miércoles, 30 de diciembre de 2015

La celada


Los diputados «adjudicados» por el CNE poseen un documento que los acredita como vencedores en las elecciones correspondientes. Ese documento, que es el resultado del conteo de los votos, reviste el carácter de un acto administrativo, es decir, una expresión de voluntad del poder político, en este caso uno investido con rango constitucional. Ese acto, sin dudas, puede ser impugnado ante las autoridades administrativas y judiciales. Sin embargo, hasta tanto un tribunal competente no se pronuncie, ese acto tiene validez y eficacia en el mundo jurídico.
Hay casos en los que se puede solicitar la suspensión de los efectos de un acto impugnado. En este caso, no obstante, no se cumplen los extremos de ley, porque en primer lugar, el querellante no corre riesgo alguno de que su pretensión no se concrete. En todo caso, el cargo no va a desaparecer y de resultar favorecido, no se le concedería al accionante el cargo, sino que habría una nueva elección. En segundo lugar, hay en juego un interés mayor, porque en modo alguno puede arrebatársele a una comunidad (el circuito) su participación en la Asamblea Nacional para favorecer el eventual derecho de algunos particulares, que como ya dije, o asumirían los cargos, sino que deberían participar en unos nuevos comicios. Priva pues, el interés general sobre el particular. Las aspiraciones de ocho candidatos perdedores no pueden estar por encima de la población en esas circunscripciones. Eso es un principio general de derecho que guía – o debe guiar - la forma como ha de sentenciar el juez.  
Cabe destacar además, que en atención a la falta de riesgo de hacer ilusorio el derecho del querellante, esta emboscada de la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia levanta muchas sospechas ¿Por qué no interponer el recurso de impugnación una vez reiniciadas las actividades judiciales en enero? Y si bien no puede afirmarse a priori pecado alguno, al menos despierta suspicacias. Se puede pensar, con razonable justificación, que más que el fondo de la causa (la nulidad de los actos de adjudicación), que llevaría a la celebración de unas nuevas elecciones en esos circuitos, se desea la medida cautelar que en algunos casos puede acompañar a los recursos de nulidad. Pero, ¿por qué? ¿Impedir que la bancada opositora ejerza el control absoluto sobre la Asamblea Nacional?
A mi juicio, la gravedad de esta celada estriba en lo que parece una atención que por la puerta de atrás hiciera la Sala Electoral al PSUV, con lo cual demostraría una subordinación del poder judicial al Ejecutivo, y eso es violatorio de la separación de poderes y por ello, del orden democrático consagrado en la Constitución. Sería pues, un golpe de Estado, porque omitiría la institucionalidad y sobre todo, el mandato popular expresado el pasado 6 de diciembre.
En horas de la tarde de hoy, 30 de diciembre de 2015, la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia admitió la impugnación de las elecciones en Amazonas, dejando sin representación a esa entidad federal. Eso es muy grave. Gravísimo. Según refiere el portal Noticiero Digital en horas de la tarde, las impugnaciones ascienden a diez ¿Qué buscan? No lo sé. Podría especular pero sería solo eso. Sobre este particular debo decir que en todo caso, la impugnación electoral no debería ser objeto de amparo porque existe un procedimiento expedito para ello en la ley y como ya se dijo, en modo alguno se corre riesgo de que la materialización del petitorio termine siendo imposible de ejecutar. Más allá de esto, hay un acto de gobierno de dudosa legalidad y sin dudas, ilegítimo, ejecutado por dos de los poderes, el judicial y el ejecutivo.
Este 5 de enero del 2016 debe instalarse la Asamblea Nacional como quedó conformada de acuerdo a la adjudicación hecha por otro de los poderes públicos, el electoral. Así las cosas, este martes deberían concurrir 112 diputados de la MUD y 55 del GPP, e instalar el nuevo parlamento, porque a pesar de la sentencia ilegal del TSJ que permite extender el mandato, éste solo puede prorrogarse mediante una enmienda o reforma constitucional. Ya algo semejante – e igual de grave – tuvo lugar en el 2013, cuando se prorrogó de facto el mandato del poder ejecutivo a través de un fallo del TSJ, desconociendo groseramente la Constitución. En todo caso, las impugnaciones pueden seguir su curso y solo de resultar favorables a los accionantes, se desincorporarán de sus cargos.
Imagino que no pretenderán prorrogar de facto, acumulando impugnaciones, a los actuales diputados, cuyo mandato termina el ´4 de enero de 2016, apelando a la sentencia – violatoria la constitución – que permite semejante aberración. Cabe señalar que así como se admitió una de las impugnaciones, otras seis fueron declaradas improcedentes. Por ello, parece mejor no adelantar especulaciones.

Estamos presenciando otro golpe a la constitucionalidad y al ordenamiento jurídico, porque mal puede ningún órgano del poder público reformar la constitución sin seguir los procesos establecidos en ella misma. Ignorar la voluntad popular expresada el pasado 6 de diciembre y abusar de la ley para favorecer a una tendencia política es un atentado al estado de derecho y por ello, un golpe de Estado. Constituye un acto de tal gravedad que ni sus socios de la UNASUR ni la misma Cuba no podrán avalar. Sea lo que sea, en todo caso estas celadas dicen mucho de la necesidad de mantener la unidad.  

Cuando el pescado hiede


Nicolás Maduro no comprende la gravedad de la crisis. Su proceder estos últimos días ha sido desatinado e incluso, irresponsable. Más allá de su incapacidad para reconocer la derrota y sus consecuencias, no atiende la raíz del profundo descontento popular. La economía venezolana colapsó y mientras tanto, el presidente se ocupa de «proteger el cuartel de la montaña por cien años» o de ordenar que a diez mil taxistas favorecidos por el convenio con China les quiten sus vehículos (y su sustento). Mientras gente duerme en cartones frente a un supermercado o una farmacia esperando productos como pollo, café, leche, papel higiénico o toallas sanitarias, el TSJ atiende al PSUV por la puerta de atrás, y otros convocan a los colectivos para impedir que los diputados electos por el voto popular tomen posesión de sus cargos.
Venezuela necesita atender problemas muy graves. La postergación de las medidas económicas necesarias, más que una idiotez, es un suicidio. Uno que de paso, nos arrastrará a todos por procesos muy dolorosos. Impedir con trucos cada vez más baratos la voluntad de cambio que expresó la ciudadanía el pasado 6 de diciembre en lugar de atornillarlos en el poder, acelera su caída. Nicolás Maduro podría culminar su mandato, siempre que abra los ojos, abandone el dogmatismo y rectifique realmente sus políticas. Si no, las élites no van a suicidarse con él y no dudo que como en el pasado, aun su propia gente le dé una patada impíamente. Cuando el pescado hiede, nadie lo quiere cargar.    

A Nicolás Maduro se le acabó el tiempo (y los reales). Su taita político no pocas veces huyó hacia adelante. Y le funcionó. Podía hacerlo. Contaba con el dinero para ello. Sin embargo, su sucesor heredó solo deudas, y en su «huida hacia adelante» se topó con un muro al final del callejón. 

lunes, 28 de diciembre de 2015

De la pérdida de la razón y el pensamiento acrítico


            Edzar Ernst publicó un trabajo después de veinte años de investigaciones, desmotando creencias y mitos de la medicina alternativa. Su trabajo, «A Scientist in Wonderland» («Un científico en la tierra de la maravillas»), prueba a través del método científico, que la medicina complementaria no solo es un fiasco, sino que además puede resultar peligrosa. La sustitución de tratamientos convencionales, aunque sean muy duros (como la quimioterapia), por otros alternativos pueden costarle la vida al paciente, aunque se disfracen de «sabiduría milenaria».
            En su libro expone la feroz oposición que sobre sus estudios hizo mucha gente, incluso el príncipe de Gales, al parecer un defensor a ultranza de la homeopatía. Sin adentrarnos en los chismes, el autor concluye que su esfuerzo sirve para demostrar la ineficacia de las terapias alternativas, pero no para convencer a sus defensores, para quienes «la medicina alternativa parecía haberse transformado en una religión, una secta cuyo credo central debe ser defendida a toda costa contra el infiel».
            No pretendo polemizar sobre la eficacia o no de esas terapias. He usado el trabajo de Ernst para exponer un mal que no solo afecta a las ciencias, sino que se arraiga en el alma del hombre, nublándole la razón y por ello, cegándole la inteligencia. Podría compararse quizás, con las teorías conspirativas, sobre las cuales no se ha aportado evidencia alguna que avale concienzudamente esas afirmaciones. Insisto, parte de la esencia de su trabajo, y que podría ser profundamente beneficiosa para el mundo de hoy, es el profundo daño que puede causar el dogmatismo, que sin duda hace de personas inteligentes, unos verdaderos idiotas.
            No malinterprete mis palabras, amigo lector. Creer en algo no convierte a nadie en un imbécil. Aun si cree con fervor. Ese no es el problema. Lo es, sin dudas, cuando se pierde la capacidad autocrítica y un mínimo de objetividad y por ello, se ignoran infinidad de evidencias concretas para defender dogmáticamente lo indefendible. Al fin de cuentas, eso termina siendo tan solo soberbia.
            En el ámbito político ocurre con tanta frecuencia que en abundan el mundo los malos gobiernos y las llamadas revoluciones, causantes de profundos estragos. Lo que sucede en Venezuela es prueba de ello. Ante el caudal de evidencias irrefutables sobre la pésima gestión de este «proceso revolucionario», sus cabecillas, como los defensores a ultranza de los tratamientos alternativos, se aferran a sus dogmas y recurren al discurso prevaricador, pero en modo alguno logran derribar una realidad demostrada con hechos.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

¿Reeditar el 13 de abril?

           
La incapacidad de Maduro para aceptar la derrota ya es riesgosa. Dada su investidura como presidente, sus bravatas dejan de ser graciosas. Desnudan un talante antidemocrático que podría conducirnos a todos por derroteros muy peligrosos. No, no es una actitud loable. Por el contrario, es un acto de malcriadez inaceptable.
            Muchos dirán que no importan sus fanfarronadas de camorrero de barrio, que sin dudas, rebajan la majestad de su cargo. Pero en ese discurso pugnaz subyace un modo de ver y comprender la realidad. Para Maduro, y muchos de sus conmilitones, «pueblo» son solo los cinco y medio millones de ciudadanos que votaron por los candidatos oficialistas, pero los más de siete millones y medio de venezolanos que optaron por los candidatos opositores, no lo son y, en todo caso, son el enemigo a vencer.
            Si Maduro no acata la decisión del electorado, que sin ambages está demandando una rectificación del modelo, el año entrante va a ser muy complicado para todos. Es obvio, para Maduro, tanto como lo era para su taita político, la meta no es la mejora de la calidad de vida de las personas, sino el socialismo en sí mismo, y poco importa que cada vez más ciudadanos se opongan a ese modelo. Hablamos de un acto de soberbia imperdonable. Lo he creído desde que llegaron al poder estos señores hace 17 años, el cual aspiraban conquistarlo mediante un golpe de Estado que de paso, no cesan su empeño por justificar y celebrar.
            Creo que el PSUV, del que emergen voces sensatas reconociendo las causas de su derrota el pasado 6 de diciembre, debe exigirle a Maduro respeto por los casi ocho millones de venezolanos que no votaron por sus candidatos, porque tan «pueblo» son ellos como los cinco y medio millones que sí lo hicieron. Creo que la nación está en el deber de imponerle a Maduro su decisión y lo más importante, límites a su mandato. Él es el presidente de la República pero no está autorizado para hacer lo que le venga en ganas. No lo estaba su predecesor, que contaba con una popularidad mucho más robusta.  
            Su intolerancia para digerir la derrota puede impulsarlo a tomar medidas desesperadas que si bien podrían producir un golpe de Estado, dudo que las condiciones sean suficientes para lograr una reedición del «13 de abril». Un gobierno desprestigiado por escándalos de corrupción jamás vistos, una escasez inédita y una inflación descontrolada no va a encontrar sustento para salir airoso de una aventura intragable como la que se lee en las arengas de Maduro y otros voceros oficiales.
            Quiera Dios que se imponga la sensatez.  

martes, 8 de diciembre de 2015

Leyendo el mensaje

            
El discurso desacertado de Maduro, al saberse el triunfo opositor, dejó en claro que no entendieron lo sucedido. No es solo el control que sobre la Asamblea Nacional ahora tienen los opositores, sino el caudal de votos que lo hizo posible. Atribuir a la «guerra económica» esta victoria es una demostración de la ceguera oficial para leer la voluntad ciudadana.
            La ciudadanía está cansada de una conducta propia de un camorrero de barrio, que se impone a como dé lugar, sin importarle nada más que sus propios intereses. El escenario cambió y Maduro, por incapaz o terco, no lo comprende. El apoyo que tuviera Chávez en la región ha mermado considerablemente y para colmo de males, y tal vez causa de lo anterior, se espera una caída mayor del precio del crudo en los próximos meses. Maduro no entiende pues, que carece del carisma de su predecesor, de «su dinero» y del apoyo regional.
            Nicolás Maduro sigue siendo hoy, el presidente, Jorge Arreaza su vicepresidente y sus ministros, los ministros del despacho. El TSJ sigue integrado por los mismos magistrados, y también los poderes Moral y Electoral. Pero 113 diputados, de confirmarse este número, no son precisamente conchas de maní. Mucho menos el caudal de votos. Las élites, supongo yo, sí lo saben. Y también mucha gente en el seno del PSUV. Coincido pues, con Carlos Raúl Hernández: Maduro y Cabello podrán suicidarse pero no por ello, lo va a hacer el partido.
            He aquí el meollo de este asunto. La ciudadanía ya se expresó. Ahora corresponde a las élites interpretar esa contundente manifestación. Al parecer, por los chismes, el ejército ya lo hizo. Supongo que el empresariado emergente también. Bien se sabe, el dinero es sumamente cobarde. Y no dudo que en el TSJ haya un ánimo «institucional» inédito ¿Y también en el poder moral? Cabe recordar pues, otro dicho popular, el miedo es libre como el viento. Si bien Maduro puede intentar torpedear las iniciativas legislativas, abusando de las facultades de la Sala Constitucional del TSJ, no están ganadas las circunstancias para intentar profundizar en un modelo que ayer fue apaleado.

            Dios quiera que se imponga la corriente sensata del PSUV y en vez de suicidarse con los radicales, se acerque a dialogar una solución para los venezolanos y no solo una parcialidad. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Clave para entender lo que ocurre en Venezuela


            Un mal gobierno no es inédito en estas tierras. La ineficiencia y corrupción de éste sí lo es, cuando menos, desde que el general Gómez desbancó a los Liberales Amarillos. Entender lo que ocurre hoy requiere una comprensión del fenómeno «chavista».
            En primer lugar, no existe un movimiento «chavista». Hay, en todo caso, la agrupación de intereses alrededor de un caudillo, que en su momento se llamó Hugo Chávez. Pero no hay un pensamiento que realmente sirva de amalgama. Solo la oportunidad que la popularidad del caudillo ofrecía. En el «chavismo» se reúnen bajo la bandera del «socialismo del siglo XXI» a buscadores de fortuna y comunistas dogmáticos. Una alianza así no puede considerarse jamás un «movimiento». Es una suma de intereses, como ocurre con las alianzas políticas, pero desde perspectivas aun antagónicas.
            El problema se presenta pues, cuando los buscadores de fortuna – y las élites, en general - ven sus intereses afectados. Eso es lo que está sucediendo. Indistintamente de quién logre la mayoría en la Asamblea Nacional en las próximas elecciones, las élites, sobre todo ésas que se forjaron al amparo del «chavismo», sienten  que sus intereses corren peligro. La crisis trascendió a lo meramente económico y los riesgos son muchos y en extremo peligrosos. Hay una corrupción de tal magnitud que el Estado está en vías de «africanizarse». Salvo las tribus (llamadas así solo para emular a Robert Kaplan), nadie tiene interés alguno en una desintegración del Estado y de la nación venezolana.
            Todos los analistas presagian un año 2016 muy complicado. El barril de petróleo no parece acercarse al «precio justo» que necesita Maduro. La comunidad internacional ya no ve con buenos ojos esa conducta de «enfant terrible» que caracterizó a Chávez. Por el contrario, la inminencia de una guerra contra el terrorismo empieza a exigir definiciones de los países. Jugar con fuego en este momento resulta muy mal negocio. Las élites lo entienden y, aún más, saben de qué lado deben ubicarse.
            Maduro está obligado a enmendar. Si no lo hace, todas las fuerzas vivas, incluyendo a su propio partido, van a darle la espalda como en 1993, se las dieron a Carlos Andrés Pérez. La política es negociación y consenso, aunque para los dogmáticos, tal cosa sea lo más parecido a una herejía. Un gobierno hegemónico y déspota como éste no puede perdurar, sobre todo si los fracasos son tantos que puedo uno empezar a hablar de un Estado fallido.
            El voto masivo por las fuerzas democráticas es necesario pues, no para impulsar los cambios, sino para llevarlos a cabo del mejor modo posible.
            

martes, 17 de noviembre de 2015

¿Y después del 6 de diciembre?

Todas las encuestas, aun ésas vinculadas con el oficialismo, apuntan a una derrota semejante a la sufrida por el régimen militar polaco del general Wojciech Jaruzelski en 1989. Hay razones suficientes para creer que por primera vez, el chavismo está contra la pared y encara una derrota que sin dudas, puede costarle el poder.
Sabemos que la vía democrática al socialismo planteada por Salvador Allende en Chile fue una estafa. Lo único democrático fue la victoria electoral. Lo dice bien Carlos Alberto Montaner en un artículo sobre Maduro y sus conmilitones, la revolución no será entregada jamás. Dicho de otro modo, el poder no será cedido y las elecciones son solo una fachada para ocultar la verdad sobre esta revolución: es una dictadura socialista. Sí, ¡una dictadura socialista como ésa que rige en Cuba!
Hay además, mucho miedo sobre el porvenir. Las noticias que logran difundirse a pesar de la censura no auguran tranquilidad para quienes podrían verse sometidos a procesos penales por la comisión de delitos de lesa humanidad e incluso, de delitos comunes. Necesitan mantener el poder, aunque visto el grave deterioro económico y el creciente descontento popular, eso ya no parece posible. 
Supongo que el alto gobierno conoce su precariedad. Su discurso retórico es aun lógico. Desean animar a la gente que alguna vez creyó en ellos. Maduro carece no obstante del carisma de su predecesor y sobre todo, de la descomunal renta petrolera que favoreció a Chávez. Maduro en todo caso, recoge las consecuencias de tamaño despilfarro.
El gobierno parece tener dos planes, al menos por lo que puede recogerse en los medios. Uno sería hacer trampas para sumar votos. Desde el uso abusivo de los bienes del Estado para fines proselitistas y la cedulación de extranjeros, hasta la ubicación de centros electorales en los edificios de la Misión Vivienda (que dicho sea de paso, sus habitantes no poseen la titularidad sobre el inmueble) y el reacomodo de los circuitos electorales para lograr más diputados con menos votos (gerrymandering). El otro ya lo confesó Maduro: desconocer los resultados y gobernar con una junta cívico-militar, supuestamente con el apoyo popular, aunque debería decir con el reducto popular que aún les cree. 
¿Pueden ellos pagar el precio? Pueden creerlo posible pero no supone ello, que lo sea. Quien acude a un brujo para curar sus males cree que en efecto, sanará. Otra cosa es que en verdad sane.
No avizoro un venturoso año 2016. Por el contrario, los indicadores económicos apuntan a la profundización de la crisis mientras no se adopten los correctivos necesarios y éstos ejerzan sus efectos. Digamos, en todo caso, que ése es un trago amargo inevitable. Esto incide no obstante en la conflictividad planteada para el año entrante.
El gobierno enfrentaría una catástrofe si la oposición obtiene mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. Los actuales reacomodos en el TSJ parecen obedecer a una estrategia post-electoral. La Sala Constitucional podría ser el comodín del gobierno para anular las iniciativas opositoras en la Asamblea. Este escenario luce muy probable. No obstante, el reacomodo de fuerzas, sobre todo ante un colapso al parecer inevitable, puede anular las aspiraciones totalitarias del régimen. Los diversos factores de poder pueden aliarse con una eventual nueva élite. Y no podemos descartar al sector militar, desde luego. Huelga decir las razones y lo que esto implica.
El año entrante promete ser catastrófico para el gobierno de todos modos. La gente comenzará a inquietarse cada vez más por la escasez y carestía de productos y servicios, como consecuencia de políticas económicamente inviables. Los conflictos entre los poderes públicos no van a resolver la crisis. Por el contrario, la van a empeorar. Es muy probable que cierren empresas y se destruyan empleos. Las manifestaciones van a colmar las calles, y, no lo dudo, el gobierno usará las fuerzas del orden público para reprimirlas. Pero cabe preguntarse, ¿están los militares y los jueces dispuestos a obedecer ciegamente? Queda claro algo, la carta del secretario general de la OEA y las investigaciones adelantadas por organismos extranjeros en contra de funcionarios venezolanos se ciernen como una espada de Damocles sobre los más débiles en una estructura de poder cada vez más frágil. 
¿Qué le queda al gobierno entonces? Depurar sus cuadros y luego, concertar con la oposición una transición del modelo económico, de modo que se recupere el mercado interno, mejorar la capacidad adquisitiva de la gente y lo más importante, crear un clima favorable para las inversiones, que es, sin dudas, la vía más expedita para repuntar la economía.
La rectificación política y económica luce inevitable. Puede ser un camino arduo y doloroso, si la tozudez se impone. No obstante, sin falsas promesas, puede ser mucho más llevadera si todos los factores de poder deciden actuar ahora. No propongo un golpe de Estado. Suelen ser atajos muy peligrosos. La idea es anticiparse a la complejidad política y económica del año entrante y desde ya dialogar con el mayor número de actores posibles, incluso con la disidencia dentro del PSUV, que de su existencia no tengo la menor duda.
Una mesa de diálogo en la cual se concilien soluciones podría ofrecer soluciones viables en el corto, mediano y largo plazo. Desde luego, hay que decirlo, los principios liberales son la piedra angular de esas negociaciones. Pero eso es tema de otro texto. 

martes, 29 de septiembre de 2015

El club de los hijos de putas


Como si de malvados hollywoodenses se tratase, los marxistas, que si a ver vamos se comportan peor que cualquier avaro, acusan a sus detractores, sobre todo los que comprenden que no pueden reglarse lo que no se produce, de ser unos villanos inescrupulosos que hacen sus maldades por mero placer. Sé bien que exagero, pero no tanto.
Los republicanos, para citar un grupo tenido por recalcitrantemente retrógrado, no gozan fastidiando pobres, machacándoles su miseria (cosa que en cambio, sí hacen los marxistas aunque no sea ése su deseo). No, ellos, como la UP, para citar un ejemplo de socialismo mitificado (el de Allende), también persiguen reducir la pobreza. Como lo hacen igualmente el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Solo que éstos, distinto de los marxistas, saben que no pueden regalar lo ajeno y aún menos, fomentar la holgazanería.
Puede que Margaret Thatcher hay sido un tanto dura con las clases pobres, sobre todo porque bien lo sé, a veces, quien no tiene trabajo, no lo tiene por razones que no le son atribuibles. No obstante, en su discurso no escaseaban verdades que los marxistas eluden. Y las eluden porque su credo no concede respuestas a las distorsiones que todo orden socialista va creando hasta ahogar la economía y hacerla inviable. Ocurrió en la extinta URSS, en Cuba y sucede en Venezuela.
La pobreza no se acaba aniquilando las libertades, la iniciativa privada y controlando a la ciudadanía al extremo de adormecerla y amansarla. Bien se ha visto, mucho mejor se vive en Miami que en La Habana. Mal se vivía en Moscú y en Varsovia. Mientras la gente fallece famélica al norte del paralelo 38, al sur, florece una de las economías más prósperas del planeta.
Una clase media fuerte y vigorosa es además del mejor motor de desarrollo para un país, el mejor contralor del poder. Una clase media que no depende de dádivas, es verdaderamente independiente y por ello, puede prensarle las bolas a los que ejercen la autoridad y de ese modo recordarles que su poder es siempre temporal.


No es lo mismo ni se escribe igual

Se va al mercado y se hacen colas tediosas, largas, extenuantes. Sabemos bien que ésa no es la idea general de bienestar, aunque el gobierno se afane por mostrar un país que existe solo en sus deseos. Pero huelga recordar el refranero popular, deseos no preñan. Todos estamos claros, el 6 de diciembre próximo vamos a acudir masivamente a votar por un cambio. No obstante, mientras llegamos, debemos comer, bañarnos, pagar deudas… Mientras llegamos al 6D, la vida cotidiana continúa.
Comprendo que la idea no es andar convocando vainas, como golpes de Estado, pero hablarle duro al gobierno, lo cual es y será siempre nuestro derecho, no está reñido con la idea de votar masivamente. Cada vez que el gobierno ofende nuestra inteligencia con excusas tontas e increíbles, la MUD, como vocera de los sectores opositores, debe ripostarle con mayor contundencia. No hay lugar para el miedo en quienes desean asumir el liderazgo.
El estado del país es ruinoso. La anomia reina en las calles. Los hampones persiguen a los policías. Los defensores de los pobres usan carteras de marca (de unos 5.500 dólares, por ejemplo)… y la responsabilidad no es de Colombia o Estados Unidos, ni de unos oligarcas que intentan sobrevivir sin mucho éxito. La ruina nacional es obra de una gestión de gobierno pésima que jamás ha tenido en mente gobernar, sino llevar adelante una revolución. Y bien sabemos, no es lo mismo ni se escribe igual.  

lunes, 28 de septiembre de 2015

¿Calidad de vida?

           La propaganda oficial pregona una que en verdad no existe. El hastío en las colas, para comprar alimentos, repuestos básicos o para solicitar al Estado la expedición de documentos que está obligado a entregar no se corresponde con la idea de vivir bien. Tampoco el temor a ser víctima del hampa o que no pueda siquiera ir al cine, porque no le alcanza el dinero.
            La vocería oficial se limita responsabilizar a una inexistente oligarquía local o enemigos externos, llámese Colombia o Estados Unidos, pero no acepta que la causa de todos los problemas que hoy merman considerablemente la calidad de vida del venezolano radica en los excesivos controles. No se puede controlar una sociedad sin asfixiarla.
            Los controles afectan desde la cosa más simple, como la expedición de una cédula de identidad o del pasaporte (que no pueden ser negados), hasta la entrega de divisas en un país cuya economía está basada en las importaciones, bien sea de las maquinarias y tecnologías para producir localmente o bien para importar bienes terminados, algunos generados en el país hasta recién.
            Se habla de una independencia que no es real y de un poder popular inexistente. Hoy por hoy, dependemos de China (a la que debemos una cuantiosa suma de dinero) y de Cuba (a la que hemos entregado áreas sensibles, como la administración de notarías y registros, y la expedición de los documentos de identidad). El pueblo no posee poder alguno. Una élite lo detenta y ejerce, solo que dice hacerlo en nombre de aquél.

            Entonces, ¿de qué democracia hablamos? Todos los teóricos coinciden en que todo orden democrático se construye sobre las libertades de una ciudadanía que no necesita dádivas del Estado para sobrevivir. Puedo decirlo, un país que se construye sobre misiones, demuestra tan solo que su Estado y sus gobiernos han fallado. Controlados, sujetos a un perpetuo estado de sospecha y eventualmente acusados, empobrecidos y acobardados no podemos ser ni seremos jamás una sociedad democrática. 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Forzar las cosas

           
En medio de acaloradas discusiones, unos pregonan una vía rápida para salir de esta pesadilla y otros, métodos menos violentos, o si quiere, ajustados a una legalidad cada vez más precaria. Si bien son éstos los que en definitiva tendrán la razón de su lado, no es menos cierto que aquéllos no carecen de argumentos válidos.
            La crisis venezolana empeora cada vez más, con el riesgo de alcanzar niveles explosivos más pronto de lo que pueda pensarse. Según Datanálisis, el desabastecimiento se ubicaba para julio de este año en un 70 %, y desde enero, la tasa de escasez ha sido superior al 20 %. Dicho de un modo más sencillo, hay fallas en la presentación y variedad en el 70 % de los productos y ausencia de más del 20 %. Eso es grave. Aún más, resulta peligroso para la estabilidad social del país. No obstante, según el IVAD, 7 de cada 10 venezolanos cree que la solución a la crisis debe ser por medios electorales. Se entiende pues, hay consenso en cuanto al rechazo a posibles salidas de facto. Cabe preguntarse por cuánto tiempo.
            El 6 de diciembre puede ser un hito para el proceso político venezolano durante los últimos tres lustros. Chávez era popular y, salvo vocerías carentes de mayor fundamento, ciertamente obtuvo la preferencia popular en las distintas elecciones en la que participó, al menos desde un punto de vista formal. El chavismo ha perdido desde que Maduro asumiera la presidencia su robusta base electoral y hoy, a escasos meses de las elecciones, 86 % de los venezolanos evalúa negativamente su gestión.
            Una encuesta del IVAD pone al chavismo como tercera opción en las preferencias electorales, por detrás de los independientes. Según esta encuestadora, en un escenario polarizado, el gobierno obtendría solo 22,1 % de los votos, mientras que la MUD lograría un 41,8 %. No sería extraño que el restante 36,1 % se distribuyera más o menos en la misma proporción. De ser este el escenario, la victoria opositora sería contundente pero no necesariamente suficiente para lograr el control de la Asamblea Nacional. Eso no es bueno.
            Sean cuales sean los números, la mayoría de las encuestadoras coinciden en la pérdida de popularidad de Maduro y del PSUV, así como su eventual derrota en las elecciones del 6 de diciembre próximo. Supongo que el gobierno sabe esto. También imagino que maniobrará para evitar una derrota que sin dudas, podría costarle el poder. Cuáles serán esas maniobras, no lo sé claramente. Pueden ir desde las trampas, que ya son conocidas, hasta la suspensión de las elecciones. Cabe preguntarse, sin embargo, ¿pueden pagar el precio que supone suspenderlas o ganarlas fraudulentamente?
            Este tema parece prioritario para unos y otros. Dudo mucho que un anuncio de un triunfo fraudulento pueda contener el descontento, que vistas las encuestas, abarca a un sector de la población que puede resultar decisivo en la confección y concreción de otras salidas, a todas luces indeseables, pero no por ello, improbables. No nos engañemos, entre desesperados y pescadores en río revuelto, algo puede cocinarse.
            Si la MUD obtiene las dos terceras partes de la Asamblea Nacional, podrían adelantase cambios, aunque se den en medio de una conflictividad constante entre los poderes, que podría dar cauce al adelanto de unas elecciones presidenciales consensuadas. Pero, ¿y si no lo logra? En Chile se intentó. La oposición ganó pero no obtuvo la mayoría calificada para adelantar una acusación constitucional que habría destituido a Salvador Allende. Por su parte, la tozudez del líder socialista chileno para entender que la crisis se originaba en el modelo económico – la transición al socialismo – y no en las expresiones de ésta condujo a Chile a una cruenta dictadura de 17 años. De nuevo surgen inquietudes que no pueden ocultarse.
            El gobierno venezolano parece haber perdido el rumbo y solo actúa para preservar el poder, y con éste, a la revolución misma (que es un fin y no un medio), así como los privilegios que han hecho de la nueva élite los nuevos dueños del capital en una sociedad profundamente superficial que le rinde culto al dinero. Hay pues, una élite que, sin ningún tipo de propuesta diferente a la propaganda y al discurso retórico, se aferra al poder, porque es la única forma de mantener el control absoluto sobre los ciudadanos, y no nos engañemos, para muchos, su principal fuente de ingresos. Mientras tanto, no solo hay un grupo que habiendo perdido el poder, se resiste a la idea de no recuperarlo, sino además, una población que sale a diario a la calles para ver como sobrevive. Vuelvo pues, al planteamiento inicial: una creciente masa de ciudadanos depauperados sin expectativas de mejoras es gasolina cerca de un candelero. 
            El gobierno debe entender pues, que el problema es en esencia el modelo y de paso, el hartazgo popular hacia éste. Pero la MUD debe comprender por su parte que el gobierno puede ser peligrosamente terco, tanto como para propiciar su propia ejecución (como lo hicieran las vocerías más recalcitrantes dentro de la UP en Chile). Por ello, urge el esfuerzo continuo e incansable para tender puentes entre los líderes racionales en todas las bancadas, que ven en el diálogo – el verdadero diálogo – la salida a la crisis. Por ahora a nosotros, por nuestra parte, nos corresponde acudir masivamente a las urnas, porque una victoria aplastante el próximo 6 de diciembre no solo nos dará el necesario control para propiciar cambios, sino una demostración de fuerza que difícilmente pueda eludir el gobierno.


lunes, 14 de septiembre de 2015

Mirando al techo

El general Augusto Pinochet fue una figura horrenda en la historia reciente de América del Sur. Su régimen impuso el terror, la tortura y la muerte como instrumento para la paz. Debo decir, una paz erguida sobre pilares tan sucios es sin dudas, una paz ultrajada. Hay hoy, sin embargo, voces que justifican su mandato y la fealdad de esa paz impuesta no por medio del diálogo, sino de la represión brutal a toda forma disidente.   
El gobierno de Salvador Allende fue desastroso y sumió a Chile en un caos político y económico que abrió las puertas a un infernal desenlace que se prolongó 17 años, durante los cuales se recuperó económicamente el país, pero a un costo demasiado alto, que sin dudas, los chilenos no merecían pagar. La dictadura de Pinochet pudo ser, o así lo entiendo, el reverso del trienio socialista ensayado por Allende. Pinochet fue pues, la peor consecuencia de un gobierno ciego, torpe y dogmático.
¿Qué quiero decir con esto? Salta a la vista. La historia nos muestra ejemplos que por soberbios nos negamos a ver. La paz horrenda impuesta por el general Gómez fue consecuencia de las incesantes guerras civiles que por poco desintegran la República a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. La dictadura militar entre 1948 y 1958 fue el resultado de una política despótica de un partido que en vez de construir la democracia que pregonaba en sus arengas, pretendió erigirse en el gran hegemón de la política venezolana. Por último, mal puede negarse, ese modo tan adeco de gobernar tras la caída de la dictadura en 1958 condujo a este trágico resultado: la revolución de Chávez. Y…
No hay héroes ni antihéroes. Hay solo hombres, que inmersos en sus visiones particulares, muchas veces dogmáticas, proceden de tal modo que abren la puerta a otras etapas, como la dictadura de Pinochet en Chile o la de Gómez en Venezuela. También a otras luminosas, como la Ilustración y la Revolución Americana a los gobiernos democráticos modernos. No hay razones pues, para creer que dadas las condiciones actuales, los venezolanos no veamos surgir de nuevo la bota militar, que imponga el orden del único modo que saben hacerlo, acuartelando al país.
No se ensañen contra mí. Solo soy, si se quiere, un mensajero. Agorero, tal vez. Pero no por ello, necesariamente errado. Suponer que no puede emerger un dictador es una necedad sin perdón. Sí puede y de no tomarse correctivos, emergerá como del estiércol brota la peste. Ése es sin lugar a dudas, la amenaza que se nos cierne sobre las cabezas, tal cual como una espada de Damocles, que no solo podrá costar el poder a los poderosos, sino además, sus vidas y las de un sinfín de inocentes, como lo ha mostrado la historia con elocuencia.
Las condiciones están dadas, o al menos, se nos presentan claras. Que no haya un líder en puertas importa muy poco. En estas épocas, en estas crisis, la razón termina tan sojuzgada como los ciudadanos, quienes deben acatar a los jerarcas no porque sean legítimos, que no lo serán jamás, sino porque poseen el poder para hacerlo. Pero no nos engañemos, si esa barbarie impone el orden perdido, tanto adentro como afuera de nuestras fronteras, muchos mirarán al techo, como ya ha ocurrido tantas otras veces.

           

            

domingo, 6 de septiembre de 2015

In memoriam…

          No niego la tragedia del niño Aylan. En ese incidente también murieron ahogados su hermano y su madre. Sin embargo, no son ellos casos aislados y he ahí la verdadera tragedia detrás de estas muertes. La migración de personas, sean sirios huyendo de esa locura infernal que es ISIS, centroamericanos migrando a Estados Unidos o africanos que buscan una vida mejor en Europa, es, si se quiere, un problema global… un problema que nos atañe como especie y no como nacionales de éste o aquel país.
         Son pocos los que dejan todo atrás para emigrar por gusto. Sus razones por lo general gravitan sobre tragedias. Guerras intestinas en África o una vida miserable en Centroamérica o el horror del fanatismo religioso. Levantar muros, encender la xenofobia o crear restricciones no solo ha resultado inútil, sino que además, empieza a tomar un cariz que como especie no podemos tolerar. No creo exagerar al repetir que los desplazados ya no son problema de unas pocas naciones y se perfila como un tema humano.
        Creo que la humanidad debe encaminarse hacia la Ecumenópolis. Estoy convencido de la necesidad de un gobierno mundial. Nos guste o no, la globalización – o la comunicación masiva que es posible hoy – ha volado las fronteras y no hay forma de impedir el desplazamiento de personas cuando en sus países la esperanza murió en manos de fanáticos y corruptos. Solo mejorando las condiciones globalmente se evitará la migración ilegal y desde luego, tragedias como la de Aylan.  
         La ONU, que hasta hoy ha sido cuando mucho un club de gobiernos que poco o nada representan a sus nacionales, no puede seguir negando las atrocidades que en nombre de la fe o de una ideología o de vaya a saber uno qué perpetran gobiernos, grupos de poder, caudillos, cofradías religiosas y pare uno de contar. Insisto, es perentorio un gobierno mundial que ponga la ONU al servicio de la humanidad y no de los gobiernos.
       No puedo concluir sin recordar a John Locke. Su obra filosófica está orientada a la creación de un orden basado en derechos que sin dudas, son anteriores a la constitución de las sociedades, y por ende, ningún credo u ordenamiento jurídico positivo tiene la potestad de abrogarlos. Se tienen y punto.
        No me queda más que pedir a Dios, cualquiera sea su nombre, para que extienda sus manos y reciba a ese pequeño angelito. Ojalá y la muerte de Aylan Kurdi encienda las alarmas y nos llame a una reflexión profunda sobre la conducta que como especie debemos asumir de cara a un sinfín de problemas globales, a los que nuestras creencias religiosas, políticas  o las que puedan existir les importa un carajo.    

martes, 21 de julio de 2015

Nada está tan mal para no poder empeorar

            
Cada día quema más el cabo de una mecha encendida que nadie tiene a bien apagar. Como el tic tac de una bomba a punto de estallar, la gente, a diario, enfrenta una cotidianidad cada vez más hostil. Su sueldo se desvanece como el sueño al despertarse, y el costo de la vida le abofetea el rostro sin clemencia y sin pudor. Estamos mal. Muy mal. Y mientras unos debaten sobre una ilusoria – o delirante – guerra económica y otros apañan todas sus energías en unas elecciones que a pesar de tener fecha cierta en el calendario no están garantizadas, el ciudadano común la está pasando fatal.
            No se requieren credenciales académicas para advertir la volatilidad de la crisis. Los venezolanos hemos perdido más que nuestra capacidad de pago, nuestra calidad de vida. No es solo lo mucho que cuesto todo, sino lo difícil que se ha hecho nuestra cotidianidad. Y yo me atrevo a preguntar a tirios y troyanos, ¿qué creen que va a pasar?
            La posibilidad de un estallido salta a la vista como la tormenta que va ennegreciendo el paisaje. Nadie saldría victorioso de una debacle que hoy se debe a causas mucho más graves que aquéllas que incendiaron a Venezuela en febrero de 1989. E igualmente, si en 2001 estaban dadas las condiciones para lo que ocurrió en abril del 2002, hoy, esas condiciones eran sandias, comparadas con las actuales. Y bien cabe agregar, Nicolás Maduro carece del carisma que sí tenía el difunto presidente Chávez.
            El gobierno tiene la popularidad por el suelo. La oposición solo la tiene un tanto mejor, y podría decirse que solo por default. El voto en las próximas elecciones, de celebrarse, no sería un voto por una causa sino uno para castigar a un pésimo gobierno. Ese descrédito en ambas aceras, no obstante, resulta peligrosísimo para la estabilidad del sistema y por ello, también para la oposición. Por condiciones semejantes (aunque mucho menos graves), se derrumbó la democracia venezolana en 1998. Esta dictadura la cimentó el discurso que contra la democracia vendieron tantos. No olvidemos, al dueño de este (desdichado) circo lo aclamaron y sin pudor le dieron un cheque en blanco.
            Creer que no pueden ocurrir desgracias peores es una estupidez imperdonable. Nada llega a estar tan mal como para no poder empeorar. Creo que con esto último ya lo dije todo.   

lunes, 13 de julio de 2015

Un nuevo pacto para la gobernabilidad

Mucho se dijo del Pacto de Puntofijo. Se le culpó de todos nuestros males, cuando éstos derivaron siempre, y lo siguen haciendo, de nosotros mismos, que no hemos querido comprender la esencia de la democracia y de un modelo liberal. Hoy por hoy, urge reeditar un acuerdo para la gobernabilidad. Distinto de aquél, éste compromete a más actores, no porque fuese ése insuficiente, sino porque ahora la dinámica social venezolana es más compleja.
            Venezuela necesita un nuevo acuerdo social porque las condiciones socioeconómicas se tornan cada vez más explosivas. Huelga decir por qué. Uno que, en primer lugar, defina unas reglas mínimas, si es que anhelamos verdaderamente construir una democracia robusta, porque no es democrático lo que se nos antoje, sino lo que ontológicamente es. Sin un genuino Estado de derecho y una clase media fuerte, consciente de sus derechos y sus deberes, no habrá nunca una democracia eficaz. Habrá un Estado personal del que una élite, llámese como se llame, se beneficiará ilegítimamente.
            En estos días, conversaba con una querida amiga y ella me decía que la democracia y el socialismo no estaban necesariamente reñidos, arguyendo que en Europa existen democracias con consciencia social. Yo aseguraba que sí. Pero en oposición a su tesis, argüí que las democracias europeas, que de paso no lo son en estricto sensu y, por ello, se les conocen como monarquías constitucionales (salvando los países que en efecto han adoptado el modelo republicano), eran democracias, en tanto existía a plenitud un Estado de derecho (que somete aun al monarca), pero que, conscientes de las carencias de muchos, recurrían a medidas sociales, sin perder la esencia democrática. Debo recalcar, porque en gran parte en mi demostración subyacen palabras de Francis Fukuyama, que si por esas medidas hablamos de socialismo, hasta Estados Unidos es socialista. No nos engañemos pues, con frases rebuscadas, el socialismo es lo que es, y, vista la historia reciente, fracasó en el curso de unos 70 años, mientras que el modelo democrático ideado por el constituyente estadounidense en 1787 aún sigue vigente en cuanto a sus principios y postulados.
            No hay duda de ello, y como lo sugiere Maurice Duverger, lo que llamamos democracia pivota sobre un sistema de valores subyacentes que la justifican y que se recogen en el artículo 1° de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, proclamada por los franceses en 1789: Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Si en verdad deseamos construir un genuino orden democrático, esos valores deben inspirar y permanecer vigentes en todas las relaciones sociales, incluyendo, desde luego, el contrato social.
            Una vez contestes en esto, podemos pues negociar proyectos, fórmulas, pero respetando siempre la razón de ser de todo gobierno, como lo es la concesión a sus ciudadanos de lo único que puede – y debe - ocuparse, su calidad de vida. Los gobiernos no otorgan felicidad a sus gobernados por la simple razón de que la felicidad es un tema que atañe a la intimidad del individuo y por tanto, escapa de las competencias del Estado. Descartadas las utopías, las partes pueden entonces centrar sus negociaciones en la creación de mecanismos eficiente para generar y asegurar la mayor prosperidad posible a los ciudadanos. No olvidemos, la democracia supone un permanente diálogo y desde luego, recíprocas concesiones.
            Ese pacto para la gobernabilidad debe incluir, tal como lo hizo el de Puntofijo, un programa mínimo común que asegure la transición de un modelo fallido a otro eficaz. Sabemos que ese programa exigirá de la gente cuotas de sacrificio, sobre las cuales, urge dialogar, pero ése ya es tema de otro análisis. 

viernes, 26 de junio de 2015

La gente quiere cambios


Mchael Penfold en un artículo (publicado por Prodavinci.com, cita los ejemplos de Libia y Egipto precisamente para destacar qué hace falta para que ocurra un estallido social. La primavera árabe se desató por una brecha insalvable entre el costo de la vida y lo que ganaban las personas. La escalada inflacionaria es de tal magnitud que no importa lo imprescindible que sea un producto, la persona sencillamente no puede pagarlo. El caso venezolano se acerca peligrosamente a ese punto de quiebre, que a mi juicio es un momento en el que se suman varios elementos: imposibilidad de pagar las cuentas básicas (me refiero a no poder, por ejemplo, comprar carne o pollo durante largos períodos, porque no lo hay y si se consigue, es demasiado caro), la destrucción gradual de empleos (que ya es elevada) y por último, un evento que prenda la mecha.
Todas las encuestas apuntan no solo a una victoria electoral opositora (que eventualmente podría no darse por variadas razones, como por ejemplo las maniobras tramposas para que menos votantes tengan más diputados o las amenazas de violencia de ganar las elecciones), sino al deseo general de cambios, sobre todo económicos. El gobierno enfrenta pues, su peor reto: un panorama hostil y de inmenso rechazo sin dinero para alegrar a la gente con dádivas (que cada vez se pagan menos).
Si no se producen cambios, el estallido vendrá. Podrá incluso gobernar la oposición, pero si no se dan los cambios, lo más probable es que tenga lugar una explosión social. Las elecciones pueden ser – y de hecho, creo que lo son - una válvula de escape. Si la oposición logra una mayoría importante en la Asamblea, habría opciones y la gente aguardaría razonablemente para que reorganizados los factores de poder, ocurran los anhelados cambios. Si las pierde y las cosas siguen igual, o bien habrá un estallido, o, para preverlo, otros actores se anticiparán a los posibles eventos caóticos (que de darse, lo más probable es que de todos modos desemboquen en una sustitución de gobierno, solo que en circunstancias mucho más complicadas).

Creo pues, que ante un profundo rechazo al gobierno y una oposición que sin serlo realmente, mucha gente la percibe como mediocre y pusilánime, puede surgir un (indeseado) "tercer camino", de ésos que en América Latina ya han surgido antes y han puesto orden por las malas y a juro. Al menos, así lo veo yo. Puedo estar equivocado, desde luego. 

jueves, 18 de junio de 2015

No somos idiotas

            
Estamos inmersos en una profunda crisis, en la que convergen un plan totalitario, una incapacidad avasallante y un dogmatismo que no solo ciega sino que además, embrutece. No he sabido de un gobierno más malo que éste en toda la historia republicana de Venezuela. Desde la terrible de escasez de productos necesarios hasta la inseguridad que padecemos a diario los ciudadanos, nuestra calidad de vida ha mermado hasta ser hoy, poco más que una precaria existencia.
            Los grupos, grandes o pequeños, que aún defienden a este desatinado régimen no pueden endilgar culpas a quienes no las tienen ni poseen la capacidad para causar los problemas que agobian a la ciudadanía. La escasez y la inflación son responsabilidad de unas políticas que han asfixiado al aparato productor venezolano, haciéndonos dependientes de importaciones, las cuales dependen a su vez de las divisas recibidas por la menguada industria petrolera. El resultado ha sido una élite enriquecida sin aportar nada a la economía nacional y una población sin dinero ni productos que comprar. Decir que es una guerra económica es de hecho una de las idioteces más descaradas que yo haya escuchado.
            No hay en este gobierno vocación democrática. Hay sí, una ambición desmedida de poder, de ejercer la autoridad hegemónicamente, para que unos cuantos jueguen sin pudor ni un mínimo de responsabilidad a construir la utopía posible, y para que otros, los de siempre y unos cuantos nuevos, se aprovechen y amasen fortunas al margen de la decencia. Los ciudadanos, de todos los credos políticos, la estamos pasando mal. Muy mal.
            Basta pues, de endulzar la píldora. Es mi derecho, como ciudadano, decir que este gobierno es una mierda. Es el derecho de todos los ciudadanos exigirle al gobierno que se siente en una mesa a dialogar soluciones con todos los factores nacionales, porque sobre el socialismo ya nos pronunciamos, y se sabe, dijimos que no.
            Creo que nos atañe a todos plantarnos, no para hacer barricadas en las calles, que sin dudas, no van a conducir a nada verdaderamente provechoso, sino para hacer sentir la voz de una nación que con todo el derecho que le conceden su propia constitución y una infinidad de instrumentos internacionales, le exige a sus gobernantes asumir la responsabilidad que les fue encargada. Estoy convencido que como pueblo, debemos demandarle al gobierno que cese su maniático empeño por experimentar modelos probadamente fallidos, no por una inadecuada instrumentación de las políticas, sino por razones estructurales.
            Tengo todo el derecho de decir lo que digo, porque pese a que soy opositor de este desatinado gobierno y de haber adversado al difunto presidente Chávez y su proyecto, sigo siendo venezolano y el gobierno está en el deber de atender los derechos que la constitución y las leyes me conceden. No, no me hacen un favor. Seré opositor, y puede que muchos en el gobierno crean que no soy gente, pero la realidad es que como ciudadano, yo también gozo y sobre todo ejerzo como cualquiera otro, esa soberanía que de acuerdo al texto magno, reside en la ciudadanía.

            Ni yo ni quienes adversamos a este gobierno somos por ello idiotas, en el sentido griego, claro, que no es otro que carecer de derechos políticos.   

La naturaleza ontológica del golpe de Estado

            
            Ante la noticia de un golpe de Estado, pensamos primero en un alzamiento militar o, cuando menos, uno armado. Esa es, sin dudas, una forma de desconocer el Estado de derecho, que siguiendo el espíritu de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, es legítima solo en determinados casos, cuyas causas están sujetas a pruebas concretas y no a la cháchara de un caudillo o de un grupo de personas.
            La verdadera esencia de un golpe de Estado no está en el desconocimiento de las autoridades constituidas, que, como ya se ha dicho, estaría justificado en algunos casos, como por ejemplo, la dictadura de Pérez Jiménez. La esencia fundamental de un golpe de Estado está en el desconocimiento del Estado de derecho, y éste puede darse o bien por parte de un grupo que pretende acceder al poder violentamente, o bien por parte de quienes ejercen el poder, aun legítimamente.
            El primer caso es el más corriente. Lo experimentamos por última vez en Venezuela con el alzamiento del 27 de noviembre de 1992. Un grupo, en este caso una facción de las Fuerzas Armadas, al parecer infiltradas por los reductos de la izquierda que no se acogió a los términos de la pacificación en 1969, desconoció el Estado de derecho y arrogándose ilegítimamente la voluntad popular, intentó tomar el poder político por la fuerza. Sabemos, fracasó.
            Importa mucho más en este momento, el desconocimiento que del Estado de derecho hacen quienes detentan el poder. Hay ejemplos.
            El primero lo perpetró la desaparecida Corte Suprema de Justicia en 1999, cuando allanó una reforma constitucional que ciertamente no estaba prevista en el texto derogado. La prórroga que lograron los oficialistas para no llevar a cabo el referendo revocatorio a la mitad del período sino después, en el 2004 (la mitad del período era en julio del 2003 y donde no distingue el legislador, no distingue el intérprete). Luego, en el 2007, con la fallida reforma constitucional propuesta por el régimen (fundamentalmente para perpetuar en el poder al fallecido presidente Chávez). Sobre este particular me permito aclarar que rechazada la reforma electoralmente, los temas tratados en ella no podían volverse a tratar en el mismo período, cosa que se hizo con la enmienda de 2009.  Además, rechazadas las reformas en consulta popular, mal podían prosperar leyes que desarrollaban esos temas. La ciudadanía las había rechazado (y por ello, todas las leyes con contenido socialista son inconstitucionales).
            Seguimos con más ejemplos. El contralor general de la República no vino a ser sustituido sino años después, cuando debió elegirse uno nuevo 30 días después de su fallecimiento en el 2011. De hecho, todo el poder moral, el poder electoral y unos tantos magistrados del TSJ siguieron ejerciendo sus funciones después del vencimiento de sus términos, cuyos plazos tienen rango constitucional y no pueden alterarse sin cumplir los requisitos de una reforma o enmienda constitucional.
Hubo en todos esos casos, golpes de Estado. Se desconoció el Estado de derecho. Y se hizo además, porque en ese momento, las leyes no favorecían al gobierno de turno.
            El más grosero, no obstante, tuvo lugar el 10 de enero de 2013, cuando el período constitucional 2007-2013 venció y por ende, el ejecutivo en pleno quedaba cesante, hasta tanto el presidente electo, Hugo Chávez, prestara nuevamente juramento para un nuevo período, el 2013-2019. Consecuentemente, el vicepresidente Nicolás Maduro y el Gabinete quedaban cesantes de pleno derecho y por ello, estaba incapacitado para ejercer interinamente la presidencia porque ya no era vicepresidente. Es por esta razón que el constituyente previó que en ese caso particular, el interinato recae sobre el presidente de la Asamblea Nacional. Maduro pasó a ser pues, un gobernante de facto a partir del 10 de enero del 2013, porque no había asidero jurídico que legitimase su presidencia interina más allá de esa fecha. Hubo pues, desconocimiento flagrante del Estado de derecho.
            No estoy de acuerdo con los golpes de Estado y considero que de darse, debe ajustarse a casos muy específicos. Creo que han sido la razón por la cual hemos tenido 26 constituciones y aún no tengamos país. Sin embargo, pienso igualmente que por las buenas, esta gente no va a rendir su causa ni a rectificar su fallida ideología. Es muy probable que continúen violando el Estado de derecho para ejercer el poder hegemónicamente.
            El escenario político les es desfavorable, no obstante. La crisis económica es de tal magnitud que más pronto que tarde, la gente no tendrá dinero para comprar, porque aun habiendo productos en los anaqueles, sus ingresos serán insuficientes, incluso para cubrir la canasta alimentaria. Podrán decir lo que les venga en ganas, pero la brecha entre lo que gana el ciudadano común y lo que le cuesta la comida (sin nombrar lo demás) es sencillamente explosiva. 
            Por ello, urge tratar temas mientras transitamos este calvario hacia unas elecciones que prometen ser muy complicadas. A mi juicio, lo primero es trazar, de nuevo, un pacto para la gobernabilidad del país, uno que incluya a todos los sectores del país. Un nuevo pacto de Puntofijo pues, que bajo una ideología – al parecer, la democracia representativa –, se planteen ideas razonables para mejorar sustancialmente la calidad de vida de los ciudadanos a través de la reinstitucionalización del país y una profunda transformación económica. Esto supone pues, empezar a hablar de transición.
            Hablar de transición en este momento significa forzar el diálogo con factores del PSUV dispuestos a dialogar y encontrar puntos coincidentes para impedir que otros factores, que deben estar al acecho, como en otras ocasiones, desconozcan el Estado de derecho. Dialogar y exigir del gobierno reformas y cambios no es contrario al Estado de derecho. Por el contrario, la tozudez del gobierno para escuchar a la ciudadanía sí lo es, pero eso es tema de otro texto, como lo es también qué debería incluir ese acuerdo para la gobernabilidad.

            Cabe terminar afirmando que los sediciosos siguen siendo los mismos. 

martes, 9 de junio de 2015

¿Qué esperan que pase?


En estos días pasados leí en las redes que, de acuerdo a un “patriota cooperante”, las elecciones parlamentarias se celebrarían en marzo del 2016. Unos creen que eso es impensable, que sería un golpe de Estado. Otros, que harán trampas y por ello, ganarán. No soy experto, pero me voy a permitir analizar el escenario político en puertas, con claras posibilidades de errar, desde luego.
En primer lugar, hay que establecer algunos condicionantes fácticos. Hoy por hoy, no cuentan con las cifras necesarias para ganar, porque el descontento y la intención de votar en contra superan su capacidad de movilización. Hay una vocación significativa de cambio, que según las encuestas, busca manifestarse en las urnas electorales, con un contundente rechazo la gestión del gobierno. Otro elemento a considerar es el modo como pueden hacer trampa. Hay que decir, una vez emitido el voto, éste no puede voltearse sin el consentimiento de la MUD. Por ello, sus prácticas tramposas son mucho más simples, como la de los magos. Son éstas pues, el ventajismo, el amedrentamiento, algunos votantes ficticios… Y sobre ese colchón de votantes fantasmas cabe decir que de existir, como creemos tantos, no pueden ser tantos. La MUD se daría cuenta de la inflación del padrón electoral. Asimismo, la modificación de los circuitos tampoco parece cubrirles el faltante. No hay pues, en este momento, números suficientes para robarse las elecciones. No se requiere mucho talento para advertirlo, porque de otro modo, ya habrían sido convocadas.
¿Qué les queda? Sobre este particular infiero que hay posiciones encontradas dentro del PSUV y la élite gobernante. Gente sensata la hay en todas las aceras. Lo lógico sería negociar con la oposición una transición del modelo político y económico, en la que el PSUV y las fuerzas opositoras adelantaran un plan de reconstrucción nacional. A mi juicio, luce improbable. Hay fuerzas reales, agentes de poder que podrían ser incluso meta-institucionales, para quienes negociar con los grupos opositores o de ser el caso, una eventual derrota electoral no son opciones. Para ellos, solo resta aplazar las elecciones, para lo cual harán lo imposible por desestabilizar al país y comprar una excusa para suspenderlas. O, en caso de no pisar ese peine los opositores, optar por un dictamen que justifique semejante desatino. No nos engañemos, cuentan con las instituciones para ello, y de paso, ya lo han hecho antes (caso de la prórroga ilegal del poder moral o el golpe de Estado perpetrado el 10 de enero del 2015, para citar solo dos).
Se sabe, no obstante, nadie gobierna solo. Siempre hay que negociar con diversos agentes de poder, más allá de las instituciones. Cabe preguntarse, ¿políticamente, puede el PSUV aplazar las elecciones?
El creciente descontento busca canales de expresión a través del voto castigo, pero si ese camino se cierra, buscará otros, aun caóticos, si se quiere. Desde ya les digo, soy solo alguien que avizora los riesgos que comporta esta tozudez para ver la realidad. No hay razones pues, para dudar que grupos de poder, indistintamente de si son instituciones constituidas o solo factores de poder, no teman ese eventual estallido social. No son escasas las firmas encuestadoras que así lo creen. En ese caso, pueden darse dos escenarios. El primero, que en efecto tenga lugar el estallido social, aupado o no por el gobierno, con el cual pueden darse dos efectos probables: se afianza el gobierno (lo cual no luce factible, a mi juicio) o cae como consecuencia del colapso por la ingobernabilidad manifiesta. El otro es que, vista la obstinación del gobierno para transitar el cambio (exigido), se adelanten a ese eventual colapso los factores de poder, entre los cuales no podemos excluir a las fuerzas armadas, e impongan una agenda de cambios, como ya ha ocurrido en el pasado.
Alguna vez escuché a un economista afirmar que la pobreza no tumba gobiernos. Eso es verdad hasta cierto punto. Uno de los temas álgidos de la pastoral de monseñor Arias en 1957 era el del creciente desempleo y la imposibilidad de esa gente depauperada para ejercer su derecho a protestar, como se atestiguó con la masacre de Turén. Sin embargo, la anomia (aunada a la precariedad de las personas) sí precipitaría el colapso del gobierno. Es más, en un estado de anomia como éste, la desesperación es, de hecho, un combustible altamente explosivo. Muchos comparan a Venezuela con Cuba, y si bien es cierto que estamos a las puertas de ese modelo desdichado, hay una enorme diferencia entre los regímenes de La Habana y Caracas. Éste último no es capaz de asegurar el orden.
La población expresa un profundo rechazo hacia la gestión del gobierno. El PSUV nunca dejó de ser una plataforma para exaltar el culto de la personalidad de Chávez y por ello, no logró calar como una organización política con futuro. Maduro carece de liderazgo y credibilidad en la base chavista. Las arcas están exhaustas y no se avistan mejoras en el precio del crudo, por lo que la diplomacia petrolera puede fracasar (y por ello, perder el gobierno sus alianzas). Casi un centenar de expresidentes del mundo han manifestado su rechazo al gobierno de Maduro, el cual definen como tiránico (basta ver las recientes declaraciones del expresidente costarricense y premio Nobel de la Paz Oscar Arias). No cabe duda de ello, hay anomia y desesperación popular, y el gobierno de vez de fortalecerse, se debilita cada vez más. Me robo pues, una frase de Luis Vicente León (dicha con ocasión del incremento brutal del paralelo), ¿qué esperan que pase?




miércoles, 27 de mayo de 2015

Despertando dragones

Puede que muchos estén en desacuerdo conmigo, y yo los respeto. No obstante, creo que la MUD lleva adelante una estrategia torpe y que Jesús Torrealba ha resultado insuficiente para dirigir la alianza opositora. En medio de una crisis cada vez más grave, no encuentro en la MUD otra estrategia que no sea aplazar las soluciones hasta después de unas elecciones, cuya celebración es un misterio. La gravedad de los problemas debe desnudarse, no como las consecuencias de un gobierno deficiente sino como una política de Estado tendente a someter la voluntad popular a través de una cotidianidad hostilizada. No se trata pues, de un mal gobierno, sino de un régimen con vocación totalitaria que, sin remilgos, busca perpetuarse en el poder para imponer un proyecto, por lo demás probadamente fallido.
Si la MUD posee una estrategia diferente a ofrecer soluciones infelices, como la de promover una ley que prohíba la persecución política después de ganar las elecciones, que la plantee, porque la gente, les guste o no, está cuestionando su conducta. La encuesta reseñada por Gloria Bastidas (realizada por Datincorp) si bien demuestra la impopularidad del gobierno, la MUD tampoco sale muy bien parada. Eso es muy grave. No nos engañemos, si no surgen respuestas contundentes que le demuestren al gobierno una masiva voluntad de cambios, ni habrá elecciones, ni diálogo ni nada que no sea su consumación como únicos amos del poder, o, dicho en términos más obsoletos, de vida y hacienda. O, lo que me temo, algo mucho peor, porque desgraciadamente sí es posible estar peor.   
Ignora – o se hace la tonta – la dirigencia de la MUD al desconocer otros riesgos implícitos en su forma de proceder, y es que, aunque intenten ser como Chávez (e imponerse a juro), la gente, que no es boba y está perdiendo la paciencia y la fe, mirará en otras aceras, más allá de la alianza opositora y del PSUV (que está ciertamente desgastado) y puede entregarse sin pudor a otro salvador, a otro mesías, y bien sabemos, puede ser peor, mucho peor. De no actuar ahora, podrían despertar dragones que pensábamos extintos.
La unidad no es obedecer lo que diga la dirigencia de la MUD. Eso sería seguir la senda que tanto criticaron en el pasado y que ciertamente llevó a Chávez al poder (y que es la política que conocen Ramos Allup y otros tantos en la MUD). La unidad exige sensatez y sobre todo, desprendimiento de sus líderes. No se trata de egos, porque, al fin de cuentas, muchos de ellos forman parte del status quo, mientras millones de ciudadanos ya no podemos seguir confiando en una alianza que no ofrece estrategias claras. No sé si en este momento convocar marchas sea prudente. Ignoro, desde luego, si detrás de la convocatoria hay otras intenciones, pero sé que la estrategia hasta ahora planteada por la MUD es, en primer lugar, profundamente ingenua, y, de paso, posiblemente tan infructuosa como las marchas.