La
pobreza no trae la felicidad
En
medio de esta crisis, se advierten detalles sumamente graves. Uno de ellos, la
banalidad con la que se advierten las cosas. La reciente declaración de Kiko
Bautista sobre las acciones intentadas en La Haya por Diego Arria demuestra a
cabalidad esta afirmación. Creer que se es más civilizado porque por pusilánime
se acepta la impunidad de crímenes imperdonables es una ofensa a las víctimas
de esos delitos. Aún más, ofende a la condición humana. Otra cosa es que por
razones de índole política se decida por el mal menor, como ocurrió en Chile.
Esa
inmediatez banal para ver las cosas ha servido bien a la deformación del
discurso. Hoy por hoy me asombra la monstruosa distorsión acerca del tema de la
pobreza. Se elogia la dádiva infamante. Se premia la mediocridad y la
irresponsabilidad. Se crea una casta de privilegiados – por ser pobres – y por
ende, un sistema de apartheid. Sin embargo, se advierte tal abominación como
algo políticamente correcto. Y aún más, no faltan quienes ridiculicen la
calidad de vida que TODOS merecemos. Y de eso trata el capitalismo. De crear
condiciones favorables para que los pobres no sean pobres, sino ciudadanos de
la clase media.
Ningún
Estado, por muy rico que sea, puede – ni debe – regalar cosas. La limosna es
cuando mucho, un mal necesario, y por ello, mientras menos se dé, mejor. Importa
que cada quien explote sus cualidades y aptitudes para labrarse un porvenir.
Los países que han elevado el pesebre, son los más desarrollados. Insisto, la
mediocridad no es el camino. Por esto, tampoco debe propiciarse una sociedad de
limosneros. Y eso somos, una sociedad mendicante. ¿Alguien ha dicho algo sobre
crear condiciones favorables para que baje la inflación y con ella, las tasas
de interés, y de ese modo, facilitar créditos al mayor número de personas
posibles? ¿Alguien ha hablado de generar confianza para que los empresarios traigan
capitales e inviertan en el país y entonces generar empleos bien remunerados?
¿Alguien ha alegado la urgente necesidad de sanear la economía para que el
dinero circule y de ese modo, favorecer la generación de prosperidad?
No
se trata de crear mercados populares, malos, mal surtidos, hediondos, y con
suerte, menos caros que uno común y corriente. Se trata de sanear la economía
para que el Estado deje de invertir en lo que no le compete y orientar su
esfuerzo a lo más importante: gobernar. Y gobernar bien supone administrar bien
los recursos. No apropiarse de todo para luego dejarlo perder en manos
indolentes. Basta de un Estado que es vendedor de chorizos, carros y lavadoras,
a la vez que banquero, minero, petrolero, y por último, si queda tiempo y
dinero, Estado. Gobernar es un asunto serio. La inmediatez en un concurso de Miss
Venezuela importa poco, pero los errores económicos de un gobierno ineficiente
lo pagan varias generaciones.
Aburren
los socialistas con sus delirios. Al Estado no debe interesarle la felicidad de
los ciudadanos porque tal cosa compete a la esfera íntima de cada persona, en
la que el Estado no tiene cabida alguna. Al Estado le importa la calidad de
vida de sus ciudadanos, que es otra cosa. Y calidad de vida es lo que hay cada
vez menos en este país. Eso es lo que deviene del socialismo: pobreza. Al tanto
estamos que si bien la riqueza no trae la felicidad, tampoco la pobreza.
No
nos engañemos con la falsa alegría que vende el socialismo. Éste es trágico,
mentor de la pobreza y la miseria. En socialismo no se produce y por ello, cada
vez hay menos que repartir. Por el contrario, el capitalismo ofrece la
esperanza de crecer, de desarrollarte y de ser, como lo fue un gran visionario,
Steve Jobs, el motor de tu propia prosperidad. Claro, en el capitalismo, nada
es regalado y es ésa la clave de su éxito.