martes, 14 de octubre de 2014

Comunismo fascista

         Nicolás Maduro no parece comprender la similitud de su discurso con el corporativismo fascista. Recientemente arengó, impúdicamente, que en el capitalismo la gente estudia lo que le viene en gana sin detenerse a considerar las necesidades del país. No puedo obviar por ello, aquel estribillo que tanto repetía Benito Mussolini (y que constituye la base del totalitarismo): para el fascismo, todo está dentro del estado y nada humano o espiritual existe ni tiene valor fuera del estado.
             Maduro desnuda sin ninguna clase de tapujo su talante autoritario cada vez que imita a su taita político, arengando en alocuciones radiadas y televisadas. Pensar que la gente no debe seguir su vocación y estudiar aquello que el Estado requiere niega de hecho el más grande bien ganado por la humanidad estos últimos dos siglos y medios: la libertad individual. De otro modo, ¿para qué carajos vale la pena vivir? No venimos a ser meros engranes de una maquinaria llamada Estado, como Charlot en “Tiempos modernos” o Winston Smith en “1984”. La vida en los Estados totalitarios es siempre deprimente, sin importar si se trata de una sociedad fascista o comunista.
               Hannah Arendt unificó bajo el totalitarismo a dos modelos que de paso, coinciden más de lo que disienten: el nazismo y el estalinismo. En ambos casos – que hoy trascienden tanto a la dictadura nazi como al horrendo régimen de Stalin – se suprime la actividad de los ciudadanos libres para interactuar en el mundo y en su lugar, se instituye como un derecho del Estado, el desprecio absoluto por los individuos, que dejan de ser ciudadanos para devenir en objetos prescindibles.
              Nicolás Maduro no comprende que el mundo libre no lo es por el capitalismo, que como en el caso chino puede mostrar un rostro espantoso, sino porque es libre. En ese mundo libre, que Maurice Duverger distingue como “occidental”, el ciudadano común goza de liberad para desarrollarse como mejor le parezca. En ese mundo, que coincide con las sociedades desarrolladas, la libertad no es retórica de caudillos, sino un principio esencial que define las relaciones entre el Estado y los ciudadanos. Y es por ello que una ley, aun un ordenamiento jurídico, puede resultar ilegítimo, aunque haya sido aprobado por los entes encargados para ello, como lo hizo el Reichstag con la Leyes de Núremberg.
      Maduro, como toda la camarilla de conmilitones comunistas que acopió el gobierno revolucionario en estos 15 años, desconoce y aún más, desdeña la libertad individual y el poder ciudadano de hacer lo que mejor crea conveniente para sí mismo. Desprecia la libertad y por ello, su modelo, el comunismo obsoleto y retrógrado, justifica incluso el uso de la violencia contra la gente, que por disentir de sus ideas recibe ataques que llegan aun al asesinato y el encarcelamiento, la persecución y, de permitírselos, la más infame de las conductas políticas, la tortura y el confinamiento a campos de exterminio (como los gulags en la desaparecida URSS, los campos de reeducación cultural en China y Camboya y el horror de los campos para disidentes existentes en Corea del Norte).

            Yo no deseo una sociedad de autómatas que cumplen una función dentro del Estado como si fueran engranes que eventualmente se reemplazan por otros. Deseo una sociedad de hombres libres, como lo deseaba el Libertador Simón Bolívar y toda la intelectualidad ilustrada de su tiempo, y como, ciertamente, lo han deseado las grandes personalidades desde entonces hasta hoy.