poderosos, Giordani desnuda una verdad que pone
en peligro a la revolución: Maduro no gobierna y son otros, que del gobierno
hacen su propio negocio, los que deciden. Es muy grave, sobre todo porque en
primer lugar, viene de un hombre que a todas luces fue ficha del presidente
Chávez y que por ello conoce los intríngulis del chavismo, y, en segundo lugar,
por las consecuencias que una carnicería en el seno de la revolución podría
acarrear a todos.
Sepultada bajo excusas, retórica socialista y
plañidos resentidos, subyace un tema por lo demás explosivo: el penoso estado
de las finanzas públicas. Maduro enfrenta una crisis económica profunda y
grave, sin tener la más remota idea de cómo solventarla. Con ingenio lo dijo
Ramón Piñango a través de las redes sociales: un plan de ajuste mal aplicado es buena receta para un desastre. Si
Maduro no asume responsablemente un viraje de las políticas económicas y se
encierra en el dogmatismo terco – y bruto – de sus asesores cubanos, pondrá en
evidencia que el Plan de la Patria (y todas las reformas propuestas por
Giordani) eran tan solo una ilusión. El descontento resultante no solo será
mayúsculo, sino además, explosivo.
Puede que no veamos las grietas, disimuladas con
abrazos fingidos, pero podemos ver el agua entrar a raudales en el barco. Ya no
hay dinero para vender la ilusión de pago de la deuda social a favor de los excluidos.
Esa gente, que creyó genuinamente en las monsergas de Chávez, se sentirá
estafada. El dinero, como era de esperarse, ya no les alcanza para mantenerlos cegados,
y la economía en vez de crecer, está agonizante, como el ciervo herido, que va
cejando su ánimo hasta rendirse y morir.
La gente va a reaccionar. Es por ello que gobierno –
quien sea que esté dispuesto a hacerlo – y oposición deben coordinar un
gobierno de ancha base, que incluya a todos los sectores del país, para
proponer un conjunto de políticas coherentes que no solo rescaten la
credibilidad del país como foco de inversiones, necesarias para enmendar el
ruinoso estado de cosas, sino además, que mejoren en un plazo razonablemente
breve la capacidad de pago y endeudamiento de la gente, de modo que su calidad
de vida prospere realmente sobre bases robustas.