jueves, 26 de diciembre de 2013

Sí pero no

Todo parecía indicar que eta vez sí. Pero no. Iván Simonovis y los demás presos políticos pasaron las Navidades tras las rejas. Aun José Vicente Rangel recomendaba la libertad de los presos políticos. Seguramente, como viejo zorro político que es, sabe del profundo daño que hace a la imagen de un régimen debilitado mediáticamente. Sobre todo porque la propaganda es su fortaleza. Quizá su única fortaleza.
¿Por qué lo que parecía inminente, ahora luce difuso, poco probable? Solo se me ocurre una respuesta: en medio del forcejeo entre intereses diversos, los más radicales se están imponiendo. No es un secreto, o por lo menos así se advierte, la confluencia de variados grupos de interés alrededor de Maduro y de cómo ejercen su poder sobre él. Qué intereses prefieren a esos hombres presos no lo sé, pero obviamente, si mi argumentación está en lo cierto, se impusieron sobre los moderados, que buscan conciliar. Metieron la pata.
La reunión entre mandatarios regionales y locales con el presidente fue, a mi juicio, una búsqueda de dos metas: lograr un piso político medianamente estable para acometer unas medidas económicas impopulares (pero necesarias) y aunar fuerzas para evitar que una tercera opción asalte el poder, descabezando a todo mundo. La amenaza de una salida por la fuerza es plausible, aunque indeseable. La gente puede despertar a una realidad muy cruda en el corto plazo y puede ver con buenos ojos una atrocidad semejante. Así es la naturaleza humana.
El gobierno está realmente enredado. La economía anda mal. Muy mal. Las maniobras mediáticas han sido efectivas pero en algún momento, que está por llegar, la gente va a descubrir el embuste. Cuando ocurra, las cosas para el gobierno van a ponerse realmente mal. Supongo que lo saben. Al menos las facciones menos recalcitrantes. Y por ello pareció posible una amnistía para los presos políticos ¿Qué ocurrió para que la intolerancia volviese a robarse el poder? ¿Por qué se imponen los más radicales y los moderados son silenciados?
Yo no tengo las respuestas. Sin embargo, intuyo que en el seno del gobierno hay pugnas graves, peligrosas. Y es que, sin dudas, hay mucho en juego. Por una parte, un grupo sabe que enfrenta acusaciones muy serias, de perder las bondades de ser poderoso. Otro, está al tanto de las dificultades que el movimiento enfrenta en el corto plazo. Unos se juegan la vida y otros, la supervivencia de un movimiento político. ¿Quién se impondrá? Depende en gran medida de cómo se enfrente el porvenir. Si las facciones moderadas del chavismo leen adecuadamente los últimos resultados electorales, sabrán que una conciliación con la oposición no es solo urgente, sino de vida o muerte. Si la oposición comprende que a pesar de sus esfuerzos loables aun el chavismo es fuerte, comprenderá que su trabajo va más allá de las elecciones. Que su esfuerzo mayor debe pivotar sobre la oferta a un país urgido de soluciones a sus muchos problemas. Si ambas partes dialogan y consiguen armonizar sus diferencias sobre los puntos coincidentes, el riesgo patente de “otra salida” (ciertamente indeseable) habrá al menos aminorado.

Venezuela nos necesita a todos. Tenemos que encontrar caminos para el diálogo tanto en esta acera opositora como en aquélla oficialista. No es una bagatela lo que arriesgamos con esa postura obstinada. Tanto el gobierno, que ha sido soberbio, como la oposición, que ha sido torpe, están forzados (por necesidad) a convivir, porque la amenaza se cierne sobre ambos. 

Pinball político

¿Qué nos pasa? Llevamos 14 años dando tumbos, como las pelotitas de los pinball. Y salvo terminar irremediablemente en la buchaca que suma derrotas (en las maquinitas pinball), no hay en la reciente política venezolana un atisbo de seriedad. Hay un afán desmesurado y sinvergüenza por ganar elecciones, mas no lo hay por estructurar soluciones a los muchos males que aquejan a este país desde antes de llegar la desgraciada revolución al poder.
No se trata de simplemente de legislar, que la solución a los problemas no se decreta. Se habla impúdicamente de nuevas leyes, de nuevas constituciones, de regular los problemas, como si tal cosa fuese eficiente. Sin embargo, nadie habla de su solución. Ningún líder discute un programa de gobierno alternativo, que ofrezca hechos concretos destinados a minimizar la delincuencia, a reducir la inflación, a generar empleos bien remunerados, a mejorar la asistencia hospitalaria… en fin, acciones que ciertamente mejoren la calidad de vida de la gente, en las ciudades tanto como en la provincia profunda.
Se escupen críticas en contra de este desgobierno. Críticas que son desde luego válidas y necesarias. Pero poco se dice de cómo solucionar la miríada de problemas que agobian al ciudadano común. No basta señalar los errores. También se adeudan correctivos, porque de otro modo, la gente solo escuchará la retórica embaucadora del gobierno y sin otros argumentos, creerá ésta como cierta. La gente necesita escuchar otras opciones y los líderes opositores deben ofrecerlas.
El éxito del chavismo se debe en parte a eso, a la oferta hecha por el caudillo sedicioso a las clases más golpeadas por la crisis. Otra cosa es que su retórica haya resultado ser el falso y anacrónico discurso socialista disfrazado de novedad. El deber del liderazgo está ahora a prueba. No hay elecciones en puertas, pero mal puede adormecerse, porque los lobos siguen acechando. 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Invicto

Nelson Mandela – Madiba – fue un líder visionario que supo sembrar el perdón en un país malherido por la injusticia. No hizo de su dolor un mezquino acto de venganza, como no dudo yo, quisieron muchos de sus seguidores. Había razones para la existencia de un odio intransigente entre blancos y negros. Sin embargo, pudo sortear resistencias y lograr la unidad y lo más importante, el perdón entre hermanos. Solo por eso, ya es grande e inmortal el líder sudafricano.
El chavismo hizo lo que hicieron otros líderes, igualmente famosos pero no por su brillante visión de futuro. Usó el resentimiento, la envidia y otras emociones poco virtuosas para apuntalar un liderazgo que buscaba el poder por el poder, para luego, no saber qué hacer. Las consecuencias saltan a la vista y huelga enumerarlas.
Ésa es pues la gran diferencia en el liderazgo. Atraer masas para endulzarse el ego no es más que un grotesco acto de vanidad y mendicidad espiritual. Demuestra lo que una muy querida amiga – Yoyiana Ahumada - me dijera alguna vez: todo tirano arrastra un legado de resentimientos. Mandela tenía razones para odiar a los blancos. Sin embargo, como lo reza el poema “Invictus” (de William Ernest Henley): siempre fue inquebrantable, inconquistable, nunca bajó la cabeza y a pesar del sufrimiento, nunca dejó de ser el amo de su destino, el capitán de su alma. Otros, como la ralea que hoy nos (des)gobierna, son prisioneros de sus resentimientos, de sus sentimientos mezquinos, y por ello, la enorme diferencia entre ese gran hombre que fue Mandela y lo que son ellos. Lo siento si en este saco encierro a algunos injustamente.
Si queremos salir de esta crisis, que trasciende incluso al actual liderazgo gobernante, debemos pensar en una visión de país que no se base en los resentimientos, en los deseos de venganza y el falso bienestar que causa ver al oponente abatido. La política no es una guerra. La política es diálogo, es consenso, es una fiesta de hermanos, unidos a pesar de sus diferencias, para construir todos, un país mejor, cada vez mejor.
Tal vez porque nos urge vigorizar el espíritu como se lo vigorizó a Mandela, termino estas palabras recordando el poema que, al parecer, le ayudó a mantenerse de pie durante su horrendo cautiverio en Robben Island:
Más allá de la noche que me cubre,
Negra como el abismo sin fin,
Agradezco a los dioses que puedan existir,
Por mi alma inquebrantable.
Caído en las garras de la circunstancia
No me he lamentado ni llorado en voz alta.
Bajo los golpes del destino
Mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
Yace el horror de la sombra,
Y sin embargo la amenaza de los años
Me encuentra, y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecho sea la puerta,
Cuan cargada de castigos la sentencia,
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma.

William Ernest Henley


Muchas gracias 

jueves, 5 de diciembre de 2013

Un llamado a todos, pero, sobre todo, a los indecisos

Quienes invocan a la abstención – desde grupos minoritarios sumamente ingenuos hasta intelectuales entre comillas, sin obviar los personajes a quienes Fernando Mires llama dudosos – ayudan al gobierno, aunque sus intenciones sean en principio, loables (bien vale recordar el adagio popular que nos recuerda todas las buenas intenciones que empiedran el camino al infierno). Y por ello, con la libertad que gobierno ni grupo alguno puede arrebatarme realmente, los tengo bajo sospecha. No votar este domingo solo porque con eso la MUD avala la trampa es una pendejada por la que pasamos y, por ella, ya tuvimos una Asamblea dominada por las fuerzas oficialistas sin que nuestra protesta nos sirviera de algo. Todo lo contrario.
En un audio de Henrique Capriles expone claramente como hacen la trampa (que por supuesto la hacen). No se trata de sofisticadas redes satelitales que roban votos. Para hacer eso se necesita la complicidad de la MUD (de toda la MUD), lo cual no solo no es el caso sino que además, luce poco probable que lo sea. Se trata de abusos, de amenazas, del robo de votos de quienes se abstienen, del engaño, como  hacerle creer a la gente que pueden saber por quién vota (lo cual es imposible), de abusar de los medios, secuestrados por el gobierno, de amedrentar… Pero una vez hecho el voto no hay modo de alterar ese voto. Si el alud de votos es, como lo pide Capriles, inmenso, el gobierno no podrá alterar los resultados.
Si en efecto, demostramos que somos mayoría (y lo somos), las correlaciones de fuerzas comenzarán a reacomodarse, pero recuerde, no será inmediato. Hay que permitir el reacomodo de intereses, para que, tal como ocurrió en el pasado (con una sucesiva violación de leyes y fundamentos jurídicos avaladas incluso por las autoridades previas a la llegada de esta revolución), el establishment se reacomode de acuerdo a una nueva realidad política (una mayoría aplastante que desea cambios, como ocurrió en 1998). No se puede ser tan ingenuo para suponer que Chávez fue un fenómeno netamente popular. Chávez fue un portento construido en gran medida por el establishment dominante entonces, que vio a Pérez como un traidor. Y desde luego, había el consenso popular – una mayoría que clamaba por reformas - para propiciar ese cambio, que, tal como advierte el adagio siciliano, ese establishment (que no es tan santo ni bien intencionado) buscaba mantener las cosas tal como estaban (aunque fuera inviable económica y políticamente). No hay duda alguna de ello, el reacomodo de fuerzas empieza con un sentimiento popular mayoritario (como lo era el descrédito de las organizaciones políticas y de la política misma los años previos al triunfo de Chávez), pero lo concreta el establishment (que hace uso de su poder real y concreto: el dinero y los medios que pueden construir – y de hecho, lo hacen – matrices de opinión).
No apoyar la institucionalidad y dejarse seducir por la inmediatez que proponen algunas voces podría conducir a la república por caminos realmente indeseables. Sería siempre y en todo caso, irresponsable. No se trata pues de salir de esto, sino de salir de esto bien. No basta cambiar a Maduro e incluso, a todo el gobierno. Hay que crear una idea de país viable, incluyente, democrática y sobre todo, regido por el Estado de derecho. Logrado esto, el cambio de actores políticos podría llegar a ser aun irrelevante. Y eso solo puede lograrse votando, para que, una vez demostrada fehacientemente nuestra superioridad numérica, servir de muro de contención a las aspiraciones totalitario-comunistas de este régimen e impulsar reformas que profundicen la democracia y aseguren el respeto por el Estado de derecho, así como proyectos económicos viables de corto, mediano y largo plazo que conduzcan a Venezuela al desarrollo y al progreso que puede generar.
Venezuela nos demanda por sobre todas las cosas, seriedad. Estemos pues, a la altura de las circunstancias. No es poco lo que nos jugamos, porque éste régimen parecerá inepto, actuará incoherentemente, sí; pero no está jugando y su propuesta es un modelo probadamente fallido, que solo ha engendrado miseria.
Muchas gracias.