De
juicios draconianos y la manía de creerse Dios
En estos días reventó un escándalo por la atención
psiquiátrica ofrecida en una clínica caraqueña al cantante Chyno Miranda. A
través de su presidente, la Federación Médica Venezolana exigió la liberación
de los profesionales detenidos por el caso. Por lo visto, la acusación inicial
de ejercicio ilegal de la medicina es falsa. Por otro lado, no obstante, diversos
testimonios han denunciado el trato inhumano ofrecido a los pacientes en ese
centro clínico.
¿Quién tiene la razón?
Tal vez sí ostenten el título, y, en
efecto, no practiquen la medicina ilegalmente, como lo señala el presidente de
la Federación Médica Venezolana. Sin embargo, no podemos obviar las serias
acusaciones hechas por pacientes ahí recluidos, que refieren de un trato cruel.
Sobre esto no podemos dejarnos arrastrar por la polarización imperante. Si hubo
delitos, que podrían ir más allá de la práctica ilegal de la medicina, debe
investigarse y, de ser el caso, condenarse a los imputados en un juicio
justo.
Las muchedumbres por lo general
actúan irracionalmente. Sin embargo, la ley no puede caer en ese tumulto
insensato. Su deber es, dentro de lo posible, hallar la verdad (esa que, según
la propia ley, logre demostrarse en un juicio). Por ello, ordenar la captura de
estos médicos por la presunta comisión de uno más delitos para aquietar a las
masas es, de hecho, un atentado a la juridicidad. Los órganos competentes deben
investigar y, de ser el caso, los jueces ordenar la detención preventiva de los
imputados, garantizándoles siempre los derechos que la ley les concede. Si no,
estamos en presencia de una justicia tumultuaria. Esta no es, en modo alguno,
aceptable en sociedades civilizadas.
La degradación de las instituciones
y de las más elementales reglas de convivencia social nos ha descendido a este
despropósito social que es Venezuela hoy por hoy, y, por ello, reina el caos y
la anomia. Ese desdén por las reglas y, sobre todo, por las normas básicas
sobre las cuales se cimienta toda sociedad civilizada, nos ha impedido ver más
allá del chafarote de turno, del caudillo iluminado, ejecutores de las
desgracias nacionales.
Ignoro si son culpables o no esos
médicos, hoy detenidos. Hay historias controvertidas cuyos hechos deben
contrastarse en un proceso ajustado a derecho. No es esa tarea de los medios,
cuyo trabajo se limita a informar los hechos, sino de los jueces, dentro de un
cuerpo de normas que más allá de garantizar los derechos ciudadanos, definen la
civilidad de una sociedad que aspira al desarrollo. No podemos arrastrar a este
país al lodo mefítico en el que la sensatez y el buen juicio se corrompen bajo oleadas
de moscones zumbones. Por lo contrario, debemos rescatar esos valores, esos
principios, esas reglas, no solo para juzgar legítimamente a los responsables
de delitos, sino para construir un Estado realmente democrático, capaz de generar
progreso y de construir ciudadanos, no una masa frenética.
En medio de la lucha descarnada
entre diversos bandos (más de dos, si somos realmente honestos), no nos
escuchamos, y, como las masas irracionales, apelamos a los más primitivos
instintos, entre los cuales se suma ese de creerse amo y señor de la verdad. Somos
pues, jueces y verdugos, y en nuestra limitada visión de los hechos, emitimos
sentencias draconianas, sin posibilidad de alzada en otras instancias… porque cuando nos creemos Dios, es imposible
errar.