martes, 2 de septiembre de 2008

Del contrato del mandato…

El vocablo mandatario, del que procede el término “primer mandatario”, pertenece al léxico jurídico. Refiere al que obra por cuenta y en nombre de otro. Basta una lectura fugaz sobre el concepto de ese contrato para comprender que el “mandatario” no es jefe. No manda. Éste obra por cuenta y en nombre de otro que le manda (el mandante). El jefe del Estado y del gobierno venezolanos no es un mandamás (al menos, constitucionalmente). Es un mandatario del pueblo. Ése y no otro es el que manda. Chávez debe en consecuencia obedecerle, aunque no le guste como pensamos y aunque crea que merecemos lo peor.
Pueblo, no obstante, somos todos. No sólo aquéllos que confiaron su voto en el actual presidente. Aunque al caudillo le cause cólicos, yo y toda la oposición también somos pueblo. Ergo, parte de sus mandantes. Y de antemano lo digo, yo no me siento representado por el presidente. Creo además que la mayoría siente lo mismo. El 2 de diciembre pasado, el pueblo fue diáfano acerca de este tema. ¿O no?
Hugo Chávez cree que ser presidente equivale a ser el mandamás de un matacán. Cree que Venezuela es un cuartel y los venezolanos, un montón de soldados rasos, obligados a obedecerle sus majaderías. Muy a su pesar, así no son las cosas y su militarismo me importa un bledo. Soy civil y por lo tanto, no me subordino ante ningún sargento.
El presidente está obligado por la ley a cumplir un mandato popular que, dicho sea de paso, es por tiempo limitado. El presidente no manda, ¡obedece! Al pueblo y a la ley. Aquél ya le dijo que su propuesta socialista de diciembre no va. Y no va. Fin de la discusión. Si no le gusta la decisión del jefe, pues es libre de renunciar al cargo. De hecho, de haber tenido dignidad y compromiso verdadero, el 3 de diciembre hubiese renunciado, como lo hizo Vicente de Emparan aquel Jueves Santo.

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