miércoles, 29 de febrero de 2012

Cachicamo trabaja pa’ lapa


Runrunes van y runrunes vienen. Sin embargo, en medio de chismes, confirmamos lo que era obvio, el presidente no se ha curado del cáncer (nadie sana de esa enfermedad en sólo unos meses), por lo que, exageraciones más, exageraciones menos, ABC de España y O Globo de Brasil no están tan errados. La enfermedad del caudillo es más grave de lo que él desea admitir (pública o íntimamente, no lo sabemos). Y resulta obvio que en estos momentos, a meses de unas elecciones que determinarán su permanencia por seis años más al frente de la presidencia del país, este hecho trastorna decididamente el panorama político.

Pillado en el embuste

La enfermedad del presidente es un misterio. Nadie habla oficialmente de qué tipo de tumor es, de su ubicación y de la magnitud del mismo. Y quienes dijeron algo hace unos meses, desde el hospital militar Carlos Arvelo, resultaron ambiguos. Tanto que generaron más dudas que convicciones (si es que no terminaron de aclarar la gravedad de la enfermedad). Sin embargo, un paciente de cáncer que padece una recurrencia en sólo unos pocos meses, según lo ha dicho el jefe del departamento de oncología del hospital Mercy de Miami y presidente de la Liga contra el Cáncer de esa ciudad,  Luis Villa[1], no puede encontrarse bien. Decir, como Chávez lo dijo, que en octubre se hizo un examen que demostró la ausencia de células malignas, pero que en esta nueva revisión de febrero, sí encontraron una lesión de dos centímetros de diámetro (que, de acuerdo a los médicos, ya no se trata de una lesión sino de un tumor propiamente dicho), sólo puede expresar que, en primer lugar, el presidente ignora lo que en verdad padece (quizás porque convenientemente le han engañado), y, en segundo lugar, que el pronóstico es muy poco halagüeño. No hay que ser un erudito en medicina para comprender que la aparición de un nuevo tumor en menos de un año indica que, en el mejor escenario, tanto la cirugía como las posteriores sesiones de quimioterapia no resultaron curativas (como lo señaló el Dr. Villa para BBC Mundo[2]). Las cosas pues, no pintan nada bien para el mandatario, aunque él pretenda hacernos creer que está de maravillas.
Haber dicho, como lo vocingló repetidas veces estos últimos meses, que estaba curado y venir ahora con que tiene un nuevo tumor, sólo demuestra ante sus electores que mintió, vaya uno a saber si realmente ignorante de su condición verdadera y si no, con cuales propósitos, lo que, seguramente, va a reflejarse en una caída en la intención de voto. En primer lugar porque sus declaraciones pueden haber molestado a unos cuantos (cientos de miles de electores) que percibirán como mentira todo lo dicho por el caudillo sobre su cuadro médico, y, en segundo lugar, puede que la población no esté muy ganada a votar por un moribundo (sea que lo esté efectivamente o no), que es la impresión que está causando entre los electores, dada la manera como ha manejado el asunto. Salvo que en el corto plazo se convoque a una rueda de prensa sobre el tema y un médico ofrezca un parte en verdad confiable, no hay razones para desechar las afirmaciones de medios extranjeros de gran prestigio, como lo son ABC, O Globo, el WSJ y BBC. Y de acuerdo a estas respetables fuentes, el primer mandatario venezolano podría fallecer en menos de un año.
Se sabe que el presidente tiene derecho a una vida privada (y yo respeto eso). Sin embargo, dada la dinámica de este gobierno, altamente presidencialista y dependiente en gran medida de la voluntad del caudillo, no tomar con seriedad la posible necesidad de renuncia al cargo o incluso peor, la eventual muerte del mandatario, no son temas despreciables. Al contrario, es delicado y en cierto grado, peligroso. Hay que asumir las potenciales consecuencias de un hecho que, sin lugar a dudas, escapa de la voluntad del caudillo y de sus colaboradores.

A correr, que peor es encaramarse

En el PSUV urge una revisión de su estrategia electoral. Ya lo hemos dicho, en ese stud que es el partido de gobierno, si lo planteamos en términos hípicos, tienen un gran caballo, una suerte de “Secretariat”, y un sinfín de jamelgos, incapaces de ganar carrera alguna. Vistas las circunstancias, hay posibilidades ciertas de que Chávez no pueda ser el candidato. Sin embargo, es clara la carencia de relevistas dentro del PSUV, capaces de tomar el testigo. No hay un líder en el partido de gobierno con suficiente carisma para ganarse al electorado como Chávez lo hizo y menos aún en un plazo de sólo unos meses. Él es quien ostenta esa conexión emocional (mágico-religiosa) de la que hablan los voceros de las encuestadoras (Oscar Schemmel y Luis Vicente León). El portaviones es Hugo Chávez y todo parece indicar que éste ha sido averiado fatalmente por debajo de la línea de flotación. Además, hay que decirlo, su contendor, menor por unos cuantos años y por ende un hombre vigoroso, Henrique Capriles Radonsky, arranca la campaña electoral con 3 millones de votos, que, considerados – y con razón - voto duro, vale decir, gente que decididamente va a sufragar el 7 de octubre en forma contraria al gobierno, habría que verlos no como un 17% del patrón electoral sino como un 30% del electorado efectivamente manifestado en las urnas, de acuerdo a las votaciones anteriores  (más o menos un 55% de participación). Se impone pues, un replanteamiento de la estrategia electoral del PSUV. Y pareciera que lo mejor sería seguir la tesis del Gatopardo, las cosas han de cambiar para que permanezca el status quo. Vale decir, el PSUV puede – y no dudo que así sea – redimensionarse, pasar a formar oposición (esperemos que si no más moderada al menos sí acorde a las reglas democráticas) y de ese modo, contribuir (como representantes que son de un grupo para nada despreciable) con la solución de la crisis, a mi modo de ver, único modo de sobrevivir como fuerza política.
El partido de Chávez carece de fuerza si el candidato no es Chávez (por eso, el PSUV es “su” partido). Al parecer, al liderazgo oficialista no le queda otra que ir tragándose la derrota en ciernes para ir negociando en consecuencia la supervivencia del partido, que dicho sea de paso, luce saludable para mantener el necesario equilibrio.

Mantener la unidad

La oposición encara la posibilidad cierta de triunfar las próximas elecciones (siempre que haga la tarea nada fácil que tiene por delante). Henrique Capriles Radonsky podría ser el presidente de Venezuela para el período 2013-2019. La oposición podría no obstante, fraccionarse en virtud de la carencia de contendores reales dentro del PSUV que puedan relevar al caudillo, destapándose las apetencias de candidatos por fuera de la MUD. Salirse de la unidad democrática puede ser, sin embargo, harto peligroso, no para los diversos líderes agrupados en la MUD, sino para los venezolanos. Que Chávez sea un portento y que Capriles pueda sucederlo en Miraflores sin mayores obstáculos no aminoran las muchas amenazas que sobre la estabilidad democrática surgen.
No creo que sea un secreto el deterioro económico venezolano. Y aunque, en efecto, no es exclusivo de este gobierno, durante la gestión revolucionaria se han agravado muchos errores del pasado, amén de haberse creado nuevas distorsiones, cuyo resultado es este marasmo. Alexander Guerrero advierte sobre la precariedad de PDVSA en un artículo suyo en www.runrun.es (¿Qué pasará con PDVSA?)[3].Una economía saludable depende del flujo del dinero, que en el caso venezolano, se motoriza primariamente desde la estatal petrolera. Por ello, la economía sufre un efecto cascada hasta desencadenar en un colapso, que en términos económicos se conoce como recesión (aunque tantos se afanen por demostrar lo contrario). La consecuencia es que hoy se suman en Venezuela un alto índice inflacionario y una tasa elevada de desempleo, como lo refiere Alexander Guerrero en un comentario suyo sobre el Índice de Miseria A. Okun sobre Venezuela[4].
El próximo gobierno – suponemos que el de Capriles y los líderes de la MUD – recibirá un país invadido por problemas de todo tipo, incluyendo esta fractura social que se ha creado delincuencialmente para mantener el poder gracias a un discurso violento. Las medidas serán en muchos casos, ásperas. El país necesita un tratamiento intensivo, una quimioterapia agresiva para rescatar al mayor número de personas en el menor tiempo posible de esta infame pobreza estructural que ha generado el socialismo revolucionario del presidente Chávez. Pero la gente podría alebrestarse y he ahí el peligro implícito en una fractura de la unidad. Ya se ha dicho antes del riesgo implícito para las fuerzas civilistas, por ser éste un país infectado del militarismo chorrillero que durante la década de los ’40 envenenó los cuarteles latinoamericanos.
La unidad no debe limitarse pues a las elecciones, que sería el escollo menor en esta ardua tarea. Vendrá ésta después de la toma de posesión. Ciertamente, no será nada fácil gobernar este país y por ello, la solución a esta profunda crisis requiere mucho más que un líder carismático, sea éste Chávez o Capriles, hay que decirlo. Urge pues, un equipo multidisciplinario para atacar los problemas y un gobierno de ancha base para dar piso al nuevo orden político. Por ello, desmontar la unidad sólo porque Chávez no sería el candidato resultaría un suicidio. No obstante, la estupidez tiene la pésima costumbre de sorprendernos.

Conclusiones

Sobre la salud de Chávez sólo podemos especular, pero la lógica y el más parco análisis parecen indicar que no podrá enfrentar la candidatura (salvo que arriesgue a perder, no sólo por el desgaste plausible de su gobierno, sino además por tener que hacer campaña televisiva mientras su contendor estaría viajando por todo el país). Puede que incluso el mandatario fallezca antes de las elecciones (y poco importa en la práctica si el vicepresidente es éste o aquél), con lo que, las fuerzas que hoy se reúnen en torno al poder, en el mejor escenario, se reacomodarían con las nuevas corrientes (sobre todo en la militancia mercenaria que sólo busca medrar del Estado) o, en el mejor caso, opten por retirarse discretamente a la vida privada.
Se sabe del militarismo desarrollado durante este gobierno y de la malsana injerencia castrense que históricamente ha violado la civilidad democrática en Venezuela y otros países latinoamericanos. Hay en el gobierno oficiales nerviosos por la evidente pérdida del poder, bien sea porque podrían encarar juicios en las cortes extranjeras o incluso, en las tribunales internacionales (y se sabe, la desesperación es la madre de muchas estupideces) o bien porque se les ha despertado la repugnante visión chorrillera de del rol militar en estas naciones. Por ello, derrotado finalmente el gobierno revolucionario y ante un paquete de medidas necesarias pero inequívocamente odiosas, la amenaza militar – la eterna e infame tutoría castrense – será un peligro real. La facción civil del PSUV y la unidad democrática estarían obligadas a hacerle frente común a la amenaza castrense, que indudablemente poco tiene que ver con la carga ideológica de los líderes de este gobierno. No sería la primera vez que en este país, el cachicamo trabaja para la lapa.
La unidad pues, no puede limitarse a quienes se creen amos de la verdad (sean del lado que sean), sino que se trata de una genuina inclusión de las diversas fuerzas que hacen vida en esta nación para confrontar pacíficamente ideas y programas y, entonces, crear la prosperidad que merecemos.

Caracas, 24 de febrero de 2012

martes, 14 de febrero de 2012

Los ni-ni’s son mayoría


Leo a Petkoff, que como hombre serio y buen analista político que es dice sobre las metidas de pata de la CD durante el RR del 2004, que el desconocimiento de un bando sobre el otro han desdibujado al país, que en efecto, es más grande que el barrio o la urbanización en la que se vive. Y es una verdad – cuasi absoluta – que ni los chavistas ni los opositores son mayoría. Lo son esa inmensa masa de neutrales, que algunas veces han apoyado a Chávez y otras, a la oposición. Son ellos, el fiel de la balanza.
Resulta necio creer que esa mayoría ve al país como la vemos en las bancadas con una inexpugnable tendencia a favor o en contra del gobierno. Y si bien he afirmado en otras oportunidades que las fallas de éste son estructurales y conceptuales, también debo decir que la mayoría no le ve de ese modo. Para millones de venezolanos, no se trata de una lucha de clases, como tanto aseguran los más radicales (reductos de una izquierda que jamás quiso los términos de la pacificación), pero tampoco de una dictadura en términos tradicionales (como si pudiera equipararse a éste con el gobierno de Pinochet). Y poco importa si de este lado tenemos la razón o la tienen del de quienes acompañan al líder de este proceso. Los ni-ni’s no lo ven así y nos guste o no, son ellos mayoría.
La CD (e incluyo a todos quienes nos oponemos a este gobierno) erró en su estrategia y por ello, pese a la conflictividad y demostraciones de fuerzas durante los años 2002 a 2004, Chávez ganó el RR y más tarde, la reelección en el 2006. La oposición fue vista entonces, dentro y fuera del país, como una masa de malcriados – sin lugar a dudas enorme y por ello, la intensa conflictividad - que no aceptaban las reglas del juego. Y en cierto modo, eso era verdad. Chávez ganó las elecciones en 1998 y, aunque aún hoy halla quienes crean lo contrario, el RR en el 2004, por lo tanto, la CD debía hacer lo que era su deber, no con ella misma (ya que no se trataba de asegurar posiciones dentro del Estado) sino con nosotros, los votantes que confiamos en los líderes opositores: servir de contención a las aspiraciones autocráticas del líder, que sin duda las tiene.
Venezuela es mucho grande que los dos bandos en pugna y la mayoría ya está harta de la pugnacidad de uno hacia el otro. Los ni-ni’s – que suman alrededor del 50% de los electores - desea calma y que tirios y troyanos escuchen ese grito silente, esa voz que retumba calmadamente, exigiendo a unos y otros atender las verdaderas necesidades de la ciudadanía. Por eso, las encuestas, que dan ganador a uno u otro, sólo muestran la temperatura presente, pero la encuesta verdadera es el próximo 7-O y si queremos llevar el cambio al poder, de la mano de Henrique Capriles Radonsky, hay que convencer a esa mayoría neutral de que es ése el mejor camino, no porque se saque a Chávez de la presidencia (que en sí mismo no deja de ser una malcriadez) sino porque hay un plan de gobierno bien estructurado para impulsar el desarrollo y la prosperidad que todos, rojos y opositores, merecemos.  

miércoles, 8 de febrero de 2012

La agonía de los titanes


Hugo Chávez ha aprendido de su mentor, si es que Fidel Castro en verdad es una suerte de padre putativo como él dice o tan sólo una excusa más para confrontar, el arte de huir hacia adelante. Y puede que, precisamente por ello, no sé si en 1992 pero seguramente sí en el 2002, con el vacío de poder después de los sucesos de 11 de abril, él huyó hacia adelante, si bien no con la esperanza de volver tan pronto (no por esas masas populares imaginarias que él se ha inventado sino por la obscena estolidez opositora), sí decidido a regresar (como podría estarlo, de perder las próximas elecciones). Claro, en esa ocasión no era aquélla la oposición que hoy parece coherente, bien organizada y bastante clara en cuanto a sus objetivos, los cuales no se limitan tan sólo a derrotar a Chávez en las presidenciales, sino a plantear una sociedad mejor.
En 2002 Chávez ni imaginaba el caudillo, que Ramón Guillermo Aveledo, al frente de de 40 organizaciones políticas, reuniría por espacio de tres años a más 400 especialistas y 31 organizaciones diversas para gestar una propuesta al país, un modelo de cambio que, sin recoger los viejos errores del pasado (exacerbados por la actual gestión de gobierno), avance más allá de este marasmo retrógrado que ha reducido al país a poco más que un  terreno habitado, al que de paso, le cayó bachaco. Creyó Chávez que los líderes opositores no serían capaces de reorganizarse, de madurar y de comprender al portento popular - ¿o populista? - que en efecto es, pero no por ello, imbatible. Creyó pues, por su dogmatismo ciego, que la contienda ya estaba ganada porque los partidos del establishment habían sido arrasados, no por él sino por su propio desgaste después de separarse de sus propuestas originales y degenerar en plataformas clientelares. No entendió ni tampoco quiso ver, que en la política todo es como el monte, como la hierba mala que crece incesantemente, a pesar del empeño por erradicarla. Y de las cenizas de lo que fueron aquellos partidos surgieron las cimientes de otros más lozanos, con rostros frescos, a los que mal puede endilgársele errores cometidos por una generación anterior, política y electoralmente exhausta.
No contó el comandante de esta revolución con una juventud a la que las viejas toldas partidistas no le despiertan ánimos. Son para ellos tan sólo dinosaurios de un pasado del que saben por referencias, no por haberlo experimentado. Y es esa misma juventud a la cual un discurso anacrónico – de una izquierda borbónica (que como Teodoro Petkoff dice, ni olvida ni perdona) – tampoco les mueve las entrañas ni anima en ellos un afán de lucha. Y es que para ellos, muchachos que en su mayoría nacieron hace apenas 20 o 30 años, esa izquierda obsoleta también les resulta distante, protagonista de otros tiempos y otras circunstancias que nada tiene que ofrecer a esta compleja realidad que les ha tocado vivir. Y aún más, esos conceptos de izquierda y derecha carecen para ellos del mismo contenido que para generaciones anteriores, que vivenciaron la guerra fría en toda su extensión. La URSS cayó en 1991 y con ella el socialismo y, entonces, si habían nacidos estos muchachos, eran demasiado párvulos para detener la mirada en esas diferencias. Y es por ello que puede afirmarse, si bien el liberalismo democrático se impuso tras el triunfo de Napoleón en la batalla de Jena en 1806 – Francis Fukuyama dixit -, la caída de la URSS y de sus satélites socialistas reafirmó contundentemente este hecho y nada que digan los teóricos del socialismo remozado podrá alterar esta verdad contundente. El cabecilla de este proyecto y su corte de conmilitones, en su mayoría seguidores del Socialismo del Siglo XXI, parecen sordos a esa realidad y a este mundo que los contempla como expresiones lastimeras de un modelo agotado, que se niega a morir.
El mundo de hoy es democrático y la democracia está encontrando sus caminos, como los encuentra la vida aún en ambientes sumamente hostiles. Se advierten movimientos libertarios (independientemente de las secuelas inmediatas de éstos, que bien pueden no ser satisfactorias e incluso, semejantes a las conductas de sus predecesores), alrededor del planeta y, sobre todo, en el despertante mundo árabe, donde las libertades individuales son inexistentes (mal puede haber libertad si no hay leyes objetivas, sancionadas por legisladores, sino aforismos religiosos, interpretados al capricho del clérigo de turno). Un credo dogmático – como en efecto lo es el comunismo retrógrado que sin lugar dudas ofrece Chávez – aísla a la sociedad en un ghetto mental. Nada hay más abominable que cercenar la libertad de pensamiento. Y en este mundo de hoy, globalizado, conectado por múltiples canales, encerrar el pensamiento en una mazmorra ideológica no sólo es absurdo, sino además, imposible.
Chávez encara su derrota no porque deje de ser el portento político que es, sino porque ese amor – o pasión vehemente – que despierta en la gente cesará más pronto que tarde, como corolario de la contemporaneidad a la que obtusamente le tira la puerta en las narices. Y en verdad poco importa si gana o pierde el venidero 7 de octubre, porque su poder parece diluírsele como el agua entre los dedos o, sería válido decirlo, como la vida que, al decir de algunos, también se le escapa de las manos. Bien puede ser, este portento político que es Chávez, como los titanes del panteón mitológico griego, un ser prodigioso condenado inexorablemente a la derrota por más que su triunfo parezca inminente.

Caracas, 8 de febrero de 2012

viernes, 3 de febrero de 2012

El gobierno de los holgazanes


      Hasta donde sé, que tal vez no sea mucho, la democracia es el gobierno del pueblo, pero no de ese pueblo vulgarizado, degradado de su condición ciudadana a la paupérrima suerte de masa ignorante, incapaz de valerse por sí misma y de asumir responsablemente la consecuencia de sus actos. Democracia es pues, el gobierno de los ciudadanos.
       La verdadera democracia es aquel modelo de gestión – pública o privada – en la que la titularidad del poder recae sobre todos los miembros, sean éstos los socios de una corporación o los ciudadanos de un país. Esto que Chávez y sus conmilitones llaman democracia no lo es realmente. Será cuando mucho, un modelo tumultuario, una tiranía ejercida por una oligarquía que sigue ciegamente a un caudillo. De hecho, recuerda esto al fascismo italiano o el nacionalsocialismo alemán. Un caudillo, una masa y un modelo horrendo, cuyos recuerdos siguen siendo amargos.
       Chávez no ha inventado nada y su revolución ni es inédita ni puede calificarse como vanguardista. Todo lo contrario, no es más que la cosecha de un manojo de ideas pútridas, revueltas impúdicamente, sin importar qué ingredientes componen ese mejunje intragable. Todo su discurso pivota sobre paradigmas erróneos, no porque sea él autor de esas incongruencias, sino por haberse indigestado con ese discurso pobre, carente de conceptos coherentes, heredado de otras épocas. Seguramente la cualidad más resaltante de esta tizana ideológica sea el populismo. Y no sería extraño, si uno de sus inspiradores fue Juan Velasco Alvarado.
      Y por ello, la brillante solución ha sido pues, crear un mercado paralelo, una economía marginal para ofrecerles a los más pobres un apartheid sui generis. Mercales, Barrio Adentro, misiones de todo tipo, dádivas que evocan aquellas desdichadas ayudas que ofreció el gobierno de Larrazábal después de la caída de Pérez Jiménez y que los adecos continuaron empeñosamente. Por ello, no sólo carecemos de una economía salubre, sino también de una población responsable. Podemos resumir que, si no para todos, sí para muchos, ser pobre es una patente de corso para vivir de la mendicidad y del Estado, sin que reporten nada productivo.
       La pobreza no se resuelve regalando lo que es ajeno. Se resuelve ofreciendo a la gente oportunidades para surgir, pero cada cual es responsable de hacerlo o no. Y ser responsable contempla la admisión de las consecuencias de los actos propios.
       No se trata pues de crear un mercado para pobres, de expropiar a quienes se han reventado el lomo para gozar de un nivel de vida mejor, para regalarles casas, comida y pare uno de contar a una ralea de hombres y mujeres que en vez de responsabilizarse por sus vidas, se han degradado y humillado a la infame condición de mendigos, sin que halla además, incentivos para que abandonen esa lasitud inaceptable. Se trata de generar empleos bien remunerados, de sanear la economía y crear condiciones óptimas para que la gente, cada de acuerdo a su leal saber y entender, desarrollo sus potencialidades y se procure su propio destino. 

jueves, 2 de febrero de 2012

Los crímenes no se celebran


Si Chávez celebra el 4F, no puede entonces condenar el 11-A. Las causas que el arguyó en 1992 son las mismas que otros arguyeron en 2002. Así de simple. No busquemos formas retóricas para justificar uno y condenar otro. Si uno es condenable, lo es igualmente el otro. Todo asalto a la democracia es un crimen de lesa majestad. Chávez alega que él es presidente electo por el voto popular, y lo es, en efecto; pero obvia que Carlos Andrés Pérez también lo era. Aún podríamos decir, los electores de uno y otro en muchos casos fueron los mismos.
La justificación de un golpe de Estado es un tema espinoso. Si bien los hay que han sido justificables, como lo son los recientes movimientos libertarios en el mundo árabe, en su mayoría no lo son y la más de las veces terminan por ser la mera sustitución de unos por otros, sin que realmente cambie el status quo. Y es por esto que me vienen a la mente hombres como Santo Tomás de Aquino, por una parte; pero sobre todo, en uno de los más notables padres fundadores de los Estados Unidos, Thomas Jefferson. 
Santo Tomás de Aquino nos definió en gran medida – considerando que era un hombre medieval – qué es un régimen bueno y uno malo. Su definición no es extensa pero sí encierra la esencia de lo que constituye el fundamento primigenio de un régimen acorde con la bondad: aquél que conserve la unidad a la que comúnmente llaman paz. Nadie debe deliberar sobre el fin al que debe llegar un régimen sino sobre los medios para alcanzar ese fin. Y pareciera ser esa la causa del fracaso rotundo de los totalitarismos del pasado, sean de derecha o izquierda (término éste anacrónico).
Thomas Jefferson y los otros constituyentes del Congreso de Filadelfia asumían como un derecho la rebelión contra un Estado autocrático, que en vez de procurar el bienestar del pueblo (en su acepción y real y no la difundida deformación demagógica), procura la conservación del poder político. Ellos alegaban que “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables”, como lo reza la Declaración de Independencia estadounidense. Si y sólo si un gobierno constriñe esos derechos, podrá entonces justificarse la rebelión.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada en 1948, reconoce implícitamente el derecho a rebelarse en su preámbulo, cuando establece “que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
Estos conceptos no obstante mal pueden juzgarse a la ligera y por ello, precisamente por ello, la Declaración Universal de los Derechos Humanos los reconoce tácitamente, para que no sea cualquier hijo de vecino quien acuse a un régimen determinado de vulnerar esos principios, reconocidos como sagrados desde la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada por los revolucionarios franceses en 1793. No es pues, lo que a bien pueda parecerle a algún hombre, algún grupo o incluso, algún colectivo, aún si éste resulta numeroso, sino lo que conceptualmente es. Mucho menos si en vez de procurar el bien de todos, esa deformación de los fundamentos políticos persigue pervertir la realidad en beneficio de uno, de pocos o incluso, de muchos.
No hay nada pues que celebrar, salvo el ego inmenso de un hombre, llamado tirano no por capricho de unos cuantos, sino porque lidera un régimen que sólo busca el beneficio de unos pocos. Nada hay que celebrar, porque los crímenes no se celebran.