sábado, 20 de septiembre de 2008

El discurso de los necios

Un necio arengó. Voceó simplezas, majaderías carentes de fundamento académico, propias de la vieja ralea comunistoide, indigestada con frases manidas y sofismas. Cual verdulero, iracundo, echó chocarreramente al embajador de quien a pesar de todo, aún compra alrededor del 80% de nuestro petróleo, mandándolo a un lugar que sólo conocemos los hispanoparlantes, acusándolo de yanqui sin mayores atributos que sus semejanzas con el excremento humano.
El país escuchó de ese necio, que hoy ejerce un cargo para el cual carece de las habilidades requeridas, palabrotas, tacos, maldiciones y, sobre todo, amenazas que seguramente no podrá concretar, aun si quisiera. El país quedo atónito, ante la vulgaridad de quien ejerce la primera magistratura nacional. Algunos podrán creer que simplemente enloqueció, aunque nadie le vio comer de aquello que según las doñas de antaño, sólo los locos comen.
Puede que esté enardecido, en parte porque de verdad se creyó esa fábula imbécil de la izquierda revolucionaria (que loa a Cuba pero vive en París) acerca de los Estados Unidos, pero lo está en mayor parte porque el futuro, como lo refiere Argelia Ríos, le apuró al paso. Cual Pedro, gritando que viene el lobo, descubre que sus necedades son desoídas por las masas que en vez de creerle sus clamores de auxilio, claman soluciones efectivas.
Como todo aquél que miente oficiosamente, se encuentra enmarañado en un embrollo de embustes, discursos maniqueos, perspectivas distorsionadas o convenientes de la realidad. Y como todo aquél que miente oficiosamente, termina por encontrarse desnudo, incapacitado para ocultar las partes pudendas de su proyecto político. Y lo que el pueblo ve resulta en verdad grotesco.
Ahora se desespera. Como los necios, aprendió sólo a medias y hoy, cuando su discurso ya resulta tedioso, se desespera ante la imposibilidad para convencer a sus congéneres, porque hace rato que muchos ya no le creen y ni hablar de quienes jamás le creímos. Mira con horror el porvenir inmediato: la derrota plebiscitaria de noviembre próximo y especialmente, la consecuencia irremediable de su desdén hacia los temas económicos.
Su proyecto se va por el desaguadero como las aguas puercas.
El entorno radical perderá más de lo que parece. Una corriente creciente de críticos del gobierno, procedentes de la revolución, puede ganar espacios junto con los candidatos opositores, reduciendo formidablemente la radicalidad. Una vez ocurra esto, la revolución y los extremistas, seguidores de esa idiotez de “patria, socialismo o muerte”, sufrirán derrotas semejantes a la que ya ellos mismos padecieron en 1962, 1963, 1967 y, mundialmente, en 1991.
Cuando estalle el caos económico, inevitable a estas alturas, la radicalidad enfrentará la realidad cruda. Ese populacho, timado (como lo ha sido el pueblo de Cuba durante medio siglo), se echará al medio de la calle, frenético, anárquico, tal como lo hizo en febrero de 1989. No sabemos si el ejército se atreva a echarse al hombro, otra vez, ese bacalao podrido.
La radicalidad ya suma dos períodos constitucionales de los anteriores, desgobernando, destruyendo… A estas alturas, ya se le acabaron las excusas y los chivos expiatorios. ¿Qué hará entonces?
A los radicales ya se le hizo tarde.

Francisco de Asís Martínez Pocaterra

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