Cada día quema
más el cabo de una mecha encendida que nadie tiene a bien apagar. Como el tic
tac de una bomba a punto de estallar, la gente, a diario, enfrenta una
cotidianidad cada vez más hostil. Su sueldo se desvanece como el sueño al despertarse,
y el costo de la vida le abofetea el rostro sin clemencia y sin pudor. Estamos
mal. Muy mal. Y mientras unos debaten sobre una ilusoria – o delirante – guerra
económica y otros apañan todas sus energías en unas elecciones que a pesar de
tener fecha cierta en el calendario no están garantizadas, el ciudadano común
la está pasando fatal.
No
se requieren credenciales académicas para advertir la volatilidad de la crisis.
Los venezolanos hemos perdido más que nuestra capacidad de pago, nuestra
calidad de vida. No es solo lo mucho que cuesto todo, sino lo difícil que se ha
hecho nuestra cotidianidad. Y yo me atrevo a preguntar a tirios y troyanos, ¿qué
creen que va a pasar?
La
posibilidad de un estallido salta a la vista como la tormenta que va
ennegreciendo el paisaje. Nadie saldría victorioso de una debacle que hoy se debe
a causas mucho más graves que aquéllas que incendiaron a Venezuela en febrero
de 1989. E igualmente, si en 2001 estaban dadas las condiciones para lo que
ocurrió en abril del 2002, hoy, esas condiciones eran sandias, comparadas con
las actuales. Y bien cabe agregar, Nicolás Maduro carece del carisma que sí
tenía el difunto presidente Chávez.
El
gobierno tiene la popularidad por el suelo. La oposición solo la tiene un tanto
mejor, y podría decirse que solo por default. El voto en las próximas
elecciones, de celebrarse, no sería un voto por una causa sino uno para
castigar a un pésimo gobierno. Ese descrédito en ambas aceras, no obstante, resulta
peligrosísimo para la estabilidad del sistema y por ello, también para la
oposición. Por condiciones semejantes (aunque mucho menos graves), se derrumbó
la democracia venezolana en 1998. Esta dictadura la cimentó el discurso que contra
la democracia vendieron tantos. No olvidemos, al dueño de este (desdichado)
circo lo aclamaron y sin pudor le dieron un cheque en blanco.
Creer
que no pueden ocurrir desgracias peores es una estupidez imperdonable. Nada
llega a estar tan mal como para no poder empeorar. Creo que con esto último ya
lo dije todo.