martes, 27 de diciembre de 2016

El señor Polichinela y la élite chavista


Tal vez escriba estas palabras contagiado por la época navideña. Creo, sin embargo, que la élite chavista está tan enredada en sus propias trampas que difícilmente podrá librarse de lo que, a mi juicio, luce como inevitable: la pérdida del poder.
Si bien Hugo Chávez en principio trató de hibridar modelos políticos, Maduro y quienes ahora controlan el poder son comunistas convencidos. Estoy al tanto, claro, también lo era el caudillo barinés, pero, ¿más astuto?, advirtió que dar ese paso definitivo sería fatal. Murió y por ello nunca sabremos si pensaba darlo. Sin embargo, basta echar una mirada a la vocería imperante para descubrir quiénes son y qué buscan. Cabe preguntarse, empero, si pueden pagar el precio para dar ese paso. Quizás ellos crean que sí. Yo no. Ya Rómulo Betancourt lo entendió en la década de los ‘30 del siglo pasado: este país no cree en el socialismo.
Los más pesimistas auguran para Venezuela una sociedad similar a la de Cuba. A pesar de las medidas que en ese sentido parece tomar la élite dominante, las actuales condiciones internas y externas difieren lo suficiente para suponer que una aventura similar sería un suicidio. Ya no existe la bipolaridad de entonces y más importante, el socialismo (y sus variantes) dejaron de ser un referente válido hace más de veinte años. Si no, ¿por qué los regímenes populistas en América Latina están cayendo y están siendo sustituidos por causas conservadoras? Aun el gobierno «liberal» estadounidense cayó y en enero tomará posesión un hombre de línea muy conservadora.  
Hay, por supuesto, un condicionante propio de estas tierras: el factor militar. Nos guste o no, el ejército ha sido un factor político en Venezuela. Citando al padre Luis Ugalde, sin los militares, la transición se hace muy difícil. Estoy al tanto de las prebendas que Chávez ofreció y que Maduro sigue ofreciendo a los hombres de armas, ambos con la intención de ganárselos. Esa política (y razonamiento) es cortoplacista y sin dudas injusta con la mayoría de ellos. Además, vista la destrucción del país, esas prebendas son nimias comparadas con lo que eventualmente van a perder. Ellos lo saben. No son idiotas. Adicionalmente debo decir que Pérez Jiménez también las dio y, sin embargo, a él lo depusieron las Fuerzas Armadas en cuyo nombre decía gobernar.
El otro factor decisivo es el poder económico. Ese híbrido político del que hablé antes, que recuerda más al fascismo que al socialismo, le permitió a Chávez llevar la fiesta en paz con los empresarios. Aún más, muchos de ellos vieron crecer sus fortunas como nunca antes. Aunque con un poco más de recato, así fue con los gobiernos de AD y Copei. La relación entre empresarios y líderes también fue impúdica en esos años (1958-1999). Y a Carlos Andrés Pérez lo echaron a patadas cuando en su segundo gobierno pisó los callos de esos intereses.
¿Por qué creer que a Maduro no irá a sucederle lo mismo? Aun si la MUD no estuviese de acuerdo, los otros factores de poder le pasarán por encima y forzarán la transición. En todo caso, al liderazgo opositor no le quedará de otra que sumarse a ese movimiento. La anomia imperante – que por cierto, no la hay en Cuba – impondrá una agenda de cambio, porque gracias a ella los intereses individuales empiezan a confundirse con los colectivos.
Si alguien ha leído «Los intereses creados», comprenderá de qué hablo. Llega un punto en el que las distintas fuerzas se ven obligadas a unirse para resguardar cada una sus propias parcelas. Hoy por hoy, la élite dominante ya luce como el señor Polichinela en la obra de Jacinto Benavente. Y como ocurre con ese personaje, la mejor solución para todos es que sea esa élite la que se perjudique.

… y por cierto, ¡feliz Navidad! 

lunes, 14 de noviembre de 2016

La batalla de Dunkerque y la derrota opositora el pasado viernes


Analítica.com publicó un texto, en el que erróneamente, o siguiendo la propaganda británica de entonces, llamó triunfo a lo que fue, sin dudas, una derrota del ejército inglés durante los meses tempranos de la Segunda Guerra Mundial. La batalla de Dunkerque representó para los ingleses una fea derrota. Así de simple. No hubo victoria alguna en ese desastre militar. Se repusieron los británicos, sí. Y también ganaron (con los aliados) la Segunda Guerra Mundial… luego de seis años de enfrentamientos bélicos encarnados y más de 55 millones de muertos entre los que se cuentan más de seis millones de judíos exterminados en los campos de concentración (aunque ya bastante habían obviado las potencias democráticas muchas violaciones a los derechos humanos, porque las leyes de Núremberg se aprobaron en 1935).
Decir, como lo dice el artículo, que el viernes pasado hubo «otro tipo de triunfo» es un eufemismo, para no reconocer, sé que con buenas intenciones, la verdad: la MUD perdió, y como leí por ahí, de ser posible en boxeo, este round lo perdió por knock out. O para decirlo de otro modo, la campana la salvó. No discuto el hecho de que en efecto, hay que reponerse. Hay que ponerse de pie, evaluar las causas de este fracaso, y entonces, replantearse la estrategia. Volviendo al ejemplo de la batalla de Dunkerque, eso hicieron los británicos. Visto el fracaso de la política de apaciguamiento sostenida por Arthur Neville Chamberlain (y que permitió a los nazis el Anchluss – prohibido por el Tratado de Saint Germain -, así como cogerse los Sudetes, la Renania y finalmente, la ciudad libre de Dantzig, y desde luego, Polonia), en mayo de 1940, recibió un voto de censura y en su lugar, fue electo un hombre que era visto por sus pares como un belicista: Winston Churchill. Los británicos reconocieron que no era Chamberlain quien podía contener a los nazis, sino ese hombre belicoso, hijo el séptimo Duque de Marlborough, que ofreció a los británicos lo que único que bien sabía podía ofrecerles: sangre, sudor y lágrimas. Entonces, ¿no habría que repensar las estrategias en la MUD? Aun aquellas con respecto a la mediación internacional.

El ejemplo de Analítica.com es infeliz. Muestra, a mi juicio, una mirada sesgada sobre un problema en el que nadie tiene la razón de un todo, ni hay en todo este tinglado, alguien que esté totalmente equivocado. Apartando al gobierno, que tiene su propia agenda y en la que nosotros, los disidentes, solo somos una peste que, como los judíos en la Alemania nazi, debemos ser neutralizados; en la MUD, que como se ha dicho, hay variadas opiniones, como es lógico en una alianza que reúne a distintas corrientes políticas, hay diversidad de puntos de vista sobre los problemas nacionales y desde luego, de cómo deben resolverse. 
Comprendo que para muchos, incluido yo, la idea de una dictadura es abstracta, porque distinto de las generaciones anteriores, nunca la habíamos padecido en carne propia. Por ello, comprender la magnitud del mal nos resulta tan difícil, y por ende, lo que supone negociar con ella. Pero no lo olvidemos, la élite que hoy gobierna a Venezuela creyó necesario asaltar el poder por medios violentos, y en los dos alzamientos militares del año 1992 hubo muertos. ¿Creen que van a tener pudor de defender el poder, ahora que lo tienen, aun con las armas? 

Lidiando con felones


Luis Ugalde, S.J., lo ha dicho. La negociación debe ser por todos los medios posibles. La presión es uno de ellos. Y digo yo, más que sobre el gobierno, que posee la fuerza para reprimir, y lo creo capaz de hacerlo cruentamente, debe ejercerse sobre los mediadores. Y si es necesario, pararse de le mesa y largarse. No nos engañemos, esta gente, la élite que hoy nos gobierna, emergió del anonimato con un golpe de Estado en el que hubo muertos, que para ellos han sido tan solo «daño colateral» o «bajas», como las hay en cualquier confrontación bélica. Entiéndase, para la élite revolucionaria, siempre se ha tratado de una guerra y el propio Chávez así lo afirmaba. 
Recuerdo, cuando fui gente, me tocó negociar un canon de arrendamiento. El arrendador me pidió un monto exagerado, que la empresa no podía pagar. Simplemente me puse de pie y le dije que entonces, hablaríamos de la entrega del local porque su aspiración era inaceptable. Me fui. Al día siguiente llamó y planteó un canon razonable. Pararse e irse puede cerrar las negociaciones, pero también pueden obligar a alguna de las partes a asumir una postura más razonable. Creo que los negociadores de la MUD deben jugar rudo, porque la paz no se consigue humillando, sojuzgando. A los mediadores debe quedarles claro que el gobierno debe acatar las normas democráticas, porque no se trata de cuántos apoyan a unos u otros, sino de principios que son irrenunciables. Y si sigo el ejemplo de Luis Vicente León (por lo demás, infeliz), si debo pagar el rescate al secuestrador, al menos que se sepa que se le paga bajo amenaza de matarme a mí o a un ser querido… que en todo caso, se negocia con un felón.  

Que cambiemos de modelo no es asunto de las potencias, ni de los mediadores, sino nuestro. Solo nosotros, los venezolanos, decidimos qué modelo seguir. Por eso, no les corresponde a los mediadores y no nos van a apoyar en uno u otro sentido. Sin embargo, sí les compete, y creo que en eso la presión contra los mediadores es menester, hacer que el gobierno dialogue de verdad y no use la mesa de diálogo como un circo, para que los payasos hagan sus bufonadas. Que los negociadores de la MUD siembren en ellos la preocupación por el paciente de cáncer, el hombre que se quita la comida para dársela a sus hijos o el que la busca en los basureros; y aún mucho más, por la precariedad que les impacienta y en su desesperación, hacerles seguir a los extremistas. En ese caso, la mesa de diálogo sí se iría al carajo. 

Sobre el triunfo de los reality show


Contra todos los pronósticos, Donald Trump ganó las elecciones. Al paso han salido muchos analistas mucho más cultos que yo. Pero internet es un espacio verdaderamente democrático y yo voy a permitirme hacer unas conjeturas.
Al igual que en las décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado, las democracias liberales son vistas con recelo por los ciudadanos. Quizás sean apreciadas como pusilánimes. No ve sin embargo, la gente común y corriente que disfruta viendo los reality shows, que se trata de la profunda transformación que experimenta la humanidad, y que si bien no son ni ajenos a ella ni la ignoran, prefieren creer el discurso incendiario de hombres como Trump, que para ganar, apeló a una fórmula infalible: háblale a una sociedad temerosa por los cambios y endílgale la culpa de esos cambios a otros. Eso hizo Hitler en la depauperada República de Weimar, luego del fracaso del putsch de Múnich en 1923. 
Las quejas, o por lo menos muchas de ellas, son válidas. ¡Claro que lo son! Aun aquellas en contra de políticas adoptadas por los demócratas en estos últimos años, cuya efectividad puede ser criticada. Estoy de acuerdo, los estadounidenses y los inmigrantes legales en Estados Unidos no tienen por qué tolerar que el país se convierta en un abrevadero de menesterosos. Sin embargo, las causas de esas quejas van más allá de las políticas de los demócratas y, sin dudas, la construcción de un muro no va resolver problemas originados por el avenimiento de una nueva era con tal rapidez que no hemos tenido tiempo para asimilarla ni prepararnos para los retos que impone. Las políticas del programa Trump no van a sanar esa enfermedad que hace 40 años, Toffler denominó «El Shock del futuro».
Los mineros de Virginia del Oeste o los desempleados de Detroit no van a ver mejoras en sus vidas porque se deporten a los inmigrantes ilegales, que los hay y, sin dudas, cuestan dinero a los contribuyentes. Por el contrario, aunque suene duro, la realidad es que esa masa ayuda en parte a hacer de los Estados Unidos una economía competitiva. Cuando ese «red neck» vea que su hamburguesa con papas ya no le cuesta cinco dólares sino nueve, va a añorar en los braceros mexicanos que trabajaban en las fincas ganaderas de Texas y Nuevo México por la mitad de lo que deberán pagarle a un trabajador estadounidense o un inmigrante legal. Y aún más, cuando la deportación de inmigrantes ilegales no se traduzca en empleos para ellos, porque los que no están automatizados dentro de los Estados Unidos, los realizan obreros en países donde la mano de obra es mucho más barata.

Trump no parece comprender la actualidad. Esta sociedad pos-humanista le resulta demasiado extraña y confusa; y, tanto como sus electores, prefiere explicaciones simples, o simplistas, que, sin dudas, no resolverán nuevos paradigmas planteados por la Cuarta Revolución Industrial y la liquidez de una sociedad cuyos vínculos están disueltos. Es más fácil decir que los demócratas son ineptos, indistintamente de la aprobación o no de sus políticas, que reconocer la propia ineptitud para comprender a un mundo que, como si llegásemos a un planeta distante, nos resulta desconocido e incluso, hostil.  

viernes, 11 de noviembre de 2016

Basta de pendejadas


Una cosa es reclamar pacíficamente lo que por derecho nos corresponde, y otra muy diferente, ser pasivo, y por ello, dejarnos despojar de lo que es nuestro y nos pertenece.
Una vez más, las masas opositoras, los ciudadanos que a diario padecen las penurias impuestas por políticas fracasadas, ven sus esperanzas frustradas. Según lo ha expresado el diputado Henry Ramos Allup, el revocatorio está muerto. Mientras tanto, el gobierno nos impone celebrar desde ahora unas fiestas que, visto el escenario, las realizaremos sin hallacas ni pan de jamón. Veremos, los caraqueños, la cruz del Ávila y, suspirando, tal vez le mentemos la madre a muchos.
¿A qué creen que nos enfrentamos? ¿A un mal gobierno? ¡No! No se ha tratado jamás de una mala gestión gubernamental. Ha sido siempre «una revolución», y, repitiendo a Orwell, la de los chavistas busca instaurar dictadura, porque sin esta no va a ser viable aquella… y las otras, que intentan sobrevivir y expandirse. Todos los golpistas que acudieron al 4 de febrero de 1992, deben favores a muchos, y en especial los Castro, que no quieren perder su condición de actores en la región y pasar a ser solo una desventurada isla, hambreada por dos dictadores de la peor calaña. La MUD no enfrenta a un mal gobierno, sino a un plan más grande, urdido incluso antes de aparecer Chávez en el escenario.
Como ciudadano, tengo el derecho de juzgar, y, nos duela o no, otra vez la oposición ha fracasado. No lo llamemos revés, porque no lo es. Es, sin dudas, un fracaso. Llegó la hora de las discusiones serias, y no de delirios, de frases que en el mejor de los casos pretenden servir de ungüento analgésico. Lo que está en juego va más allá de los presos políticos, del discurso atorrante, de los dimes y diretes. Venezuela es hoy, un Estado fallido. Sus instituciones no cumplen sus cometidos y sirven solo a una causa: apertrechar al régimen con falsos argumentos jurídicos, ideados por abogados «palangristas», que prestan su oficio para trapisondas.
Como ciudadano, como opositor, como hombre de a pie que he visto mi calidad de vida deteriorarse dramáticamente, les pregunto, ¿qué van a hacer? ¿Cómo van a resolver los problemas inmediatos, que, les guste o no, amenazan con hacer de este país, un escenario de guerra similar al de las pseudo-repúblicas africanas?

En otro texto lo dije (http://actualidadvenezuela.blogspot.com/2016/11/la-mujer-apaleada.html), creer que mantener el statu quo es garantía de paz no solo es una ilusión, o una idiotez; sino aún más importante, una forma de violencia terrible. Al mundo le horrorizó la victoria de un patán sin formación alguna en Estados Unidos, y nadie en su sano juicio pretendería que en pro de la paz estadounidense (y ya han ocurrido brotes violentos por ello), se desconozca ese triunfo. Como venezolano, digo lo mismo. Este es nuestro país, y si Thomas Shannon y el Vaticano vienen a apoyar algún diálogo, este debe ser, sin lugar a dudas, para plantear una transición que permita poner fin a la revolución – a lo que esta significa ideológicamente –, rescatar la legalidad e institucionalidad perdida y abrirle espacio a una verdadera cohabitación democrática de todos los venezolanos. 

lunes, 7 de noviembre de 2016

La mujer apaleada


La mansedumbre no es sinónimo de paz. Por el contrario, supone una aberrante forma de violencia: la sumisión y la humillación.
En un artículo de «El País», leo que, palabras más palabras menos, la mesa de negociación busca estabilizar al gobierno de Maduro, con la esperanza de que este enmiende, cosa que de antemano, bien sabemos, no va a hacer. Desde el Vaticano hasta Estados Unidos coinciden en que «Venezuela no puede celebrar elecciones en medio de los desastrosos resultados de su economía, porque supondría, de ganar la oposición, el inicio de un período incierto y de alta probabilidad de violencia».
La jugada de los mediadores implica a mi juicio, el riesgo de estar inmersos los venezolanos en una situación semejante unos meses después, cuando el gobierno arrecie sus políticas, con las cuales no está de acuerdo la mayoría de los venezolanos, y de nuevo, se plantee una crisis institucional. La paz de Venezuela no se consigue con un canal humanitario ni dándole tiempo al gobierno para mejorar sus finanzas e iniciar el despilfarro grotesco que nos trajo a esta crisis, sino forzando a la élite chavista a renunciar a un comportamiento que ha sido la causa de la crisis.
La MUD debe dejar en claro a los mediadores que de seguir Maduro en el poder, con sus políticas empobrecedoras y su actitud totalitarista y ante la incredulidad popular que sobre él gravita, no va a haber paz en Venezuela, y que los mediadores estarían apostando a una salida que el gobierno, la MUD y los mediadores no desean. Y que, desde luego, sería fatal para los venezolanos.
Sé de la importancia que tiene Venezuela en la región. Sin embargo, apuntalar a un gobierno antidemocrático, que ha desmantelado la democracia porque no le convienen sus reglas, no solo me luce violento, sino además, una injusticia con el pueblo venezolano, que anhela mayoritariamente «cambiar de gobierno democráticamente» a través de un mecanismo contemplado en la constitución. Por eso, la MUD debe ser enfática. Muy enfática. Debe dejar en claro antes de este viernes que para hablar de negociación (y en todo caso, de una cohabitación política del chavismo y la oposición), el gobierno debe: 1) renunciar a sus propósitos socialistas, que no están en la constitución y fueron rechazados por los venezolanos cuando se les consultó al respecto, y aceptar que la revolución en los términos propuestos no es aceptable; 2) reconocer a la Asamblea Nacional y respetar sus decisiones, y cuando digo respetar, me refiero a acatar la decisión popular expresada el 6 de diciembre de 2015, y los actos dictados por el parlamento en uso de sus atribuciones; 3) solicitar la renuncia (voluntaria) de los magistrados del TSJ y del CNE para allanar la reinstitucionalización del Estado; 4) la elección de las autoridades regionales a más tardar en diciembre de este año, como lo prevé la constitución.

La violencia no se limita a los tiros, que de paso ya los hay, ni a los muertos, que igualmente los hay, y en demasía; sino también a la imposición de condiciones injustas. Pedirle a los venezolanos tolerar este desastre para evitar una escalada de violencia (que en verdad no están evitando) es lo mismo que pedirle a la mujer que soporte los coñazos del marido por el bien familiar. La mansedumbre no es sinónimo de paz. Por el contrario, supone una aberrante forma de violencia: la sumisión y la humillación. Pedir a los venezolanos que se posponga cualquier escenario electoral porque conviene es en sí mismo un acto violento, que en este caso no estaría perpetrando el gobierno, sino los mediadores.

lunes, 24 de octubre de 2016

Mirando los perros correr


¿Es esta una encrucijada? Puede serlo, sí. Aunque, como ocurre con otras muchas cosas, nada es seguro, salvo la muerte. Pero, por suerte, los países no mueren. Como el Ave Fénix, renacen de sus cenizas. Eso ya es mucho. Muchísimo, debería decir.
Algunos comentaristas – no quiero endilgarles el calificativo de analistas porque como yo, no lo son – aseguran que el gobierno está acorralado por el descontento, y, sí, en parte es cierto, y que por ello, actúan desesperadamente, lo cual también es verdad. Sin embargo, una cosa es verse forzado a actuar sin apego a la ley, y otra muy diferente, sentirse débiles. Como en todo juego, y este lo es de algún modo, el cambio de las circunstancias ha obligado a tomar medidas que sin dudas tienen un costo político. El quid de esto es si pueden pagarlo. Eso no lo sé.
No lo sé, ciertamente, pero la historia nos ofrece ejemplos, antecedentes… estadísticas.
El 30 de noviembre de 1957, se llevó a cabo un plebiscito, que de sí ya violaba la constitución de 1953 (que tenía prevista unas elecciones), que de todos modos perdió Pérez Jiménez. Sin pudor, el ejército se robó las urnas y el plebiscito terminó en algo así como no me da la gana de perder y punto. En alguna ocasión le pregunté a un testigo de esos años, Gustavo Planchart Manrique, si la gente, el primero de diciembre, imaginaba que poco más de mes y medio después iba a caer el régimen. Me dijo, no, nadie lo sospechaba. Solo empezó a pensarse, agregó, luego del alzamiento del primero de enero de 1958. Solo entonces se conoció la fractura dentro de las Fuerzas Armadas, en cuyo nombre decía gobernar Pérez Jiménez (y en un país tutelado por los militares desde hacía más de un siglo, no era del todo incierto).
Hubo un cornetazo el día 22 de enero de 1958, a las doce del mediodía (estaba prohibido tocar las bocinas de los autos), precedido de por lo menos dos alzamientos, el del día de año nuevo, y otro el 11 de enero, que forzó la salida de Pedro Estrada como jefe de la SN, pilar fundamental para la sustentación del régimen. Esa noche, a las dos y tanto, el dictador abandonó el país ante el desconocimiento general de su autoridad por parte de las Fuerzas Armadas. «Mejor te vas Pérez, porque pescuezo no retoña», le recomendó, según alegan algunos, Luis Felipe Llovera Páez.
¿Por qué digo esto? Porque Maduro puede tener la lealtad del ejército hoy, pero no sabemos si la tendrá mañana. Pagar el precio significa que muchos deberán apartarse cada vez más de la ley, y no sabemos cuánto más lo harán. Al fin de cuentas, las violaciones recaen sobre los perpetradores y no sobre Maduro. Y estamos todos al tanto, nadie gobierna solo, ni siquiera el Rey Luis XIV de Francia.
El revocatorio por ahora está en suspenso, o, para el deseo de algunos, durmiendo el sueño de los justos. Sin embargo, la crisis sigue vigente. Aún más, empeora cada día. Huelga enumerar el rosario de problemas y dificultades que a diario toleramos los venezolanos. Y es ese el verdadero problema del Psuv, no la permanencia de Maduro en el poder, porque, volviendo la mirada sobre hechos pasados, no hay garantías que en un país como este, que no ha logrado despojarse de la tutela militar, no emerja de los cuarteles un Pinochet.  
Cito al recientemente nombrado general de los Jesuitas: la solución empieza por el diálogo. No obstante, ese diálogo no puede ser con factores que han dado muestras suficientes de su sordera y tozudez.  Es más que obvio, un sector del chavismo, ese que teme medirse y que ha impuesto un Estado fallido para perpetuarse en el poder, no va a dialogar, como no lo hizo la élite nazi o el depuesto dictador libio, Gadafi. Ese diálogo debe ser con los factores de poder que, apoyados en la enorme mayoría que exige cambios, impongan la transición a quienes ya no puedan recurrir a las bayonetas para sostenerse.   

Ese diálogo urge… porque lo otro, está latente, y de ocurrir, no lo dudo, muchos mirarán los perros correr.   

miércoles, 5 de octubre de 2016

Sobre el estado de excepción


Al parecer, el estado de excepción decretado por el ejecutivo le permite suspender el Estado de derecho. El presidente ha dicho en estos días que el decreto le permitiría aprobar el presupuesto sin pasar por la Asamblea Nacional. Pero no puede.
El decreto no prevé la posibilidad de que el presidente apruebe el presupuesto. Imagino que los asesores estarán pensando en el artículo 3° del mismo. Pero, a pesar de su vaguedad, no da para tanto.
El último párrafo del artículo 339 de la constitución establece que a pesar de decretarse el estado de excepción, los otros poderes siguen funcionando. El poder legislativo conserva pues, todas sus facultades, entre las cuales están la formación de las leyes y la aprobación del presupuesto (artículo 187, numerales 1 y 6) y la necesaria autorización política que como representante de la nación (el presidente es el jefe del gobierno pero la Asamblea es quien reúne, como el cuerpo colegiado que es, a las distintas regiones del país), debe conceder al ejecutivo para que decrete el estado de excepción (artículo 339).
El decreto de estado de excepción puede suspender algunas garantías ciudadanas pero no puede suspender el estado de derecho ni el régimen republicano previsto en la constitución. No se trata de conferirle al presidente las facultades de un dictador, que parece ser lo que algunos asesores le insinúan.
La aprobación del presupuesto es una facultad exclusiva de la Asamblea Nacional. El artículo 187, numeral 6, de la Constitución así lo prevé. En los artículos 311 y 313 del texto fundamental (atinentes al presupuesto) se establece asimismo la necesaria aprobación del presupuesto por parte del poder legislativo, a través de una ley, cuya formación y sanción le está reservada a este. La Ley Orgánica de Régimen Presupuestario desarrolla estos principios y por subordinación legal, no puede esta contrariar a aquella. Además, salvo que por una Ley Habilitante se le delegue la potestad de aprobar el presupuesto, no hay resquicios o lagunas que permitan una interpretación diferente. Esta visto, la aprobación del mismo compete solo a la Asamblea Nacional.
Esto no es casual. Algunas potestades se le reservan al poder legislativo porque este es un cuerpo colegiado que reúne a los representantes de las distintas regiones del país. El presidente es uno solo y gobierna en nombre de todos, pero es el poder legislativo, por su naturaleza, el que debe ejercer el control político sobre los actos del gobierno, cuya dirección y ejecución son facultades del ejecutivo, no para cuestionar la legalidad o ilegalidad de esos actos, lo cual compete al TSJ, sino su conveniencia política para la nación (dentro de las limitaciones que a todos los poderes establece el estado de derecho). Aprobar el presupuesto (o un estado de excepción) no es un tema jurídico, salvo por el debido acatamiento a las formas y procedimientos legales. Es, en todo caso, un asunto estrictamente político. 
Si ahondamos más, hacer uso del decreto de excepción para obviar la ineludible aprobación parlamentaria del presupuesto nos obliga a analizar su validez. El artículo 339 de la constitución establece un control previo sobre el decreto, que será ejercido por la Asamblea Nacional y por la Sala Constitucional del TSJ. Este control tiene dos vertientes distintas y atribuidas con exclusividad a cada uno. Al poder judicial (el TSJ) le compete pronunciarse sobre la sujeción del decreto al estado de derecho, pero su justificación política corresponde exclusivamente a la Asamblea Nacional. El primero solo controla la constitucionalidad del decreto, pero el segundo evalúa en primer lugar, si las condiciones de hecho aducidas por el ejecutivo son suficientes o incluso, si son reales; y, en segundo lugar, la conveniencia política de recurrir a una medida que como bien lo indica el texto constitucional, es excepcional. Cabe decir que todas las normas que establecen medidas excepcionales deben ser interpretadas restrictivamente.

Bien sabemos que la Asamblea rechazó el decreto de excepción y que el TSJ, invadiendo la competencia del poder legislativo, lo aprobó. Ese decreto es, a la luz del estado de derecho, nulo de nulidad absoluta. Siendo rechazado (improbado) por el único órgano capaz de aprobarlo, otro poder usurpó funciones que no le eran de su competencia. El TSJ violó pues, los artículos 137, 187 y 266 de la constitución vigente, por lo que se cumplen los presupuestos de hecho previstos en el artículo 138, y, por ende, el decreto de estado de excepción es nulo y debe entenderse como que nunca existió. Más aún sus prórrogas en tanto que el TSJ debió tomar en cuenta esta circunstancia para juzgar la constitucionalidad de las mismas. Siendo nulo el decreto, mal puede servir de fundamento jurídico para otros actos del ejecutivo, ya realizados o por realizarse. Y, por imperio del artículo 139 de la constitución vigente, son responsables las autoridades que abusaron del poder que les fue otorgado.  

¿Dictadura?


Como lo dice José Ignacio Hernández, el gobierno ha tratado de justificar la anulación de todos los actos del poder legislativo en la supuesta «conformación inconstitucional» de la Asamblea como consecuencia de la incorporación de los diputados del estado Amazonas. Sin embargo, a la luz del estado de derecho venezolano, la decisión del TSJ sobre el recurso contencioso electoral en contra las elecciones parlamentarias en el estado Amazonas es contraria a derecho. Mal puede una sentencia suspender a uno de los poderes públicos. Menos aún una que viola las normas constitucionales y legales.
Veamos esto con calma.
El acto electoral culmina con la proclamación de los diputados electos por parte de la Junta Electoral Regional. En caso de que alguien intente una acción de nulidad de las elecciones, como es el caso de Amazonas, se procede a abrir la causa pero los diputados electos y proclamados lo serán hasta tanto una sentencia definitiva ordene la celebración de unas nuevas elecciones y estas se celebren y resulten ganadores otros candidatos. La medida cautelar, que impide a los diputados de Amazonas incorporarse es contraria a derecho porque, en primer lugar, solo hasta que exista un veredicto definitivo, el acto de proclamación de los diputados es válido, por el principio de ejecutoriedad de los actos administrativos. En segundo lugar, los intereses de un grupo que crea que sus derechos han sido vulnerados no pueden privar sobre el derecho de los habitantes del estado Amazonas a estar representados en la Asamblea Nacional. Admitir una suspensión de los efectos del acto recurrido viola derechos colectivos y, en todo caso, hasta tanto no se dicte el fallo definitivo y se celebren nuevas elecciones, los recurrentes solo tendrían una expectativa de derecho y en caso alguno existe el riesgo de que sus aspiraciones se hagan ilusorias.
La Asamblea Nacional tiene entre sus facultades la de calificar a sus miembros (art. 187, numeral 20). Proclamados como fueron los diputados del estado Amazonas suspendidos por el TSJ, podían y debían tomar posesión de sus cargos. El TSJ invadió la competencia del poder legislativo y usurpó funciones que son exclusivas de este, violando lo establecido en los artículos 137,187 y 266 de la constitución. A tenor de lo dispuesto en el artículo 138 del texto fundamental, esos actos – en este caso la sentencia que suspende la proclamación de los diputados – son nulos y su autoridad es ineficaz. Además, el artículo 139 establece responsabilidades para las autoridades incursas en estas violaciones.
No es un secreto la pugnacidad entre el legislativo y los otros poderes. Sin embargo, no hay modo en la legislación vigente de suspender a uno de los poderes. Sobre todo uno que al igual que el presidente, tiene legitima su origen en el voto popular. El 6 de diciembre de 2015, la mayoría votó por la composición política de la actual Asamblea Nacional. El origen de esta es el mismo de la presidencia de Maduro: el sufragio directo, secreto y universal. A la ley, al estado de derecho y sobre todo a los venezolanos poco le importa si al gobierno le resulta incómoda la nueva composición parlamentaria. La constitución establece atribuciones a cada uno de los poderes públicos, indistintamente de la corriente política de quienes los constituyen. El TSJ no puede erigirse como un súper poder, asumiendo inconstitucional e ilegalmente potestades que el pueblo encomendó a otros mediante el sufragio.
De haber actos nulos, son los fallos dictados por el TSJ, que sin base jurídica y fundados más en las opiniones de la élite gobernante que en hechos debidamente probados conforme a las normas procesales y dentro de un procedimiento, derogan normas constitucionales o las interpretan más allá de lo razonable.

La Asamblea no puede ser «anulada» como pretende el fallo, decretando la inexistencia de todos los actos legislativos pasados y futuros, porque equivale a suspender uno de los poderes públicos y eso no está previsto en la legislación venezolana. De hecho, el último aparte del artículo 339 de la constitución establece que ni el estado de excepción suspende las funciones de los poderes públicos. Mal puede la Sala Constitucional, compuesta por siete magistrados (cuya designación se hizo irregularmente), suspender a uno de los poderes públicos. Menos aún uno que como ya se dijo, legitima su origen en el voto popular. 

Escupir para arriba


Nunca se ha escupir para arriba, porque la saliva ha de caer en la cara

Golpes de Estado los hay de variadas formas. A grandes rasgos, pueden definirse como la sustitución de unas instituciones por otras al margen de la legalidad. Así las cosas, solo lo serán si logran su cometido. Si no, se tratará de bravuconadas, alzamientos, montoneras o el nombre que a bien quiera darle. En estas tierras, por lo general los cometen militares. Pero no se engañe, a veces, más de las que cree, los perpetran las autoridades. No por ello son buenos. Mucho menos, permisibles.
El 10 de enero de 2013, el presidente (re)electo, Hugo Chávez, debía prestar juramento para un nuevo período. La razón por la cual es acto se lleva a cabo no es para tener un motivo qué celebrar, como lo era para el caudillo barinés, sino porque el término del mandato no recae sobre el sujeto. Recae sobre el cargo. El presidente, llámese como se llame, recibe un mandato por un plazo de seis años. Vencido este, quien resulte electo o reelecto inicia uno nuevo y por ello, debe prestar juramento. Por esa razón, el presidente de la Asamblea Nacional asume la presidencia interinamente cuando el presidente electo (o reelecto) no puede tomar posesión del cargo. Esto supone que todo el gabinete ejecutivo queda cesante, por expiración del término del mandato, debiendo el presidente interino nombrar uno nuevo o ratificar al anterior. Sin embargo, entonces no se hizo. La presidencia de Maduro hasta verificarse la ausencia absoluta del presidente Chávez (por su deceso) fue de facto.
El TSJ sentenció que «había continuidad administrativa» por haber sido reelecto el presidente Chávez (gracias a una enmienda realizada en fraude a la ley, porque por imperio constitucional los temas tratados en la reforma rechazada en el 2007 no podían volver a tratarse en ese período) y que por lo tanto, Maduro seguía siendo vicepresidente y ejercía la presidencia interinamente, como corresponde al vicepresidente ejecutivo. Sin embargo, la continuidad administrativa no es otra cosa que la permanencia de la gestión propia de la administración pública (que los juicios sigan sus cursos, que las multas se paguen o que se recaude el impuesto al valor agregado, por ejemplo). Obviando esto, Maduro no podía entonces ser candidato para la presidencia una vez constatada la falta absoluta del presidente, porque, según el criterio del TSJ, él era el vicepresidente ejecutivo, y, por imperio del artículo 229 de la constitución, quien ejerza la vicepresidencia no puede ser electo presidente para el siguiente período.  
En todo caso, Maduro fue presidente de facto entre el 10 de enero y el 19 de abril de 2013, y luego, porque no podía ser candidato, dada la sentencia del TSJ que prolongó el período 2007-2013 más allá de lo previsto en el artículo 230 de la constitución (sin que mediara la enmienda correspondiente, como sí ocurrió en 1984, cuando se acortó el mandato en poco más de un mes).
Electa la nueva composición de la Asamblea Nacional el 6 de diciembre del 2015, se procedió a aprobar, de modo irregular, a los nuevos magistrados para el TSJ antes de la toma de posesión del nuevo parlamento. En lo que va de este año, se ha ido anulando a la Asamblea Nacional sin asidero legal para ello. Cabe destacar que de acuerdo a la constitución vigente, otros entes han usurpado funciones que son exclusivas del poder legislativo, y que por ello, todas las actuaciones resultantes de esa usurpación son nulas y carecen de eficacia jurídica (artículo 138, en concordancia con los artículos 137, 187 y 266 de la constitución).

Sin embargo, hoy por hoy, Maduro sigue siendo presidente y la Asamblea Nacional ha sido anulada de facto. Como se ve, ha ocurrido una sustitución de instituciones por otras sin que medien los procedimientos legales y constitucionales previstos, perpetrada por quienes están investidos de autoridad. No obstante, voceros del régimen acusan a la MUD de conspirar, solo porque está solicitando un referendo para este año, un procedimiento que existe en la constitución y que nadie, dentro y fuera del país, duda de su idoneidad para resolver la crisis. 

lunes, 26 de septiembre de 2016

El problema de fondo


El gobierno cree que aferrándose al poder va a impedir que el país colapse. Los anaqueles de los supermercados y abastos no van a llenarse evitando el revocatorio, ni los niños van a ser colocados en cunas adecuadas en los retenes de los hospitales. No, evitar el revocatorio no va resolver la miseria en la que viven millones de venezolanos. Puede, en cambio, encolerizar a la gente. Y es este el principal problema del régimen.
El triunfo opositor el pasado 6D dejó en claro que los juegos democráticos ya no les resultan. Lo dije entonces y lo repito, con un gobierno militar como este, lo que venía después de la derrota en las parlamentarias era plan de machete. Al régimen ya no le resta otra cosa que reprimir, y cada día lo hace con más descaro, mientras el defensor del pueblo se enoja con un periodista por no ser cortés.
Cabe preguntarse si la gente se amansará finalmente, si los distintos sectores van a plegarse al régimen o si se organizarán para articular una salida. No olvidemos que a Carlos Andrés Pérez lo despojaron del poder por un hecho que no era delito. A Pérez lo depusieron porque ya resultaba muy incómodo para una élite. Nadie puede garantizarle a Maduro la lealtad de las fuerzas que por ahora lo mantienen atornillado en el poder. Recuerdo siempre, con ocasión de esto, que el general Marcos Pérez Jiménez gobernaba en nombre de las Fuerzas Armadas y sin embargo, fueron estas las que lo derrocaron el 23 de enero de 1958.
El verdadero problema de Maduro es el deterioro permanente de la calidad de vida de las personas y el desmantelamiento de la institucionalidad democrática que en el exterior, ya preocupa incluso a sus socios. Evitando el revocatorio con maniobras ilegales e inconstitucionales, el gobierno solo desnuda aún más su talante autocrático y el desconocimiento de la voluntad popular, ahora que no le es afecta. Fronteras adentro, más del 80 % desea salir de esta pesadilla. En el exterior, ya es una penca de pescado maloliente a la que todos le sacan el cuerpo.

Creo, con mucho temor, que evitar el revocatorio no solo no resuelve los problemas, no digo de nosotros los venezolanos, que poco parecemos importarles, sino los del gobierno; y plantea la solución en otros términos, que, nos guste o no, podría ser indeseable para todos. Si aún restan sensatos en el gobierno, la mejor recomendación para Maduro sería que renunciara al cargo y permitiera a otros manejar una crisis que él no sabe cómo o no quiere resolver. 

lunes, 19 de septiembre de 2016

Al circo de Maduro le crecieron los enanos


Era de esperarse. Chávez jamás planteó políticas serias para incluir económicamente a los sectores más pobres. Solo intentaba comprar afectos para alcanzar los 10 millones de beneficiarios de alguna misión para afianzarse en el poder. Hoy, cundo Venezuela padece una crisis sin precedentes, viene al caso recordar que despilfarrar como se hizo ese caudal sin ninguna contraprestación que hiciese viable las llamadas misiones es la causa de la actual depauperación, y del descontento, desde luego.
Cual delegados de clases, la presidencia del Mercosur correspondía a Venezuela solo por la rotación que de estas se hace. No es pues, un mérito. En cambio, que se le haya despojado, y que además le impongan un plazo perentorio para adecuarse a sus normas, sí es una vergüenza. En todo caso, Caracas, o mejor dicho, Maduro, no recibió la jefatura pro tempore del Mercosur. Sin lugar a dudas, una derrota.
A partir de ayer, 12 de septiembre, Venezuela asume la presidencia del MNOAL. Tampoco es un mérito. La presidencia del grupo deviene de ser el país sede de la cumbre. Se rumora entre los internacionalistas que la reunión no será de alto nivel. Y para ahondar un poco más, los No Alineados han perdido notoriedad y sin llegar a desaparecer, apenas si son una organización referencial. Cabe destacar lo expresado por el presidente del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales,  Kenneth Ramírez: ¿No alineados frente a quién? Otro fracaso del régimen.
Hay que añadir, la cumbre se realiza a escasas dos semanas del incidente en Villa Rosa. Es muy probable que las delegaciones adviertan el nivel de represión contra los ciudadanos, que ven con indignación como el gobierno malgasta millones de dólares en una cumbre de resultados dudosos mientras la gente pasa hambre. Los estudios recientes, como la Encovi realizada por las universidades Simón Bolívar, Central de Venezuela y Católica Andrés Bello, arrojan que más de la mitad de los venezolanos son pobres. No solo es un fracaso, la cumbre del MNOAL es una burla dantesca contra la ciudadanía.
El gobierno intenta lavarse el rostro. Sin embargo, la concentración del 1 de septiembre demostró que Venezuela exige cambios. Ciego, sordo, terco, el régimen desconoce la legitimidad de la Asamblea Nacional y sin pudor, busca excusas groseras para disolver el poder legislativo. Tan burdas que ni los abogados desvergonzados encuentran argumentos para respaldar lo que sería otro atentado contra el Estado de derecho. Sin embargo, los embajadores no son ni sordos ni memos. Ocultar la magnitud de la concentración del 1 de septiembre es una idiotez más que un acto de represión.
Por su parte, China ha decidido no «invertir dinero nuevo» en Venezuela. Preocupados por la inseguridad y la crisis, las autoridades del gigante asiático decidieron por consenso suspender los créditos, según fuentes del WSJ. Se rumora que al menos tres legisladores venezolanos y otros consultores han sido invitados a Beijing para discutir sobre un gobierno de transición y un plan de recuperación para darle la vuelta a la economía de peor desempeño del mundo, según varias personas al tanto de las conversaciones, tal como lo citó el diario estadounidense.
Perdió, además, dos de sus aliados más importantes en la región: Brasil y Argentina. La derrota del kirchnerismo y la destitución de Rousseff en este momento, cuando el desprestigio de la revolución bolivariana crece en la región, son pérdidas importantes que podrían desajustar las correlaciones de fuerza en la OEA. Sobre todo ahora que la secretaría general recae sobre Almagro, un crítico muy agudo del proyecto chavista.
Para rematar, de a poco se ha ido filtrando el descontento dentro del chavismo y del propio partido de gobierno. Para algunos, puede que muchos, entregar el poder a un gobierno transitorio es la mejor vía para resguardar la precaria salud de la organización. Entienden que de seguir fieles al «legado del comandante», la crisis los va a devorar, y su supervivencia como fuerza política estaría seriamente comprometida. Maduro pierde apoyo aun dentro de su partido mientras cada vez más ciudadanos se desencantan del legado del comandante.

Sí, no hay dudas, a este circo, le crecieron los enanos, como era de esperarse. 

El regreso del hombre a caballo


No es solo este desventurado país, que de caudillos e iluminados ya carga un rosario; sino naciones primermundistas, las que, por temor, se refugian en hombres fuertes, como lo refiere Zygmunt Bauman en una entrevista realizada por Davide Casati[1]. En la UE y en estados Unidos, con la candidatura de Trump, se manifiestan rasgos atávicos que muchos creían exclusivos de naciones tercermundistas. Como otras veces, el desmoronamiento de paradigmas causa temor, mucho temor, y, por ello, los ciudadanos corren a refugiarse en hombres fuertes como lo fueron en el pasado Mussolini en una Italia joven que parecía ser presa fácil de los comunistas, Hitler en Alemania luego del fracaso de la República de Weimar, y Mao Zedong en una China suspendida en el medioevo.  
En la década de los ’90 se creyó que caída la URSS, y con ella, las naciones socialistas bajo su dominio (excepto Cuba), significaba el triunfo del capitalismo. La crisis del 2008 sin embargo, patentó graves fisuras en las regulaciones financieras (y en general de los mercados), amenazando la estabilidad de la economía mundial (sin que diga con esto que modelos fallidos, como el socialismo, sean una respuesta). Por ello, los demonios que nos asechan han reanimado la vocinglería ruidosa y poco inteligente de charlatanes como Donald Trump, y como Hugo Chávez y Nicolás Maduro; quienes solo para obtener ganancias políticas, conducen a las naciones por caminos ruinosos. Si bien es cierto que las ideas liberales propuestas por la Ilustración francesa son en esencia inmejorables, como lo planteaba Francis Fukuyama (e incluso Hegel a fines del siglo XVIII), no podemos engañarnos y creer que ya todo está escrito. Por el contrario, la velocidad con la que suceden los cambios ha resquebrajado infinidad de paradigmas, que, quiérase o no, crean incertidumbre sobre la seguridad de las personas, haciéndolas refugiarse en falsos recintos particulares.
Por mucho que «mensajeros» del pasado intenten evocar «tiempos mejores», la realidad es que no es posible volver. En los últimos 100 años, la humanidad ha progresado en una forma vertiginosa. Para expresarlo, nada mejor que el ejemplo de Alvin Toffler en su obra «El shock del futuro»: solo hasta 1870 logró superarse la velocidad del caballo con los trenes de vapor mejorados; ya para mediados del siglo pasado, esa velocidad se incrementó con los aviones; y, hoy por hoy, los transbordadores espaciales alcanzan velocidades que para un hombre de fines del siglo XIX y principios del XX eran impensables (como lo era viajar a la luna). El mundo se redujo a una «aldea global» y, nos guste o no, estamos condenados a cohabitar con otras culturas, otras religiones, otras creencias, otros estilos de vida y otros cánones morales. Esa mirada parroquiana de la sociedad es anacrónica y, acaso, contraria a la «situación cosmopolita» que abraza a toda la humanidad. 
Sé que existe temor y que semejantes a visitantes no preparados, no logramos comprender los nuevos paradigmas. Sin embargo, no podemos mirar al futuro imbuidos por rasgos atávicos. Estamos obligados – aun condenados – a asumir la contemporaneidad con sus retos, con sus bondades y desde luego, con sus problemas. Los paradigmas pasados ya no satisfacen las crecientes demandas de una sociedad que, de acuerdo a Raymond Kurzweil, está próxima a experimentar una «singularidad tecnológica», cuyos efectos son impredecibles. En una sociedad así, a pesar de que tantos busquen refugiarse en ellos, los hombres a caballo, los caudillos, no tienen cabida. Son tan solo un anacronismo, o, en todo caso, el último refugio de quienes no aceptan la contemporaneidad.



[1] La referencia de Bauman puede leerse en http://ctxt.es/es/20160803/Politica/7562/Europa-fronteras-muros-egoismo-seguridad-poder.htm

miércoles, 7 de septiembre de 2016

La lección


El partido nazi se valió de infinidad de trampas (e incluso, de la violencia) para barnizar al naciente Reich con una falsa legalidad. No solo las Leyes de Núremberg, que fueron la base jurídica para despojar de derechos a los judíos; sino los muchos mecanismos usados para quitar del medio a todos los que de algún modo entorpecían el ascenso de Hitler. Aún más, no fueron pocos los que se desentendieron de su responsabilidad como seres humanos y además de aplaudir a los nazis, puede que justificaran – y celebraran – al nuevo caudillo, un hombre plagado de prejuicios y de resentimientos.
Ser, como lo es aún hoy, una nación de prohombres, no impidió que la ofuscación cegara a los alemanes y les llevara a adorar a un ser humano como si se tratara de una deidad. Poco importaba que los comunistas fueran tratados como una «peste» y que los encerraran injustamente. Poco interesaba que la disidencia fuese arrestada y torturada. A nadie parecía preocuparle que sus hijos fuesen adoctrinados y que llegasen a venerar a Hitler más que a sus propios padres. Y nadie objetó – ni dentro ni fuera de Alemania – que una raza – los judíos – fuesen considerados unos parias, cuyo destino debía ser «la solución final». Al fin de cuentas, para los alemanes, la nación se encaminaba de nuevo a la grandeza perdida con el Tratado de Versalles; y para los extranjeros, el nacionalsocialismo parecía resolver mejor los problemas que las «pusilánimes democracias».
Liberado Auschwitz, en 1945, se desnudó lo que en el fondo se sabía: el holocausto, el asesinato sistemático de una raza y el trato inhumano prodigado a seres humanos por el solo hecho de ser judíos o por disentir del régimen. Se supo además de los horrores perpetrados por la SS en nombre de la supremacía del pueblo alemán y del Reich nacionalsocialista. Si bien los más altos líderes nazis cometieron suicidio cuando su enjuiciamiento ya era inevitable, algunos sí llegaron a ser juzgados y condenados por crímenes contra la humanidad.
Los seres humanos sin embargo, parecen sordos y ciegos a las lecciones que ofrece la historia. A Mao Zedong lo aclamaron como a un dios. En Corea del Norte, una dinastía familiar, herederos de un «Presidente Eterno», gobierna de un modo que recuerda la decadencia de los más desagradables emperadores romanos. En esta tierras, aún hoy, se ensalza y se loa al «hombre a caballo», al caudillo redentor que resolverá todas las desgracias. Son esos líderes mesiánicos no obstante, los que conducen a las naciones a las desgracias que ahora padecen los cubanos, los norcoreanos; y las que sufrieron los rusos durante la era soviética y los chinos con la «revolución cultural», sin nombrar el exterminio que de un quinto de la población camboyana hiciera el régimen de Pol Pot.
Chávez, como Hitler, llegó aclamado, y el chavismo, más que un proyecto, es entendido por sus seguidores como un credo, tanto como los alemanes al nazismo. Hoy, 17 años después del ascenso de la «Revolución» al poder, semejantes a las víctimas de otros procesos personalistas, sobrevivimos en las ruinas de la que fuera una de las principales promesas latinoamericanas: Venezuela.
Creo que de todo esto, lo importante debe ser la lección.  


jueves, 18 de agosto de 2016

Como penca de pescado pasado


¿Será que el gobierno está entrampado en su propio desastre? No crea el lector lo que no es. La pésima gestión es premeditada. Desde que Chávez llegó al poder, el único propósito de la revolución ha sido desmantelar las estructuras que soportaban al agónico Estado democrático. No es nuevo, como nada de lo que estos nuevos hombres con sus nuevas ideas y sus nuevos procedimientos trajeron al país, y, desde hace años, se le conoce como tierra arrasada.
Como suele ocurrir, después de destruir, no pueden construir. No saben cómo. No saben siquiera por dónde empezar. Pero la gente, que ni para limpiarse el culo consigue papel en los mercados, se desespera. Al fin de cuentas, en medio de la retórica bobalicona de los izquierdistas y del gobierno izquierdista que nos rige, la gente espera de sus gobernantes tan solo calidad de vida. La felicidad, que hasta un ministerio tiene, es, desde luego, cosa de cada quién y no del gobierno. Claro, quienes entienden al gobierno y al Estado como unos totalitarios, hasta la felicidad tiene un ministerio del poder popular.
Pero no crea que son todos memos, ciegos y dogmáticos, creyendo en un modelo que ya en la década de los ’70 había fracasado; porque oportunistas, sinvergüenzas y por qué dudarlo, uno que otro pragmático bien intencionado, también los hay en la acera del chavismo. Y, bien porque estén preocupados por perder sus prebendas, bien porque entiendan que las cosas deben cambiar (¿para seguir igual?), imagino que ya ven a Maduro como una penca de pescado pasado, que por fétido, nadie quiere trastear.

No dudo, y lo digo así porque no me consta, que en el Psuv, y aun en el ejército, que en estas tierras es muy grave, estén más que preocupados por este, el peor presidente, y por el suyo, el peor gobierno que este desventurado país haya padecido, y, debo decirlo, malos, y aun pésimos, los ha tenido de sobra Venezuela. No dudo pues, que entre ellos, para salvar pellejos, o pescuezos, y aun para enmendar, estén tratando la transición tanto como la MUD. 

lunes, 15 de agosto de 2016

El cumpleaños de Fidel


Con ocasión de una de esas muchas necedades que uno lee en las noticias, no quiero ser yo, un buen hijo de Fidel o Chávez. Soy, creo, un buen hijo de mi papá y mi mamá.

Fidel Castro Ruz cumplió 90 años. Senil y apartado del poder, parece ser tan solo un fetiche al que una izquierda terca rinde pleitesía como a un dios menor. Uno que por arte de magia permitirá la resurrección del socialismo. No comprenden estos adoradores lo que Hegel ya veía hace más de 200 años: que el liberalismo es desde un punto de vista conceptual, un modelo que ya no puede mejorarse más.
Nicolás Maduro, como muchos más que permanecen congelados en el pasado, se refugia en su ignorancia – grosera – para loar un modelo que sin dudas ha sido la causa de esta crisis, la más profunda y grave de nuestra historia reciente. Viaja a Cuba para obsequiarle a un dictador, decrépito que va caminando hacia el olvido, una serenata de trasnochados que como él, loan al dictador y creen en la poderosa magia del socialismo para resolver los problemas. Mientras tanto, en Venezuela se repiten las mismas anécdotas de todos los países en los que se ha ensayado una idiotez tan grande como seguidores llegó a tener (y que aún sigue teniendo, creo yo más, por una necesidad de tener la razón y de justificar la mediocridad propia que por una genuina creencia de que eso puede funcionar): la escasez, los controles, la represión y la necesidad de criminalizar cada vez más actividades para hacer lo único que el socialismo puede redistribuir, la miseria.
Fidel Castro no es un ejemplo a seguir. Condenó a su pueblo a la desdicha de vivir encerrados en una isla depauperada por una revolución que un lugar de soluciones, trajo problemas. Su terquedad – y soberbia – le impiden reconocer lo que su hermano sí, aunque sea veladamente: que el socialismo fracasó. Le importó un rábano que millones de cubanos padecieran penurias mientras a él solo le preocupaba mantenerse en el poder, sostener su régimen e intentar, fallidamente, crear un bloque regional con epicentro en él (disfrazado de La Habana).
Creo que América Latina debe hacer un mea culpa y en lugar de achacarle sus errores a otros, llámense los conquistadores españoles del siglo XVI o Estados Unidos, reconocer que como naciones, hemos hecho muy mal las cosas. A pesar de las diferencias que como pueblos tenemos, todos mostramos una tendencia infame a creer en las soluciones mágicas y el «hombre a caballo», redentor de las causas que habitualmente termina siendo un demonio causante de pesadillas indecibles. No se es un gran país porque se tengan maravillas naturales como el Salto Ángel o El Gran Cañón del Colorado (obras de Dios o de accidentes geográficos, pero no del hombre). Se llega a ser un país grande y próspero por la gente que lo habita. Y mientras nosotros nos excusamos, como el mal alumno que se refugia en excusas necias; los estadounidenses han hecho de su país la potencia que es.

Basta de refugiarnos en momias y encantadores. Es hora de sustituir al pueblo por una ciudadanía respetuosa de la ley, productiva y responsable de sí misma, y a los caudillos por verdaderos dirigentes políticos, conocedores del oficio. Es hora de creer que los pueblos, la gente, son lo suficientemente maduros para vivir en democracia y no depender, como unos manganzones, del padrecito Estado, llámese Fidel Castro, Hugo Chávez o Nicolás Maduro. 

sábado, 13 de agosto de 2016

El impeachment contra Rousseff y el referendo contra Maduro


El senado brasilero aprobó enjuiciar a Dilma Rousseff. Constituye este, el primer paso hacia su destitución definitiva, que deberá votarse a fines de este mes. Todo parece señalar que en efecto, será destituida. Luego de la derrota de Cristina Kirchner, peligra otro aliado cardinal de la revolución bolivariana y de un eje de naciones cada vez más reducido, cuyo epicentro sigue siendo La Habana a pesar de los acercamientos con Washington. Sin dudas, esta decisión incidiría dramáticamente en la crisis venezolana.
Según lo reseña Thays Peñalver en su obra «La conspiración de los 12 golpes», Fidel Castro calificó la «captación de Chávez» como prioridad para su régimen entonces cuarentón. No es un secreto la precariedad económica de la isla para 1994, fecha en la cual se conocen el caudillo barinés y el exdictador cubano. Entonces, la ingesta de calorías por parte de los cubanos había bajado de tres mil a poco más de la mitad (Ob. Cit. Pág. 288). Al llegar Chávez al poder en 1999, más de 40 mil cubanos ya estaban en Venezuela (Ob. Cit. Pág. 288).
No se trata de una élite enquistada en el poder, sino de un movimiento que trasciende la visión parroquiana que parece tener buena parte de la sociedad venezolana. Para Raúl Castro, un hombre sin ningún carisma pero mucho más pragmático que su hermano, la viabilidad de la revolución bolivariana en Venezuela es un tema de seguridad para el moribundo régimen cubano. Sobre todo porque en noviembre, los estadounidenses podrían elegir a Donald Trump como presidente. En ese caso, no dudo del destino fatal del acuerdo Obama-Castro, un arreglo forzado por la fragilidad de la economía cubana y del creciente descontento popular hacia la dictadura comunista.
La reciente decisión del CNE, alargando la fecha de recolección del 20 % requerido para activar el revocatorio de Maduro en franca violación a la ley, no parece corresponderse con la fractura que de acuerdo a destacados periodistas existe en el seno del Psuv e incluso, en la Fuerza Armada Nacional. Sobre todo porque alargar el revocatorio para mantener el statu quo, como parece ser el caso, no resolvería el problema de fondo, con lo cual puede uno inferir que, en primer lugar, no les importa el eventual estallido social porque cuentan con un sistema represor bien aceitado; y, en segundo lugar, porque tendrían al ejército de su lado, con lo cual toda acción para ejercer presión podría ser inútil. Se sabe que esa «lealtad» jamás ha sido «rodilla en tierra» en estas tierras. Repito por ello lo que una vez le escuché a un general retirado que vivió la dictadura de Pérez Jiménez: a pesar de gobernar en su nombre, fueron las Fuerzas Armadas las que el 23 de enero depusieron al dictador, sin disparar siquiera un revólver (la violencia sobrevino luego, por los saqueos y el asalto a la sede de la infame Seguridad Nacional).
El rechazo mayoritario hacia la dictadura militar unió a la sociedad en una causa común: restituir la democracia. Esa alianza debe ser hoy una prioridad aun mayor que el revocatorio, cuya celebración oportuna – antes del 2017 - dependerá de la presión que los distintos factores de poder ejerzan sobre el gobierno. Creo que viene al caso aclarar que no fue el referendo lo que logró la salida de Pinochet en 1989, sino el apoyo decisivo del ejército chileno a las fuerzas opositoras, impidiendo que el régimen consumara el fraude electoral contra ese referendo.   
No habrá salida posible pues, si los actores políticos no encaran vigorosamente al régimen para obligarlo a transitar de este modelo fallido a otro más productivo, sea con los mismos actores o dando cabida a nuevos, fundado en los principios regentes para las democracias occidentales y que, como lo señalara Maurice Duverger, puede resumirse en el artículo 1° de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada por los franceses en 1789: «todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho».  


Lo que Umberto Eco llamaba retórica prevaricadora


En un artículo suyo, «Utilizar al pueblo», publicado en L’espresso en 2003[1], Umberto Eco refería a la utilización del pueblo, o lo que a mi juicio sería más apropiado, el abuso del vocablo. Como lo afirma el filólogo italiano, el «pueblo», como expresión de única voluntad y sentimientos iguales, una fuerza casi natural que encarna la moral y la historia, no existe realmente. Lo que sí existe, y cito de nuevo a Eco, son los ciudadanos, que tienen ideas diferentes; y el régimen democrático, que si bien no es el mejor pero sí es el menos malo de todos, establece que gobierna el que obtiene el consenso de la mayoría de los ciudadanos.
El pueblo, al que apelan con ligereza los demagogos, como Chávez y Maduro (y en el caso del artículo de Eco, Berlusconi), es solo una ficción para crear una imagen virtual de la voluntad popular, que, como ocurre hoy en Venezuela, no se corresponde con la realidad. El país es mucho más que el Ejecutivo o la Asamblea Nacional. El país incluye a infinidad de factores que van desde los colegios profesionales al ejército, desde la prensa hasta los poderes industriales, y pare uno de contar, porque la lista es inagotable. Pero reduciendo «el pueblo» a la ficción que de este hacen los demagogos, se logra confundir los proyectos del régimen con la voluntad popular, al menos la mayoría de las veces. Eso hacía Chávez y hace Maduro, que sin dudas, este régimen ha estado muy bien asesorado en lo que atañe a la propaganda.
Eso ha hecho este gobierno, no solo inventar un apoyo masivo a la revolución cuando en verdad hay un profundo rechazo, cercano al 90 % según las encuestas; sino además, arrogarse una representación de la genuina voluntad popular de la que ciertamente carecen. Cada vez que alguno de los voceros oficiales habla en nombre del pueblo, lo hace realmente en nombre de esa ficción que les permite desviar una discusión de fondo: la indiscutible ilegitimidad de un proyecto rechazado por la mayoría de los venezolanos.
Eso hace también con otros neologismos, como la guerra económica o el de bachaquero, para ocultar la escasez de productos como consecuencia de las políticas socialistas; el de guarimba y guarimberos para criminalizar la protesta; el de guerra mediática para coartar la libertad de expresión e impedir que la prensa libre desnude la realidad… La verdad es que el régimen de Maduro, y antes el de Chávez, como también otros regímenes totalitarios, han pretendido crear una realidad que le resulte cómoda a sus aspiraciones hegemónicas, negando el hecho de ser su proyecto, la génesis de esta crisis, que bien puede calificarse como la más grave que haya padecido este país en décadas. Creo que en medio de las estrategias necesarias para a atacar los muchos frentes, debemos enseriar la discusión política y mantenerla sobre lo que es relevante, sin permitirle a la élite gobernante desnaturalizarla con ese discurso falsificador que Umberto Eco llamó «retórica prevaricadora».  



[1] El artículo se encuentra en la obra «A paso de cangrejo», que reúne varios artículos del autor. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

El triunfo de las ideas y el fin de los dogmas


Hegel ya había dicho que el fin de la historia tuvo lugar en 1806. El triunfo de las tropas francesas frente a las prusianas en la batalla de Jena (14 de octubre de 1806) determinó – y cito a Francis Fukuyama[1] – la victoria de los ideales de la Revolución Francesa y la inminente universalización del Estado que incorporaba los principios de libertad e igualdad. No supone esto, ni lo pretendió jamás el filósofo estadounidense en su obra «El fin de la historia y el último hombre», que no existan contradicciones en el mundo contemporáneo y que no se planteen aun hoy, importantes reformas sociales y políticas. Pero desde el punto de vista ideológico, decía Hegel – y lo citan tanto Alexandre Kojève como Fukuyama – que las ideas de la Ilustración – que no son otras que aquellas inspiradoras de las revoluciones americana de 1776 y francesa de 1789, así como de los procesos emancipadores en el Nuevo Mundo – ya no son mejorables en su esencia.
Para muchos, sobre todo entre los teóricos marxistas-nacionalistas, el modelo liberal burgués propuesto por la Ilustración en el siglo XVIII es una imposición de occidente sobre el resto del mundo. Creo que ese planteamiento resulta exageradamente parroquiano y que sin dudas ignora la universalidad de las ideas, que carecen de nacionalidad. No creo que la Ilustración haya sido impuesta por Europa. No puede entenderse – so pena de incurrir en una mirada muy provinciana – como el triunfo de alguna potencia. Se trata de la universalización de unas ideas sobre las cuales se han ido construyendo naciones más allá de los confines europeos. No es un triunfo atribuible a algún país, sino al vasto proceso de creación humana. Gracias a esas ideas, el hombre dejó de ser lacayo para ser ciudadano, aunque en efecto, aún no sea una realidad universal. Y esa liberación es, según Hegel, la perfección en cuanto a las ideas políticas.
El proceso iniciado en el siglo V, con la caída de Roma y occidente, ciertamente dibujó un nuevo orden no solo en los territorios romanos en los cuales se construyó el concepto de Europa durante la Edad Media, sino también en el resto del mundo. Mil años – desde el 476 hasta 1453 – tardó la reconfiguración de un nuevo orden planetario. En el curso de la Edad Moderna (1453-1789) tienen lugar los grandes descubrimientos que Europa hizo del resto del mundo. Sobre todo a lo largo del siglo XVI, a través del encuentro con otras culturas. Si bien desde la antigüedad se tenía conocimiento de otros pueblos allende los limes del Imperio Romano, la caída de Constantinopla (7 de abril al 29 de mayo de 1453) obligó a los reinos europeos a indagar otras rutas hacia oriente y, gracias a ello, intensificó y diversificó el contacto entre diversas naciones e ideas, hasta entonces más o menos aisladas.
Ese intercambio entre pueblos, que ya venía produciéndose desde la Baja Edad Media (siglos XIII al XV), rescató buena parte del pensamiento clásico, que tras la caída de Roma en el 476 d.C., permaneció en Bizancio; introdujo elementos del mundo musulmán y de los pueblos árabes a través de la dominación otomana en oriente e incluso, en parte de Europa del este; e importó rasgos de pueblos tan remotos como los mongoles y chinos a través de los mercaderes de especias y telas. La invención de la imprenta de tipo movible y el papel barato a mediados del siglo XV masificó ese conocimiento, dando lugar al Renacimiento.
Con la llegada de la Era de los Descubrimientos (siglo XVI), el flujo de ideas se intensificó. La Ilustración no es una obra enteramente francesa como no es particular de lugar alguno, ninguna creación del hombre. El conocimiento humano es un vastísimo recorrido que va desde los días prehistóricos hasta hoy, y, obviamente, continuará su tránsito hacia el futuro. El conocimiento es universal  e imposible de contener. Mucho menos hoy, cuando las redes sociales y los medios internacionalizados han reducido al mundo a la «aldea global» de McLuhan.
Las ideas son universales, y como se ha visto, son el resultado del contacto de seres humanos de variadas culturas. Vargas Llosa planteaba para el año 2000, como la visión parroquiana de algunos líderes, considerados gente inculta por el escritor, amenazaba la cultura[2], y yo agregaría que en efecto, esa visión miope y limitada no solo está condenada al olvido, sino que además resulta contraria a la universalidad del pensamiento humano. Las ideas trascienden aunque no queramos y hoy por hoy, con el desarrollo de las nuevas tecnologías, y en especial el desarrollo de los medios de comunicación globales, resulta vertiginosamente rápida la forma como se crea y difunde el conocimiento.
No, no es una imposición de occidente sobre otras naciones. No es el resultado de una conquista de Estados Unidos frente a la URSS o al resto del mundo. Es, sin lugar a dudas, el triunfo de esas ideas las que en definitiva determinaron la victoria estadounidense en el curso de la guerra fría y que de acuerdo a Maurice Duverger[3], pueden resumirse en el artículo primero de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano: «Todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derecho».



[1] Francis Fukuyama hace referencia en su obra «El fin de la historia y el último hombre» a Alexandre Kojève, arguyendo que este filósofo ruso radicado en Bélgica rescató a Hegel de la distorsión que sobre su trabajo hicieran los marxistas.
[2] La referencia de Vargas Llosa se encuentra en un artículo publicado en «El país», fechado el 16 de abril de 2000.
[3] M. Duverger. «Las dos caras de occidente». Ariel. 1975. Pág. 9

La ceguera política


El verdadero problema del gobierno no son las consecuencias de la crisis, sino sus causas.
El gobierno supone erradamente que de llegar al 2017, sus problemas acabaron. Imaginamos que irá – de tener suerte suficiente – sorteando problemas sin resolverlos, como ha hecho hasta ahora. Un primo mío refería una conversación con un militante del Psuv, para quién la crisis ya estaba superada porque están subiendo la cota del Guri y el precio del petróleo. Nada más falso. Eugenio Martínez, periodista experto en procesos electorales, analizó recientemente una encuesta de Venebarómetro,  según la cual 55 % de los venezolanos califica como negativa la gestión del expresidente Chávez. 91 % de la gente, de acuerdo a ese estudio, cree que el país está «de regular a mal, mal y muy mal». Aún más, alrededor de las dos terceras partes de la población desea que Maduro sea revocado este año.
El verdadero problema del gobierno no son las consecuencias de la crisis, sino sus causas.
La revolución – que de acuerdo a Thays Peñalver, lleva más de tres décadas intentando asaltar el poder – llegó tardíamente. El socialismo fracasó hace más de 40 años y hace 25, colapsó. Sin embargo, el entorno (civil) de Maduro, procedentes en su mayoría de grupúsculos sediciosos civiles, aún no aceptan que los paradigmas están cambiando y que la esencia de las ideas ilustradas constituyen la evolución final del pensamiento político, como ya lo planteaba Hegel en 1806 y lo reafirmó Francis Fukuyama en 1991.
La reciente declaración de Vladimir Villegas sobre el socialismo es una necedad. No llegó al «llegadero», ese modelo, porque haya escasez de alimentos y medicinas en Venezuela. En sus palabras hay una miopía parroquiana imperdonable. Fracasó porque sus postulados son ensayos fallidos. Maduro por su lado, no pudo decir algo más infeliz al acusar de estúpido al que imagine que el capitalismo va a resolver las dificultades. Su posición solo desnuda un dogmatismo de tal magnitud que nos patentiza su ceguera política. Si bien es cierto que el capitalismo muestras fallas, y muy graves, también lo es que las ideas que le son consustanciales permiten corregirlas sin desmontar principios sobre las cuales se construye: la libertad del individuo. En cambio, en el socialismo, cuyos errores son estructurales, estos se intentan resolver restringiendo cada vez más la libertad del individuo. Y es esa la razón ontológica de su fracaso.
La idea «socialista» ha sido recurrente en casi todos los regímenes venezolanos. Podría decirse además, que hasta la llegada de la revolución al poder, lo era más por demagogos y oportunistas que por una militancia verdaderamente comprometida con el marxismo, credo de muy poco calado en la idiosincrasia nacional. Venezuela no obstante merece una genuina revolución. Y esta no es otra que rescatar los valores democráticos y republicanos que, a pesar de nuestros errores, que son muchos, ha sido una genuina aspiración de los venezolanos, al menos desde la muerte del general Juan Vicente Gómez. Si no emprendemos esa tarea lo antes posible, la crisis va a generar un peligroso estado de agitación y descontento, y, llegado el momento, la recuperación nacional será mucho más sacrificada para todos.
El verdadero problema del gobierno no era ni es que la cota del Guri alcance los 244 m.s.n.m. o que los precios del barril de petróleo superen los cien dólares, sino entender la contemporaneidad y no afanarse por tener la razón. El reto de la oposición no es el revocatorio, ni sacar a Maduro del poder, lo cual es solo un paso necesario; lo es, sin dudas, construir una república democrática que ciertamente pueda asegurar a sus ciudadanos una calidad de vida aceptable según estándares internacionales y, de ese modo, transitar hacia el desarrollo sustentable.

El verdadero reto es pues, transformar al pueblo lacayo en ciudadanía primermundista.