Hugo
Chávez inició su luengo mandato en 1999 apoyado por una inmensa mayoría. En el
curso de su gobierno hasta su muerte en abril de 2013, ingresaron al erario
público sumas inimaginables de dinero. Hoy por hoy, al cumplirse un año del
gobierno de su sucesor, las arcas del Estado están exhaustas. A pesar de haber
ingresado en estos 15 años más de un billón de dólares, Venezuela se encuentra
quebrada.
¿Cómo
se explica esto? El gobierno, a veces inflando números, a veces mintiendo,
culpa de la crisis al sector privado. Pero cabe preguntarse si parece razonable
que los empresarios arruinen sus negocios solo para fastidiar al gobierno. La
excusa es demasiado idiota como para tragársela. Al sector privado no le
interesa vender menos, le interesa vender más. Y para ello necesita gente con
capacidad adquisitiva.
Gobernar
es un arte. No cualquiera puede. Un país se compone de diversos de intereses que
sin enemistarse, pueden ser eventualmente opuestos. En una sociedad de
servicios como es la contemporánea, los trabajadores, por ejemplo, demandarán
mejores sueldos, que no pocas veces los empresarios no podrán satisfacer, por
el peso que supone una nómina abultada en la estructura de costos y su impacto
en el precio final (que terminaría castigando al trabajador, al verse impedido
de poder pagar por bienes y servicios). Algo semejante ocurre con los
ambientalistas, cuyo objetivo es rescatar al planeta. Pero a veces esas medidas
verdes tienen un impacto negativo en la economía doméstica y por ende, en la relación
entre los ingresos y los egresos de los ciudadanos.
En
el mundo contemporáneo la democracia es un complejo equilibrio entre los
intereses que cohabitan en una nación. A veces, el gobierno debe ayudar al empresariado
para poder generar empleos bien remunerados. Otras, al trabajador, para que
devengue un salario razonable. Por mucho que parezca, el gobierno no puede
estar con algún bando. Su trabajo es defender a todos los ciudadanos, sean
pobres, ricos, profesionales, obreros, ecologistas o empresarios, y armonizar las
relaciones entre las partes para que todas ganen. Al gobierno le compete que
las relaciones entre los distintos intereses sean de ganar-ganar.
La
actitud del gobierno es malcriada, empeñado en una defensa de los pobres que
cada vez luce más falsa. Sordo y ciego se emborracha con su propio discurso,
desconociendo no solo la existencia de una multitud que rechaza su proyecto,
sino además la crisis que ese desconocimiento ha ido generando, con víctimas fatales
de lado y lado. Si de verdad desean una solución, deben empezar por aceptar que
cediendo ganan y que aferrándose al poder pierden. Si comprendieran que todos
deben ganar, ellos ganarían la estabilidad que por ahora su tozudez corroe como
las termitas, una silla.