sábado, 20 de septiembre de 2008

Ensillando al burro

No soy experto comunicacional. Sin embargo, descubro o, ¿intuyo?, una diferencia formidable en el lenguaje cotidiano de los medios. No me refiero al verbo inteligente y siempre corajudo de Milagros Socorro o de otros, que como ella, se resisten a doblegar su voz. Me refiero al cronista medio, ése que desde el 2004 hasta hoy, se limitaba a un discurso políticamente correcto. Leo la prensa caraqueña y provincial y encuentro un discurso mucho más contundente. Más pugnaz.
Los desvaríos del presidente son enunciados sin tapujos ni reservas por los cronistas políticos. Cada vez con mayor desparpajo se expresan no sólo las quejas, sino además la necesidad de contener esto e incluso, de la inminencia del fin. Como ocurre en esas películas trilladas, donde uno intuye el momento de inflexión hacia el desenlace.
Chávez se apuesta todo. Apura un modelo rechazado por un 80% de los venezolanos, que, de ser ciertas las encuestas, arroparía a los que aún creen las pendejadas del dueño de este circo. Quizás por eso, las voces opositoras hayan entendido cuál es el juego verdadero del comandante. Aunque lo hayan hecho tardíamente.
El lenguaje de los medios dejó de ser taimado. Las críticas surgen sin pudor ni piedad. Se le ataca sin misericordia… me recuerda mucho la víspera del 11 de abril de 2002.
No creo que se reedite del mismo modo. Sin embargo, de aquel momento, ceo que dos cosas pueden repetirse: la actuación reactiva de la oposición y la salida de Chávez… Si vuelve o no, no lo sé.
Creo que Chávez desea un golpe de Estado. Infiero varias razones para jugarse esa carta tan riesgosa. En primer lugar, la crisis económica que se avecina y que, después de una década gobernando, mal puede adjudicársela a otros. Si lo destituyen del cargo, no sólo lo victimizan, sino que además, le ahorran tener que enfrentar a un pueblo arrebatado. Otra razón puede ser que, de ocurrir un golpe de Estado malogrado, podría instituir un estado de excepción indefinido. Más que imponer su reforma, burlaría así la fecha cierta de salida que hoy gravita sobre él.
Claro, una cosa dice el burro y otra quien ha de ensillarlo.

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