sábado, 20 de septiembre de 2008

Unas palabras por la paz

No quiero hablar de Chávez. Prefiero reflexionar sobre la paz necesaria para impulsar el desarrollo nacional. Leyendo una biografía de San Francisco de Asís, de quien mi madre tomo el nombre para mí, encontré algo bien interesante – y hermoso – acerca de la paz. Ésta no se limita a la ausencia de conflictos. La paz comprende además de una relación cercana y cotidiana con Dios, una sociedad justa y misericorde. Quienes no profesan credo alguno, al menos podrán coincidir sobre esto último.
Sobran los voceros que pregonan la paz y la justicia social. Sin embargo, no escatiman las agresiones. Y, sin llegar a la idiotez de banalizar la necesidad de una sociedad justa y pacífica, creo que, como colectivo, debemos poner aparte las diferencias entre aquéllos que siguen al presidente, quienes, como yo, le adversamos, y los que son indiferentes al tema político, y esforzarnos por construir una patria y un mundo mejor.
En uno y otro bando debemos perdonar, de corazón y realmente, las agresiones. Éstas no conducen a nada. Los indiferentes deben asumir una posición más responsable. Sólo así podremos dar el paso necesario: pasar la página y seguir adelante. Sin embargo, la paz empieza con el ejemplo. E insisto, no hablo de la banalización del discurso pacifista. Me refiero a la convicción interior de cada quien sobre lo que queremos como sociedad y actuar, cada uno, dentro sus posibilidades para que es sea realidad. La paz y la justicia social no son un fin. Son un tránsito interminable en el que siempre surgirán obstáculos. Una vez que asumamos eso, podremos sobrellevar la carga que comporta la construcción de una sociedad justa.
No creo que se trate de seguir modelos impuestos, endiosando a seres humanos, cuyo comportamiento resulta por lo menos, dudoso. No se trata tampoco de imponer éste o aquel modelo político, sino de asumir el desarrollo como algo íntimo. El desarrollo nacional vendrá por añadidura. Dudo que sacrificarse, como los ascetas, ayude a hacer de éste un país mejor. Gozar de bienes materiales no ofende a Dios - y por ende, no debe ofender al hombre – si su origen es honesto. Así mismo, carecer de ellos tampoco debería insultar al Señor, si no se debe a la pereza. La verdad es que cada cual es amo de sus decisiones y lo que importa – al Creador, para quienes creemos, y a los hombres, para los ateos – es que esas decisiones sean honestas.
Quiero un país y un mundo mejores. Creo que para lograrlo, no urgen revoluciones y mucho menos, eventos violentos. Anhelo que en efecto, lo logremos como resultado del amor, sincero y desinteresado, y, obviamente, de la decisión responsable y honesta de hacer lo que se desea y poseer lo que se causa.

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