martes, 24 de octubre de 2023

 

     El ariete de los ciudadanos

Las murallas de Troya las levantó el mismo Apolo, y un hombre, Odiseo, halló el modo de sortearlas.

Necesitados de creer, voceros del gobierno minimizan el rugido de la ciudadanía. Sin cualidad para ello, alegan fraude, y según uno de sus más procaces portavoces, solo participaron unas 600 mil personas. No obstante, como otras tantas veces la realidad coceó a los sectores opositores, en esta ocasión le correspondió a la revolución recibir su zurriagazo.

     No lo dudo, intenta el gobierno, con arengas vacías, contener el daño mediático, y hacerle creer a una minoría que la oposición no se ha robustecido y que María Corina Machado no es el portento que ciertamente es. No creo que las acusaciones se materialicen y que la cháchara sea más que solo eso, contención de daño frente a una audiencia mermada. No creo pues, que se busquen complicarse las cosas más de lo que ya las tienen.

     La votación rebasó los dos millones de votos (se estima alrededor de 2.3 millones), mucho más de lo esperado por la Comisión Nacional de Primarias (vale felicitar y reconocer su encomiable esfuerzo y su abnegada dedicación). Buena parte de esa participación ocurrió en zonas populares, tanto en Caracas como en el interior. Ya sabemos que la dirigente de Vente Venezuela obtuvo más del 90 % de los votos, lo que la posiciona como la líder indiscutible de la oposición. No es buen augurio para el gobierno, que hoy debe enfrentar no solo una voz potente, contundente, sino, además, un fenómeno político. Saben los revolucionarios, de primera mano, lo poderosa que es esa conexión emocional.

     No se requiere ser un experto en asuntos políticos y sociales para comprender las causas de su éxito. Aborregado el liderazgo, por pusilánime o desvergonzado, ensoberbecido y tozudo, y sin dudas rechazado por los ciudadanos, recoge ella pues, la esperanza ciudadana de recuperar la libertad. Representa pues, el profundo rechazo hacia la gestión revolucionaria y al comportamiento mostrenco del liderazgo opositor. Negarlo no solo resulta tonto, sino también explosivo.

     Venezuela pisó fuerte, gritó a voz en cuello y exigió ser escuchada por líderes sordos, encerrados unos en su desmedida necesidad de preservar el poder, y otros, en los libros, en sus ensayos y en sus egos abultados, cuando no, en sus mezquindades. Hoy, no solo se impone el liderazgo de María Corina Machado, sino que, frontal como es, no será ella un contendor cómodo, sumiso, aborregado, como el que desean. No representa ella a un liderazgo alienado, que, excusado en un pragmatismo nauseabundo, solo ofrece acatar las exigencias del gobierno, porque es esa la cruda realidad. Encarna ella esa voz estridente, silenciada por mercaderes políticos, esa voz acallada por tanto tiempo y que el pasado 22 de octubre se manifestó pacífica y cívicamente, pero también con rebeldía y coraje. Esa voz que sin lugar a equívocos ordenó reacomodar las fuerzas.

     No soy tan ingenuo y bien sé que en las filas revolucionarias su nombre les causa escozor, cuando no, un encono viscoso. Sé que harán lo indecible para silenciar ese rugido poderoso, atemorizante. Y no dudo que los náufragos de siempre, parásitos que consumen los recursos de los venezolanos, se sumen en esa campaña inmunda. No obstante, tras la firma del acuerdo de Barbados, y lo más importante, las oportunas aclaratorias del Secretario de Estado estadounidense, cabe preguntarse si la revolución puede pagar el precio.

     Vienen días difíciles. El gobierno, por primera vez en muchos años, encara riesgos reales de perder el poder, quizás el único lujo que no puede pagar. Los náufragos, esos que desnudó tan bien Mirtha Rivero en su libro, participarán del convite revolucionario, y no lo neguemos, algunos necios que, prejuiciosamente, la desprecian por la cuna en la cual nació, sin mirar el trabajo tesonero que existe detrás de su triunfo, no demorarán para apalearla. No podemos pues, quienes aspiramos más a la libertad que a defender nombres, abandonarla. Ella puede ser, y ciertamente es, ese ariete que derribe las murallas tras las cuales se ampara la revolución.  

    

      

martes, 3 de octubre de 2023

 

                La banalidad perversa

A veces, el avieso ni siquiera sabe que lo es.

     Abruma la superficialidad de unos, si es que, concediéndoles el beneficio de la duda, son realmente triviales. Amparados en un pragmatismo nauseabundo, exigen de la ciudadanía una conducta ofensiva para quienes su vida se ha transformado en un viacrucis. No somos muchos lo suficientemente indolentes como para olvidar el sufrimiento de tantos. Su poquedad pues, repugna.

     Calificándose como neutrales, y, ensoberbecidos, ungidos por un aura imaginaria que les hace creerse superiores, recurren a eufemismos, sofismas y otras engañifas, para falsificar la verdadera naturaleza del gobierno revolucionario. No se trata de opiniones, que podrán estar mejor o peor sustentadas, pero en modo alguno considerarse verdades inobjetables, sino del inocultable colapso nacional y de las denuncias concretas sobre la violación sistémica de los derechos humanos y la depredación de las arcas públicas y. Son ellos pues, voces sombrías que, tras un discurso maniqueo, esconden su incuestionable malignidad.

     Priman sus propios intereses, y, parafraseando a Lenin (que, en eso, tenía algo de razón), optan por ganar dinero, aunque para ello deban negar las satrapías, y, de algún modo, venderle al verdugo la soga con la cual habrá de ahorcarlos. Inmersos en un culto repulsivo al dinero, a quien lo tiene y a la apariencia de ser exitoso, solo cuidamos cuánto se colman las arcas, y no los medios para hacerlo, por lo que, si es sucio, por las razones que sean, poco importa. Solo interesa que un sector pueda hacer sus negocios, aunque estos no redunden en beneficio de todos, como, ciertamente, ha ocurrido y ocurre.

     Venezuela colapsó, y en medio de la desolación y las ruinas, la ciudadanía padece penurias indecibles. La pobreza salpica a casi todos y, a pesar de las palabras de algunos, no son las sanciones su origen ni las causas principales de su agravamiento. El deterioro nacional contrasta con la obscena ostentación de dinero de una minoría. Pero no es solo la miseria que ha empujado a casi ocho millones de personas a huir por caminos peligrosos, sino la destrucción del Estado de derecho, y la consecuente institución de prácticas horrendas, cuyo perdón se le hace a muchos ofensivo.

     Sin embargo, no faltan voces que, animadas por la palabrería barata de charlatanes, apelan al pragmatismo, y con este, a esa cohabitación siniestra. Con frases rebuscadas, aparentemente preñadas de bondad y sensatez, se vende un régimen corrupto, una conducta propia de leviatanes. Para que unos pocos puedan hacer negocios, enriquecerse y ostentar su éxito, que otros carguen la pesada cruz de un país perdido en su propia banalidad perversa y en la cruda miseria. Que otros lloren a los muertos, a los torturados y que sean otros a quienes el hambre les muerda las tripas.

     Asombra y repugna la idiotez maligna de quienes vuelven la espalda a millones de venezolanos cuyo futuro se fue por el caño, y que, demoradas las urgentes medidas para superar la crisis por la mezquindad de unos cuantos, deberán pagar con mayores sacrificios el pesado fardo de una gestión fallida y corrupta.