lunes, 28 de noviembre de 2011


        La pobreza no trae la felicidad

       En medio de esta crisis, se advierten detalles sumamente graves. Uno de ellos, la banalidad con la que se advierten las cosas. La reciente declaración de Kiko Bautista sobre las acciones intentadas en La Haya por Diego Arria demuestra a cabalidad esta afirmación. Creer que se es más civilizado porque por pusilánime se acepta la impunidad de crímenes imperdonables es una ofensa a las víctimas de esos delitos. Aún más, ofende a la condición humana. Otra cosa es que por razones de índole política se decida por el mal menor, como ocurrió en Chile.
        Esa inmediatez banal para ver las cosas ha servido bien a la deformación del discurso. Hoy por hoy me asombra la monstruosa distorsión acerca del tema de la pobreza. Se elogia la dádiva infamante. Se premia la mediocridad y la irresponsabilidad. Se crea una casta de privilegiados – por ser pobres – y por ende, un sistema de apartheid. Sin embargo, se advierte tal abominación como algo políticamente correcto. Y aún más, no faltan quienes ridiculicen la calidad de vida que TODOS merecemos. Y de eso trata el capitalismo. De crear condiciones favorables para que los pobres no sean pobres, sino ciudadanos de la clase media.
       Ningún Estado, por muy rico que sea, puede – ni debe – regalar cosas. La limosna es cuando mucho, un mal necesario, y por ello, mientras menos se dé, mejor. Importa que cada quien explote sus cualidades y aptitudes para labrarse un porvenir. Los países que han elevado el pesebre, son los más desarrollados. Insisto, la mediocridad no es el camino. Por esto, tampoco debe propiciarse una sociedad de limosneros. Y eso somos, una sociedad mendicante. ¿Alguien ha dicho algo sobre crear condiciones favorables para que baje la inflación y con ella, las tasas de interés, y de ese modo, facilitar créditos al mayor número de personas posibles? ¿Alguien ha hablado de generar confianza para que los empresarios traigan capitales e inviertan en el país y entonces generar empleos bien remunerados? ¿Alguien ha alegado la urgente necesidad de sanear la economía para que el dinero circule y de ese modo, favorecer la generación de prosperidad?
         No se trata de crear mercados populares, malos, mal surtidos, hediondos, y con suerte, menos caros que uno común y corriente. Se trata de sanear la economía para que el Estado deje de invertir en lo que no le compete y orientar su esfuerzo a lo más importante: gobernar. Y gobernar bien supone administrar bien los recursos. No apropiarse de todo para luego dejarlo perder en manos indolentes. Basta de un Estado que es vendedor de chorizos, carros y lavadoras, a la vez que banquero, minero, petrolero, y por último, si queda tiempo y dinero, Estado. Gobernar es un asunto serio. La inmediatez en un concurso de Miss Venezuela importa poco, pero los errores económicos de un gobierno ineficiente lo pagan varias generaciones.
        Aburren los socialistas con sus delirios. Al Estado no debe interesarle la felicidad de los ciudadanos porque tal cosa compete a la esfera íntima de cada persona, en la que el Estado no tiene cabida alguna. Al Estado le importa la calidad de vida de sus ciudadanos, que es otra cosa. Y calidad de vida es lo que hay cada vez menos en este país. Eso es lo que deviene del socialismo: pobreza. Al tanto estamos que si bien la riqueza no trae la felicidad, tampoco la pobreza. 
         No nos engañemos con la falsa alegría que vende el socialismo. Éste es trágico, mentor de la pobreza y la miseria. En socialismo no se produce y por ello, cada vez hay menos que repartir. Por el contrario, el capitalismo ofrece la esperanza de crecer, de desarrollarte y de ser, como lo fue un gran visionario, Steve Jobs, el motor de tu propia prosperidad. Claro, en el capitalismo, nada es regalado y es ésa la clave de su éxito.  

jueves, 24 de noviembre de 2011


Hablar de lo que hablar se debe

Hoy no ocurre, porque, al parecer, la enfermedad que padece le impone una agenda diferente, pero desde que asumió el poder en 1999, en este país no se hablaba de otra cosa que no fuesen las peroratas de Chávez. Esto responde a una estrategia bien pensada para reducir a la ciudadanía a la infame condición de masas. Si bien ahora no puede imponer una agenda mediática (aunque ciertamente lo intenta con cadenas, aún en unas en las que sólo habla por teléfono), sí degeneró el discurso en general hasta minimizarlo hasta una idiotez. Y lo más grave, muchos han caído en esa trampa.
El tema de la enfermedad del presidente importa únicamente por la degradación que ha hecho este gobierno de las instituciones con el solo propósito de adueñarse del poder, como quien se apropia indebidamente de un fundo, unos reales… en fin. Importa porque este régimen se ha cimentado sobre la persona del caudillo y ahora que éste, adalid sin contendores en su propio partido, podría fallecer (se sabe que su enfermedad es grave, ciertamente tratable e incluso curable, pero sin lugar a dudas mortal en muchos casos), las alarmas en el PSUV no cesan de sonar, aún al extremo de aturdir. Por mucho que el caudillo quiera hacerles creer que está curado, cualquiera está al tanto que nadie sana de un cáncer en apenas cuatro meses. Sin un candidato que releve al caudillo-presidente en las presidenciales venideras, o incluso en el cargo, si ocurre lo peor, la pérdida del poder es una realidad aterradora. Sobre todo porque pocos no son los que encararían juicios por delitos sumamente graves.
En medio de esta estampida de ratas (no lo digo por llamarlos ratas, sino por la conducta de estos roedores cuando un barco se hunde), bien sea por la imposibilidad de Chávez para ser el candidato o seguir al frente del gobierno, bien sea por la posibilidad cierta de que el candidato de la unidad resulte ganador en las elecciones presidenciales venideras, mal puede reducirse el discurso a lo políticamente correcto, como parece hacerlo Kiko Bautista y su falsa postura de consenso frente a las acciones intentadas por Diego Arria en La Haya. O a las frases manidas – y tristemente aceptadas por la mayoría – sobre las formas de combatir la pobreza. Urge decir las realidades estridentemente, a ver si los venezolanos de una vez por todas escuchamos lo que de verdad nos atañe como pueblo, como nación.
Reconstruir este país, diezmado por esta plaga horrenda de socialistas y oportunistas, no será una tarea fácil ni indolora. Pero hay que empezar, no con la idea tonta de refundar la república. Ya bastante daño ha causado esa imbecilidad en estos doscientos años que llevamos de vida republicana. Se requiere enmendar la infinidad de errores pasados con miras a desarrollar eficazmente al país. Basta del discurso memo de ser la periferia y que el primer mundo sojuzga al tercero, porque con complejos como ése no vamos a salir de este atolladero. Eso han hecho algunas naciones del sudeste asiático y por qué negarlo, otras más en este continente nuestro, y les ha resultado productivo.
El tema central para desarrollar este país pivota sobre la idea de país que queremos. Si en verdad deseamos una nación de rémoras, manganzones inútiles atentos a las dádivas del gobierno, o un país productivo, capaz de generar prosperidad para la mayor cantidad de personas posibles. Y precisamente por esto, me vienen a la memoria unas palabras de Nelson Mandela. Como líder, a veces hay que hacerles ver a la gente que están erradas y que sus convicciones, en vez de ayudar, entorpecen la consecución de metas. Los líderes emergentes no pueden reducirse a esa retórica manida que el electorado desea escuchar, sino que por el contrario, servir de faro. Advertir a esos votantes sobre los difíciles tiempos por venir, no porque Estados Unidos – el Imperio - así lo desee, sino por nuestra irresponsabilidad para asumir el destino de nuestras vidas.
Una sociedad democrática no es lo que a cualquier caudillo de turno se le antoje, sino lo que efectivamente es. Y una sociedad en verdad democrática no puede contemplar una economía socialista porque ésta le es antagónica desde un punto de vista conceptual. No se trata pues, de crear una casta de pobres privilegiados a quienes el estado les regala todo, sino de incluir en la clase media al mayor número posible de ciudadanos, para que ellos responsablemente asuman las cargas y ejerzan sus derechos como cualquiera otro sin importar si es más o menos próspero. 

lunes, 21 de noviembre de 2011


             Del totalitarismo y otras aberraciones

            Cuesta imaginar como una abominación como el régimen nazi se hizo del poder por medio de unas elecciones libres, realmente democráticas. Sobre todo si tomamos en cuenta que no era el pueblo alemán uno políticamente inmaduro. Y les llevó doce años librarse de aquella desgracia. No crea por ello que éste, nuestro pueblo, está exento de una tragedia similar.
            Cada día me convenzo más de las horrendas semejanzas de éste con el régimen nazi. Supongo que ya saltará algún exaltado, defensor de esta falsa revolución por esta afirmación pero, sin lugar a dudas, no es a la Rusia soviética de José Stalin sino a la Alemania nacionalsocialista de Adolfo Hitler a lo que va pareciéndose todo este modelo autocrático y profundamente narcisista. Todo por y para el caudillo, que allá llamaban führer y en estas tierras, líder (significa lo mismo).
            El nazismo no arrebató la libertad de las personas de la noche a la mañana. Su empeño fue meticuloso, constante, basado en una propaganda alienante, cuyo pivote fue un sistema de creencias subyacentes, así como una represión cada vez más brutal. Puede creer, sin temor a errar, el discurso oficial usa las once claves de la propaganda nazi con el mismo designio: minimizar la voluntad popular hasta sojuzgar a la gente.
            No se equivoque, este gobierno, que no gobierna para poder hacer otras cosas inconfensables, viene desarrollando una estrategia para desmantelar todo aquello en lo que creemos cada uno de los venezolanos e imponernos un pensamiento único, que no es otro que ese enredo ideológico que nos han intentado vender como Socialismo del Siglo XXI. Una vez que lo logre, la disidencia será un delito, si es que ya no lo es.
            No nos dejemos engañar. El socialismo fracasó. Y fracasó porque más allá de su retórica pueril no ha logrado mejorar la calidad de vida de la gente. Por el contrario, la ha empeorado, si miramos a las naciones que hasta recién ensayaron el socialismo como modelo político. Hoy por hoy, Europa y los Estados Unidos podrán atravesar una crisis coyuntural pero la crisis en Corea del Norte y Cuba se instauró y al parecer, será arduo y doloroso superarla.
            Heinz Dieterich y la ralea de seguidores de esa quimera llamada socialismo no quieren ver lo que es obvio: el socialismo no sirve y para instituirlo hay que imponerlo por las malas. 

viernes, 18 de noviembre de 2011


De socialistas y capitalistas


La pobreza no es un tema simple. Mal puede enfocarse su solución con medidas a corto plazo, con políticas que apenas buscan paliar el problema inmediato más no la causa estructural que ha ido generando miseria.
Se sabe bien que en Estados Unidos y Europa (occidental) hay pobreza. Sin embargo, la calidad de vida en esas naciones supera con creces la de estas naciones, cuyo líderes se llenan la boca hablando humanismo y de gobiernos progresistas mientras cada vez más gente vive en la pobreza. Y no la de un humilde obrero estadounidense, que puede pagar la hipoteca de su casa, sino ésta de estas tierras, en las que el sueldo no alcanza para cubrir los gastos esenciales.
Si se compara la calidad de vida de un estadounidense versus la de un venezolano, la de aquél le permite comprar una casa y un auto (y cambiarlo cada tres años), comprar los víveres y pagar los servicios (que no son baratos), contratar un seguro médico y gastarse unos dólares en distracciones, además de un remanente para ahorrar, porque saben que la matrícula universitaria de sus hijos es costosa. En cambio, el venezolano podrá ir a una universidad nacional gratuita (que las hay también en EEUU), pero no tendrá para comprar los libros y otros enseres necesarios para sus estudios, seguramente abandonará sus estudios para buscarse un empleo mal remunerado pero que ayude a paliar la falta de dinero para comprar la comida. Tendrá un hospital gratuito, sólo porque así se les dice, ya que de requerir atención médica en uno de ellos, deberá llevar hasta el hilo para suturar, si es que no muere de mengua mientras aguarda que lo atiendan. Deberá usar un transporte colectivo desastroso y vergonzoso y probablemente a fin de mes camine más de la cuenta para salvar las pocas monedas que le restan para llegar a la quincena. Por almuerzo tendrá un perro caliente y una Coca-Cola y por la noche cenará una arepa con margarina y si hay suerte y si encuentra en el mercado, queso blanco rayado o huevo.
La pobreza – la infame – la causan las políticas pseudo-progresistas, el excesivo gasto para programas sociales que no persiguen la productividad sino otorgar dádivas, que a la postre terminan siendo impagables y por ello, destinadas al fracaso y, obviamente, a su desaparición.
No habrá jamás prosperidad si no hay productividad. No basta el trabajo. Picar piedras en una cantera con pico y mandarria es un trabajo, pero también es ciertamente estéril e improductivo. El dinero es un flujo, una corriente que debe moverse, como un río, que lleva sus aguas a todos y del que todos se benefician para producir. En ese movimiento perpetuo del dinero, todos ganan.  

jueves, 20 de octubre de 2011


            Nuestro propio apartheid   

            Este gobierno, que se dice revolucionario, ha hecho hincapié en las misiones, sin que en su lugar existan políticas coherentes a largo plazo, como por ejemplo, en genuino plan de empleo, para citar un tema que, según un estudio reciente del centro Gumilla (Mapa social y político de los sectores populares, Revista SIC 738, Octubre 2011), reclaman precisamente los más pobres. El gobierno entrante, dadas las circunstancias actuales, se verá obligado a mantener misiones, pero, aconseja la sana lógica, sólo temporalmente, como si se tratase de políticas de post-guerra.
            La política de misiones es ciertamente desacertada y, sobre todo, adolece de dos vicios, que a juicio de este servidor, la hacen en primer lugar, esencialmente injusta, y en segundo lugar, inviable.
            Las misiones son conceptualmente injustas porque privilegian a un sector de la población por el mero hecho de ser pobres, sin que la razón de esa pobreza importe. Hay que erradicar la idea de que el Estado debe servir fundamentalmente a los más pobres (o cualquiera otro grupo), porque se crea pues, una elite, que de paso, carecerá de motivos para trabajar, dado que, siendo pobre, pertenece a esa elite, beneficiada por el Estado con toda clase de regalos. Esto nos conduce al segundo vicio, porque, a todas luces, no hay recursos suficientes para mantener a una ralea semejante de rémoras, que, después de un tiempo, dado que se premia la flojera y se castiga el trabajo, empobrecerán a una nación que, por privilegiar al pobre, dejará de producir, y se sabe, suficientemente, mal se puede distribuir lo que no se produce. Mal puede progresar una nación si su gente se dedica a la mendicidad. Y eso, precisamente, hace el socialismo, convierte a toda la ciudadanía en mendigos, dependientes de un Estado, que, obviamente, cada día será más pobre.  
            Este es pues, el pivote del fracaso estructural de las misiones y de la inviabilidad intrínseca del socialismo. Una nación que no produce, no progresa. Y no produce, por supuesto, si su gente espera del gobierno dádivas, que, en un lenguaje más llano, no es otra cosa distinta de la limosna indigna. Los cubanos no producen y hoy por hoy, otrora uno de los principales productores de azúcar del mundo, importa la caña. Ya nosotros, por lo que se aprecia en las estaciones de gasolina, parecemos ir por el mismo derrotero, y aún produciendo alrededor de 2 millones de barriles diarios, importamos gasolina. El socialismo empobrece. Las misiones empobrecen material y espiritualmente, de eso no hay la menor duda. Otra cosa es que, para fines inconfesables, sean convenientes.
            Los Estados viven de sus ciudadanos. Así debe ser. Sin embargo, para ello, para poder cobrarles impuestos, les deja actuar libremente, sin más restricciones que aquéllas indispensables para la buena marcha del país, que las cortapisas, las regulaciones deben existir si y sólo si son evidentemente necesarias. Y por esto, obviamente, el socialismo no funciona. Coarta totalmente la capacidad productiva de la gente y al Estado, que puede cobrar impuestos porque la gente produce dinero, acaba por convertirlo, en medio de un amiente miserable, en el menos pobre que mantiene a una comunidad indigente.
            Las misiones pues, son soluciones cortoplacistas y sobre todo temporales. Deben existir sólo mientras existe la contingencia que las explica. Pero la solución no puede ser jamás la medida emergente. Las misiones deben ser sustituidas a la brevedad posible por políticas que fomenten el desarrollo, que generen empleo, que cimienten una estructura de salud pública eficiente, una educación de primera calidad para el progreso individual y, por añadidura, de la nación toda. Políticas que, en vez de falsear una clase media con dádivas, en verdad transforme esa masa pobre y mendicante en verdaderos trabajadores, pertenecientes a una clase media fuerte, capaz de asumir los compromisos económicos que asume cualquier ciudadano en cualquier nación próspera del mundo.
            Puede que la expresión capitalismo popular sea infeliz (pero no menos triste que esa idiotez del socialismo del siglo veintiuno), sin embargo, encierra una idea de país mucho más eficiente, capaz de conferir a la gente herramientas para salir de la necesaria dádiva gubernamental (las misiones) y que, en vez de acudir a un hospital para pobres, una escuela para pobres, un mercado para pobres, acuda simplemente al hospital y a la escuela y que compre, como todo el mundo, en las tiendas del ramo. Que el pobre deje de ser “pobre” y se erija como ciudadano.
            Me resisto pues, a la idea de una sociedad segregada por una suerte de apartheid criollo, entre los llamados “pobres” y los demás venezolanos, quienes a diario deben salir a la calle a ganarse el sustento, sin privilegios, sin favores, sin dádivas ni premios, y con el agravante de una carga impositiva asfixiante para mantener a esa casta de “pobres”. Me opongo pues, a este apartheid que si bien parece favorecer a las clases más necesitadas - y por ello gana defensores tan fácilmente - les concede un privilegio que democráticamente es inaceptable, además de una infame calidad de vida en la práctica.  

martes, 27 de septiembre de 2011


Al enemigo, ni agua

Los socialistas parten de un axioma: la lucha de clases. Ellos dividen al mundo en clases opresoras y oprimidas. Sin embargo, nada hay más falso. Pudo ser cierta en los tiempos de Carlos Marx y el auge de la revolución industrial pero ya no, cuando existen normas que regulan los derechos de unos y otros. Al menos, en los países capitalistas que ellos tanto critican.
Las leyes socialistas, sobre todo las de Costos y Precios Justos y de Arrendamientos inmobiliarios, se basan en la idea del bueno y del malo, división ésta de la humanidad bastante pueril. Y por ello, hay un especulador, un opresor, un individuo que, como los villanos de las comiquitas, parecen deleitarse con el dolor ajeno. En el caso de la Ley de Costos y Precios Justos, los vendedores, sea el dueño de una gran cadena de almacenes o el bodeguero del barrio, son perversos, bellacos que buscan lucrarse a expensas del más pobre, lo cual no sólo es incierto, sino estúpido. Me perdonan el léxico, pero nadie caga en el plato en el que come.
La especulación – que es real – no dimana de la voluntad maligna de quienes necesitan vender sus productos para pagar alquileres, salarios, nuevas mercancías, impuestos, sino de las distorsiones económicas creadas por malas políticas. Desde siempre, las leyes que han perseguido beneficiar a un sector, acaban por perjudicarlo. Lo que resulta en verdad maligno es ese socialismo trasnochado, que despoja al diligente trabajador para premiar al holgazán negligente.
Regular la estructura de costos es un disparate de magnitudes colosales. Así se castiga al eficiente y se premia al ineficiente, pero ya se sabe, así es el socialismo. El resultado no se hará esperar: escasez y carestía de productos y servicios. Ignorantes como son de las verdades humanas, no sólo pretenden regular todas las estructuras de costos, sino que de paso, aspiran a hacerlo previamente, porque, si se está en el lado opuesto, se es culpable aunque demuestre lo contrario.
Obviemos los ejemplos y destaquemos lo esencial. Mal puede progresar una sociedad que se construye sobre bases tan despreciables, como lo son el odio de unos hacia otros y el resentimiento de quienes poseen menos contra aquéllos que poseen más. Nada más peligroso hay para la paz que fomentar la enemistad entre hermanos. Y el socialismo ha sido eso, desde siempre, la enemistad y el resentimiento hacia otros, porque no hay otro modo de comprender la lucha de clases. 

lunes, 12 de septiembre de 2011


            Realismo mágico

            Todos los días hay dos o tres protestas, me dijo un hombre serio que conozco y que de estos asuntos sabe bastante, y añadió, este hombre, con la calma de quien conversa apaciblemente en un convite, no hay modo que el gobierno gane, y dijo, para concluir, tal vez lapidariamente – si es que meritoria resulta esta palabra –, así que poco importa si la enfermedad es grave o no, aunque leo, hoy, que Manuel Felipe Sierra dice lo contrario, y es también un hombre serio, Manuel Felipe Sierra. Un cronista reseñó hace poco, citando como fuente a la firma Datanalisis, que de ser las elecciones el domingo venidero y Capriles fuese su contendor, las ganaría el presidente. Hinterlaces ha dicho algo parecido.
            ¿Quién tiene la razón? Nadie discute, Oscar Schemel y Luis Vicente León son también hombres serios, conocedores de su oficio. Y no dudo yo, que de encuestas ignoro, que sus razones han de tener, los directores de Datanalisis y de Hinterlaces, para afirmar lo que afirman. Pero, si bien no sé de encuestas, sí tengo ojos y advierto a diario como este país parece irse por el caño como las aguas residuales. No son mis palabras una opinión de este escribidor, que mal puedo endilgarme yo un título más notable que éste, el de escribidor. Se trata en todo caso, de hechos que, como ciudadano puedo notar, porque sí es cierto, a diario hay dos y tres protestas e incluso peor, sólo durante este mes de agosto se han contado más de 500 muertos a manos del hampa desbordada.
            No es sólo el hampa impúdica por impune. Hay además, carestía y escasez de productos básicos, así como un pésimo servicio eléctrico, hospitales y escuelas públicas en estado deplorable, una grotesca e innecesaria dependencia de las importaciones y, por ende, de las divisas, cada vez más difíciles de obtener, desempleo y el resultante incremento de la buhonería y, desde luego, del hampa. Ciertamente, nada en este país parece funcionar, sin que pueda advertirse de los voceros del régimen algo más tangible que la propaganda oficial.
            Me pregunto yo, ciudadano de a pie, cómo puede seguir con una popularidad tan elevada la cabeza indiscutible – por decisión propia – de este gobierno. Y, leyendo aquí y acullá puede uno imaginarse que se trata de una conexión mágico-religiosa o de un enlace emocional. Que supo este caudillo descubrir los resentimientos restañados de una población que, infelizmente, no pide soluciones sino venganza. Pero, como resulta obvio, los problemas en algún momento estallarán. Y ése parece ser éste, que, por razones conocidas, resulta el peor para el líder de un movimiento construido totalmente en torno a su figura mesiánica. Debo decir, que humano soy y he amado, así como se ama hoy, a una mujer, a un caudillo, que ambos por igual pueden decepcionar, en un solo instante puede llegar a odiarse. Creo, humildemente, que está a punto de ocurrir ese momento fatal. Y devastadoras pueden ser las consecuencias de ese súbito odio, que las muchedumbres desbocadas son como el encierro de San Fermín.  
            Dios quiera que todo llegue a buen puerto, que Chávez – o quien le releve en la tarea si ése fuera el caso – compita en las elecciones del 2012 y que este pueblo, de una vez por todas le diga NO al socialismo empobrecedor y mentor de todas estas miserias que hoy apenan la vida de los venezolanos. Pero eso sí, ¡en paz! Que de caudillos e iluminados, con ésta ya es suficiente. 

            Miente, que tal vez alguien te crea

            Todo por y para la revolución. Nada más importa. Ni siquiera la suprema ley de la República: la Constitución Nacional. Por ello, los delitos, aún los graves, cometidos por los revolucionarios, son siempre excusables. Los errores de los opositores, y todavía peor, su derecho a disentir, constituyen el más horrendo de los crímenes. Sabemos, por supuesto, inmerso como estamos los venezolanos en una revolución, no hay peor delito que oponerse a ella. Ésa es la lógica del buen revolucionario. Ya se han visto casos similares antes. Y lo más triste, tantos muertos y tantas penas para que nadie aprenda.
            Escuché al conductor del programa “La hojilla”, que transmite VTV, leer ante las cámaras, un comunicado, suscrito por un grupo “N33”, alegando no sólo la autoría de un delito, como lo es, en efecto, hackear, sino además, las razones por las cuales consumaron su felonía en contra de periodistas reconocidamente opositores al régimen bolivariano. Y obran ellos, los hackers bolivarianos, con tamaño descaro porque para ellos, la revolución lo permite todo. Aún más, creen que sus acciones se corresponden con las de un genuino revolucionario, un auténtico combatiente, que si no logra vencer, arrebata la victoria. La revolución se impone, aunque sea por las malas y a juro.
            Se está al tanto del fracaso del gobierno. Poco importan las opiniones de uno que otro extraviado, que no ven sencillamente porque no quieren ver, incluso si son ellos mayoría. Saltan a la vista las carencias de toda índole que la gente común y corriente sufre diariamente. Sin embargo, para el buen revolucionario, el caos y la ineficiencia no son culpa de los gobernantes que, en efecto, mal hacen su trabajo, sino de los opositores - especie de engendro maligno, según la mitología de la revolución -, que no halagan las grandes obras del gobierno, como si ése fuese un deber patrio, que ciertamente no lo es, y pese a que, de hecho, no halla en verdad nada que enaltecer. Se enfurecen pues, todos estos fieles revolucionarios, porque su discurso, esa monserga ideológica, no cala en la gente, ésa que mientan de a pie.
            No digo que sea el caso venezolano, que cale hondo el discurso opositor, pero no puede negarse, la desesperación de algunos voceros del régimen y las acciones de unos grupos afectos al proyecto bolivariano resultan sospechosas. Y por ello, apelando al apotegma del revolucionario, según el cual la violencia es también un vehículo válido para imponer su proyecto, violan la ley, hackean cuentas en redes sociales y se rasgan las vestiduras porque todos los medios dedicados a la propaganda del gobierno apenas si comen un trozo miserable de esa torta que es la audiencia. Así las cosas, tanto como despojan al ciudadano trabajador para mitigar su ineficiente gestión de gobierno, esperan que los opositores, contrarios al régimen justamente por oponerse a la ideología de éste, celebren las obras – sin dudas, inexistentes – de éste o cualquiera otro gobierno que en vez de atender los reclamos de la gente, empeñe todo su esfuerzo para imponer un modelo ciertamente anacrónico. Mundo bizarro gritarían los angloparlantes, para quienes el vocablo connota un significado totalmente distinto al del español.
            Trata pues de eso, esta acción “subversiva” de ese tal grupo “N33”, acallar las voces que le recuerdan a la gente lo que no es necesario recordar, porque a diario sufre la inseguridad en las calles, el alto costo de la vida y el desempleo, la infame prestación de servicios hospitalarios y educativos… y pare uno de contar, que la lista es larga y sobre todo, deprimente. 

            Los juristas del horror

            Las tropas soviéticas sintieron escalofrío cuando hallaron el campamento de extermino Auschwitz en Polonia. Y eran las tropas al servicio del padrecito Stalin (que ya es decir mucho). Seis millones de judíos fueron sistemáticamente exterminados por las tropas de la SS. Desde 1934, con la sanción de las leyes de Nuremberg, fueron segregados cada vez más, al extremo de prohibirse el matrimonio con judíos, se les despojó de su nacionalidad alemana hasta relegarlos a una condición disminuida y, por último, se les llegó a considerar una peste meritoria de exterminio, como si fuesen sólo alimañas. Digo esto para los que creen que basta sancionar una ley, sobre todo porque entonces no faltaron juristas – muchos de ellos notables juristas – que, en nombre del nacionalismo, engendraron el infausto aparato legal para una monstruosidad como ésa. Y por ello, fueron juzgados posteriormente.
            Si alguna guerra se justificó, y no es fácil esa tarea de justificar guerras, fue la Segunda Guerra Mundial. Muchos europeos vieron con horror lo que Churchill veía con idéntico horror, pero a sabiendas de que era inevitable: la necesidad de contener a un modelo totalitario y hegemónico como el que pretendía imponer Hitler, no sólo en esa tierra que asumió como suya – Alemania -, sino en todo el mundo, de ser posible. Quizá la guerra habría sido menos cruenta si detenían tempranamente al führer. No se hizo y por ello, las hostilidades se prolongaron durante seis años, causando la muerte de 55 millones de personas. Muchos hombres y mujeres murieron para defender la democracia y derrotar al totalitarismo. Aún más, dos bombas horrendas se necesitaron para rendir al último bastión totalitario: el Japón del general Hideki Tojo.
            Se aprendió y de la guerra heredamos todos, aún quienes no la vivimos, un orden internacional nuevo, basado en reglas con contenido mucho más ético, para evitar la sanción de leyes inhumanas, adefesios como ésas, las leyes de Nuremberg. Se aprendió y hoy por hoy, que la OTAN bombardea Libia para ayudar a los rebeldes de ese país a deponer una dictadura de cuatro décadas, cobran vigencia las razones que motivaron el ataque de la OTAN a Yugoslavia: hacer lo que en efecto, era moralmente correcto, si civilizados nos llamamos, ante las atrocidades del régimen de Milosevic. Si queremos decir que hemos progresado política y, sobre todo, moralmente, tenemos que reconocer que esos ataques han sido y son éticamente aceptables e incluso más, exigidos por una sociedad mundial atenta a esas violaciones infames. Son dolorosos. Desgarradores. Pero no imputen delitos a la OTAN por hacer lo que hacer debe, porque sería echar por tierra el sacrificio de 55 millones de personas para detener al totalitarismo.
            Se han escuchado a lo largo de estos doce años de gobierno revolucionario un sinfín de excusas para justificar el uso político de la justicia y la ley. Todas han sido y serán siempre grotescas e infames. Con un discurso prevaricador, se vende como justo lo que mal puede serlo, si tanto como aquel régimen del führer viola leyes e incluso más, principios por los que 55 millones de personas perdieron sus vidas. Se comportan estos juristas revolucionarios como aquéllos que hicieron del régimen nazi una de las más dantescas tragedias humanas. Suena duro y sin duda lo es. Pero no podemos cerrar los ojos ante un régimen cuyo único propósito es confundir al pueblo y al Estado con un caudillo y su visión particular de la realidad.
            Todo parece indicar que más temprano que tarde, este gobierno caerá por su propio peso. No sólo porque pueda verse impedido el caudillo de seguir al frente de este proyecto, seguido más por mercenarios que por verdaderos creyentes, sino porque mal puede triunfar un líder y un equipo que perdieron el control del país y han causado una de las más nefastas etapas de nuestra historia. Habrá elecciones, Dios mediante, pero no parece probable una victoria de este equipo, de esta gente, que, mermada la capacidad de convocatoria del líder, por su ineficiencia más que por la terrible enfermedad que dice padecer, comenzarán a saltar la talanquera sin pudor alguno. Bien sabe el sabio, por la plata baila el mono y por la plata besa la puta.
            Una vez que esta pesadilla acabe, no lo dudo, sin que importe realmente si lo deseo o no, no serán pocos nuestros juristas del horror, que, al igual que sus homólogos nazis, terminen sentados en el estrado de una corte internacional… y puede que algunos de ellos se derrumben al verse condenados, no por los venezolanos, sino por la moral y la ética. 

lunes, 29 de agosto de 2011

Del socialismo y otras mentiras


         
           Mienten Alexander V. Buzgalin y Heinz Dieterich - voceros principales del fulano Socialismo del siglo XXI – cuando atribuyen a este modelo, probadamente anacrónico, virtudes de las cuales carece conceptualmente. Hoy por hoy, se escuchan defensores del socialismo, después de su estrepitosa caída hace veinte años, alegando la justicia y el humanismo de éste, que, por supuesto, ha enamorado a jóvenes incautos, ávidos por comerse el mundo sin pensarse mucho el por qué de las cosas. Sin embargo, el socialismo dista mucho de ser justo y humanista.
        Una cosa es que los defensores del socialismo crean y anhelen un mundo mejor para las clases más débiles. Pero, repitiendo la conseja popular, de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. No basta desearlo y decirse adalid de los más necesitados. Hay que ofrecer soluciones reales y, sobre todo, justas. Y por ello, resulta lógico afirmar que mal puede ser justo un modelo que despoja al hombre trabajador y alcahuetea al holgazán.
            El gobierno bolivariano (y supuestamente humanista) viene aplicando políticas que, sin ser necesario conocer a profundidad las ciencias económicas, han ido, de a poco pero con esmero, desarticulando el aparato productor, de modo que en unos pocos años sea todo propiedad del Estado, como lo arenga el Proyecto Nacional Simón Bolívar, al decir, como en efecto lo dice, que se hará – o al menos, se pretende hacer - la transición de un modelo productivo capitalista a otro socialista. Pero, decir esto y decir aquello es lo mismo. No hay otro modelo productivo socialista distinto de ése que concentra todos los bienes de producción en manos del Estado. Basta indagar de qué va el Socialismo del Siglo XXI para constatar que, salvo uno que otro retoque, más que todo cosmético, éste del siglo veintiuno no difiere de aquél socialismo anacrónico del siglo veinte, plausiblemente superado.
            En principio, analizado desde la superficie, como jamás deben ser apreciadas las realidades humanas, suena muy loable, que el adinerado ayude al pobre. Y lo es, hasta un límite, desde luego. Se habla mucho de “justicia social”, pero, cabe preguntarse, qué es la cacareada justicia social. Ulpiano, un jurista romano del siglo I d.C., definió la justicia como “darle a cada quien lo que es suyo y le pertenece”. Nadie, desde entonces, ha conseguido mejorar la definición. Si nos detenemos y ahondamos en los matices del socialismo, se avizoran entonces las aristas injustas del socialismo. Una cosa es la renta progresiva (paga más quien más posee) pero otra muy diferente, quitarles a unos para regalarles a otros. Claro, ya dirán ellos, los socialistas, que el mundo se divide en opresores y oprimidos y que hay, como decía Marx, una lucha de clases, aunque hoy por hoy, esa lucha no sea más que un prejuicio.
            Puede que en 1848, cuando se publicó “El manifiesto comunista”, existiese en cierta medida esa pugna de clases. La industrialización desarrollada desde mediados del siglo XVIII pudo acentuar las diferencias económicas y por supuesto, propiciar abusos de un sector hacia otro, fundado más en las herencias políticas de un modelo basado en castas y privilegios que por motivaciones meramente económicas. Sin embargo, esas diferencias, origen de la lucha de clases, desaparecieron en la medida que las economías liberales adoptaban medidas para corregirlas. Hoy, a Dios gracias, esas diferencias son menores, al menos en sociedades desarrolladas primermundistas. Hay, se sabe, grandes brechas no sólo entre personas, sino, aún más grave, entre países. Tema éste que desde luego, dará qué pensar a muchos teóricos. Una economía socializada sin embargo, no va a solucionar esas diferencias mejor de lo que puede hacerlo  - y ha hecho - el liberalismo. Todo lo contrario, tan sólo podrá empeorarlas. Cuba es un ejemplo de esa imposibilidad real del socialismo para satisfacer las demandas de la gente.
            El liberalismo sigue en pie, con sus imperfecciones. El socialismo en cambio, se derrumbó por sus notorias injusticias, a pesar de sus buenas intenciones. No bastan los buenos deseos, hay que concretarlos en obras plausibles más allá de la propaganda y del manejo prevaricador de los medios y el discurso. El socialismo es incapaz de ofrecer más que retórica y atisbos de buenas intenciones. Y lo es precisamente porque castiga el trabajo y fomenta la flojera. Ninguna sociedad prospera en manos de mediocres.
            Nada hay más injusto que despojar al que se ha esforzado y ha hecho sacrificios para asegurarse una vejez cómoda y una vida mejor a sus herederos, con el propósito perverso de satisfacer las necesidades que otro no ha sabido proveerse. Puede que halla algún elemento fortuito en las diferencias socio-económicas, pero no son escasos los casos de personas salidas de las barriadas populares que hoy son profesionales exitosos y prósperos. Quitarle al rico lo suyo para regalarle al pobre no sólo es demagógico, es una abominación que demuele las peanas económicas de cualquier sociedad. Las naciones mediocres no progresan y quedan rezagadas, rumiando sus miserias y culpando de sus desgracias a las que sí han sabido hacer de sus ciudadanos, gente trabajadora y sobre todo, responsable de sí misma. Pero, no hay duda de ello, los discursos populistas saben sacar provecho de esos resentimientos. Así ocurrió en Italia y Alemania antes del auge de los movimientos fascistas. Así lo hicieron en este país los liberales del siglo XIX y los adecos, en el siglo pasado y hoy, estos revolucionarios.
            La justicia y el humanismo van de la mano. Aunque, si leemos a autores como José Saramago, el humanismo es crudo y despiadado, tanto como la naturaleza salvaje del mundo animal. Sin embargo, digamos que la ilustración francesa del siglo XVIII fue un momento luminoso en la historia. Sobre todo por el trato ofrecido por los hombres hacia sus semejantes. Que lo fue igualmente, la constitución de las Naciones Unidas en 1945. Y por ello, afirmemos entonces que el hombre se ha civilizado y que el término humanista engloba un pensamiento de hermandad (más importante y profundo que de solidaridad). Así las cosas, podemos colegir que no puede ser humanista un modelo que ciertamente atenta contra esencias arraigadas en el hombre, como lo es el sentido de pertenencia (instinto territorialista), sobre productos y bienes que ha trabajado y por ende, ganado en buena lid para sí mismo, para aprovecharlos lo mejor posible.
            Desde un punto de vista sociológico, un grupo aborigen del Estado Amazonas puede regirse por un modelo comunitario. No son muchos en el chabono y todo alcanza para todos. Hasta ahí vamos bien. Una vez crece el grupo, la convivencia comunitaria se complica y la pertenencia colectiva de los bienes se hace imposible. En primer lugar, se advierte que no es un asunto de llevar una vida de éste o aquel modo, sino de la falta de bienes para satisfacer las demandas crecientes del grupo. Suponga que los habitantes de la tribu encuentran una piedra con características particulares que sirve para muchas cosas, es sumamente útil. Pero sólo encuentran una. Al principio, la usarán de acuerdo a ciertas reglas acordadas o incluso, impuestas. No tardará sin embargo, en transformarse esa piedra en un artículo de discordia. Todos la van a desear para sí.
            Hay otro ejemplo. Supongamos que en un salón de clases se socializan las notas de los alumnos. Se suman todos los puntos obtenidos por los alumnos y ese número se divide luego entre el número de alumnos y la nota resultante sería la de todos. Poco importa si estudió mucho o poco. Ya imaginará los resultados del segundo examen. El alumno aplicado se verá perjudicado por la conducta negligente del que no lo es. El resultado de este ensayo salta la vista del más intransigente: termina perjudicado todo el grupo de alumnos. Eso es, esencialmente, el socialismo. Algo tan aberrante no puede llamarse humanista.
            Las sociedades tienden a crecer y hacerse más complejas. Por ello, no se limitan las necesidades, sino que se crean oportunidades. Vale decir, si el grupo crece, éste debe crear, para generar bienes en beneficio del grupo, pero cada cual es dueño de lo que produce y por ello, merece un pago. Relegar esta responsabilidad al Estado supone acabar, como en el caso cubano, repartiendo miseria. Vale decir, ya no alcanzan los productos para todos y, entonces, hay que racionar lo que hay, que cada vez alcanza para menos. Nadie cuida tanto algo como lo suyo y la propiedad colectiva acaba por ser de nadie. Por ello, urge el concurso de los particulares, que, cada uno experto en su negocio, generen bienes y servicios suficientes para satisfacer una demanda que siempre crece, bien por mejora de la capacidad adquisitiva o bien porque demográficamente crece el grupo. Se puede decir que la economía privada fue una consecuencia natural del sedentarismo, al igual que la política. Lo que se siembra o cría es propio, y por ello, hay que pagar. Obviamente, esa misma complejidad económica requirió de nuevas formas de gobierno.
            El ser humano es un animal gregario, vive en sociedad. Y las sociedades se han hecho cada vez más complejas. No en balde, Alvin Toffler ha dicho que estamos ante una época inédita. Una era sin precedentes, que, junto a las otras dos eras anteriores[1], se define como un hito en el curso de la civilización. Hoy por hoy resulta necio analizar y juzgar los fenómenos sociales a la luz de valores anacrónicos. Pretender encontrar en el socialismo respuesta a los problemas actuales es una necedad sin precedentes. Equivale a juzgar la civilización romana con los valores y principios judeo-cristianos.
            Suponer, como estos teóricos socialistas, que la estructura socio-económica contemporánea sigue regida por los mismos principios, valores y circunstancias de la época de Carlos Marx resulta un anacronismo, un empeño terco y pueril por mantenerse en un esquema ideológico ajeno a la realidad actual. El liberalismo, éste evolucionado que rige al mundo hoy, triunfó, y los otros modelos, desde la monarquía absolutista hasta el socialismo son sólo piezas de museo.


[1] Según Toffler, la civilización ha experimentado tres hitos revolucionarios, uno agrícola que se prolongó por 10 mil años, otro industrial que se extendió desde mediados del siglo XVIII hasta nuestros días, que experimentamos la revolución de la información.  

Sobre el totalitarismo y otras aberraciones humanas


El adoctrinamiento es peligroso porque tiene su origen en una perversión no del conocimiento, sino de la comprensión que los seres humanos damos a nuestras vidas[1]. A pesar de ello, aún hoy, existen hombres que pretenden adoctrinar y refundar los valores de una sociedad sobre principios que podrían – y generalmente son – ajenos a ese grupo social. Los nazis y los fascistas en su momento desearon eso, a pesar del innegable fanatismo despertado en las masas por sus líderes. También los bolcheviques. Aspiraban crear un hombre nuevo, pero olvidaron los teóricos de esas corrientes políticas que la libertad es una condición innata del ser humano y que ningún hombre nuevo podría emerger de las cadenas del totalitarismo. No se trata sólo de un mero derecho enunciado por los enciclopedistas, hablamos de un derecho considerado fundamental e inherente a la persona humana. Se trata de un hecho.
            Si uno ve en perspectiva las obras de este gobierno, destaca mucho que entre sus primeras medidas estuvo la de acaparar la mayor cantidad de medios posibles. Si algo ha sido constante en estos últimos doce años han sido, precisamente, las interminables alocuciones oficiales. Y, se sabe, tanto el régimen nacionalsocialista como el modelo soviético, sin excluir, desde luego, al fascismo, se han apoyado no sólo en la exaltación del líder y del monopolio ideológico, sino en el control de los medios de poder, que hoy por hoy , sin obviar otros, como el aparato represor, se confunden con los medios de comunicación social y, por supuesto, la propaganda. Y, paradójicamente, subyace en ese aparente discurso nacionalista la intención de desdibujar la identidad nacional.
            No es casual que el gobierno dedique infinidad de horas al acaparamiento de los medios. Carece de obras que enseñar, más allá de la propaganda. Pero es que su objetivo jamás ha sido la solución de problemas concretos, como el saneamiento económico o la construcción de obras de infraestructura para impulsar el desarrollo. Su propósito ha sido – y es – la concentración de poder en manos del caudillo, para que éste, refugiado en una corte de acólitos de su liderazgo y exégetas de su discurso, despinte los valores tradicionales de una nación que aspira a vivir al amparo de las reglas democráticas. 
            La pluralidad humana es más que un hecho, sin lugar a dudas. No se puede negar hoy por hoy la diversidad de credos y pareceres, de puntos de vista e ideologías, a pesar de la globalización y de la aparente homogenización del pensamiento humano. Aspirar a una sociedad uniforme, creyente en un único credo, luce como una aberración contraria a la naturaleza humana. Y esta pluralidad abarca a toda la actividad humana. Desde las artes hasta la política. Creer que todos pueden pensar y actuar uniformemente no sólo es utópico, sino que es, sobre todas las cosas, una abominación.
            Ésa es la causa fundamental del fracaso del socialismo (así como de otras formas totalitarias de ejercer el poder político). El triunfo del liberalismo, que era ya un hecho consumado mucho antes de surgir el marxismo[2], se basa justamente sobre la idea de la libertad del individuo, idea ésta que se opone plenamente al modelo socialista. Distinto de lo presumido comúnmente, no son antagónicos el fascismo y el socialismo, lo son éstos de la democracia liberal. De hecho, los orígenes del fascismo – el partido de las haces - pueden hallarse en el socialismo, ideología con la cual congenió inicialmente Benito Mussolini.
            El discurso oficialista y, sobre todo, el del propio presidente, se ha nutrido, en principio, de tres vertientes ideológicas: Douglas Bravo y su comunismo panfletario subversivo, agotado desde siempre en este país. El neocomunismo de Heinz Dieterich y su nada novedoso socialismo del Siglo XXI. Y por último, el neofascismo de Norberto Ceresole. De ellos tomó lo que creyó conveniente para su proyecto, que podrá estar claro para quienes como él pretenden atribuir a ideas vagas sobre política y Estado el carácter de un proyecto político, que, sin lugar a dudas, no deja de ser más que una quimera. Y todas estas ideas pivotan sobre el totalitarismo, sobre el desconocimiento de la libertad individual y del derecho santo a ser único. Por eso, después del golpe fracasado, se reunieron en torno al caudillo militar, además de los ingenuos y los sinvergüenzas de siempre, reductos de una guerra de guerrillas derrotada ad-initium y seguidores del general Pérez Jiménez. Gente que, a claras vistas, no congeniaba con los valores democráticos.
            Hoy, de Dieterich ya no queda la amistad del principio y, en su lugar, el filósofo mexicano-alemán ha levantado su voz crítica desde su página www.kaosenlared.com en contra del régimen militar de Hugo Chávez. El neofascista argentino Norberto Ceresole ya descansa en la paz del Señor y si limitamos estos cismas al ámbito doméstico, hace rato ya que Douglas Bravo se deslindó del gobierno y del caudillo. De su modelo, ahora sólo parece restar un mamotreto militarista, con vagos carices socialistas y notorios visos totalitarios. Ya se ha dicho en este texto. Todo régimen totalitarista se cimienta sobre la exaltación de la figura del líder, el monopolio ideológico y, muy importante, el control de los medios de persuasión y represión. Quién no vea elementos como éstos en el gobierno bolivariano, sencillamente no quiere ver la realidad.
            El fracaso actual ya estaba previsto. No puede llegarse a la utopía porque por eso se le conoce como una quimera. Las frases retóricas, muchas de ellas prevaricadoras, no solucionarán jamás los problemas verdaderos de la gente. Pero, trágicamente, dada la inmediatez de los análisis de toda índole que caracterizan al mundo contemporáneo, esa verborrea mema e insustancial ha ido calando y, por ello, la ciudadanía ha degenerado en una masa amorfa y sin identidad que obedece al caudillo. Podría decirse, para emular al Libertador, que el pueblo se acostumbró a obedecer al caudillo, y que, así mismo, éste se acostumbró a mandar. Ha ocurrido en otras latitudes, aún en países más desarrollados políticamente, no serán pues, los venezolanos la excepción a la regla.
            Se corre el riesgo, no obstante, de que Chávez triunfe en diciembre de 2012. No parece probable, en virtud de la magnitud de la crisis que le ha estallado en el peor de los momentos, ahora que padece una enfermedad grave, cuyo tratamiento y síntomas lo debilitarán enormemente (cosa ésta sabida por todo aquél que haya tenido un paciente de cáncer cercano). Sin embargo, imposible, su triunfo, desde luego, no es. Por ello, los líderes opositores, que representan esa diversidad maravillosa de la que hablaba Hannah Arendt, están obligados a responsabilizarse por su verbo y por su acción. No basta ser el candidato, hay que llegar a la gente, comunicarle la gravedad de la crisis y ofrecerle una solución visiblemente viable.
            Razón tenía el doctor Uslar, urge sembrar el petróleo y no hay mejor cimiente que una ciudadanía educada y consciente, capaz de criticar, capaz de distinguir el verbo atrabiliario de un encantador de serpientes de las soluciones y programas realmente factibles. La verdadera revolución será ésa que transforme al pueblo en ciudadanía.
           


[1] Rodolfo García Cuevas. Hannah Arendt. La libertad: condición humana.
[2] El triunfo del liberalismo puede decirse que tuvo lugar con la victoria de Napoleón sobre las tropas prusianas en la batalla de Jena (14 de octubre de 1806). 

martes, 12 de julio de 2011

Romeo y Julieta socialistas

            Siempre se ha dicho, y creo yo, justamente, que no tiene corazón quien de muchacho no haya congeniado con el socialismo, pero, del mismo modo, quien sigue aviniendo con esa ideología después de viejo, carece de cerebro. Y esta frase, más bien máxima popular, encierra una verdad irrefutable, como muchos refranes, el socialismo es muy bonito, y bonito es sólo si lo vemos, claro, como Shakespeare describe el amor de Romeo y Julieta. Vale decir, inmaduro, pueril.  
            Puede que resulte loable vender la idea de justicia e igualdad. Pero nada hay en este mundo más injusto que el socialismo, que, conceptualmente, reparte lo que ni es suyo ni le pertenece, y, de paso, desconoce la individualidad de la persona humana. No hay pues, injusticia mayor que hacer del ser humano sólo una pieza más de un proceso económico, como aquel personaje de “Tiempos modernos”, que, además, es sumamente ineficiente, porque, emulando a los socialistas, que se afincan en la historia para justificar sus patrañas, desde un punto de vista histórico, ese modelo ha fracasado contundentemente. Nadie puede discutir, al menos con la seriedad debida, que se vive mucho mejor en Miami o Londres, desde una perspectiva socio-económica, claro, que al fin de cuentas, el Estado nos debe proveer confort pero la felicidad nos la tenemos que procurar nosotros mismos. Y ése es uno de los grandes embustes de este socialismo, la venta de una felicidad que no puede ofrendar.  
            ¿Qué ha sido de Cuba después de 52 años de socialismo? La isla antillana mira con horror la muerte de la revolución bolivariana tanto como el granjero arruinado ve espantado la enfermedad de la única vaca que le resta en el establo. ¿Puede llamarse logro a eso, a vivir, como las putas viejas, de algún ingenuo al que despojan de lo suyo con caricias baratas? Uno ve esa hermosísima película francesa “El concierto” y descubre, con un dejo de tristeza sin lugar a duda, la miseria que legó el socialismo a los rusos. Ver a un pueblo que ha heredado una tradición cultural tan importante, sobreviviendo, me luce triste y lamentable. En oposición a esta desgracia, que por tal debemos tener la miseria en la que viven millones de seres humanos, en los países, mal llamados imperialistas, se vive inmensamente mejor, a pesar de las crisis, aún graves, que puedan experimentar de vez en cuando. 
            He leído, con horror, en “The telegraph” (edición del 12 de julio de 2011), como en Corea del Norte, la gente está arrancando raíces y grama para saciar el hambre, mientras su presidente, hijo del presidente eterno, mentor del socialismo juche, gasta fortunas en un necio programa nuclear, al parecer, para defenderse de una agresión de su vecino del sur, que, como se sabe, cuenta con el apoyo estratégico de Estados Unidos (razón por la cual ese programa resulta necio). Y yo pregunto, ¿en qué país, de esos calificados como capitalistas, un gobernante puede hacer eso sin que lo echen a patadas? Sólo en países donde no hay gobiernos, sino caudillos (en el sentido nazi), esas miserias ocurren impunemente.
            Sé que hay ingenuos, personas que todavía creen posible el sueño socialista. Sin embargo, lamento decirlo, pero no sirve un modelo económico cuya escasa viabilidad se basa en el uso de la fuerza y la violencia contra los ciudadanos, uno que castiga la disidencia y prohíbe al individuo atestiguar la vida cotidiana más allá de sus fronteras y sus embustes, para evitar comparaciones odiosas. Hoy por hoy, norcoreanos huyen a China, a pesar de que el régimen chino dista mucho de ser democrático, pero al menos hay una promesa de no pasar hambre. Miles de cubanos se han ahogado o deshidratado (una muerte horrenda) tratando de huir a la Yuma.
            Nadie duda de la ayuda que algunos puedan necesitar y de medidas tendentes a aminorar sus carencias, pero la erradicación de la pobreza no puede fundarse sobre la extirpación de la prosperidad y la riqueza como pretende el socialismo, tanto aquél del siglo veinte como éste, novedoso y supuestamente inédito, del siglo veintiuno. Una cosa es ayudar, crear condiciones favorables para que la persona busque su destino como mejor le parezca y otra muy diferente, fomentar la mendicidad y la holgazanería. Quien crea que el socialismo es humanitario, ignora la suprema miseria y la indignante esclavitud a la que fueron sometidos los ciudadanos de las naciones que siguieron ese modelo. 

martes, 14 de junio de 2011

Dicho sin tapujos

La ineficiencia es muy peligrosa. Siempre acaba por estallar en las manos. Y eso es lo que justamente le ocurre al gobierno ahora. Después de doce años sin ningún logro cuantitativo, más allá de la propaganda (en estricto sentido), la gente comienza a ver el tinglado. De ahí a la arrechera madre es sólo cuestión de tiempo.
No vale la pena enumerar todo lo que hace crisis en este momento, porque importa más llegar al tuétano de este asunto. Esa razón (o sinrazón) de la gente para haberse dejado engañar por un caudillo, uno más que promete sandeces, castillitos de naipes y, sobre todo, resentimiento, odio, violencia. Esa ceguera torpe del venezolano, que prefiere votar por un resentido social que ofrece joder al rico, sin importarle, aún a sabiendas, de que él también saldrá jodido. Pero así es el tozudo, no se detiene a mirar si su furia va contra sí mismo. Y esa causa no es más que una suerte de maldición que sobre nosotros ha echado esa ralea de taitas, de jefes de montoneras: el caudillismo, el mesianismo y esa nefasta des-responsabilidad del venezolano frente a sí mismo.
No hay ni vendrá un mago a solucionar nuestros problemas, cuya solución urge del concurso de cada uno de nosotros, haciendo lo que deba hacer, en su ámbito, para que entonces, todo el país gane. Y el liderazgo político, sobre todo el emergente, que el otro parece viciado, tiene mucho que ver con esto. Sé bien que son ellos venezolanos como cualquiera otro y por ello, de sus mismos vicios y virtudes adolecen.
Llegó la hora de sentarse a conversar, que en juego hay, debe decirse, mucho más que unas elecciones, cuyo resultado, en uno u otro sentido, podría desatar una crisis mucho peor. No es un eufemismo, el país puede sumirse en otra estúpida guerra civil. Unos y otros no pueden seguir jugando a la política barata. No se trata de quien gane, sino de cómo superar esta crisis, que no sólo engloba este marasmo, concierne la concepción misma que como sociedad tenemos del Estado, sus fines, del gobierno y su razón de ser, de lo que supone pues, vivir democráticamente, que no es retórica de unos oportunistas, sino lo que académicamente es. Basta de sueños imposibles, de frases rebuscadas. Basta de esa falta de seriedad que tan cara nos ha costado.
Los opositores no van a desaparecer, tampoco los chavistas, pero el país es de todos y aquí cohabitamos todos, sin importar el color de la tolda política. El atracador, la falta de alimentos, de medicinas, el alto costo de vida y la infame prestación de servicios nos afecta a todos, sin distingos. La corrupción del poderoso roba por igual al opositor y al seguidor. Somos ciudadanos de un mismo país, por supuesto con visiones diferentes, a Dios gracias, busquemos juntos pues, los puntos coincidentes. La verdadera revolución sería ésa: sentarse a dialogar, no para excusar lo inexcusable, sino para hallar soluciones. 

jueves, 9 de junio de 2011

Un movimiento continental

Escribo esto porque Ollanta Humala ganó, desde luego. Sé que la opción de la senadora Keiko Fujimori espantaba a muchos, entre ellos el escritor Mario Vargas Llosa y al expresidente Alejandro Toledo. Creo que, de paso, con razones suficientes para ello. No pretendo, tampoco, dármelas de sabiondo, conocedor de la realidad peruana mejor que estas dos personalidades. Pero, por aquello de guardarse de los mogotes cuando uno ha sido mordido por una culebra, me permito dudar, que acá en este país, un encantador de serpientes ya hizo lo propio, de decir una cosa y hacer otra.
            No dudo que tenga buenas intenciones, el señor Ollanta Humala. Hugo Chávez también pudo tenerlas, pero hoy, que está más comprometido con su proyecto que con la gente de este país, las cosas han cambiado. Supongo, o más bien me temo, que algo parecido ocurrirá con Humala en Perú y, una vez liberado de las camisas de fuerza que por ahora le impiden loar al comandante de la revolución bolivariana y este socialismo trasnochado, sacado de algún cuarto de cachivaches, se irá robando todos los espacios institucionales y, poniendo en práctica políticas económicas suicidas, acabará por arruinar la bonanza económica que ha mostrado Perú los últimos años.
            Y es esta bonanza peruana la que hace resultar extraño que ganara Humala las elecciones presidenciales. Sobre todo por su discurso, muy parecido al del caudillo venezolano. Distinto del presidente electo peruano, Hugo Chávez ganó en un contexto diferente. Política y económicamente, Venezuela estaba en crisis. En el Perú de hoy, no puede hablarse de crisis, al menos, no desde el punto de vista económico. Salvo que, al igual que en el caso venezolano entonces, las medidas adoptadas para corregir las distorsiones económicas no hayan llegado a las masas, por falta de tiempo, en primer lugar, como ocurrió en estas tierras, pero además, como también ocurrió antes en este país, por la codicia de una parte de los sectores productivos, que, inmersos en todas las distorsiones causadas por un prolongado rosario de políticas erráticas, no advirtiesen el panorama en perspectiva y limitasen sus visión a las ganancias inmediatas.  
            El riesgo de que el actual proyecto socialista – rechazado incluso por teóricos del neocomunismo, como Heinz Dieterich – se incruste en la región no depende sólo de los líderes políticos, de los empresarios, sino de todos. Al fin de cuentas, somos dueños de nuestro propio destino y así debe ser. No podemos seguir pensando irresponsablemente, como si el problema no fuera de nuestra incumbencia.
            Tal vez haya dos izquierdas, como se dice. Una borbónica y otra inteligente. Una comprometida con la realidad actual y por ello, visionaria de un futuro próspero e incluyente, y otra torpe, creyente de una utopía. Aquélla cree, distinto de los trogloditas, que el desarrollo se construye de la mano del capital privado, aunque se adopten algunas medidas sociales. Pero no para regalar, sino para incluir a los más pobres, no para crear una masa ingente de mendigos, sino una ciudadanía responsable, capaz de hacerle frente a sus propios desafíos.
            América Latina es una región de contrastes, donde abundan recursos de toda índole, pero también pobres, excluidos, los olvidados por todos. Por una parte, existe en la región un potencial enorme, pero igualmente, desigualdades abisales. Esperemos que Alejandro Toledo y Mario Vargas Llosa estén en lo cierto y que el gobierno de Humala sea de amplitud democrática para beneficio del pueblo peruano. Sin embargo, antes de que ocurra algo semejante a lo ocurrido en la tierra de Bolívar, mejor que la comunidad internacional y en especial las naciones del subcontinente estén atentas, que no devenga esta esperanza en otra facción más de este socialismo trasnochado, anacrónico y, sobre todo, inviable. Yo, que no soy más que un ciudadano entre muchos más, sin mayores créditos académicos, me permito no obstante, mantenerme escéptico. 

Un triángulo cuadrado

Definamos al totalitarismo, que, por argumento en contrario, sabemos, como una verdad de Perogrullo, se contrapone con la democracia (que dicho sea de paso, es hija expósita y, por ello, carece de apellidos). Raymond Aron lo definió, palabras más, palabras menos, como un medio para avasallar a la sociedad toda a través de un partido político único, que impone una ideología única e irrefutable. Pero suele venderse, incluso a sabiendas del error, lo que supone mala fe, que no es, el socialismo, totalitario. Y, de hecho, si seguimos al pie de la letra a Hanna Arendt y su obra “Los orígenes del totalitarismo”, sólo serían totalitarios los regímenes estalinista y nazi.
No voy a arrogarme una sapiencia que no tengo, contrariando a quien se le considera la más notoria autoridad sobre totalitarismo, pero si vemos el socialismo como debe ser visto, encontramos en éste características conceptuales propias del totalitarismo. Puede verse incluso en las formas más modernas que la preeminencia del partido único no se requiere en estricto sentido y la existencia de otras organizaciones políticas no desnaturaliza de hecho al modelo totalitario, si el partido alcanza erigirse como uno poderoso y, lo más importante, por ser, desde luego, el partido gobernante, llega éste a confundirse con las instituciones del Estado. De hecho, la existencia de otros partidos políticos, menores e infinitamente más débiles, sería aún beneficiosa. Se conoce bien la animadversión general hacia los partidos únicos, no sólo por el ensayo fascista y nazi de la primera mitad del siglo pasado, sino del partido comunista todopoderoso en las naciones que alguna vez optaron por el socialismo de Estado.
Creo pues, humildemente, sin que pretenda yo ofender ni considerarme más que Hanna Arendt, que el aspecto ideológico constituye una de las características más notorias del totalitarismo, que, imbuido de un dogmatismo cuasi-religioso, atribuye al partido un dominio sobre la verdad y, entonces, puede éste dominar a la sociedad bajo un estricto canon dictado desde el Estado, entendido a su vez como una organización destinada al control de la sociedad incluso por medios violentos. Como corolario de esto, el estado estaría inseparablemente unido al partido gobernante – sea único o no - que ostenta el monopolio de la verdad. La ideología del partido se convierte en la ideología del Estado y, consecuentemente, aparecen dos sentimientos dominadores del colectivo: la fe y el miedo. La fe impulsa a los militantes del partido dominante y el miedo mantiene al resto paralizado. Todavía más cuando las faltas a la ideología del Estado se criminalizan y se persiguen. En uno y otro caso, sea por lealtad o por miedo, el Estado controla.
Si asumimos como ciertas las diferencias que Hanna Arendt propone entre dictadura y totalitarismo, entenderíamos necesariamente que la base fundamental de la primera es el pragmatismo, que carece de fundamentos ontológicos, y, en el caso del segundo, la ideología. En los modelos totalitarios, sea el comunismo o el fascismo, se advierte una clara ideologización del modelo político, con claras vistas al ejercicio absoluto del poder, de modo que el desacato a la ideología dictada desde el partido sea contrario a los fines del Estado, por ello, contrario a la sociedad toda y por tanto, debe ser tipificada como delito de lesa majestad. En los modelos totalitarios se castiga pensar de modo diferente, aunque en la práctica pueda variar ese castigo, que podrá materializarse a través de diversas formas que van desde el confinamiento a un campo de concentración (y posible muerte) hasta la estigmatización peyorativa del disidente, que no es más que una variante del apartheid. En todo caso, resulta inaceptable.
No son opuestos el fascismo y el socialismo, como pretenden afirmarlo algunas veces portavoces, ciertamente interesados en la distorsión de la verdad con propósitos de propaganda. Éstos, socialismo y fascismo, terminan pues, siendo substancialmente lo mismo. Son opuestos, en cambio, a la democracia. Por eso, no se miente al asegurar que el socialismo no es democrático. No lo es. Tampoco puede llegar a serlo desde un punto de vista conceptual. Sé que saldrán al ruedo los argumentos sobre el socialismo noruego, para citar uno a los que inexacta y comúnmente se hace referencia. Y yo me anticipo. Mal puede ser socialista un país cuyo jefe de Estado es un rey, un monarca que ejerce su cargo por derechos dinásticos, un país donde variadas fuerzas políticas y corrientes del pensamiento conviven y participan en la  de la toma de cisiones. Podrá ser, seguramente, una sociedad más o menos ganada por ideas “sociales”, sin embargo, conceptualmente hablando, jamás un Estado socialista (que difiere, fundamentalmente, de un gobierno socialista). No se debe confundir al socialismo, en estricto sentido, con las democracias sociales, la centro-izquierda y las políticas sociales. Son éstas variadas expresiones y visiones de un mismo modelo, la democracia. Mientras que el socialismo, ése que define teóricamente al Estado, como ya hemos dicho, no puede ser democrático, como no puede ser cuadrada una figura con tres lados solamente. 

lunes, 23 de mayo de 2011

Una mirada al 2013

           Todos hablan del 2012. Como una suerte de presagio, de hito, o peor, como si tal fecha fuese un destino, cuando no es más que el comienzo de un derrotero. En verdad importa el 2013, ese año, primero, si se quiere, de un ciclo nuevo. Importan los meses y años por venir después que aquél que salga triunfador en las elecciones presidenciales deba echarse al lomo el pesado fardo de una economía hecha mierda. No será pues, ese gobierno resultante, uno fácil ni pacífico. Decir estas realidades sin lastimar las heridas de los líderes puede ser espinoso, sobre todo porque algunos no desean escuchar las verdades que urgen desnudarse, sin remilgos, para enfrentar, lo mejor posible, un futuro adverso, complicado y, por qué negarlo, pugnaz. Entonces, mejor decirlas sin tapujos.
            Si gana un candidato opositor, lo cual está por verse, no empezará su mandato con los problemas resueltos y todos felices, como si se tratara de un cuento de hadas. Al contrario, el escenario puede que se complique aún más. Seguramente así será. Esta nueva burguesía no va a perder sus prerrogativas sin dar la pelea. Va a vender caro el poder, que creen suyo por derecho popular, o divino, que para ellos viene a ser lo mismo. Cuando no por esas razones inconfesables, que algunos de ellos saben bien que les aguardan procesos judiciales. No nos engañemos, muchos han pecado lo suficiente para granjearse enemigos y no lo dudo, los habrá magnánimos, pero también quienes ignoren la indulgencia debida hacia el caído, que se sabe, tal inmundicia no es extraña en la naturaleza de algunos hombres.
            Se sabe, los problemas legados por este gobierno serán muchos y, aún más, muy graves y profundos. La solución de esas dificultades puede que no sea agradable, que suponga medidas purgantes que a la gente, embebida de esperanzas frustradas, le van a resultar intragables. Y se sabe, igualmente, pronto olvidará la gente de quien es la culpa de tamaña ruina cuando la crisis, ciertamente inevitable, golpee vigorosamente a las clases más débiles. Reconocido es su oficio y, por ello, sabrán estos revolucionarios encender la calle, con su verbo falso y sus promesas quiméricas. Y que no quepa la menor duda al respecto, con qué hacerlo, ya hemos dicho, habrá de sobra. No perderán ellos la oportunidad para intentarlo, que incluso por medios violentos, buscarán ellos el camino de regreso al poder.
            No crea sin embargo que el escenario sería mejor de ganar Chávez. El pueblo no tardará en abrir los ojos, arrecharse pues, que puede ser ingenuo, aún pendejo, pero un día se le despierta la bravura de otros tiempos y se echa a las calles a reclamar lo que le ha sido ofrecido e incumplido, una y mil veces. Que falso es, que una mentira se haga realidad por repetirla hasta la saciedad. Un pueblo expectante es peligroso, sobre todo si sus expectativas no son satisfechas. Un día verá que las obras de este gobierno apenas si existen en vallas publicitarias y shows televisados que en nada envidian a un programa de variedades mayamero. Que recuerde Chávez de qué trata la novela de Mary Shelley, Frankenstein. Cuando eso pase, que el pueblo se arreche, Chávez querrá haber hecho las cosas de un modo distinto, pero será tarde para ello, desde luego.
            No miremos pues el 2012. Miremos, seriamente, más allá de las elecciones, que son tiempos muy duros, complejos, violentos, de muchas contradicciones y de muchos sacrificios lo que nos espera a partir de enero de 2013. 

miércoles, 18 de mayo de 2011

Más de lo mismo

            Nadie discute que el presidente Chávez haya ganado numerosas elecciones en el pasado, pero, lo sabemos todos, perdió una que, para su proyecto, era trascendente. Más que trascendente, vital. En diciembre del 2007, con un triunfo que, sin pudor, en cadena nacional de radio y TV, él mismo calificó como una mierda, la sociedad venezolana dijo no al proyecto socialista (si este enredijo militarista y populista puede calificarse como tal) propuesto desde altas instancias del gobierno, al amparo de una supuesta reforma constitucional. No obstante, a pesar del rechazo popular, consultado el electorado vía referendo aprobatorio y anunciado, entonces y ahora, hasta el hartazgo, por encuestas variopintas, se ha venido imponiendo, ilegalmente claro. Habría que ver, sin embargo, cuándo esa disociación entre el discurso oficialista y las demandas populares se tornará explosivo.
            Esta derrota de Chávez – la primera desde que ganó en 1998 - desnudó variadas explicaciones, vinculadas muchas de ellas a esa forma tan particular de ver las cosas que tenemos los venezolanos. Sobre todo porque luego, sus números mejoraron y cuando se planteó, ilegal e inconstitucionalmente, la enmienda para la reelección indefinida de los cargos de elección popular, especialmente la del presidente, triunfó de nuevo (cosa ésta que, dicho sea de paso, no exime la nulidad e ilegalidad de la fulana enmienda). Resulta obvio, como una primera lectura de este fenómeno, que la ciudadanía rechazó – y aún rechaza - el modelo desarrollado en la que sería la primera reforma de la constitución aprobada en 1999, para adecuarla a los postulados socialistas, que, se sabe, disienten conceptualmente de los principios democráticos. Podrán imponerla entonces por ley, a juro, por las malas, la reforma rechazada popularmente, birlando la legalidad y el Estado de derecho, pero el soberano, consultado concretamente sobre ese particular, expresó su rechazo, y esa brecha entre lo que el gobierno pretende imponer y lo que la gente común y corriente quiere se ampliará lo suficiente, de no rectificar el liderazgo regente, hasta causar, eventualmente, el colapso. Esta es una verdad de Perogrullo y, como diría la sabia conseja popular, allá el necio que no quiera verla.
            Otra lectura sería la base mágico religiosa del liderazgo de Chávez. A pesar de las ventajas abusivas que le ha concedido el poder, no hay duda posible acerca de todas las veces que este caudillo ha logrado derrotar a la oposición en unas elecciones, salvo aquéllas que  no contemplaron una consulta sobre su liderazgo, sino que involucraron un modelo mayoritariamente rechazado por la gente, o, en el caso de las pasadas elecciones parlamentarias, que no cuestionaban el liderazgo del caudillo, sino del poder legislativo, relegado a un segundo plano en un país sobradamente presidencialista como éste. Sí revelaron al oficialismo, no obstante, una peligrosa mayoría opositora (52% de los electores votaron por los candidatos de la MUD, aunque, por manejos poco claros, el oficialismo se haya hecho de una mayoría en la AN), pero fueron éstas elecciones, ya se ha dicho, sobre candidatos distintos al presidente, aunque éste les hubiese alzado la mano.
            Podrá haber muchas lecturas, y las hay, en efecto. Todas pivotan no obstante sobre una visión mágico-religiosa de la realidad por parte de la gente, disfrazada tal vez de tesis de variada índole pero, a la postre, pruebas todas irrefutables de un mesianismo reciamente arraigado en la mentalidad del pueblo venezolano, causa de muchos de sus incontables males y desventuras. Ése es, a juicio de este humilde servidor, el verdadero enemigo a vencer, que derrotada esa des-responsabilidad de la gente hacia sí mismo, su desarrollo individual y su bienestar, no habrá caudillo que pueda venderles fantasías y, como ellos mismos critican de los colonizadores españoles, cambiarles espejitos por oro, ahora ése bituminoso. Este socialismo quimérico puede venderse bien entre los que se abandonan y entregan su vida y sus decisiones a un caudillo. Sin embargo, a pesar de la crudeza de esas verdades que ciertamente deben ser dichas, no deben interpretarse estas palabras como alcahueteo de una eventual insensibilidad del liderazgo emergente hacia las urgencias de la gente, que se sabe, sobradamente, son muchas las carencias creadas por este (des)gobierno, o agravadas, que algunas, no puede negarse, las heredó.
            El reto del liderazgo emergente será ése, crear una sociedad no de masas, sino de ciudadanos, responsables de sus propias vidas, pero que no olvide a los que, víctimas del embeleco desvergonzado, del maniqueo inmundo, ahora ven cuesta arriba salir del atolladero. Sobre todo hoy, que el mundo se ha hecho mucho más competitivo y, por qué negarlo, en cierto sentido, más cruento., No serán sin embargo las dádivas de un gobierno irresponsable, derrochador impúdico del dinero público, las que asistirán a la creación de una nación verdaderamente próspera. El reto está por lo tanto, en esa ayuda inaplazable que pueda dársele a gente para revalorizarse, para conectarlas con su lado creativo, para que entonces, cada quien explote lo mejor de sí para sí mismo, que con eso ya es suficiente para que el país todo gane. 

martes, 17 de mayo de 2011

Los gobernantes no son marcianos

           Oscar Schemel aseguró, en un programa nocturno, que Chávez es derrotable, lo cual es una verdad de Perogrullo, por supuesto. Pero, y esto es lo grave, que aún no está derrotado, que, eventualmente, podría ganar de nuevo. Luis Vicente León ha dicho algo parecido. Sus números, los del caudillo, ciertamente pueden variar hasta la celebración de las elecciones en diciembre del 2012. Sin embargo, qué trasfondo hay para que este mandatario, ciertamente uno de los más ineficientes de cuantos haya tenido este país, aún convenza a miles de seguidores.
            Hay sólo una respuesta imaginable: la ignorancia. Sé que es doloroso para muchos que no han tenido acceso a una educación mejor, e incluso, mal visto por los defensores de lo políticamente correctos. Pero la verdad es que en este país, sin lugar a dudas desventurado, en vez de ciudadanos, infortunadamente, existe eso que los políticos - ¿o politiqueros? - llaman pueblo. Una masa ingente, cegada por esperanzas mágico-religiosas, por las falsas promesas del taita de turno, que se cree ungido y que bien puede llamarse Juan Vicente Gómez o Cipriano Castro, pero también Hugo Chávez. No hay pues, ente la gente corriente, consciencia clara de la realidad y mucho menos de la contemporaneidad. Y no puede tenerla porque de tiempo en tiempo, bien se ha ocupado el gobernante de turno de desdibujarla a su favor, para presentarse a sí mismo como un héroe, comparable con los próceres de la independencia. No advierte este pueblo, ciertamente aturdido por infinidad de ofertas incumplidas, el enorme espejo que le han plantado en las narices, para que no mire al futuro, desde luego, sino al pasado, constantemente, a un pasado que, además, muestra más atisbos de fábula que de historia.
            No habrá modo de derrotar, no a Chávez o al chavismo, que serían en todo caso temporales, sino a este comportamiento irresponsable del venezolano, si no se derrota primero la ignorancia fomentada desde siempre por el liderazgo y, como corolario, a las respuestas simplistas que de aquélla dimanan.  Luego de décadas de rupturas abruptas del orden instituido, el venezolano se ha desinteresado en su porvenir, para dejarlo en manos de caudillos, de iluminados y ungidos que desde hace mucho sólo han sembrado la desgracia en esta tierra de Dios, que de país, ya va degenerando en poco más que un terreno habitado, al que, de paso, le cayó bachaco.
            Debe decirse, como explicación posible al triunfo sistemático de la clase política imperante, que los gobernantes no son alienígenas venidos de otros mundos, marcianos pues, si prefiere la moda del cine Sci-Fi de los ‘50. Son ellos, gente corriente, tanto como cualquier elector, que, al igual que éstos, en mayor o menor medida responde a la idiosincrasia nacional. Así ocurre por igual en el mundo postindustrial y en éste, en vías de desarrollo o subdesarrollado. Ahí se puede hallar también la diferencia entre unos y otros países. De esto habló el Dr. Uslar y nadie quiso escucharle. Por eso, cuando se habla de temas ontológicos, los gobernantes venezolanos no entienden las instituciones muy distinto de cómo las comprende Juan Bimba (personaje denigrante de nuestro gentilicio, inventado por los adecos durante el trienio que, en principio, representa al venezolano ordinario y con ese fin se usa en este texto). El irrespeto por las leyes, por los principios y las instituciones, ese afán renovador que impide la consolidación y maduración de los fundamentos democráticos se repite por igual en los electores y en los líderes. Eso hay que cambiarlo, si se desea una nación próspera. 
            Este discurso pseudosocialista pregonado desde el alto gobierno responde en parte a una visión panfletaria y dogmática de un modelo agotado, propuesto por una minoría que nunca aceptó una verdad que bien lo comprendió Betancourt a principios de los ’30 y que explica el fracaso ad-initium de la guerra prolongada de guerrillas en las áreas rurales del país entre 1964 y 1967, que, dicho también sea de paso, fue lo que tardó la jefatura comunista venezolana para admitir que estaban derrotados, militar y políticamente, y que este país, este pueblo, jamás ha congeniado con el socialismo. Por otra parte, y es esto mucho más grave, responde asimismo, ese falso afán socialista de buena parte del liderazgo, no a creencias ideológicas, que podrían justificarse, y, desde luego, deberían respetarse, sino a ese oportunismo delincuente que se ha repetido en Venezuela desde los días de las guerras federales. No en balde, salvo uno que otro viejo reducto de la izquierda insurgente, sacado de algún armario atiborrado de cachivaches, la mayoría de quienes hoy se rasgan las vestiduras por el socialismo y el caudillo, que dicen ser socialistas, rodilla en tierra y comprometidos con esa ideología hasta la muerte, militaron en AD y COPEI hasta recién. Son sólo oportunistas que buscan medrar, hacerse de dinero fácilmente y con éste, al igual que otros antes, comprar su status social. Al final de cuentas, como lo decía Duverger, no es más que el cambio de una burguesía (en el sentido socialista) por otra y el disfrute por unos de las prebendas de otros.
            El mundo postindustrial y superdesarrollado no lo es porque sus ciudadanos hayan sido suertudos, porque alguna causa providencial les hizo ser primer mundo. Son ellos potencias desarrolladas porque se han esforzado para ello. Japón va a reponerse del tsunami (como lo hizo de los dos ataques atómicos de 1945) no porque sea un país superdesarrollado, sino por su gente, que es la que, precisamente, ha hecho del Japón la superpotencia postindustrial que es. Por argumento en contrario, estos países en vías de desarrollo (o subdesarrollados, que lo primero no es más que un eufemismo) no son lo que son por su mala suerte, ni porque Estados Unidos sea maligno, sino porque su gente no asume responsablemente su propio destino. Siempre, como el muchacho flojo, mal estudiante, espera salir airoso como por arte de magia y cuando no ocurre, le endilga sus pecados y culpas a otros, al maestro que lo aplazó, al jefe que le ve con malos ojos, pero jamás a ellos mismos, que, sin lugar a dudas, son los verdaderos y únicos responsables del deterioro de sus propias naciones y, desde luego, de su miseria personal. Esa verdad hay que asumirla y digerirla para avanzar hacia el futuro y no seguir regodeándose en el pasado, aunque lo primero sea mucho más difícil.
            Los problemas venezolanos son sumamente serios, complejos, que ciertamente no van a resolverse mágicamente, ni gracias al caudillo de turno, que por lo general sólo los agrava. Para que este país funcione, no basta que se arengue, que se prometan infinidad de cosas, de milagros que no van a cumplirse, sino que, verdaderamente, se hagan las cosas necesarias. Urge pues, la voluntad de hacer de este país uno en verdad próspero, aunque resulte azaroso, porque sin lugar a dudas, será azaroso. Y hacer esas tareas, por lo demás impostergables, no sólo costará dinero, mucho dinero, requerirá además de tiempo, sobre todo porque luego de doce años, este gobierno ha destruido lo que había y en su lugar, nada ha edificado sobre la tierra arrasada. Debe decirse, para esperanzar, ahí hay, no obstante, posibilidades notables para generar empleo, que, con la aplicación de políticas coherentes, ayude a crear prosperidad y bienestar, que es lo único que realmente puede y debe ofrecer un Estado. El tema no obstante, más que hacerlo, es convencer a la gente de que ése es el derrotero, como lo demostraron Perú y Colombia. 
            No será fácil. Claro. Como aquél que acude al augur, los venezolanos esperan soluciones mágicas y cuando no las obtiene, se aferran a ilusiones, simplemente porque es mucho más fácil y, quizás, menos doloroso. Decirle a la gente que este hombre, este caudillo, sólo ofrece castillos de naipes, propaganda que nunca solucionará realmente sus problemas, no será fácil. Sobre todo, será espinoso y cuesta arriba convencerlos de que no hay soluciones mágicas. No van a querer escuchar una voz que les diga que ése no es el camino, que amodorrado en un chinchorro bebiendo aguardiente y jugando a los caballos, no se progresa. Pido desde ya disculpas por ser tan rudo, pero la situación no está para andar con guantes de seda.
            El primer reto es, precisamente, quebrar la resistencia popular a admitir que este gobierno es ineficiente, incapaz de ofrecerle soluciones. Que su oferta nunca ha dejado de ser ni será jamás más que propaganda. Una ficción anunciada costosamente a través de los medios. Para ello, sin embargo, no basta decirlo, que por decir, se puede oficiar un tedéum en la Catedral de Caracas, hay que ofrecer, además, sin lugar a dudas, un programa alterno, coherente, y, por supuesto, comunicarlo ampliamente a las masas, con un lenguaje llano, sencillo. Hay que ofrecerle a la gente, un proyecto, uno que enganche, desterrando de las primeras planas la sandia verborrea oficial. Pero ese proyecto, no sólo debe enganchar, debe proveer soluciones viables, factibles, fácilmente digeribles, sin que genere falsas expectativas, que las promesas son con el boomerang, de la habilidad del lanzador dependerá que no golpee el rostro a su regreso.
            Hay que construir un nuevo liderazgo, rápidamente, pero eso sólo se logrará si se reconocen los errores y se enmienda. Si la sociedad está dispuesta a asumir otro modo de comprender la política y a seguir un nuevo modelo de liderazgo. Una nueva sociedad engendrará necesariamente un nuevo liderazgo. La tarea del liderazgo emergente es ser el faro, la luz que guíe.