No es lo mismo
llamar al diablo que verlo llegar
Sé bien que da rabia. Estoy al tanto de las muchas
situaciones injustas creadas por este gobierno. Desde la detención arbitraria y
encarcelamiento de jóvenes por manifestar su descontento – que de paso, impulsa
a miles de ellos a emigrar – hasta las interminables colas para comprar
productos cotidianos, como harina de maíz o papel higiénico, sin obviar por
supuesto a los presos políticos. No ignoro ni soy ajeno al sufrimiento impuesto
por esta revolución al pueblo venezolano.
Como millones también yo me desespero. Sin embargo,
no podemos darnos el lujo de perder la razón. Y cuando digo razón no me refiero
a esa posición tan soberbia de creer que unos detentan la verdad y otros, no.
Me refiero a la capacidad de analizar fríamente la realidad y como reavivar una
democracia agónica. Empieza esta tarea comprendiendo que la oposición va más
allá de unas elecciones, que ciertamente pueden ganarse o perderse, en sana lid
o con trampas. La oposición es el contrapeso necesario en todo orden
democrático para que quienes detentan el poder temporalmente no pretendan
hacerlo a perpetuidad y sin escuchar a las voces disidentes.
Sabemos que esta gente, desde Chávez hasta Maduro,
no negocia. Proceden ellos de grupúsculos – grupúsculos, sí – extremistas que jamás
aceptaron la pacificación y que nunca dejaron de soñar con la conquista
violenta del poder, emulando a los milicianos cubanos que en 1959 entraron
triunfantes en La Habana (para luego depauperar a la nación antillana). Para el
chavismo, negociar es una herejía imperdonable. No obstante, también sabemos
que, como bien reza el proverbio castizo, la necesidad tiene cara de perro.
El ciudadano común está agobiado por una
cotidianidad hostil. El dinero no le alcanza y las pocas horas de ocio, debe
destinarlas a aburrirse en interminables colas para comprar productos esenciales
o tramitar algún documento, soportando en uno y otro caso las impertinencias de
quien cree que la nación toda es un matacán. No hay que ser un taumaturgo o
nigromante experimentado para intuir que en efecto, la desesperanza y el hastío
popular pueden estallar, con las consecuencias trágicas que ello supone.
Imagino que en nuestras Fuerzas Armadas, en las que militan personas inteligentes
y bien formadas, ese riesgo es bien conocido. Sobre todo porque de suceder, les
tocaría a ellos la infame tarea de contener el caos.
En las filas del PSUV, o del GPP, ocurrirá algo
semejante. Hay, de hecho, artículos muy críticos en medios abiertamente afectos
al proyecto revolucionario, como Aporrea. En días recientes, una periodista de
Últimas Noticias renunciaba al diario con una elocuente descripción de su
desencanto. Sé, porque gente razonable la hay en ambos bandos, que, pese a lo
pecaminoso que pueda resultarles negociar, para algunos ésa es la única salida
posible, ante la irremediable tozudez de otros.
La oposición – la MUD – está obligada a acercarse a
esos personajes - que podrán ser aun desagradables - para conciliar una salida
incluyente, que acerque a los actores de modo que, en primer lugar, se acuerde
detener el proceso totalitarista de un sector, el más radical ciertamente, muy
cercano al régimen cubano; se abra en segundo lugar, un genuino proceso de
diálogo que permita recomponer el daño político y económico causado durante
estos 15 años de gobierno revolucionario, y, por último, se asegure la
participación más o menos igualitaria en el venidero proceso electoral del
2015.
No es una tarea fácil. Nadie dijo que lo sería. Sin
embargo, llegó para los líderes, la hora de ser juzgados. Como ciudadano no
solo tengo ese derecho, sino además el deber de hacerlo. Venezuela no necesita
una campaña electoral (que de plantearse en los mismo términos de las
anteriores, ganará el PSUV, con consecuencias desastrosas aun para ellos mismos).
El país necesita ahora de un gran pacto, uno que, como el difamado Pacto de
Puntofijo en su momento, asegure la viabilidad política de la nación. Y para
ello urge negociar acuerdos políticos y encarar con seriedad la profunda crisis
económica.
Sé que muchos ven con horror una salida negociada
con quienes destruyeron al país y se han enriquecido con la depauperación del
pueblo. Sé igualmente que la verdadera paz se construye sobre la justicia.
Pero, si no negociamos todos, opositores y chavistas, el futuro puede ser muy
malo, para ellos… y también para nosotros.