martes, 26 de agosto de 2008

La fiesta del Ateneo

Caracas estalló. Una embriaguez colectiva empujaba incrédulos hasta los alrededores del Ateneo. La noche prometía fiestas callejeras. Aunque una buena parte de la ciudadanía comenzaba a inquietarse. Como muchos estafadores, ése que ayer se alzaba en armas contra un Estado democrático, arengaba promesas de paz y armonía y de respeto por los valores democráticos. Muchos le creyeron. ¿Por qué no? Habían confiado en ese mesías todas sus apuestas.
Quizás como ocurre con otros eventos históricos, éste determinó un giro en el proceso político venezolano, uno ciertamente infausto.
Una masa ignorante, aupada por un charanguero de ideas trasnochadas, le aupó en su lucha desenfrenada por adueñarse de las instituciones y, por qué negarlo, del país. Ofreció una constituyente y, pese a la ilegalidad de su origen político, todos la avalaron. Creyeron que de ese modo, calmarían la inquietud despertada desde los sucesos del Caracazo. Grave error. Ése fue el primero de sus pasos hacia el absolutismo.
Este caudillo voraz surgió de las últimas trincheras de la izquierda revolucionaria de los ’60, todavía enquistada en la UCV y otras universidades nacionales. Después de la decisión del VII Pleno del Comité Central del PCV, reunido en abril de 1967, de replegar las guerrillas y acogerse a la ley, los grupos revolucionarios fueron fragmentándose cada vez más hasta reducirse a grupúsculos. Quizás el líder más conspicuo de esta horda anacrónica y terca fue Douglas Bravo. Expulsado del PCV en mayo de 1966, asumió el liderazgo del Frente Guerrillero José Leonardo Chirino y, una vez pacificadas las guerrillas, el reducto paupérrimo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional.
Douglas Bravo se reunió a mediados de 1957 con Eloy Torres, Teodoro Petkoff y el coronel Rafael Arráez Morles para crear un frente comunista dentro de las Fuerzas Armadas con el objeto de tomar el poder. Entonces gobernaba el general Pérez Jiménez y todas las fuerzas políticas conspiraban para deponerlo. El PCV iba tarde a las reuniones con los jefes militares. A principios de los ’70, con las guerrillas política y militarmente derrotadas, Bravo retoma la idea del ’57, a pesar de la continua e insistente negativa nacional de aceptar el socialismo como modelo político.
De ahí surgió Chávez. Su hermano Adán era militante del douglismo en la ULA. A través suyo, Hugo Chávez y Douglas Bravo conversan. Sin embargo, para este momento, aquél ya se ha enrolado en el ejército, inspirado por una vocación inconfesable, aunque su mercadería ideológica haya carecido de acogida entre los compañeros de arma. Quienes se unieron a las distintas logias sediciosas dentro de las FAN después de los ’70 respondían más al militarismo latente en la política nacional que a convicciones socialistas.
Conspiró durante, ¿10 años?, y perpetró el golpe de Estado. Fracasó. Al decir de muchos, por su incompetencia castrense. Según sus propias palabras, porque fueron delatados tempranamente.
Pagó una condena corta para la gravedad de su felonía. Estando preso en Yare olvidó a sus viejos camaradas y de ser el fracasado, pasó a ser el dueño del circo. Ése al que asistieron personajes olvidados de la izquierda y, por qué voy a negarlo, uno que otro resentido, gente enemistada por variopintas causas con los partidos del estatus. Antiguos de estos personajes le relacionaron con ideólogos del extranjero, como el fallecido neofascista Norberto Ceresole, y con el caudillo de la izquierda radical mundial: Fidel Alejandro Castro Rus. Ése al que llama padre y que pretende imponernos.
Aquel festín del Ateneo es hoy, una desgracia nacional. A pesar de más de 40 años de contundente negativa al socialismo, Chávez propugna que este país va hacia el socialismo, opóngase quien se oponga. Y da la casualidad que es la nación – o un 80%, para ser más preciso – la que se opone. A mi juicio, uno u otro está de más. Creo que definir cuál es una obviedad.
¿Qué parte del mensaje del 2 de diciembre pasado no entendió?
Vocea sin pudor que la gente votó por él y que su proyecto de gobierno era el socialismo, como excusa inaceptable para imponernos su socialismo de mierda (si, de mierda). Intuyo quien está detrás de un argumento jurídico tan pobre pero lo que realmente importa es que la consulta popular de diciembre no dejó lugar a dudas. Cualquier argumento distinto es sólo estirar la liga. Me pregunto entonces, ¿quién traiciona a quién? ¿Quién es el sedicioso? Mal puede serlo una oposición que le exige respeto por las leyes, la institucionalidad y la civilidad republicana hasta que culmine su mandato. Son él y sus acólitos con su pretendida reforma socialista quienes están al margen de la legalidad.
No acusen al pueblo por defender la constitución (aunque sea un bodrio sin precedentes) y sus creencias y valores tradicionales. Es él quien se opone a la ley, la viola y se transforma pues en reo de delito por un nuevo golpe de Estado, perpetrado esta vez en forma gradual.
El país enfrenta además, problemas económicos muy graves que van a conducir al pueblo a la exasperación. Y eso puede ocurrir pronto. La generosidad irresponsable del comandante ha puesto las finanzas públicas en una posición más que delicada. Es, simplemente, catastrófica. Y no apelo a este vocablo con ligereza ni irresponsabilidad. Repito lo que conocedores del tema vienen alertando. A pesar de la bonanza petrolera de los últimos años, Hugo Chávez ha gastado más de lo que ganamos. La nación está en bancarrota. Chávez la quebró. Por eso, la gente puede arrebatarse y rebelarse violenta y espontáneamente en su contra.
Caracas puede estallar. Pero esta vez puede que la fiesta no sea alegre y esperanzada en las afueras del Ateneo. Seguramente será cruenta. En lugar de pitos y banderas, habrá tiros y gritos. Mucho dolor. Obviamente nadie desea tal tragedia. Pero, ¿bastan las buenas intenciones para impedirlo? Ciertamente creo que no.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

viernes, 22 de agosto de 2008

Construyendo una nación II

Sin que se me acuse de sedicioso (porque la palabra golpista no existe y en su lugar, el castellano nos ofrece éste y otros vocablos), debo decir que se puede hablar con propiedad de una salida de Chávez. Hasta hoy, el actual mandatario puede perder su cualidad o bien en el 2010 mediante un referendo revocatorio o en enero del 2013, aunque a Chávez le incomode y le cause escozor ese hecho. Quienes nos oponemos a su pretendida socialización del país, construyendo un Estado socialista (que difiere esencialmente de un gobierno socialista), debemos prepararnos para ese momento feliz cuando el último perpetrador de un golpe de Estado abandone la casona de la esquina de Bolero. Si no, una versión 2.0 de Chávez podría repetir en el corto plazo.
El primer paso a seguir, según mi opinión humilde, sería realizar el apostolado necesario no en el rebaño de los creyentes, como diría el Cristo Redentor, sino entre aquéllos que aun sin haber sido invitados al convite, acepten la llamada. A mi no deben convencerme sino a quienes se encuentran apáticos y a quienes aún le creen las monsergas al tirano (porque lo es) que rige a Venezuela. No se trata de imponer. Se trata de convencer con la prédica (que suma la palabra y el ejemplo), como hicieran los apóstoles del Señor hace dos mil años.
La prédica debe conducir a la educación y no al adoctrinamiento. Cristo no quiso entre sus seguidores gente que no hubiese escogido libremente Su verbo como fe. Claro, fácil no es. Por el contrario, es difícil y sacrificado. He ahí su valor. A diferencia de Chávez, que usa la fuerza y la engañifa para convencer, como todos los estafadores (y sobre todo su mentor, maestro en las artes del engaño y la trampa), nosotros debemos predicar la democracia que deseamos y esa tarea empieza en la intimidad de la vida cotidiana. Desde ahí se fortalece cada día más hasta transformar la prédica en una conducta habitual.
Sobre ese sustrato bien informado y con unos rudimentos mínimos suficientes para juzgar con inteligencia al liderazgo, escoger aquél que mejor le represente y teniendo en cuenta que otros, muchos o pocos, discreparán. Con ellos, el mayor respeto, sin importar cuántos sean.
Ese liderazgo debe además explicar cómo generar lo que muchos anhelamos y que en definitiva constituye la razón de ser del Estado y del gobierno (que no son lo mismo): una calidad de vida aceptable. El discurso izquierdista de matar canallas con el cañón de futuro o de sufrir las mil y una vicisitudes para un utópico mundo mejor “algún día” resulta a mi juicio una zoquetada. Sólo los necios creen semejante idiotez. Por eso, como Servan-Schreiber lo dijo en la década de los ’60, la derecha ha sabido servirse mejor de las buenas ideas que la izquierda no ha sabido poner en práctica. Las ideologías están al servicio del hombre y no éste al servicio de las ideologías.
Hay que plantear al país dos grandes programas: a) la reconstrucción institucional del país y b) un plan de reconstrucción nacional. Puedo tener algunas ideas pero a diferencia del comandante Chávez, no sé de todo (más bien de poco) y reconozco que el concurso de una variedad de profesionales es imprescindible.
Invito pues a que se unan en esta causa que en honor a mi nombre persigue mantener en la medida de lo posible la humildad franciscana. Sin imposiciones ni jefaturas. Sólo grupos de trabajo que deseen aportar ideas y entre todos ofrecer una alternativa de país.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281Abogado/escritor

Construyendo una nación

¿Qué país queremos? Vale más saber qué haremos después que preocuparnos cuándo habrá de caer ése que hoy usurpa la voluntad popular desde su curul en Miraflores. Su salida del poder, y no estoy incitando a nada ilegal, sucederá. Hoy o mañana. Seguramente porque sus propios seguidores, y no me refiero sólo a sus acólitos, sino esa gran masa desesperanzada que alguna vez le creyó. Sobre todo ellos.
Sin embargo, salir de Chávez (y su gobierno) no supone una mejoría por sí misma y bien podría convertirse en un desaguisado de oportunistas por el poder. Algo así ya ocurrió y determinó el regreso al poder de un hombre que no sólo había renunciado, sino que además, había aceptado su responsabilidad en los hechos del Silencio. Quién no me crea remítase a las palabras dichas por el general en jefe Lucas Rincón Romero la madrugada del 12 de abril de 2002 y preste atención.
El éxito genuino del 23 de enero de 1958 fue la existencia de un plan para después de la caída del dictador. Ciertamente se cometieron infinidad de errores durante el período democrático (y lo cito así porque éste sencillamente no lo es), pero no se puede dudar de los logros alcanzados en materia política durante ese período. A pesar de las pendejadas que Chávez (un lego en la materia constitucional) pueda decir respecto de la Constitución de 1961, ésta ha sido la mejor de todas las que han sido redactadas en este país desde 1811. Así lo reconocen juristas internos y profesores de derecho constitucional de universidades prestigiosas del extranjero (no precisamente cubanas, iraníes o chinas, donde los derechos humanos valen una calabaza).
La constitución de 1961 se logró porque entonces había voluntad política y seriedad para construir un orden democrático perfectible. Hoy, entre la ignorancia de tantos sobre estos temas, la apatía general del pueblo y la idiotez y el afán de unos cuantos por satisfacer sus propios egos vendieron aquélla como “mala” y ésta como “buena”. Créanme que la Constitución de 1999 es un genuino bodrio. Desde su técnica legislativa (pésima) hasta las graves carencias en cuanto a principios del derecho constitucional (sobre todo en lo que concierne a la razón de ser de una constitución) merecen las críticas de aquéllos reconocidamente sapientes en la materia constitucional.
Esa voluntad que entre 1957 y 1961 construyó una nación democrática falta hoy en el liderazgo emergente. Caben críticas a los líderes que edificaron la democracia representativa pero su voluntad de erigir una nación más allá de sus personas mal puede dudarse. Quizás sí erraron y algunos de ellos, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, pecaron gravemente con sus vueltas a la otrora casona de misia Jacinta Crespo. Sin embargo, las instituciones funcionaron y en medio de desaciertos, ciertamente muchos, se logró más que instituciones, la institucionalidad que aseguró a Chávez su triunfo en 1998.
Me resulta necio escuchar acerca de la unidad. No porque ésta no sea necesaria. Claro que lo es. Sin embargo, esa “unidad” que le venden a los ciudadanos y que, de paso, éstos desean comprar, es impensable. Con toda la voluntad empeñada en 1958, la unidad no se consiguió y por ello, se suscribió el Pacto de Puntofijo. No había consenso sobre un candidato unitario porque en efecto, Betancourt, Larrazábal y Caldera querían ser presidentes. Se impuso la razón y ganase quien ganase, se respetarían unas bases mínimas de civilidad democrática. Esas bases permitieron que el fiscal general de la República enjuiciara al presidente, casi 40 años después de la suscripción del Pacto de Puntofijo. De eso se trata. Olvidémonos de los sueños.
Reeditemos pues ese acuerdo. Como éste fue en su momento una reedición del Plan de Barranquilla. Claro, asumamos responsablemente los errores y sin enfrascarnos en una diatriba vengadora en contra de todo mundo, reconozcamos las fallas y los aciertos de aquella época y los que haya de ésta. Creo que la idea no es demostrar quien tenía la razón y mucho menos imponer un criterio. Se trata de construir una nación.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
C.I. 9.120.281
Abogado/escritor.

jueves, 21 de agosto de 2008

La mediocridad intelectual

La diputada y presidenta de la Asamblea Nacional, Cilia Flores, aseguró que los temas incorporados en la malhadada reforma constitucional pueden ser objeto de leyes. En principio, sí. En principio.
El presidente pudo cercenar la posibilidad de mejoras sociales al empeñar un esfuerzo para hacer las normas constitucionales reglas caramente normativas y, lo más importante, esconder su interés visceral por repetir ilimitadamente en la presidencia del país. ¿Por qué digo esto? La Constitución es muy clara al respecto y los asuntos tratados en una reforma rechazada no podrán ser objeto de nuevas reformas en ese mismo período. No niego que algunas normas contenidas en la pretendida reforma pudieran ser beneficiosas, pero aprobarlas mediante leyes con posterioridad al rechazo de la reforma sería fraude a la ley.
¿Por qué? Muy simple. Viola la jerarquía de normas. Aprobar por medio de leyes aspectos incluidos en una reforma constitucional rechazada supone una clara violación a la norma constitucional que expresamente lo prohíbe. El valor tutelado es superior a los beneficios que se pretende ofrecer al colectivo, a pesar de que, en efecto, esos temas jamás debieron ser parte de una reforma constitucional. La Constitución vigente ya incluyó muchos temas que debieron ser objeto de leyes y no de normas constitucionales.
Otro aspecto que olvida la diputada Cilia Flores es que hay materias que si bien pueden ser objeto de normas legales, su contenido puede violar principios consagrados constitucionalmente, como ocurre con las veintiséis leyes aprobadas por el Ejecutivo, que desvirtúan el régimen democrático constitucional vigente en Venezuela por otro, en este caso, comunista.
Otra vez se viola – porque ahora sí se consumó la violación constitucional y de la tradición política-jurídica venezolana – el texto fundamental que define antes que ese caudal innecesario de artículos caramente normativos, aspectos esenciales a las formas del Estado, como su carácter democrático, la alternabilidad de los poderes públicos, la libertad en todas sus dimensiones, incluyendo las económicas, y en general todas las instituciones que definen en teoría a Venezuela como un Estado democrático.
De esto se trata el Estado de derecho. Y por lo visto, en los últimos meses se han visto mermado, al extremo de ser hoy, un mero saludo a la bandera para que afuera se sientan menos incómodos al recibir el dinero de un gobierno que ya no muestra pudor por enseñar su talante autocrático.

martes, 19 de agosto de 2008

No son juegos

Leo, con estupor, que un asesor de la Procuraduría General de la República – ésa que en otros días fue escuela - ha dicho que la extensión del mandato presidencial es posible. No voy a discutir temas jurídicos con el abogado Julio César Arias. Ni tengo el ánimo ni la paciencia para argumentar con quien desvirtúa la ley, por razones oscuras o simple ignorancia. Además, esto no es un asunto de abogados y normas. Nada de lo que ocurre en este país es un tema jurídico. Hace rato que dejó de serlo. Todo lo que ocurre es voluntad del líder, quien transgrede caprichosamente el ordenamiento jurídico y los principios fundamentales de la ciencia que hizo honorable a la República Romana. Esto es muy grave.
Chávez ha demostrado en estos últimos meses que él es quien manda y que se hace lo que a él le venga en ganas. Su amenaza del sábado, propia del que desprecia toda ley, toda norma y todo principio ético, es un hecho.
El comandante, que todo lo entiende desde su óptica militar, se ha pasado todas las instituciones políticas por el forro de sus bolas. Así de simple. Así de soez. Su encono por la derrota del 2 de diciembre pasado, manifestada días después con un lenguaje más sucio, puso en evidencia su más preclaro terror: la pérdida del poder en enero de 2013. A partir de enero de este año, inició la concreción de otro “por ahora”, mientras nos deleitábamos con el dulce de lechosa que en suerte – o gracias a Isaías Baduel e Ismael García – nos comimos para Navidades. Quizás le amargamos sus fiestas. Pero es bueno saber, o estar claro, que él no juega y nos va a cobrar su ira más allá de rebajarnos el cupo de CADIVI o de hacerlo accesible a sólo un escueto 20% de los ciudadanos. Nos va a robar la democracia. Y es probable que ya sea muy tarde… es probable que ya esté consumada su felonía.
No vale la pena detallar las barbaridades jurídicas de las 26 leyes aprobadas de modo artero, propio de los judas y los timadores. No vale la pena argumentar un dossier interminable deplorando normas que no sólo carecen de sentido, sino además del más mínimo decoro. Y no merece ni el tiempo ni los argumentos porque no voy a molestarme en explicar conceptos jurídicos y muchos menos perder mi tiempo discutiendo un tema que no es legal. Ésas leyes persiguen fines políticos inconfesables. Esas leyes y la casual intervención del asesor de marras son la prueba preclara de que este régimen se quitó la careta… el disfraz de cordero. Ahora que cuenta con un momento mejor, adelanta su proceso. ¡Claro! Hoy, porque ayer se hizo en los pantalones. Dos veces. Sea virtual – como lo creo yo – o literal.
Poco importa sin embargo si el caudillo es corajudo o cobarde. Cubre con astucia estas debilidades. Y por eso nos ultraja incluso sin que nosotros mismos nos percatemos de ello. No voy a aburrirlos con el cuento del sapo hervido. Sobre todo porque ya no nos sirve lloriquear. Mientras nos ufanábamos del triunfo democrático del 2 de diciembre de 2007, creyendo no sé qué, Chávez y sus felones se preparaban para un plan contingente que sin dudas ya tenía listo antes del referendo. ¡Ya estamos hervidos! El juego – que no es tal – luce muy rudo y requiere de nosotros coraje, entereza e inteligencia. Nuestro oponente, a diferencia de nosotros, no es democrático. Hugo Chávez persigue un Estado socialista que es radicalmente distinto a un gobierno socialista. Y no sirve para nada esconder la cabeza como los avestruces.
La Constitución de 1961 – ciertamente superior al bodrio de 1999 – no fue hecha a la medida de un majadero. Se hizo pensando en la institucionalización de un modelo democrático a pesar de las naturales diferencias ideológicas de cada una de las fuerzas políticas de entonces (incluyendo al PCV y la escisión guevarista de AD, reunida en el MIR). De hecho, su expulsión del Congreso en mayo de 1962 se debió precisamente a que sus propósitos no eran democráticos. Basta ver que ellos participaron en los golpes de Estado de mayo y junio de 1962 y, luego del fracaso del llamamiento a la abstención en las elecciones de 1963, en la lucha prolongada de guerrillas en las áreas rurales del país.
Chávez surgió del reducto depauperado de las guerrillas comunistas de los años ’60. Y de eso se trata todo esto. De imponer un Estado comunista. A pesar de un rechazo contundente durante más de 40 años. Por eso, él es el artero. Él es quien juega sucio y nos traiciona. Es él quien actúa como el Iscariote. Por eso, este tinglado tiene que acabar y cuanto antes, mejor. Sin embargo, descocarnos y echarnos a la calle a guarimbear será cuando mucho, volver a actuar reactivamente. Porque no dudo que este tirano desee provocarnos para crear un caos y de ese modo decretar un estado de excepción indefinido y, entonces, imponer su modelo y, en caso de que su pretendida reforma para prolongar su mandato fracase, perpetuarse en el poder con la excusa del estado de excepción. Cuenta con instituciones lo suficientemente sumisas para que aplaudan sus delirios. Y nosotros… en fin.
Hay que actuar inteligentemente. Proactivamente. Somos nosotros quienes nos hemos de ocupar en contener a Chávez. Estoy seguro que actuará torpemente porque él no puede siquiera arriesgarse a competir en las elecciones del 2012. No puedo permitir que se repita el fenómeno Mugabe. Y como este déspota africano, otrora ejemplo de la civilidad democrática deseada en el Continente Negro, arremeterá contra toda sombra y todo vestigio de oposición efectiva. O, dicho en términos que él pueda entender, otro líder carismático. Nosotros, en cambio, debemos construir una sociedad viable después que este circo acabe. Porque todas las dictaduras caen. Unas antes que otras. Pero todas caen. Puede que Chávez piense lo mismo que Luis XIV: après moïs, le déluge. Entonces actuemos para impedirlo.

domingo, 17 de agosto de 2008

La cadena contra Chávez

Entre esas muchas cadenas, que antes mandaban con una monedita y hoy a través del Internet, recibí una que enumera muy metódicamente las razones por las que su autora (Rosilú Crespo) agradece a Chávez. Ella le agradece sus enseñanzas. Pero no crea que ella lo hace en términos panegiristas, propio de sus adláteres. Al contrario, critica su pésimo gobierno, aunque lo hace, como es debido, bondadosamente.
Y de todos los aprendizajes que el pichón de caudillo le ha ofrecido por medio de una gestión deplorable, una de las que más me interesó fue el desinterés que nuestras generaciones, las nacidas después del 23 de Enero de 1958, sienten por los temas políticos y la importancia capital que reviste la idoneidad para el cargo de aquéllos que gobiernan. Y yo me atrevo a decir, que si antes se alabó la escogencia de profesionales de primera para dirigir PDVSA, por qué nosotros, los responsables de elegir a los gobernantes, escogimos tan mal a los dirigentes de una empresa más importante: Venezuela.
No podemos, claro, caer en la simpleza de escoger buenos gerentes. Por eso, quizás, hoy tenemos un liderazgo pusilánime, carente de la misión propia de un político. Se requiere, hoy más que nunca, de líderes políticos de peso, con valentía y coraje para servir, en primer lugar, como muro de contención y, luego, como contrapeso, para impedir que el teniente coronel, alzado en armas y académicamente muy mal preparado, imponga su trasnochada visión de país, basada en rudimentos de la doctrina comunista y un potente contenido de odio y resentimientos, manifestado en un populismo torpe.
Antes, cuando los militares se robaron el poder, hubo hombres que dieron la talla y, pese a sus diferentes pensamientos, construyeron una nación que en efecto, podía ser mejorada pero que, esencialmente, era mucho mejor que ésta que hoy padecemos. Ayer salieron al paso hombres de la talla de Rómulo Betancourt, líder de un partido al que jamás le he guardado simpatías (así como tampoco a él), o incluso, Rafael Caldera (antes de arrojar su propio partido y su liderazgo por el caño, aprovechando la contingencia de los últimos golpes de Estado en este país: el del 4 de febrero de 1992 y su réplica del 27 de noviembre de ese mismo año). Y eso para citar sólo a dos.
Quizás sí los haya hoy. Ahí se encuentran Teodoro Petkoff, a mi juicio, el único capaz de asumir la conducción de este país una vez que este circo se desmorone. Está también Pompeyo Márquez, como reserva intelectual. Igualmente surgen voces de los antiguos partidos del “estatus”, como Antonio Ledezma y William Dávila. O, sin que yo comulgue con muchas ideas por él propuestas, Oswaldo Álvarez Paz. Porque de aquel viejo COPEI, partido por el cual siempre he sentido simpatía particular, han surgido hombres valiosos que bien podrían hoy servir a las causas nobles. Así mismo, hay nuevas generaciones de líderes, como Liliana Hernández, mujer valiente y política de profesión (lo digo como un cumplido), e incluso, a pesar de su juventud y sus errores respecto a la elección del candidato que ha de sucederle en Chacao, Leopoldo López. Y hay más, lo sé. Perdón por omitirlos. Sin embargo, no soy yo quien deba recordarlos, sino sus electores.
Creo que el problema no es la falta de liderazgo sino la concepción que la mayoría tiene acerca del liderazgo. Quizás uno de los errores del régimen democrático depuesto fue no erradicar efectivamente la imagen odiosa del caudillo. Al contrario, podría decirse que de un modo más sutil siguió ensalzando al salvador mesiánico. Las campañas electorales se basaban en la fórmula mágica que cada candidato proponía a unas masas, ciertamente impedidas por la educación de calidad infame, recibidas en los liceos y colegios venezolanos.
La otra enseñanza que la autora de la cadena resalta y que me alertó poderosamente es el hecho de que ayer y hoy aún más, la educación se masificó en franco deterioro de su calidad. Y la consecuencia es una masa – en todos los espectros socioeconómicos imaginables – expectante por un caudillo que les dé, de acuerdo a su origen socioeconómico, un ranchito o un contrato jugoso. La causa es siempre la misma: todos ven a Venezuela como una fuente inagotable de la que todos pueden sacar provecho, sin que nadie se preocupe por mantener saludables y provechos los recursos que permiten semejante abominación.
Visto de un modo llano, la verdad es que siempre hemos sido des-responsables de nuestro propio destino y por ende, del desarrollo del país donde vivimos, amamos, tenemos hijos... En lugar de comprender la importancia de la participación ciudadana a través de instituciones eficaces para solucionar los problemas, sean locales, regionales o nacionales, nos hemos tirado en los brazos de caudillos y mercachifles políticos, que al igual que los charangueros de antaño, venden remedios mágicos. Aquéllos, para la caída del cabello o mejorar “eso”. Éstos, para ofrecer charlatanerías que desde un principio saben que no pueden cumplir, omitiendo lo que en definitiva es realmente importante en todo modelo político: la calidad de vida.
Ésta no es, desde luego, ajena a nosotros. No basta preocuparse por los pobres y los que menos tienen. Hay que enseñarles a pescar antes que ofrecerles un pescado, que sólo saciará el hambre de hoy. Pero hay que ser justos también. No podemos regalar lo que no nos pertenece y ofender la dignidad y el derecho a ser tratado como un ser humano. Todos tenemos en este mundo los mismos derechos y las mismas oportunidades, depende de cada uno de nosotros usarlo del mejor modo posible, recordando la parábola de los sestercios... No basta enterrarlos, para que no se pierdan. ¡Hay que aprovechar los dones que Nuestro Señor (para quienes creemos) o la naturaleza (para los no creyentes) nos ha regalado! Porque de ese modo, verdaderamente solidario, todos podremos sacar provecho.
La libertad permite mejorar la calidad de vida de muchos. Ésta no fue gratis. Ninguna sociedad del mundo ha recibido su libertad gratuitamente. Al contrario, este privilegio es uno de los más caros. Mucha sangre la ha pagado. Honremos el sacrificio de quienes sufrieron castigos infamantes e incluso, el martirio, responsabilizándonos por nuestro propio destino, explotando lo mejor de cada uno de nosotros y eligiendo con inteligencia y seriedad a los que han de gobernar. Basta ya de votar con las tripas y desde emociones reprochables. El voto es sin dudas un acto de responsabilidad con uno mismo y con quienes nos heredarán.


Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado/escritor

Farsas y pantomimas

El artículo de Carlos Blanco, publicado en El Universal de hoy (17/08/2008), refiere a la situación interna de la FAN y su aparente imposibilidad de cometer un Golpe de Estado en contra del único y verdadero sedicioso de este país: Hugo Chávez. Sus apreciaciones sobre el desmantelamiento de la institución castrense para comprar una milicia leal a su proyecto son reales. En lugar de militares hay milicianos y el profesionalismo de los oficiales es hoy cosa del pasado. El cronista puso un ejemplo para demostrar esto, por lo que comparó el profesionalismo castrense con el alguien que se considere abogado por haber hecho un curso de lectura veloz y una breve pasantía por la Universidad Bolivariana. Al parecer, el profesionalismo de magistrados y jueces ha dado lugar a milicianos del derecho, dispuestos a vender la honorabilidad de la profesión que hizo grande a Roma. Hay magistrados que son conocedores de la ciencia jurídica y aún así avalan la sentencia del TSJ sobre las inhabilitaciones o defienden la constitucionalidad del “paquetazo” de leyes recientemente aprobadas.
Sabemos que la justicia en este país se fue por el caño, para no repetir expresiones más soeces de nuestro presidente. Pero también se fueron la asistencia social y la educación y los derechos civiles. El estado de las carreteras y la prestación de los servicios públicos resultan deplorables. Y todo este deterioro se debe a la sustitución del profesionalismo por las milicias. Y en caso de desacato, las milicias son sustituidas por ignorantes leales al caudillo.
El profesionalismo ha desaparecido y en su lugar ha surgido una milicia pero ésta puede hartarse del caudillo y bien podemos recordar aquello de no creer en besos de putas. Él lo sabe, desde luego, y por ello tiene su plan B: los ignorantes leales. Chávez ha premiad la lealtad en deterioro del profesionalismo por dos razones.
El miliciano que nunca falta: Siempre habrá quien prefiera vender su alma por el precio que crea conveniente (y no siempre es dinero). Éste, a su vez, dirá a los ignorantes qué hacer. Éstos carecen de la capacidad para desconocer la violación a las normas y principios básicos de la profesión.
El burro agradecido: Aquél que logró graduarse a duras penas y que, por ende, no consigue buenos empleos, estará infinitamente agradecido por pasar de empleado mediocre a mandamás (porque es muy difícil que llegue a ser “jefe”).
De algo puedo estar seguro, Chávez resiente al buen estudiante, al que hizo méritos para ganarse los laureles y no necesitó de la chequera gigantesca de PDVSA para comprar diplomas honoríficos que en verdad valen tanto como un billete de tres bolívares. Sin embargo, el pobre de espíritu colma el suyo con cosas materiales, porque una cosa es el diploma y otra muy distinta, el saber. Eso no hay forma de comprarlo. Se adquiere. Y sólo esa gente debe gerenciar al Estado.
No podemos, obviamente, limitarnos a buenos gerentes. Ése es uno de los atributos del buen líder. Debe además desenvolverse bien entre opositores y lograr acuerdos que redunden en beneficio de la colectividad. Su coraje para enfrentar los retos y las amenazas, así como los errores (para enmendarlos). Su dedicación al servicio y no su frenesí por ser servido, recordando que el presidente es el primer servidor público y no un mandamás. Debe ser un político a carta cabal.
¿Los tenemos? Creo que sí. O, por lo menos, quiero creerlo. Pero la necedad de los venezolanos, perdidos en nimiedades banales, se deleitan por un caudillo, no importa si es oficialista u opositor. Todos esperan su regalito. Bien sea un ranchito o un contrato jugoso. Todos, sin importar su condición socioeconómica, esperan un caudillo botarate. Por eso no hay líderes. Porque nadie supera a Chávez en las artes del populismo y la charanguera. Él es como un polichinela barato que vende ilusiones de feria en feria. Él es un mago. Y en las artes de la engañifa nadie le supera… por ahora.
Cabe preguntar entonces de quién es la culpa. ¿Del mono o del que le da el garrote? Ese idiota que le da el garrote al mono somos nosotros. Lo hicimos en 1998 y lo hicimos antes también. Reflexionemos pues sobre lo que exigimos al liderazgo para evita que éste complazca al ciudadano y, contra su voluntad, nos lleve de nuevo a un paro cívico nacional o peor, a la activación de eso que mientan el “350” y que, por lo menos yo, ignoro como demonios se come eso. El liderazgo dominante es espejo de lo que somos. Por eso Chávez gobierna hoy y por eso la oposición cantante actúa como los famosos “Comedy Capers”. Otros líderes los hay. Empecemos primero, sin embargo, por volver la mirada escrupulosa y judicial sobre nosotros mismos.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

martes, 5 de agosto de 2008

El servicio en Venezuela

El servicio público en Venezuela es pésimo, por decir lo menos. El trato ofrendado a los usuarios es infame e infamante y, desde luego, inaceptable. Infortunadamente, nosotros nos hemos acostumbrado a este vejamen cotidiano de parte de aquéllos obligados por sus funciones a atender las solicitudes y quejas de las personas. Y lo que es peor, nos hemos habituado a que nuestros derechos valgan nada y dos mil años de pugnas por los derechos civiles se vayan por el caño, al menos en lo que concierne a nuestro país.
La ley es clarísima. El servidor puede hacer observaciones sobre recaudos faltantes pero en ningún caso podrá rechazar la recepción de los recaudos, sobre todo cuando existen lapsos que impiden el ejercicio de derechos o imponen sanciones pecuniarias. Sé que la administración presupone – lo cual es contrario a la Constitución – que los particulares pueden obrar con intenciones inconfesables. Si bien es sano que haya mecanismos para minimizar las trampas, éstos no pueden vulnerar la presunción de inocencia contenida en el texto fundamental. El servidor puede pedir lo que requiera de acuerdo a cada caso pero no puede negarse a recibir la solicitud ni solicitar recaudos que la ley no le permite exigir.
Sobre esto, debo decir que el principio de legalidad en materia administrativa opera en forma diametralmente opuesta a como lo hace en campo privado. Mientras yo, como un ciudadano particular, puedo hacer todo aquello que no esté (expresa o tácitamente) prohibido por la ley, el Estado (todo) podrá hacer sólo aquello que (expresa o tácitamente) le autorice la ley. Dicho de un modo más simple, toda actividad del Estado debe proceder de una norma. Este principio no es un mero capricho capitalista. Su razón de ser no es otra que contener al Estado, mucho más poderoso, frente al ciudadano, que es, obviamente, mucho más débil.
Si bien este principio es más complejo y que el Estado goza de prerrogativas, también lo es que, luego de duras pugnas para darle forma y contenido a los derechos civiles, esos límites impuestos al Estado no sólo son reales, sino además, saludables.
Actuar ante cualquier organismo público se ha vuelto un auténtico calvario. Quienes ejercemos la profesión que hizo honorable a la República Romana soportamos con el estoicismo de los franciscanos el trato degradante que ofrendan la mayoría de los entes del Estado. Desde aguantar majaderías de un servidor, puesto al servicio de los usuarios que pagan su salario, hasta el deterioro inaceptable del edificio José María Vargas, ése que coloquialmente mientan “Pajaritos”.
El Colegio de Abogados poco o nada ha hecho y quienes representan al gremio se han limitado a mantener míseras cuotas de poder. Mientras tanto, los abogados de este país nos hemos rebajado profundamente, degradando la honorabilidad de la profesión. Otros Colegios profesionales han hecho lo mismo, como, por ejemplo, el Colegio de Médicos respecto a las cuantiosas sumas de dinero destinadas a lo que el doctor Gabaldón denominó “atención primaria”, allá por la década de los ’40 (para aquéllos ingenuos que creen en la novedad del plan barrio adentro), mientras los centros de salud se caen a pedazos y la gratuidad de la asistencia social se limita a un médico y un colchón en muy mal estado.
Basta de burlas. Basta de mentiras. El servicio público venezolano es denigrante. Se obliga a las personas a presentarse en horas extravagantes en sitios azotados por la inseguridad campante, para recoger un odioso número, aun antes que el funcionario que ha de atendernos piense siquiera despertarse. Se castiga al país, forzando a la gente a faltar a sus trabajos y desperdiciar una mañana o más en áreas mal acondicionadas para la espera. Muchas veces, el personal carece de la formación académica suficiente para atender solicitudes vinculadas con áreas de especialización. El afán contralor por parte del Estado, ha hecho de trámites ordinarios, como el registro de una compra-venta o de una asamblea de accionistas, una odisea que conlleva horas de atención. Esto son sólo ejemplos de la disfunción general de la administración pública.
La sociedad debe hacerse respetar por los servidores públicos, desde el presidente, que no es más que el primero entre todos los empleados del Estado; hasta el portero de una oficina pública cualquiera. No sólo porque es denigrante y contrario a las leyes, sino porque visto en términos de hora/hombre, la República pierde ingentes cantidades de dinero por esa burocracia inútil y paralizante. Por eso, invito a los ciudadanos y en especial a los abogados, a que actuemos a favor del ciudadano, de la honorabilidad de las profesiones y la salvaguarda de los intereses patrimoniales de la sociedad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra
Abogado