lunes, 14 de noviembre de 2016

La batalla de Dunkerque y la derrota opositora el pasado viernes


Analítica.com publicó un texto, en el que erróneamente, o siguiendo la propaganda británica de entonces, llamó triunfo a lo que fue, sin dudas, una derrota del ejército inglés durante los meses tempranos de la Segunda Guerra Mundial. La batalla de Dunkerque representó para los ingleses una fea derrota. Así de simple. No hubo victoria alguna en ese desastre militar. Se repusieron los británicos, sí. Y también ganaron (con los aliados) la Segunda Guerra Mundial… luego de seis años de enfrentamientos bélicos encarnados y más de 55 millones de muertos entre los que se cuentan más de seis millones de judíos exterminados en los campos de concentración (aunque ya bastante habían obviado las potencias democráticas muchas violaciones a los derechos humanos, porque las leyes de Núremberg se aprobaron en 1935).
Decir, como lo dice el artículo, que el viernes pasado hubo «otro tipo de triunfo» es un eufemismo, para no reconocer, sé que con buenas intenciones, la verdad: la MUD perdió, y como leí por ahí, de ser posible en boxeo, este round lo perdió por knock out. O para decirlo de otro modo, la campana la salvó. No discuto el hecho de que en efecto, hay que reponerse. Hay que ponerse de pie, evaluar las causas de este fracaso, y entonces, replantearse la estrategia. Volviendo al ejemplo de la batalla de Dunkerque, eso hicieron los británicos. Visto el fracaso de la política de apaciguamiento sostenida por Arthur Neville Chamberlain (y que permitió a los nazis el Anchluss – prohibido por el Tratado de Saint Germain -, así como cogerse los Sudetes, la Renania y finalmente, la ciudad libre de Dantzig, y desde luego, Polonia), en mayo de 1940, recibió un voto de censura y en su lugar, fue electo un hombre que era visto por sus pares como un belicista: Winston Churchill. Los británicos reconocieron que no era Chamberlain quien podía contener a los nazis, sino ese hombre belicoso, hijo el séptimo Duque de Marlborough, que ofreció a los británicos lo que único que bien sabía podía ofrecerles: sangre, sudor y lágrimas. Entonces, ¿no habría que repensar las estrategias en la MUD? Aun aquellas con respecto a la mediación internacional.

El ejemplo de Analítica.com es infeliz. Muestra, a mi juicio, una mirada sesgada sobre un problema en el que nadie tiene la razón de un todo, ni hay en todo este tinglado, alguien que esté totalmente equivocado. Apartando al gobierno, que tiene su propia agenda y en la que nosotros, los disidentes, solo somos una peste que, como los judíos en la Alemania nazi, debemos ser neutralizados; en la MUD, que como se ha dicho, hay variadas opiniones, como es lógico en una alianza que reúne a distintas corrientes políticas, hay diversidad de puntos de vista sobre los problemas nacionales y desde luego, de cómo deben resolverse. 
Comprendo que para muchos, incluido yo, la idea de una dictadura es abstracta, porque distinto de las generaciones anteriores, nunca la habíamos padecido en carne propia. Por ello, comprender la magnitud del mal nos resulta tan difícil, y por ende, lo que supone negociar con ella. Pero no lo olvidemos, la élite que hoy gobierna a Venezuela creyó necesario asaltar el poder por medios violentos, y en los dos alzamientos militares del año 1992 hubo muertos. ¿Creen que van a tener pudor de defender el poder, ahora que lo tienen, aun con las armas? 

Lidiando con felones


Luis Ugalde, S.J., lo ha dicho. La negociación debe ser por todos los medios posibles. La presión es uno de ellos. Y digo yo, más que sobre el gobierno, que posee la fuerza para reprimir, y lo creo capaz de hacerlo cruentamente, debe ejercerse sobre los mediadores. Y si es necesario, pararse de le mesa y largarse. No nos engañemos, esta gente, la élite que hoy nos gobierna, emergió del anonimato con un golpe de Estado en el que hubo muertos, que para ellos han sido tan solo «daño colateral» o «bajas», como las hay en cualquier confrontación bélica. Entiéndase, para la élite revolucionaria, siempre se ha tratado de una guerra y el propio Chávez así lo afirmaba. 
Recuerdo, cuando fui gente, me tocó negociar un canon de arrendamiento. El arrendador me pidió un monto exagerado, que la empresa no podía pagar. Simplemente me puse de pie y le dije que entonces, hablaríamos de la entrega del local porque su aspiración era inaceptable. Me fui. Al día siguiente llamó y planteó un canon razonable. Pararse e irse puede cerrar las negociaciones, pero también pueden obligar a alguna de las partes a asumir una postura más razonable. Creo que los negociadores de la MUD deben jugar rudo, porque la paz no se consigue humillando, sojuzgando. A los mediadores debe quedarles claro que el gobierno debe acatar las normas democráticas, porque no se trata de cuántos apoyan a unos u otros, sino de principios que son irrenunciables. Y si sigo el ejemplo de Luis Vicente León (por lo demás, infeliz), si debo pagar el rescate al secuestrador, al menos que se sepa que se le paga bajo amenaza de matarme a mí o a un ser querido… que en todo caso, se negocia con un felón.  

Que cambiemos de modelo no es asunto de las potencias, ni de los mediadores, sino nuestro. Solo nosotros, los venezolanos, decidimos qué modelo seguir. Por eso, no les corresponde a los mediadores y no nos van a apoyar en uno u otro sentido. Sin embargo, sí les compete, y creo que en eso la presión contra los mediadores es menester, hacer que el gobierno dialogue de verdad y no use la mesa de diálogo como un circo, para que los payasos hagan sus bufonadas. Que los negociadores de la MUD siembren en ellos la preocupación por el paciente de cáncer, el hombre que se quita la comida para dársela a sus hijos o el que la busca en los basureros; y aún mucho más, por la precariedad que les impacienta y en su desesperación, hacerles seguir a los extremistas. En ese caso, la mesa de diálogo sí se iría al carajo. 

Sobre el triunfo de los reality show


Contra todos los pronósticos, Donald Trump ganó las elecciones. Al paso han salido muchos analistas mucho más cultos que yo. Pero internet es un espacio verdaderamente democrático y yo voy a permitirme hacer unas conjeturas.
Al igual que en las décadas de los 20 y los 30 del siglo pasado, las democracias liberales son vistas con recelo por los ciudadanos. Quizás sean apreciadas como pusilánimes. No ve sin embargo, la gente común y corriente que disfruta viendo los reality shows, que se trata de la profunda transformación que experimenta la humanidad, y que si bien no son ni ajenos a ella ni la ignoran, prefieren creer el discurso incendiario de hombres como Trump, que para ganar, apeló a una fórmula infalible: háblale a una sociedad temerosa por los cambios y endílgale la culpa de esos cambios a otros. Eso hizo Hitler en la depauperada República de Weimar, luego del fracaso del putsch de Múnich en 1923. 
Las quejas, o por lo menos muchas de ellas, son válidas. ¡Claro que lo son! Aun aquellas en contra de políticas adoptadas por los demócratas en estos últimos años, cuya efectividad puede ser criticada. Estoy de acuerdo, los estadounidenses y los inmigrantes legales en Estados Unidos no tienen por qué tolerar que el país se convierta en un abrevadero de menesterosos. Sin embargo, las causas de esas quejas van más allá de las políticas de los demócratas y, sin dudas, la construcción de un muro no va resolver problemas originados por el avenimiento de una nueva era con tal rapidez que no hemos tenido tiempo para asimilarla ni prepararnos para los retos que impone. Las políticas del programa Trump no van a sanar esa enfermedad que hace 40 años, Toffler denominó «El Shock del futuro».
Los mineros de Virginia del Oeste o los desempleados de Detroit no van a ver mejoras en sus vidas porque se deporten a los inmigrantes ilegales, que los hay y, sin dudas, cuestan dinero a los contribuyentes. Por el contrario, aunque suene duro, la realidad es que esa masa ayuda en parte a hacer de los Estados Unidos una economía competitiva. Cuando ese «red neck» vea que su hamburguesa con papas ya no le cuesta cinco dólares sino nueve, va a añorar en los braceros mexicanos que trabajaban en las fincas ganaderas de Texas y Nuevo México por la mitad de lo que deberán pagarle a un trabajador estadounidense o un inmigrante legal. Y aún más, cuando la deportación de inmigrantes ilegales no se traduzca en empleos para ellos, porque los que no están automatizados dentro de los Estados Unidos, los realizan obreros en países donde la mano de obra es mucho más barata.

Trump no parece comprender la actualidad. Esta sociedad pos-humanista le resulta demasiado extraña y confusa; y, tanto como sus electores, prefiere explicaciones simples, o simplistas, que, sin dudas, no resolverán nuevos paradigmas planteados por la Cuarta Revolución Industrial y la liquidez de una sociedad cuyos vínculos están disueltos. Es más fácil decir que los demócratas son ineptos, indistintamente de la aprobación o no de sus políticas, que reconocer la propia ineptitud para comprender a un mundo que, como si llegásemos a un planeta distante, nos resulta desconocido e incluso, hostil.  

viernes, 11 de noviembre de 2016

Basta de pendejadas


Una cosa es reclamar pacíficamente lo que por derecho nos corresponde, y otra muy diferente, ser pasivo, y por ello, dejarnos despojar de lo que es nuestro y nos pertenece.
Una vez más, las masas opositoras, los ciudadanos que a diario padecen las penurias impuestas por políticas fracasadas, ven sus esperanzas frustradas. Según lo ha expresado el diputado Henry Ramos Allup, el revocatorio está muerto. Mientras tanto, el gobierno nos impone celebrar desde ahora unas fiestas que, visto el escenario, las realizaremos sin hallacas ni pan de jamón. Veremos, los caraqueños, la cruz del Ávila y, suspirando, tal vez le mentemos la madre a muchos.
¿A qué creen que nos enfrentamos? ¿A un mal gobierno? ¡No! No se ha tratado jamás de una mala gestión gubernamental. Ha sido siempre «una revolución», y, repitiendo a Orwell, la de los chavistas busca instaurar dictadura, porque sin esta no va a ser viable aquella… y las otras, que intentan sobrevivir y expandirse. Todos los golpistas que acudieron al 4 de febrero de 1992, deben favores a muchos, y en especial los Castro, que no quieren perder su condición de actores en la región y pasar a ser solo una desventurada isla, hambreada por dos dictadores de la peor calaña. La MUD no enfrenta a un mal gobierno, sino a un plan más grande, urdido incluso antes de aparecer Chávez en el escenario.
Como ciudadano, tengo el derecho de juzgar, y, nos duela o no, otra vez la oposición ha fracasado. No lo llamemos revés, porque no lo es. Es, sin dudas, un fracaso. Llegó la hora de las discusiones serias, y no de delirios, de frases que en el mejor de los casos pretenden servir de ungüento analgésico. Lo que está en juego va más allá de los presos políticos, del discurso atorrante, de los dimes y diretes. Venezuela es hoy, un Estado fallido. Sus instituciones no cumplen sus cometidos y sirven solo a una causa: apertrechar al régimen con falsos argumentos jurídicos, ideados por abogados «palangristas», que prestan su oficio para trapisondas.
Como ciudadano, como opositor, como hombre de a pie que he visto mi calidad de vida deteriorarse dramáticamente, les pregunto, ¿qué van a hacer? ¿Cómo van a resolver los problemas inmediatos, que, les guste o no, amenazan con hacer de este país, un escenario de guerra similar al de las pseudo-repúblicas africanas?

En otro texto lo dije (http://actualidadvenezuela.blogspot.com/2016/11/la-mujer-apaleada.html), creer que mantener el statu quo es garantía de paz no solo es una ilusión, o una idiotez; sino aún más importante, una forma de violencia terrible. Al mundo le horrorizó la victoria de un patán sin formación alguna en Estados Unidos, y nadie en su sano juicio pretendería que en pro de la paz estadounidense (y ya han ocurrido brotes violentos por ello), se desconozca ese triunfo. Como venezolano, digo lo mismo. Este es nuestro país, y si Thomas Shannon y el Vaticano vienen a apoyar algún diálogo, este debe ser, sin lugar a dudas, para plantear una transición que permita poner fin a la revolución – a lo que esta significa ideológicamente –, rescatar la legalidad e institucionalidad perdida y abrirle espacio a una verdadera cohabitación democrática de todos los venezolanos. 

lunes, 7 de noviembre de 2016

La mujer apaleada


La mansedumbre no es sinónimo de paz. Por el contrario, supone una aberrante forma de violencia: la sumisión y la humillación.
En un artículo de «El País», leo que, palabras más palabras menos, la mesa de negociación busca estabilizar al gobierno de Maduro, con la esperanza de que este enmiende, cosa que de antemano, bien sabemos, no va a hacer. Desde el Vaticano hasta Estados Unidos coinciden en que «Venezuela no puede celebrar elecciones en medio de los desastrosos resultados de su economía, porque supondría, de ganar la oposición, el inicio de un período incierto y de alta probabilidad de violencia».
La jugada de los mediadores implica a mi juicio, el riesgo de estar inmersos los venezolanos en una situación semejante unos meses después, cuando el gobierno arrecie sus políticas, con las cuales no está de acuerdo la mayoría de los venezolanos, y de nuevo, se plantee una crisis institucional. La paz de Venezuela no se consigue con un canal humanitario ni dándole tiempo al gobierno para mejorar sus finanzas e iniciar el despilfarro grotesco que nos trajo a esta crisis, sino forzando a la élite chavista a renunciar a un comportamiento que ha sido la causa de la crisis.
La MUD debe dejar en claro a los mediadores que de seguir Maduro en el poder, con sus políticas empobrecedoras y su actitud totalitarista y ante la incredulidad popular que sobre él gravita, no va a haber paz en Venezuela, y que los mediadores estarían apostando a una salida que el gobierno, la MUD y los mediadores no desean. Y que, desde luego, sería fatal para los venezolanos.
Sé de la importancia que tiene Venezuela en la región. Sin embargo, apuntalar a un gobierno antidemocrático, que ha desmantelado la democracia porque no le convienen sus reglas, no solo me luce violento, sino además, una injusticia con el pueblo venezolano, que anhela mayoritariamente «cambiar de gobierno democráticamente» a través de un mecanismo contemplado en la constitución. Por eso, la MUD debe ser enfática. Muy enfática. Debe dejar en claro antes de este viernes que para hablar de negociación (y en todo caso, de una cohabitación política del chavismo y la oposición), el gobierno debe: 1) renunciar a sus propósitos socialistas, que no están en la constitución y fueron rechazados por los venezolanos cuando se les consultó al respecto, y aceptar que la revolución en los términos propuestos no es aceptable; 2) reconocer a la Asamblea Nacional y respetar sus decisiones, y cuando digo respetar, me refiero a acatar la decisión popular expresada el 6 de diciembre de 2015, y los actos dictados por el parlamento en uso de sus atribuciones; 3) solicitar la renuncia (voluntaria) de los magistrados del TSJ y del CNE para allanar la reinstitucionalización del Estado; 4) la elección de las autoridades regionales a más tardar en diciembre de este año, como lo prevé la constitución.

La violencia no se limita a los tiros, que de paso ya los hay, ni a los muertos, que igualmente los hay, y en demasía; sino también a la imposición de condiciones injustas. Pedirle a los venezolanos tolerar este desastre para evitar una escalada de violencia (que en verdad no están evitando) es lo mismo que pedirle a la mujer que soporte los coñazos del marido por el bien familiar. La mansedumbre no es sinónimo de paz. Por el contrario, supone una aberrante forma de violencia: la sumisión y la humillación. Pedir a los venezolanos que se posponga cualquier escenario electoral porque conviene es en sí mismo un acto violento, que en este caso no estaría perpetrando el gobierno, sino los mediadores.