viernes, 22 de agosto de 2008

Construyendo una nación

¿Qué país queremos? Vale más saber qué haremos después que preocuparnos cuándo habrá de caer ése que hoy usurpa la voluntad popular desde su curul en Miraflores. Su salida del poder, y no estoy incitando a nada ilegal, sucederá. Hoy o mañana. Seguramente porque sus propios seguidores, y no me refiero sólo a sus acólitos, sino esa gran masa desesperanzada que alguna vez le creyó. Sobre todo ellos.
Sin embargo, salir de Chávez (y su gobierno) no supone una mejoría por sí misma y bien podría convertirse en un desaguisado de oportunistas por el poder. Algo así ya ocurrió y determinó el regreso al poder de un hombre que no sólo había renunciado, sino que además, había aceptado su responsabilidad en los hechos del Silencio. Quién no me crea remítase a las palabras dichas por el general en jefe Lucas Rincón Romero la madrugada del 12 de abril de 2002 y preste atención.
El éxito genuino del 23 de enero de 1958 fue la existencia de un plan para después de la caída del dictador. Ciertamente se cometieron infinidad de errores durante el período democrático (y lo cito así porque éste sencillamente no lo es), pero no se puede dudar de los logros alcanzados en materia política durante ese período. A pesar de las pendejadas que Chávez (un lego en la materia constitucional) pueda decir respecto de la Constitución de 1961, ésta ha sido la mejor de todas las que han sido redactadas en este país desde 1811. Así lo reconocen juristas internos y profesores de derecho constitucional de universidades prestigiosas del extranjero (no precisamente cubanas, iraníes o chinas, donde los derechos humanos valen una calabaza).
La constitución de 1961 se logró porque entonces había voluntad política y seriedad para construir un orden democrático perfectible. Hoy, entre la ignorancia de tantos sobre estos temas, la apatía general del pueblo y la idiotez y el afán de unos cuantos por satisfacer sus propios egos vendieron aquélla como “mala” y ésta como “buena”. Créanme que la Constitución de 1999 es un genuino bodrio. Desde su técnica legislativa (pésima) hasta las graves carencias en cuanto a principios del derecho constitucional (sobre todo en lo que concierne a la razón de ser de una constitución) merecen las críticas de aquéllos reconocidamente sapientes en la materia constitucional.
Esa voluntad que entre 1957 y 1961 construyó una nación democrática falta hoy en el liderazgo emergente. Caben críticas a los líderes que edificaron la democracia representativa pero su voluntad de erigir una nación más allá de sus personas mal puede dudarse. Quizás sí erraron y algunos de ellos, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, pecaron gravemente con sus vueltas a la otrora casona de misia Jacinta Crespo. Sin embargo, las instituciones funcionaron y en medio de desaciertos, ciertamente muchos, se logró más que instituciones, la institucionalidad que aseguró a Chávez su triunfo en 1998.
Me resulta necio escuchar acerca de la unidad. No porque ésta no sea necesaria. Claro que lo es. Sin embargo, esa “unidad” que le venden a los ciudadanos y que, de paso, éstos desean comprar, es impensable. Con toda la voluntad empeñada en 1958, la unidad no se consiguió y por ello, se suscribió el Pacto de Puntofijo. No había consenso sobre un candidato unitario porque en efecto, Betancourt, Larrazábal y Caldera querían ser presidentes. Se impuso la razón y ganase quien ganase, se respetarían unas bases mínimas de civilidad democrática. Esas bases permitieron que el fiscal general de la República enjuiciara al presidente, casi 40 años después de la suscripción del Pacto de Puntofijo. De eso se trata. Olvidémonos de los sueños.
Reeditemos pues ese acuerdo. Como éste fue en su momento una reedición del Plan de Barranquilla. Claro, asumamos responsablemente los errores y sin enfrascarnos en una diatriba vengadora en contra de todo mundo, reconozcamos las fallas y los aciertos de aquella época y los que haya de ésta. Creo que la idea no es demostrar quien tenía la razón y mucho menos imponer un criterio. Se trata de construir una nación.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281
Abogado/escritor.

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