miércoles, 28 de mayo de 2014

Un conversatorio por Venezuela

En un conversatorio sobre coaching, una facilitadora planteó algunos puntos de vista que más allá del salón donde se realizó, deberían refrescar las ideas que sobre la crisis y aún más importante, sobre cómo solucionarla. Si bien el tema del conversatorio era el aprendizaje y, especialmente, los enemigos de éste; comprender que la explicación de un fenómeno depende del sujeto que lo estudia y por ello, su valoración depende del locus en el que cada sujeto ubique la autoridad para valorarlo. Dicho de otro modo, cada sujeto ve y entiende un fenómeno desde su propia experiencia. Supone esto que no entendemos las cosas desde un punto de vista matemático o, si se quiere, objetivo; sino desde puntos de vista preñados de valores, de experiencias, que inciden sobre la percepción de datos, de lo que en coaching se reconoce como quiebre, que depende de variables diversas, porque no somos solo nosotros, también somos nuestras circunstancias, como afirmaba José Ortega y Gasset.
Hay en Venezuela un fenómeno, que, coloquialmente llamamos crisis. Ésta se traduce en datos concretos, como el reciente incremento de la pobreza en casi 30% (según el INE), o la escasez de productos, la inseguridad y muchos otros hechos, cuya percepción puede variar de acuerdo al sujeto. Dependiendo de sus creencias políticas, que se basan más en un locus emocional que lógico, un sujeto podrá entender las crisis como consecuencia de una guerra económica librada por enemigos del proyecto revolucionario, si reconoce como autoridad a los voceros oficiales. Pero, si por el contrario, admite como válida las posturas opositoras, entonces la crisis ser el resultado de una pésima gestión de gobierno.
El fenómeno, no obstante, sigue siendo el mismo: hay una crisis. Y ésta debe resolverse en un plazo razonablemente breve, porque, de otro modo, unos y otros, en ese constante proceso de aprendizaje colectivo, podrían conferir la autoridad sobre el conocimiento acerca de su solución a otras voces, que no necesariamente conocen la solución. Atribuirse ese conocimiento es de hecho un acto de soberbia imperdonable. El fenómeno no puede ser explicado pues, desde una única perspectiva porque en el proceso de solución convergen variadas realidades, puntos de vista disímiles, construidos desde experiencias vitales distintas. La explicación del fenómeno no puede pues, constituirse en el aprendizaje. Éste debe surgir de la búsqueda de las preguntas pertinentes, que no justifiquen una postura sino que, ayuden a construir soluciones a la crisis.
Entender que los puntos de vista son necesariamente diferentes resulta esencial para el proceso de aprendizaje. Como colectivo, los venezolanos no hemos logrado concebirnos pluralmente, desde la diversidad de ideas, de puntos de vista y pareceres. Hemos crecido como una sociedad acostumbrada al mandamás, al caudillo que invoca verdades, cual profeta político. Eso fue Chávez. Un chillón más, que, dominado por la soberbia, creyó ser un iluminado, poseedor de la verdad. Nuestro aprendizaje ha estado caracterizado por esa premisa.
La crisis puede ser comprendida de muchas maneras, aunque sus elementos definitorios sean los mismos. Como dije, para un militante del chavismo, la carestía e inflación son la consecuencia de una guerra económica. Para un opositor, son el resultado de una pésima gestión de gobierno. Hay en ellos una motivación emocional – origen de la mayoría de las militancias políticas e ideológicas – que circunscribe el fenómeno a un determinado razonamiento. Por mucho que la MUD explique sus razones, el pueblo chavista no va a creerle hasta tanto no se produzca la experiencia que lo cambie emocionalmente. Solo entonces escuchará otras razones, otras ofertas. Asimismo, no importa cuánto machaquen  los medios las bondades revolucionarias, el pueblo opositor no desea escucharlas.
La crisis, no obstante, persiste. Y mientras unos y otros debaten por probar que están en lo cierto, la calidad de vida de las personas, indistintamente de su credo político, continúa desmejorando. El aprendizaje, que en este caso parece ser la visualización de soluciones a los múltiples problemas, no procede de una razón lógica. Dimana de experiencias, que en uno y otro caso, definen emocionalmente sus puntos de vista y, por ello, la forma como asimilan las soluciones. No es lo mismo plantearle una reducción de sueldos al propietario del banco que al cajero, porque, indistintamente de ser ésa una posible solución, la falta de dinero afecta al cajero integralmente, en todo su ser, y por ello, no la va a aceptar.
El diálogo debe ser pues, un encuentro de pareceres, donde unos y otros planteen sus problemas y sus posibles soluciones, porque, definitivamente, en una sociedad gregaria es imposible resolver las dificultades sin el concurso de todos. No puede haber soluciones a esta profunda y grave crisis si no se convocan voluntades, intereses y pareceres, de modo que la solución afecte a todos, no solo en los sacrificios, sino también en las bondades.  



martes, 27 de mayo de 2014

Meneando al perro

En una excelente película, Barry Levinson desnuda las impudicias de la realpolitik contemporánea. En un tono sarcástico, Wag the dog nos recuerda que damos por cierta la realidad que muestran los medios y que solo ésa importa políticamente. Las conversaciones entre Stanley Motss y Conrad Brean resquebrajan sin pudor la credibilidad de una sociedad percibida a través de los medios y de unos noticieros que, lejos de informar, se han erigido en un divertimento, un reality show del mundo y sus líderes.
La grotesca situación planteada en el filme es de hecho exagerada (necesaria para conferirle donosura), pero en esta aldea global no vemos lo que realmente ocurre, sino lo que los medios nos informan. Quiérase o no, solo conocemos una información filtrada por intereses y líneas editoriales. No juzgo este hecho que, de paso, siendo los medios una creación del hombre, difícilmente puede escapar de sus vicios.
Las dictaduras contemporáneas han descubierto que resulta más eficiente un bombardeo mediático (una mentira dicha mil veces se vuelve una verdad) que un costoso aparato represor, como el que instituyó la STASI en la desaparecida Alemania Oriental. No en balde los regímenes totalitarios han gastado fortunas para crear sus Big Brothers. Desde Sergei Einsestein hasta Leni Riefenstahl, han sido muchos los cineastas que  han hecho uso del enorme potencial que la propaganda tiene sobre un pueblo al que pretende sojuzgarse.
Toda esta perorata viene al caso por una noticia que leí en El Universal Digital (a través del perfil de un amigo en Facebook), según la cual el ministro Francisco Armada asegura que la escasez de suministros en los hospitales es falsa, y que “la guerra de fotos en Twitter es muy divertida y que sería irresponsable decir que esas fotos se corresponden con la realidad”.
Dije antes que las situaciones en Wag the dog eran exageradas. Resultan exageradas porque aún en esta civilización del espectáculo, hay eventos que saltan a la vista y que difícilmente pueden ocultarse. Tiempo atrás, tratando este tema con un amigo, le argüí que podía engañarse al pueblo sobre muchas cosas, pero que la escasez, la inflación y la inseguridad eran como la tos, imposibles de ocultarse.

Maduro no heredó el carisma del comandante, sino serios problemas creados por su absurda gestión. Chávez creyó poder crear una ilusión de bienestar a través de los medios. Gastó una fortuna en ese empeño. Su heredero se encuentra imposibilitado de sufragar tamaño dispendio. Como su sucesor, trata de vender un reality show de la vida en revolución. No obstante, la gente ya no se traga un cuento tan ajeno a su agobiante cotidianidad. Distinto de lo planteado en el filme de Levinson, esta vez la cola no menea al perro.

martes, 6 de mayo de 2014

Entendiendo la democracia

Estados Unidos es una nación realmente democrática. Nosotros, no. Al igual que en estas tierras, allá el poder político lo concentró una elite, identificada con la ilustración francesa. Quizás Bolívar y algunos más comprendieran las ideas ilustradas, pero la formación republicana venezolana estuvo determinada por el caudillismo hasta principios del siglo pasado.
No hay raigambre democrática. Hay visionarios e ideas, sí; pero no hay una genuina convicción democrática en la gente corriente, que ve al gobierno como un maná del cual proveerse. Ya en los últimos años del general Gómez, el liderazgo emergente pensaba en términos medianamente democráticos. Sin embargo, su instauración fue deficiente. No hablo solo de la hegemonía que mantuvieron los antiguos jefes gomecistas después de muerto el tirano, así como la posterior ruptura del orden instituido, llevada a cabo por civiles y oficiales de rango subalterno sin ninguna experiencia de gobierno. Hablo sobre todo de la malsana idea de creer que el Estado puede mantener a todo mundo.
El orden político posterior a Pérez Jiménez fue sin duda un intento genuino para instituir una democracia real. No funcionó. No voy a caer en el simplista discurso antisistema que nos condujo a esta pesadilla anacrónica, pero no pocas veces AD pretendió erigirse como amo y señor de Venezuela. Para ello, además de intentar controlar hegemónicamente la política, alimentó la idea de un Estado magnánimo. En el pináculo de la inevitable crisis, manifestado con los sucesos del Caracazo, la reacción de los venezolanos ante las reformas adelantadas por Carlos Andrés Pérez durante su segundo mandato puso de manifiesto esa falta de vocación democrática.
El CEN de AD estaba molesto por la democratización efectiva del poder político, al hacer a los gobernadores y alcaldes, funcionarios electos popularmente. Gracias a esa reforma no obstante, pudo ser gobernador, por ejemplo, Andrés Velázquez. El empresariado por su parte se opuso a las reformas económicas, que lo obligaba a modernizarse y a competir realmente con empresas extranjeras, no para beneficio de trasnacionales, como arguyen los memos, sino para el de todos los venezolanos.
A Pérez lo echó del poder el establishment. Y lo hizo porque ya les resultaba incómodo y, electoralmente, el discurso antisistema – abanderado por hombres notables, como Uslar Pietri – comenzaba a calar profundamente en la agonizante clase media venezolana. Por esas circunstancias, en las que Hugo Chávez realmente tuvo muy poco que ver, el actual liderazgo se hizo del poder en 1998.
La revolución trajo consigo viejas taras, que Pérez había erradicado o por lo menos quiso hacerlo. La elección directa de gobernadores y alcaldes fue de hecho una conquista que difícilmente podrán arrebatar al pueblo. Sin embargo, primero con el segundo mandato de Caldera y luego, con la llegada de la revolución al poder, las reformas económicas de Pérez cayeron en desgracia. Ésas constituían no obstante, el pivote de la democratización. Una clase media fuerte, independiente de las dádivas del gobierno de turno, era – y de hecho, lo es – una espina en el culo de muchos líderes, acostumbrados a manipular a las masas, antes, con potes de leche, botellas de ron y láminas de zinc; y ahora, con dádivas. Hoy, una infinidad de misiones sirven de bozal de arepa para sojuzgar a los ciudadanos. 
Si algo comprendieron los padres fundadores de Estados Unidos fue la importancia de una sociedad fuerte, crítica. Y para ello, una clase media robusta era necesaria. No se logró, en efecto, hasta entrado el siglo XX (gracias a las reformas impuestas por Teodoro Roosevelt a partir de 1901). Por supuesto, ninguna nación se construye de la noche a la mañana, cosa que en cambio, hemos creído los venezolanos. La creación de una clase media fuerte, en gran medida por la visión de Henry Ford para vender masivamente su Ford T, robusteció la democracia estadounidense. Hoy por hoy, en ese país, el dinero se encuentra repartido entre millones de propietarios, aunque existan milmillonarios.
En Venezuela, por el contrario, el dinero sigue en manos de unos pocos, aunque cambien de vez en cuando. Una elite se apodera del gobierno, desde ahí se lucra y se erige como una nueva clase social dominante, pero la inmensa mayoría sigue pobre, esperando del gobierno las ayudas que le hagan un poco menos gravosa la pesada carga de mantener una casa. Unos pocos se arrogan la voz popular, no para legar un paso más en la construcción de una democracia fuerte, sino para hacer del poder su fuente de riqueza. Mientras no aceptemos que solo una clase media robusta puede ser la base sólida sobre la cual edificar un orden democrático, seguiremos gobernados por caudillos e iluminados que las masas lleven al poder irresponsablemente.

La solución empieza por crear ciudadanía en lugar de pueblo, y que esos ciudadanos sean libres política y, sobre todo, económicamente; de modo que el poder no pueda sojuzgarlos fácilmente.