Todo
parecía indicar que eta vez sí. Pero no. Iván Simonovis y los demás presos
políticos pasaron las Navidades tras las rejas. Aun José Vicente Rangel
recomendaba la libertad de los presos políticos. Seguramente, como viejo zorro
político que es, sabe del profundo daño que hace a la imagen de un régimen
debilitado mediáticamente. Sobre todo porque la propaganda es su fortaleza.
Quizá su única fortaleza.
¿Por
qué lo que parecía inminente, ahora luce difuso, poco probable? Solo se me
ocurre una respuesta: en medio del forcejeo entre intereses diversos, los más
radicales se están imponiendo. No es un secreto, o por lo menos así se
advierte, la confluencia de variados grupos de interés alrededor de Maduro y de
cómo ejercen su poder sobre él. Qué intereses prefieren a esos hombres presos
no lo sé, pero obviamente, si mi argumentación está en lo cierto, se impusieron
sobre los moderados, que buscan conciliar. Metieron la pata.
La
reunión entre mandatarios regionales y locales con el presidente fue, a mi
juicio, una búsqueda de dos metas: lograr un piso político medianamente estable
para acometer unas medidas económicas impopulares (pero necesarias) y aunar
fuerzas para evitar que una tercera opción asalte el poder, descabezando a todo
mundo. La amenaza de una salida por la fuerza es plausible, aunque indeseable.
La gente puede despertar a una realidad muy cruda en el corto plazo y puede ver
con buenos ojos una atrocidad semejante. Así es la naturaleza humana.
El
gobierno está realmente enredado. La economía anda mal. Muy mal. Las maniobras
mediáticas han sido efectivas pero en algún momento, que está por llegar, la
gente va a descubrir el embuste. Cuando ocurra, las cosas para el gobierno van
a ponerse realmente mal. Supongo que lo saben. Al menos las facciones menos
recalcitrantes. Y por ello pareció posible una amnistía para los presos
políticos ¿Qué ocurrió para que la intolerancia volviese a robarse el poder?
¿Por qué se imponen los más radicales y los moderados son silenciados?
Yo
no tengo las respuestas. Sin embargo, intuyo que en el seno del gobierno hay
pugnas graves, peligrosas. Y es que, sin dudas, hay mucho en juego. Por una
parte, un grupo sabe que enfrenta acusaciones muy serias, de perder las
bondades de ser poderoso. Otro, está al tanto de las dificultades que el
movimiento enfrenta en el corto plazo. Unos se juegan la vida y otros, la
supervivencia de un movimiento político. ¿Quién se impondrá? Depende en gran
medida de cómo se enfrente el porvenir. Si las facciones moderadas del chavismo
leen adecuadamente los últimos resultados electorales, sabrán que una
conciliación con la oposición no es solo urgente, sino de vida o muerte. Si la
oposición comprende que a pesar de sus esfuerzos loables aun el chavismo es
fuerte, comprenderá que su trabajo va más allá de las elecciones. Que su
esfuerzo mayor debe pivotar sobre la oferta a un país urgido de soluciones a
sus muchos problemas. Si ambas partes dialogan y consiguen armonizar sus
diferencias sobre los puntos coincidentes, el riesgo patente de “otra salida”
(ciertamente indeseable) habrá al menos aminorado.
Venezuela
nos necesita a todos. Tenemos que encontrar caminos para el diálogo tanto en
esta acera opositora como en aquélla oficialista. No es una bagatela lo que
arriesgamos con esa postura obstinada. Tanto el gobierno, que ha sido soberbio,
como la oposición, que ha sido torpe, están forzados (por necesidad) a
convivir, porque la amenaza se cierne sobre ambos.