No toda lucha es fácil. Por lo contrario,
la mayoría de ellas son azarosas, dolorosas, sacrificadas. Por ello, no critico
que la oposición no haya concretado el cese de la usurpación y el inicio de una
transición hacia modelos más felices. Sé que dicha empresa es complicada. Critico,
sí, la sandez, la falsedad y sobre todo, la ominosa corrección política tan
presente en la actualidad. Nuestra democracia no fue obra de un día ni robustecida
lo suficiente para soportar los embates de un felón irremediable y su camarilla
de demonches, ganados unos por la ceguera dogmática y otros, por la ambición.
No podemos esperar milagros, sobre todo
porque, necios, borregos aletargados por una nefasta sucesión de padrecitos, le
ofrecimos un cheque en blanco a unos alevosos, y hoy, con imperdonable
candidez, esperamos que nos sea devuelto. No podemos creer que slogans, frases…
¡que un sinfín de necedades abran un camino seguro hacia la democracia perdida!
Pero sí podemos, desde luego, enseriarnos, asumir con coraje que no son las
buenas intenciones las que van a allanar ese derrotero, sino las acciones
eficientes ejecutadas para ese propósito.
No se trata pues, de bonhomía. Se trata de
brío, y, claro, también de buen juicio, de inteligencia. Distinto de lo que
puedan creer sobre ese instante en el que se decida nuestro destino, viene bien
señalar que no es tanto la larga marcha hacia ese futuro mejor, sino la certeza
de que cada paso nos acerca más.
Las frases publicitarias, los mensajes
apaciguadores, las palabras agraciadas no son suficientes para transformar las
ideas en acciones contundentes, para concretar logros, éxitos. Y si bien no
creo que la extenuante jornada libertadora nos agobie y desanime, estoy
convencido que las derrotas, sí. Y también la palabrería baladí. En este largo
y horrendo tránsito revolucionario hacia la vaciedad material y espiritual del
socialismo, tristemente, los demócratas han sido derrotados demasiadas veces, y
lo peor, no por la eficacia de su enemigo, que es, cuando menos, igual de
torpe, sino por sus propias mezquindades, y por sus propios errores, que no
serían reprochables si no fuese por la tozuda voluntad de reeditarlos.
Creo
firmemente que hoy, cuando el celaje oscuro y tempestuoso parece anunciar
borrascas, urge meditar. La larga marcha puede ser un interminable viacrucis,
un interminable camino, bajo las inclemencias de una resolana aplastante o del
frío intolerable, sin que se avizore fondeadero alguno. Y lo puede ser, y ciertamente
lo es, porque, borrachos como estamos por la mediocridad de nuestros tiempos,
no asumimos que a veces, lo correcto exige de cada uno sacrificio, dolor,
lágrimas, y que lo valioso, generalmente, exige esfuerzo, oblación personal. Sin
embargo, la marcha puede ser larga e incluso, inclemente, pero siempre será
llevadera si el destino está claro, si la ruta ha sido trazada.