En medio de acaloradas discusiones, unos pregonan
una vía rápida para salir de esta pesadilla y otros, métodos menos violentos, o
si quiere, ajustados a una legalidad cada vez más precaria. Si bien son éstos
los que en definitiva tendrán la razón de su lado, no es menos cierto que
aquéllos no carecen de argumentos válidos.
La crisis venezolana empeora cada
vez más, con el riesgo de alcanzar niveles explosivos más pronto de lo que
pueda pensarse. Según Datanálisis, el desabastecimiento se ubicaba para julio
de este año en un 70 %, y desde enero, la tasa de escasez ha sido superior al
20 %. Dicho de un modo más sencillo, hay fallas en la presentación y variedad
en el 70 % de los productos y ausencia de más del 20 %. Eso es grave. Aún más,
resulta peligroso para la estabilidad social del país. No obstante, según el
IVAD, 7 de cada 10 venezolanos cree que la solución a la crisis debe ser por
medios electorales. Se entiende pues, hay consenso en cuanto al rechazo a
posibles salidas de facto. Cabe preguntarse por cuánto tiempo.
El 6 de diciembre puede ser un hito
para el proceso político venezolano durante los últimos tres lustros. Chávez
era popular y, salvo vocerías carentes de mayor fundamento, ciertamente obtuvo
la preferencia popular en las distintas elecciones en la que participó, al
menos desde un punto de vista formal. El chavismo ha perdido desde que Maduro
asumiera la presidencia su robusta base electoral y hoy, a escasos meses de las
elecciones, 86 % de los venezolanos evalúa negativamente su gestión.
Una encuesta del IVAD pone al
chavismo como tercera opción en las preferencias electorales, por detrás de los
independientes. Según esta encuestadora, en un escenario polarizado, el
gobierno obtendría solo 22,1 % de los votos, mientras que la MUD lograría un
41,8 %. No sería extraño que el restante 36,1 % se distribuyera más o menos en
la misma proporción. De ser este el escenario, la victoria opositora sería
contundente pero no necesariamente suficiente para lograr el control de la
Asamblea Nacional. Eso no es bueno.
Sean cuales sean los números, la
mayoría de las encuestadoras coinciden en la pérdida de popularidad de Maduro y
del PSUV, así como su eventual derrota en las elecciones del 6 de diciembre
próximo. Supongo que el gobierno sabe esto. También imagino que maniobrará para
evitar una derrota que sin dudas, podría costarle el poder. Cuáles serán esas
maniobras, no lo sé claramente. Pueden ir desde las trampas, que ya son
conocidas, hasta la suspensión de las elecciones. Cabe preguntarse, sin embargo,
¿pueden pagar el precio que supone suspenderlas o ganarlas fraudulentamente?
Este tema parece prioritario para
unos y otros. Dudo mucho que un anuncio de un triunfo fraudulento pueda
contener el descontento, que vistas las encuestas, abarca a un sector de la población
que puede resultar decisivo en la confección y concreción de otras salidas, a
todas luces indeseables, pero no por ello, improbables. No nos engañemos, entre
desesperados y pescadores en río revuelto, algo puede cocinarse.
Si la MUD obtiene las dos terceras
partes de la Asamblea Nacional, podrían adelantase cambios, aunque se den en medio
de una conflictividad constante entre los poderes, que podría dar cauce al
adelanto de unas elecciones presidenciales consensuadas. Pero, ¿y si no lo logra?
En Chile se intentó. La oposición ganó pero no obtuvo la mayoría calificada
para adelantar una acusación constitucional que habría destituido a Salvador
Allende. Por su parte, la tozudez del líder socialista chileno para entender
que la crisis se originaba en el modelo económico – la transición al socialismo
– y no en las expresiones de ésta condujo a Chile a una cruenta dictadura de 17
años. De nuevo surgen inquietudes que no pueden ocultarse.
El gobierno venezolano parece haber
perdido el rumbo y solo actúa para preservar el poder, y con éste, a la
revolución misma (que es un fin y no un medio), así como los privilegios que
han hecho de la nueva élite los nuevos dueños del capital en una sociedad
profundamente superficial que le rinde culto al dinero. Hay pues, una élite
que, sin ningún tipo de propuesta diferente a la propaganda y al discurso
retórico, se aferra al poder, porque es la única forma de mantener el control
absoluto sobre los ciudadanos, y no nos engañemos, para muchos, su principal
fuente de ingresos. Mientras tanto, no solo hay un grupo que habiendo perdido
el poder, se resiste a la idea de no recuperarlo, sino además, una población
que sale a diario a la calles para ver como sobrevive. Vuelvo pues, al
planteamiento inicial: una creciente masa de ciudadanos depauperados sin
expectativas de mejoras es gasolina cerca de un candelero.
El gobierno debe entender pues, que
el problema es en esencia el modelo y de paso, el hartazgo popular hacia éste.
Pero la MUD debe comprender por su parte que el gobierno puede ser
peligrosamente terco, tanto como para propiciar su propia ejecución (como lo
hicieran las vocerías más recalcitrantes dentro de la UP en Chile). Por ello,
urge el esfuerzo continuo e incansable para tender puentes entre los líderes
racionales en todas las bancadas, que ven en el diálogo – el verdadero diálogo
– la salida a la crisis. Por ahora a nosotros, por nuestra parte, nos
corresponde acudir masivamente a las urnas, porque una victoria aplastante el próximo
6 de diciembre no solo nos dará el necesario control para propiciar cambios,
sino una demostración de fuerza que difícilmente pueda eludir el gobierno.