domingo, 17 de agosto de 2008

La cadena contra Chávez

Entre esas muchas cadenas, que antes mandaban con una monedita y hoy a través del Internet, recibí una que enumera muy metódicamente las razones por las que su autora (Rosilú Crespo) agradece a Chávez. Ella le agradece sus enseñanzas. Pero no crea que ella lo hace en términos panegiristas, propio de sus adláteres. Al contrario, critica su pésimo gobierno, aunque lo hace, como es debido, bondadosamente.
Y de todos los aprendizajes que el pichón de caudillo le ha ofrecido por medio de una gestión deplorable, una de las que más me interesó fue el desinterés que nuestras generaciones, las nacidas después del 23 de Enero de 1958, sienten por los temas políticos y la importancia capital que reviste la idoneidad para el cargo de aquéllos que gobiernan. Y yo me atrevo a decir, que si antes se alabó la escogencia de profesionales de primera para dirigir PDVSA, por qué nosotros, los responsables de elegir a los gobernantes, escogimos tan mal a los dirigentes de una empresa más importante: Venezuela.
No podemos, claro, caer en la simpleza de escoger buenos gerentes. Por eso, quizás, hoy tenemos un liderazgo pusilánime, carente de la misión propia de un político. Se requiere, hoy más que nunca, de líderes políticos de peso, con valentía y coraje para servir, en primer lugar, como muro de contención y, luego, como contrapeso, para impedir que el teniente coronel, alzado en armas y académicamente muy mal preparado, imponga su trasnochada visión de país, basada en rudimentos de la doctrina comunista y un potente contenido de odio y resentimientos, manifestado en un populismo torpe.
Antes, cuando los militares se robaron el poder, hubo hombres que dieron la talla y, pese a sus diferentes pensamientos, construyeron una nación que en efecto, podía ser mejorada pero que, esencialmente, era mucho mejor que ésta que hoy padecemos. Ayer salieron al paso hombres de la talla de Rómulo Betancourt, líder de un partido al que jamás le he guardado simpatías (así como tampoco a él), o incluso, Rafael Caldera (antes de arrojar su propio partido y su liderazgo por el caño, aprovechando la contingencia de los últimos golpes de Estado en este país: el del 4 de febrero de 1992 y su réplica del 27 de noviembre de ese mismo año). Y eso para citar sólo a dos.
Quizás sí los haya hoy. Ahí se encuentran Teodoro Petkoff, a mi juicio, el único capaz de asumir la conducción de este país una vez que este circo se desmorone. Está también Pompeyo Márquez, como reserva intelectual. Igualmente surgen voces de los antiguos partidos del “estatus”, como Antonio Ledezma y William Dávila. O, sin que yo comulgue con muchas ideas por él propuestas, Oswaldo Álvarez Paz. Porque de aquel viejo COPEI, partido por el cual siempre he sentido simpatía particular, han surgido hombres valiosos que bien podrían hoy servir a las causas nobles. Así mismo, hay nuevas generaciones de líderes, como Liliana Hernández, mujer valiente y política de profesión (lo digo como un cumplido), e incluso, a pesar de su juventud y sus errores respecto a la elección del candidato que ha de sucederle en Chacao, Leopoldo López. Y hay más, lo sé. Perdón por omitirlos. Sin embargo, no soy yo quien deba recordarlos, sino sus electores.
Creo que el problema no es la falta de liderazgo sino la concepción que la mayoría tiene acerca del liderazgo. Quizás uno de los errores del régimen democrático depuesto fue no erradicar efectivamente la imagen odiosa del caudillo. Al contrario, podría decirse que de un modo más sutil siguió ensalzando al salvador mesiánico. Las campañas electorales se basaban en la fórmula mágica que cada candidato proponía a unas masas, ciertamente impedidas por la educación de calidad infame, recibidas en los liceos y colegios venezolanos.
La otra enseñanza que la autora de la cadena resalta y que me alertó poderosamente es el hecho de que ayer y hoy aún más, la educación se masificó en franco deterioro de su calidad. Y la consecuencia es una masa – en todos los espectros socioeconómicos imaginables – expectante por un caudillo que les dé, de acuerdo a su origen socioeconómico, un ranchito o un contrato jugoso. La causa es siempre la misma: todos ven a Venezuela como una fuente inagotable de la que todos pueden sacar provecho, sin que nadie se preocupe por mantener saludables y provechos los recursos que permiten semejante abominación.
Visto de un modo llano, la verdad es que siempre hemos sido des-responsables de nuestro propio destino y por ende, del desarrollo del país donde vivimos, amamos, tenemos hijos... En lugar de comprender la importancia de la participación ciudadana a través de instituciones eficaces para solucionar los problemas, sean locales, regionales o nacionales, nos hemos tirado en los brazos de caudillos y mercachifles políticos, que al igual que los charangueros de antaño, venden remedios mágicos. Aquéllos, para la caída del cabello o mejorar “eso”. Éstos, para ofrecer charlatanerías que desde un principio saben que no pueden cumplir, omitiendo lo que en definitiva es realmente importante en todo modelo político: la calidad de vida.
Ésta no es, desde luego, ajena a nosotros. No basta preocuparse por los pobres y los que menos tienen. Hay que enseñarles a pescar antes que ofrecerles un pescado, que sólo saciará el hambre de hoy. Pero hay que ser justos también. No podemos regalar lo que no nos pertenece y ofender la dignidad y el derecho a ser tratado como un ser humano. Todos tenemos en este mundo los mismos derechos y las mismas oportunidades, depende de cada uno de nosotros usarlo del mejor modo posible, recordando la parábola de los sestercios... No basta enterrarlos, para que no se pierdan. ¡Hay que aprovechar los dones que Nuestro Señor (para quienes creemos) o la naturaleza (para los no creyentes) nos ha regalado! Porque de ese modo, verdaderamente solidario, todos podremos sacar provecho.
La libertad permite mejorar la calidad de vida de muchos. Ésta no fue gratis. Ninguna sociedad del mundo ha recibido su libertad gratuitamente. Al contrario, este privilegio es uno de los más caros. Mucha sangre la ha pagado. Honremos el sacrificio de quienes sufrieron castigos infamantes e incluso, el martirio, responsabilizándonos por nuestro propio destino, explotando lo mejor de cada uno de nosotros y eligiendo con inteligencia y seriedad a los que han de gobernar. Basta ya de votar con las tripas y desde emociones reprochables. El voto es sin dudas un acto de responsabilidad con uno mismo y con quienes nos heredarán.


Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado/escritor

No hay comentarios: