El
ariete de los ciudadanos
Las
murallas de Troya las levantó el mismo Apolo, y un hombre, Odiseo, halló el
modo de sortearlas.
Necesitados de creer,
voceros del gobierno minimizan el rugido de la ciudadanía. Sin cualidad para
ello, alegan fraude, y según uno de sus más procaces portavoces, solo
participaron unas 600 mil personas. No obstante, como otras tantas veces la
realidad coceó a los sectores opositores, en esta ocasión le correspondió a la revolución
recibir su zurriagazo.
No lo dudo, intenta el gobierno, con
arengas vacías, contener el daño mediático, y hacerle creer a una minoría que
la oposición no se ha robustecido y que María Corina Machado no es el portento
que ciertamente es. No creo que las acusaciones se materialicen y que la
cháchara sea más que solo eso, contención de daño frente a una audiencia
mermada. No creo pues, que se busquen complicarse las cosas más de lo que ya
las tienen.
La votación rebasó los dos millones de votos
(se estima alrededor de 2.3 millones), mucho más de lo esperado por la Comisión
Nacional de Primarias (vale felicitar y reconocer su encomiable esfuerzo y su
abnegada dedicación). Buena parte de esa participación ocurrió en zonas
populares, tanto en Caracas como en el interior. Ya sabemos que la dirigente de
Vente Venezuela obtuvo más del 90 % de los votos, lo que la posiciona como la
líder indiscutible de la oposición. No es buen augurio para el gobierno, que
hoy debe enfrentar no solo una voz potente, contundente, sino, además, un
fenómeno político. Saben los revolucionarios, de primera mano, lo poderosa que
es esa conexión emocional.
No se requiere ser un experto en asuntos
políticos y sociales para comprender las causas de su éxito. Aborregado el
liderazgo, por pusilánime o desvergonzado, ensoberbecido y tozudo, y sin dudas rechazado
por los ciudadanos, recoge ella pues, la esperanza ciudadana de recuperar la
libertad. Representa pues, el profundo rechazo hacia la gestión revolucionaria
y al comportamiento mostrenco del liderazgo opositor. Negarlo no solo resulta
tonto, sino también explosivo.
Venezuela pisó fuerte, gritó a voz en
cuello y exigió ser escuchada por líderes sordos, encerrados unos en su
desmedida necesidad de preservar el poder, y otros, en los libros, en sus
ensayos y en sus egos abultados, cuando no, en sus mezquindades. Hoy, no solo
se impone el liderazgo de María Corina Machado, sino que, frontal como es, no
será ella un contendor cómodo, sumiso, aborregado, como el que desean. No
representa ella a un liderazgo alienado, que, excusado en un pragmatismo
nauseabundo, solo ofrece acatar las exigencias del gobierno, porque es esa la cruda
realidad. Encarna ella esa voz estridente, silenciada por mercaderes políticos,
esa voz acallada por tanto tiempo y que el pasado 22 de octubre se manifestó
pacífica y cívicamente, pero también con rebeldía y coraje. Esa voz que sin
lugar a equívocos ordenó reacomodar las fuerzas.
No soy tan ingenuo y bien sé que en las
filas revolucionarias su nombre les causa escozor, cuando no, un encono viscoso.
Sé que harán lo indecible para silenciar ese rugido poderoso, atemorizante. Y
no dudo que los náufragos de siempre, parásitos que consumen los recursos de
los venezolanos, se sumen en esa campaña inmunda. No obstante, tras la firma
del acuerdo de Barbados, y lo más importante, las oportunas aclaratorias del
Secretario de Estado estadounidense, cabe preguntarse si la revolución puede
pagar el precio.
Vienen días difíciles. El gobierno, por
primera vez en muchos años, encara riesgos reales de perder el poder, quizás el
único lujo que no puede pagar. Los náufragos, esos que desnudó tan bien Mirtha
Rivero en su libro, participarán del convite revolucionario, y no lo neguemos,
algunos necios que, prejuiciosamente, la desprecian por la cuna en la cual
nació, sin mirar el trabajo tesonero que existe detrás de su triunfo, no
demorarán para apalearla. No podemos pues, quienes aspiramos más a la libertad que
a defender nombres, abandonarla. Ella puede ser, y ciertamente es, ese ariete
que derribe las murallas tras las cuales se ampara la revolución.