martes, 21 de abril de 2009

La verdadera tarea

Se dice que el 3 de abril de 2009 se instauró una dictadura en Venezuela. Tal cosa no es verdad. La dictadura se instituyó en 1999, gracias al voto irresponsable de millones de venezolanos que escogieron para presidente a un reo de delito contra la democracia. El Viernes de Concilio pasado se desenmascaró el régimen y sentenció a 30 años de cárcel a quienes pueden desnaturalizar la cobarde sumisión del caudillo a las autoridades militares, verdaderos solicitantes de su renuncia por su participación en los sucesos del Silencio el día 11 de abril de 2002.
Hoy, inmersos en este marasmo, causado en gran medida por la cobertura en medios de voceros con escaso bagaje político, que apenas si recitan teorías que bien pueden investigarse en los libros, pero que en modo alguno ofrecen soluciones a la terrible crisis que vive el país, la ciudadanía se limita a balbucear estribillos repetidos hasta la saciedad. Se omiten pues, temas vitales, como un análisis serio, objetivo, de los problemas nacionales, los cuales gravitan desde luego sobre la dictadura del señor Chávez.
No supone esto, por supuesto, que la solución se limite a la salida del caudillo de Miraflores. Nada más necio. Nada más fatuo. Chávez habrá de asumir la culpa que recae sobre sus hombros, como lo es, fundamentalmente, destruir una economía para erigir un modelo rechazado por la mayoría de los venezolanos, encuestas dixit. El problema pues, no es Chávez. El problema es la dictadura comunista que pretende vendernos y la pusilanimidad general para comprar cuanta necedad nos venden por los medios.
De esta distorsión de la realidad surgen pues, diversos problemas, además de los que ya soportábamos antes de instaurarse esta dictadura. Por esa vista anacrónica del mundo aparecen temas grotescos, como la propaganda divulgada con cierto éxito a través de todos los medios de comunicación social. Y otros, no menos graves, no menos delincuenciales, como el desconocimiento de las instituciones democráticas, el abuso del poder y el uso impúdico de la mentira como instrumento del poder.
Sin embargo, trascienden a estas calamidades, las cuestiones para rescatar la república de este estado previo a lo que parece un suicidio colectivo. Los diversos sectores que componen la sociedad venezolana – que son más de dos – adolecen de una idiotez penetrante, aun insolente. Sus argumentos flotan en la superficie, sin que afloren planteamientos de peso, capaces de desvestir esta caricatura de gobierno, signada por la desvergüenza y el abuso, propios, dicho sea de paso, del venezolano.
El verdadero tema a tratarse, cuanto antes, es el rescate de la democracia a través de la unidad nacional. Ésta comprende, por supuesto, la verdadera unidad y no tan sólo la de uno u otro bando, alrededor de éste u otro caudillo, desconociendo el derecho a las otras a existir y participar en la cotidianidad política.
Sé que el gobierno no lo hará. No puede esperarse del tirano otra conducta como del olmo no se esperan peras. Al caudillo ni le interesa ni va a permitir que otros personajes, en la oposición o dentro del movimiento, descuellen. Por eso, urge la movilización de voluntades hacia la unidad de todos los venezolanos, más allá de las ideologías, en verdad inútiles en el mundo contemporáneo, para desarrollar ideas y programas que ayuden a construir de nuevo un orden democrático.
La tarea no es fácil. Sin embargo, hay que hacerla. Y cuanto antes, mejor.

jueves, 16 de abril de 2009

Hacer lo correcto

Se habla mucho de la popularidad de Chávez. Luis Vicente León declaró en una entrevista que el presidente se perfilaba como un titán y que se requería de un héroe para sustituirlo. En primer lugar, le recuerdo al presidente de Datanálisis que los titanes existen en la mitología para aparentar ser poderosos, pero en todo caso, su poder está fatalmente vinculado al fracaso. Pero no entremos en estas discusiones jungianas y centrémonos en lo verdaderamente importante: el problema no estriba en la popularidad de Chávez (o de otro), sino en la oferta que se le está haciendo a los venezolanos.
El gobierno, a cuenta de una popularidad que consta únicamente en actas de votación cuya credibilidad puede cuestionarse, viene sustituyendo la democracia por un modelo socialista a espaldas de la inmensa mayoría de los venezolanos, si asumimos como ciertas las encuestas. Ése es el pivote de la discusión. En tiempos del Tercer Reich la mayoría apoyaba las medidas del führer. ¿Se justificaba entonces el holocausto judío?
A veces no se trata de popularidad sino de hacer lo correcto. La población de los Estados Unidos no deseaba ir a la guerra pero el presidente Franklin Roosevelt bien sabía que su nación mal podía mantenerse al margen de la guerra. Los ingleses tampoco deseaban ir a la guerra pero Winston Churchill tuvo el coraje de ofrecerles sólo sangre, sudor y lágrimas, porque eso era lo correcto.
Excusarse en la popularidad resulta fatuo. Sobre todo cuando urgen medidas para salvaguardar la democracia venezolana. Se trata de contener las aspiraciones del caudillo barinés de erigir a Venezuela como el nuevo cónclave del atraso. No insinúo fórmulas violentas, como un golpe de Estado, que puede traer tan sólo una situación peor a ésta. Me refiero a hacer uso de todos los mecanismos legales posibles, dentro y fuera del territorio, para impedir que el gobierno continúe absorbiendo todo el poder posible.
Para ello urge desmontar el discurso, de un lado, propagandístico, del otro, políticamente correcto, para sustituirlo por uno coherente, constructivo, que en vez de avivar la división de bandos, reúna a los venezolanos alrededor de los temas verdaderamente importantes, y, sobre todo, que desenmascare frente a los millones de ilusos, ciertamente enamorados por la idea de otro país, este tinglado comunista que, disfrazado de propuesta vanguardista, nos retrotrae a épocas ya superadas por la humanidad.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

Revolución y contrarrevolución

Chávez habla de revolución y contrarrevolución en vez de gobierno y oposición y, aun más importante, del diálogo entre ambos. Por el contrario, ordenó “arrollar” a la contrarrevolución. Así mismo, niega toda posibilidad de diálogo porque el ya no es el rey de los “pendejos”. Primero acusa de subversivos a quienes critiquen la sentencia recaída sobre los comisarios y los agentes de las Policía Metropolitana pero luego lamenta sólo la muerte de dos manifestantes pro-oficialismo. Y aun así se hace llamar presidente de todos los venezolanos.
Me pregunto entonces, ¿quién alienta la violencia?
Venezuela no desea debatir entre un gobierno socialista y otro democrático. Sobre ese particular ya nos pronunciamos el 2 de diciembre de 2007, aunque sabemos que al caudillo le irritó sobremanera ese triunfo de “mierda”. Arremete pues contra toda posibilidad disidente y para ello los sátrapas bien se prestan a su servicio infame. Con absoluto desdén por las instituciones establecidas e incluso de la voluntad popular manifestada a favor de quienes no le son abyectos, ejerce toda la violencia que su cargo le permite.
Sin embargo, se acusa a la oposición de ser la causante de la violencia y de erigirse en contrarrevolucionaria. Puede que haya un sector opositor violento. Sin embargo, no sólo es ciertamente minoritario, sino que además, el resto lo rechaza. Su posición contrarrevolucionaria es un derecho y el gobierno mal puede criminalizar ese derecho.
Puede que finalmente estalle la violencia. Pero no será culpa del humillado, que ha soportado cuanto arrebato de ira arranque ímpetus de gran caudillo en un hombre que en los momentos difíciles, arrugó, como dicen los muchachos de hoy en día.
Si Chávez cree que presionando más puede subyugar al país, puede que pronto se estrelle contra un muro. Bien dice el resabio popular, la violencia sólo engendra más violencia.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra