miércoles, 25 de junio de 2008

La des-responsabilidad del venezolano

Los venezolanos, según los sondeos, acusan al gobierno de muchos males. O, eso, en todo caso, reseña Marta Colomina (El Universal – 22/06/2008). No tengo razones para no creerle a la profesora. Sin embargo, el presidente Chávez aún sostiene un sólido 48% de “popularidad”. Las encuestadoras, ante la pregunta de los periodistas sobre este fenómeno, aseguran que la popularidad de Chávez no es igual a intención de voto. Me pregunto, entonces, ¿qué carajo es la “popularidad”?
Luís Vicente León trató de explicarlo pero, honestamente, me perdí en sus apreciaciones sobre las estrategias del presidente para sortear el momento, que, en efecto no le luce favorable. Pero eso es otro asunto. Creo, no obstante, que interesa mucho descifrar cuál es la causa de la popularidad del presidente, que, como ya se dijo, reúne a la mitad del país, a pesar de que los sondeos de opinión en diversos temas, incluyendo la responsabilidad del presidente en la pésima gestión de gobierno, no le son ventajosos al caudillo.
Una causa podría ser meramente semántica y que por “popularidad” se manifieste únicamente aceptación. La mitad del país, pasiva ante los temas políticos, sencillamente admite que al teniente coronel Chávez es el presidente y lo acepta como tal pero, como lo expresan los encuestadores, no supone, necesariamente, intención de voto. A la vista del caudillo de Barinas, eso es un riesgo inaceptable. La otra causa podría ser, y es en ésta que deseo detenerme, la frágil convicción democrática del venezolano, dado, desde tiempos remotos, a la figura odiosa del padrecito.
El venezolano, infortunadamente, resulta proclive a des-responsabilizarse de su propio desarrollo, endilgándoselo a otro, sea al Estado o a algún “paga peo”, chivo expiatorio de su inmadurez e idiotez. O, dicho de un modo vulgar, de su comportamiento, inaceptable, de niño rico patán que se cree mejor que todos, a pesar de ser, realmente, un pelmazo.
La culpa de estar donde estamos no es de Chávez ni de los “cuartarrepublicanos”, sino de todos, acostumbrados a la vida fácil y a las comodidades que el petróleo nos ha dado si que por ellas hayamos realizado esfuerzo alguno. Me refiero, pues, al político, ése que besuquea viejitas y carga muchachitos babeados, prometiendo lo que no puede cumplir, ni siquiera deseándolo de verdad. Al empresario, mediocre, que se cree más importante porque no acepta negocios que no le reporten un rédito que, a la luz de otros empresarios de otras partes, luce descabellado. Al pueblo, que vota irracionalmente, esperando que éste o aquél sea el salvador de la patria y, desde luego, el que va a solucionarle sus problemas.
La visión que los venezolanos tenemos de la gestión pública es infeliz. El único dueño y, por ende, responsable del destino propio es uno mismo. Cada quien hace de su vida lo que decide libremente hacer con ella. Por eso, somos un país mediocre, porque somos mediocres y, aún después de viejos, seguimos la conseja pueril: “el profesor me raspó”. Y, por ello, sólo para citar un ejemplo, sobre Estados Unidos o una oposición vendida al “Imperio” recae la culpa de nuestras miserias. Claro, resulta más fácil des-responsabilizarnos de nuestros deberes que asumirlos individual y colectivamente.
Chávez posee un 48% de “popularidad” porque encarna ese concepto, intelectualmente deficiente, de la des-responsabilidad individual y, por lo tanto, colectiva. El reto, ése que en verdad puede conducirnos al destino que deseamos (pero que por ahora no merecemos), empieza por una formación académica y moral orientadas a la excelencia más que al éxito, porque éste no puede existir sin aquélla. Y la única forma de propiciar la excelencia es a través del estudio, del método y, desde luego, del esfuerzo.
Cada quien es libre de elegir su propio destino. Pero, obviamente, la libertad supone a su vez, responsabilidad. Cada quien elige, libremente, si se queda en su casa viendo “El Zorro” o, si por el contrario, sacrifica horas de hedonismo en aras de su formación como persona y como profesional. Claro, esa decisión determina la diferencia entre el éxito y la mediocridad. Pero, desde luego, cada quien es libre de elegir.

La ley “racista” y la conducta “idiota”

La pendejada del venezolano es pasmosa. Federico Alves invita a través de Noticiero Digital a apoyar “irrestrictamente” a Chávez en su cruzada contra la “ley racista”, recientemente aprobada por la Unión Europeo. Déjese de pendejadas, señor Alves. Veamos, sin prejuicios, lo que ocurre en el Viejo Continente con la inmigración indeseada.
Debo iniciar esta disertación con una verdad histórica: Europa le exprimió el jugo a las naciones africanas, de donde procede el grueso de la inmigración indeseable, durante años y ahora parece lavarse las manos. Es verdad. Sin embargo, la ayuda económica que el mundo desarrollado, de aquél y este lado del Atlántico, ofrece al África termina en las cuentas de gobernantes corruptos y de los señores de la guerra. El conflicto eritreo-etíope desvía ingentes recursos a la compra de armamento, mientras los nacionales, de uno y otro país, fenecen famélicos. Y éste es tan sólo un ejemplo. Europa sí abusó de las colonias africanas, pero buena parte de la miseria africana se debe a la corrupción obscena en las naciones del Continente Negro.
En cuanto a América Latina me resulta tedioso el llantén de indigenistas, que viajan por el mundo, disfrutando de las bondades y bendiciones de esos países colonialistas que masacraron a los pueblos indoamericanos. La conquista fue cruenta. Claro. Porque esos años fueron cruentos. No sólo de este lado del mar, sino de aquel lado también. Hoy, los latinoamericanos huyen de los pésimos gobiernos de sus respectivos países, verdaderos responsables de la pobreza en esta parte del continente. Ese discurso a apriorístico de las izquierdas no sólo resulta necio, sino que muestra una visión dogmatizada de la realidad mundial.
La ley, cuyo contenido ignoro, parece incluir medidas que, jurídicamente, son contrarias a los principios del derecho, violatorias de los derechos humanos. Por supuesto, creo que en efecto, los gobiernos que rigen en las naciones de origen de las personas afectadas deben proteger a sus ciudadanos. Sin embargo, pretender que Europa soporte la inmigración descontrolada de personas, amenaza la estabilidad económica de las naciones europeas y al resto del mundo por igual. No olvidemos que en un mundo globalizado, lo que ocurra en las potencias desarrolladas incide directamente en el resto del orbe.
Si bien es cierto que esos inmigrantes, ciertamente ilegales, cumplen tareas que los nacionales de esos países no desean hacer, también lo es que, distinto de la competencia que representen para los locales, muchas veces constituyen una carga financiera para el Estado, porque no pueden negarles un mínimo de asistencia social a ellos y sus hijos, y no pocas otras engrosan la población carcelaria. No es falso que su permanencia fuera de la legalidad imperante supone una gabela financiera considerable para los Estados europeos y, obviamente, una carga impositiva que hace gravosa la vida de quienes sí viven al amparo de la ley, sean nacionales o extranjeros.
Por eso, señor Alves, me niego a apoyar un discurso tonto, carente de un análisis medianamente profundo. En primer lugar, porque creo que la actualidad – sumamente compleja – exige de nosotros más inteligencia y menos visceralidad. En segundo lugar, porque es una idiotez. Así de simple. Pretender que las potencias extranjeras no se defiendan de una inmigración que compromete la seguridad económica de sus nacionales es simple y llanamente, cretino.