martes, 3 de marzo de 2020

Mientras escucho a Minniva, Band Aid 30 y J. Fla



«We find love in a hopless place» («Encontramos amor en un lugar sin esperanzas»), Lindsey Stirling y Alisha Popat covering la canción de Rihanna «We found love» («Encontramos amor»)

Mientras escucho a la cantante noruega de Metal Gótico, Minniva, leo las noticias patéticas sobre Venezuela, mi país. ¿Qué tendrá que ver la joven cantante noruega y las desdichas que ocurren a kilómetros de su hogar? No mucho, salvo que algunos idiotas en este lado del océano aún creen que el Reino de Noruega es una nación socialista (claro, y que a mí me gusta como canta ella… ¿y ella?).
En una película de David Leitch, «Atomic Blonde», protagonizada por Charlize Theron, su personaje, Lorraine Broughton, insulta a otro de los personajes, un ruso miembro de la KGB, con una bofetada que bien puedo parafrasear para lo que deseo expresar: métanse en sus cráneos primitivos los izquierdistas de por estas tierras, los países nórdicos no son socialistas… ¡Tienen reyes, por el amor de Dios! ¡Existen empresas privadas!  
El socialismo conlleva necesariamente la confiscación de la propiedad privada de los bienes, al menos de aquellos destinados a la producción. En los extremos totalitaristas, sean el fascismo (y sus variantes) y el comunismo (que también tiene sus matices), la propiedad privada si no existe, como en este último, carece de contenido, como ocurre en el primero. Pero, en todo caso, en los regímenes socialistas, la propiedad privada está proscrita.
Para aquellos que creen que el socialismo cubano es el verdadero comunismo (y el genuino demonio), me permito aclararles que se puede ser socialista y a la vez, comunista. El primero refiere a la forma económico-social de la sociedad y el segundo, a la forma para el uso de los recursos colectivos. Si no lo sabían (cosa que dudo), la extinta Unión Soviética era socialista y comunista (su propio nombre lo afirmaba: Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y la palabra rusa «soviet» significa comuna). El término comunismo viene pues, de la «comuna» y bien sabemos, históricamente, esta fracasó, y aun los países comunistas abandonaron este modelo (por ejemplo, China). En las tres horas de bla-bla-bla que duró la ilegal rendición de su memoria y cuenta ante un ente que es caso de ser legítimo, su único objetivo sería redactar una nueva constitución  y no el de recibir (y aprobar) la rendición de cuentas de la gestión del presidente, quien por ahora ejerce ese cargo dijo que él era un demócrata y que su gobierno seguía la senda del socialismo. Le aclaro al mandamás que sucedió al otro mandamás, un modelo excluye al otro. Pese a que las naciones socialistas tras la extinta Cortina de Hierro apelaban al remoquete de repúblicas democráticas, no lo eran de verdad porque de suyo, no podían serlo conceptualmente. El socialismo se fundamenta sobre una percepción negativa de la humanidad y, por ello, despoja al pueblo de su libertad y de su propia capacidad para decidir cada uno lo que mejor le convenga, y eso, ¡por Dios Santísimo!, no es democrático.
Según sus defensores, a los seres humanos hay que controlarlos, porque si no, se comportarán perversamente. Según su discurso, todo aquel que reúna unos cuantos reales, por alguna obra del demonio se pervierte, se transforma en un leviatán dispuesto a comerse a sus semejantes, pero no aclara que, del mismo modo, no puede haber ricos, porque, por esa propensión maligna del ser humano a pervertirse, al «proletariado» solo puede prometérsele un paraíso futuro que, de suyo, nunca llega a concretarse, como el Cielo a los que creemos que existe vida después de esta terrenal. Así piensan todos los regímenes totalitarios, y, no lo dude usted ni un momento, el socialismo es un orden totalitario, lo que supone que el Estado (o lo que acaba siendo realmente, sus funcionarios) puede – y debe – inmiscuirse en todos los aspectos de su vida (incluso en la forma como usted y su pareja tienen sexo). Por ello, el obrero es «una suerte de imbécil que alguna vez será libre por obra mágica del socialismo redentor», y el patrono, sin lugar a dudas, «un soberano hijo de puta al que hay que tener a raya».
El socialismo encierra pues, una mirada pobre del ser humano, al que ve como borregos, niños pequeños, párvulos a los que el padrecito, que no es más que un atajo de soberbios (y con el tiempo, sinvergüenzas y maleantes) debe cuidar, porque de otro modo, dejarán aflorar sus peores vicios; pero encierra asimismo su propia contradicción: el orden no existe por sí solo, y sus funcionarios, al fin de cuentas hombres y mujeres como esos otros sometidos a la voluntad férrea del Estado (o lo que en realidad ocurre, de esos burócratas), poseen esos mismos vicios, esas mismas debilidades, y que una vez ostentan el poder absoluto que el socialismo les confiere, se corrompen absolutamente.
En el liberalismo, que difiere del capitalismo como el comunismo lo hace del socialismo (es decir, no son sinónimos), los hombres son libres (y para ahorrarme las quejas de alguna feminista radical, también las mujeres, lo cual es obvio), y la interacción entre ellos sirve como mecanismo para crear controles, de modo que nadie (y cuando digo nadie, me refiero a nadie) pueda pisotear a otros. Las libertades de unos son los resortes y palancas que contienen la libertad de otros. Muchos creerán que hablo del laisez faire, laizez passare dieciochesco, pero no. Bien sabemos que modernamente, en el liberalismo, todos, e insisto, cuando digo todos, me refiero a todos, están subordinados a la ley, pero esta procede siempre de esa interacción humana y de esos resortes creados por la libertad del ser humano.  
Mientras escucho a Minniva (aunque realmente ahora escucho a Band Aid 30 con el tema «Do they know it’s Christmas time?»), pienso en la razones por las que pese a sus desplantes, a su arrebato e incluso, su irritante conducta en el ámbito político, me simpatiza María Corina Machado, y descubro que no se trata de ella (porque yo, nieto de Vaivén Pocaterra, repito sus palabras: siempre estaré del lado opositor). No, no es la ingeniera Machado, con quien puedo tener, y en efecto tengo, serias diferencias, sino su visión de país lo que en efecto, me despierta empatía (y con esto, ya digo bastante de cómo entiendo la política y el ejercicio del poder).
Me voy, pues, a meditar sobre otros temas, y entre tanto, escucho a J. Fla (una cantante surcoreana) cantar «Despacito», maravillándome así de esas cosas propias de esta aldea global en la que vivimos.