El
presidente pidió al poder legislativo la aprobación de un decreto de emergencia
económica como si los ministros y asesores hubiesen estado estos últimos años
comprando kerosén. De hecho, tuvieron el tupé de ignorar la citación para
comparecer ante los diputados porque al parecer, hay cuitas que es mejor que la
gente ignore. La constitución ciertamente lo prevé. El TSJ, por su parte, dictaminó
la sujeción del decreto a la constitución. Ahora debe ser aprobado por la
Asamblea Nacional. Dicho de un modo simple, el TSJ dijo que el cheque está bien
hecho. Les concernió a los diputados decir si «esa cuenta tiene dinero para
pagar ese cheque». No hay discusiones sobre el cumplimiento formal de las
disposiciones constitucionales en su redacción. Otra cosa es, sin embargo, la
correspondencia con la realidad de las «razones de hecho» expuestas para justificar
la medida excepcional.
Los
«considerandos» del decreto insisten machaconamente con la guerra económica y
la inflación inducida por agentes perversos, que, como Chacumbele, prefieren
matarse solo para fastidiar a Maduro. El problema es que la calificación de
esas «consideraciones de hecho» compete exclusivamente
a la Asamblea Nacional. En modo alguno puede el TSJ invadir las funciones del
poder legislativo, arguyendo la supuesta constitucionalidad del decreto y la
inconstitucionalidad del eventual acuerdo denegatorio del decreto. El TSJ ya
hizo lo único que podía hacer: decir si formalmente se cumplían los extremos
exigidos por la Constitución Nacional para la elaboración del mismo. Pero
insisto, el juicio acerca de los hechos por los cuales se justifica la
aplicación de la medida de emergencia solo le correspondía a la Asamblea
Nacional.
Ignoro si
el TSJ va a regañar nuevamente a la Asamblea Nacional (como si fuese un
súper-poder, que no es) y usurpar sus funciones. Pero de hacerlo, sería otra
intromisión más (otra más, sí) en las funciones del poder legislativo, que a la
vista de todos, constituiría otra evidencia de la grosera injerencia del PSUV y
la élite gobernante en los poderes públicos, y mucho más grave, el
desconocimiento descarado de la voluntad popular expresada el 6 de diciembre
pasado. De hacerlo, los magistrados serían responsables y podrían verse
sometidos a la justicia doméstica e internacional con ganadas posibilidades de
servir de chivos expiatorios.
Las
últimas actuaciones de la élite gobernante han sido cada vez más torpes. Desde
las pataletas de niño malcriado luego de conocerse el triunfo de la MUD en las
parlamentarias hasta las maniobras leguleyas (recomendadas por mercenarios del
derecho o ignorantes de la ciencia jurídica), encaminadas a desconocer la
soberanía popular y privilegiar sin pudor alguno el ejercicio hegemónico e
incuestionable del poder por el chavismo. Su conducta no obstante, lejos de
ayudarles, les acerca al fin. El PSUV (o la facción que se aferra a un modelo
probadamente fallido) no termina de comprender lo que es obvio e inevitable: la
gente ya está aburrida de su vida miserable y lo más grave, les endilga la
culpa de sus desgracias. Y cuando digo la gente, me refiero a la mayoría de los
ciudadanos de a pie, esa que a diario lidia con la crisis, y, desde luego, a
las otras élites, las cuales, aunque no lo parezca, también detentan
poder.